Para Seguirnos Amando Parte Final – Tanto Amor

Para Seguirnos Amando Parte Final – Tanto Amor

Danubio De Campos

17/12/2018

Observo las estrellas, las observo tal y como jamás las hubiese observado. La busco a ella y solo a ella. La busco entre cada rabo de nube, busco su nombre, ese nombre que jamás me he atrevido a pronunciar al sentirme cerca de su voz y de su cuerpo.

Quiero creer, siempre creer que encontraré algo de su ser en alguna parte del firmamento. Nuevamente puedo ver como si alguien escribiera su nombre en el cielo. No se si serán demonios alados o ángeles guardianes los que me la recuerdan, los que me hacen sentir siempre cerca de ella, sentir que ella jamás me abandona y hacen que me pregunte cada dií que sería de mi vida sin ella a mi lado, con ese sentimiento de pensar que no podría seguir si es que un día despierto y ella rechazara mi mirada.

Segundos, horas, días… todo parece reducirse a su menor expresión por la angustia que me provoca no oírla. Son ya tan solo dos días desde que levanté la bocina y hablamos largo y tendido por un espacio de aproximadamente media hora. Detesto muchas cosas, sin embargo despedirme de ella siempre ha despertado esos demonios en mí. No puedo medir mis palabras, pienso situaciones que no quiero pensar, siento como si una daga atravesara mi corazón y es que cada día en que he tenido la dicha de sentirla a mi lado… se siente tan bien que bien podría estar todo el día en ello si de mí dependiera. Su presencia me dejaba rogando por un segundo más, algo en mí se negaba a dejarla, se negaba a aceptar que ese momento había terminado y estoy seguro que si la vida efectivamente se tratara de momentos, no necesitaría de ningún otro para morir completa y absolutamente feliz.

La veo cada día entre cada simple brisa de aire, la sueño cada noche con la inocencia propia del enamorado que se resiste a soltar la mano de su amada. La deseo con esa efusividad tan repentina que me llevaba a querer cada parte de su cuerpo y de su espíritu. Nadie me ha querido como ella lo hace, nadie ha ofrecido sus manos a quien nervioso no podía solo sentir que un día no habría más. Amarla no es un trabajo ni menos un esfuerzo, amarla es una necesidad, una necesidad que el corazón reclama cada día pues, cuando el corazón habla, la mente escucha y obedece aún contra su propia voluntad.

La noche no sabe terminar y el reloj de mi habitación marca las tres de la madrugada. Semi desnudo doy vueltas en mi cama tratando de soñar y despegar de esta realidad que muchas veces podía ser tan cruel. El verano no tiene misericordia, treinta grados de calor en plena madrugada y, por la calle mucha gente camina casi en desespero buscando algo de frío, de ese mismo frío por el cual daban todo por escapar hacía unos pocos meses atrás.

Entre los miles de papeles que guardaba con recelo debajo de mi cama estaban esos poemas con los cuales, de manera muy arcaica, trataba de expresar mis sentimientos hacia ella. Eran miles de palabras, tantos sentimientos, tantas sensaciones y tantos días que se volcaron en aquellas páginas escritas hace ya tanto.

Sequé el sudor de mi frente y encendí la luz de mi escritorio, una luz amarilla de calidez casi amable. Extraje un papel de uno de los cajones junto a una botella con tinta y una pluma para escribirle una carta que decidí enviaría mañana… temprano en la mañana.

No… realmente no estoy demasiado seguro del porqué envío esta carta cuando… ¿sería más sensata una llamada telefónica? Quizá sí, quizá no. Debía sopesar esos pros y esos contras. Por mucho que no me gustara tenía que admitir que hablar por teléfono me ponía muy nervioso. Amaba, adoraba su voz pero era, esa misma voz, la que me intimidaba de una manera casi erótica por momentos.

No podía evitar balbucear y eso no le venía bien a la progresión obvia de nuestras conversaciones, pero ella, por alguna razón extraña tenía tanta paciencia por mi que me parecía extremadamente tierno, aunque no se lo decía siempre necesariamente.

Escribir… escribir esta carta… siempre que le escribía demoraba horas, incluso días en acabar una simple misiva de tres o cuatro páginas. Me obsesionaba por encontrar las palabras exactas, no quería decir nada que no fuese pertinente o necesario. Aunque no podía evitar ser algo cursi al decir las cosas pero, no tenía otra manera de decirlas. Muchas veces deseamos decir cosas, pero no podemos decirlas sin utilizar ciertas palabras específicas, eso era exactamente lo que me ocurría y… de todos modos estamos a la vuelta de la esquina de los noventas y aún no tenemos… mejor dicho no existe una tecnología para que todo fuese más expedito y rápido, casi instantáneo. De hecho, no creo que algo así llegue a existir, aún le queda mucho por aprender a esta profundamente herida humanidad.

Durante estos meses me he convertido en un hombre sigiloso. Trato de esconderme para escribir estas cartas, apenas me permito respirar, no puedo hacer ningún ruido, no necesito que nadie me escuche. Mis padres están sospechando algo y es que desde un tiempo a esta parte me han visto mucho más feliz, mucho más sonriente, mucho más ensoñador. Y es que el amor cambia la vida muchas veces para mejor aunque también estoy consciente que a veces, los finales pueden ser muy tristes. Debo ver el otro lado de la vida, debo ver el vaso medio lleno a ese vaso medio vacío y desolado.

Quiero gritarle al mundo que la amo, que sin ella mi vida carecería de dirección, que jamás dejaría de amarle, que no me importan nuestras diferencias y que a su lado puedo levantarme a enfrentar el mañana una y otra vez sin sentir que mis pasos se pierden.

Esa madrugada me dejo en paz y cuando el reloj marcó las siete de la mañana yo aún estaba allí, sentado sellando la carta en un sobre y colocando en el mismo la estampilla más hermosa que fui capaz de comprar. Coloque su nombre, su dirección y todos los detalles para el envío y no pude evitar besarla sutilmente, cualquier cosa que pudiera hacer por ella valdría la pena el día de mañana, el del futuro y tanto más.

Esa mañana salí de casa temprano, al filo del comienzo del día a dejar la carta al buzón de la compañía de correos que se situaba a un par de cuadras.

Caminé lento. Nadie me apresuraba, nadie me esperaba, nadie buscaba mi compañía. Me sentía feliz, me sentía completo. Caminaba sonriendo mientras pensaba que esperaba, esperaba que la estampilla fuese de su agrado y también las palabras contenidas en aquellos trozos de papel que tanto trabajo me costaron.

Estaba de suerte, me encontré justamente con el señor Florian, el cartero. Un hombre bajó, de edad avanzada pero de caminar rápido, según habíamos hablado tiempo atrás llevaba cincuenta de sus setenta años ejerciendo su oficio, pero, me confidenciaba, nunca se había aburrido realizándolo, decía sentir una especie de vocación por su empleo, lo cual lo había llevado a rechazar su jubilación.

– Hey hola! – saludo el cartero

– Hola señor Florian – dije

– ¿Qué haces por aquí tan temprano? – Dijo con una sonrisa – yo pensé que los jóvenes dormían un poco más en sus vacaciones

– Con este calor es casi imposible dormir para mí

– Imagínate como lo es para mí – dijo – a esta edad ya casi no duermes. Tengo que recurrir a los remedios que me da el doctor. Pero, aun así dormir no es fácil

– Estaba buscándolo – dije

– ¿en serio? – dijo el

– Bueno. Mejor dicho, venía a dejar una carta.

– Estas de suerte, justo ahora venía a buscar las cartas del buzón – dijo mientras lo habría con una llave y comenzaba a depositar las cartas en un saco que tenía el logo de la compañía de correos de la ciudad

Le extendí la carta y me sonrojé un poco, él lo notó de todas formas, francamente no había manera de esconderlo

– Te sonrojaste – dijo el mientras veía el sobre de la carta

– Un poco – dije en una sonrisa

Al leer la dirección levantó su mirada y me sonrió ampliamente

– ¿Lisa? – dijo

– Si… Lisa – dije

– ¿tienes novia?

– Ahora por fin – dije

– ¡te felicito! – Dijo en un abrazo – recuerdo cuando tu padre llegó gritando que había nacido su hijo y convidó a todo el barrio a una fiesta en su hogar. Llegaron todos, inclusive curiosos de otros lugares. Recuerdo haberte visto tan pequeño y haber comido bastante también – dijo sonriendo – pero ahora… ahora veo que haz crecido. Solo te deseo felicidad en este nuevo camino. El amor es ciertamente un desafío, pero estoy seguro que saldrás sano y salvo de esta aventura – dijo dándome unas palmadas en la espalda – ahora… si me disculpas, debo seguir con mi camino, aún me quedan muchos buzones que visitar y, como sabes, debo llegar a la oficina de correo a una hora determinada… no querrás que Lisa espere más tiempo del debido por su carta ¿o sí?

– No… por supuesto que no – dije – que tenga un buen día

– Tu también… y te felicito nuevamente

Me alejé una calle y volteé mi mirada y pude observar a aquel vetusto hombre subir de una sola vez ese pesado saco en su hombro y subirlo a su camioneta de color azul y rojo. Estaba ansioso, como cualquiera supongo, ansioso pues esta era la primera carta que le enviaba formalmente y quería creer que pronto recibiría su respuesta o algún llamado o algo, no importa que. Durante dos días no dormí y, como por esencia soy algo paranoico, no dude un segundo en creer que debía estar sufriendo este síndrome extraño, ese de las personas que pierden la capacidad de dormir y terminan muriendo tiempo después. No quería… no iba bajo ninguna circunstancia a recurrir a medicamentos, no iba a sucumbir mis voluntades a lo que unos fármacos predispusieran para mi destino inmediato.

Así pasaron cuatro días donde no sucedió nada. No hubo una llamada telefónica, no hubo un timbrazo a la puerta de mi hogar. Nada. Si debiera catalogar aquellos cuatro días de alguna manera creo que fueron tiempos soporíferos y aburridos, hubiera preferido morir de incertidumbre en aquel mismo instante.

Eran las cuatro de la tarde cuando estaba tendido en mi cama, solo en mi habitación dejando que mi mente en blanco volara por los senderos que ella quisiera recorrer, solo me dejé llevar, procurando jamás quedarme dormido. Era como una pequeña clase de yoga sin instructor alguno y ahí estaba yo, esperando nada.

De pronto escuché al cartero llamar mi nombre desde la acera, yo le incorporé de un salto y me asomé directamente a la ventana de mi habitación

– ¿Qué tal señor Florian? – Pregunté

– Bien…bien. Tengo algo para ti – dijo mientras levantaba la carta levemente

– Espere solo un minuto – dije – bajó de inmediato, de inmediato

Jamás había bajado las escaleras tan rápido pero a la vez torpemente de hecho estuve a punto de tropezarme al haber bajado tan solo dos peldaños. Tuve suerte, hubiese caído casi veinte peldaños abajo, quizá me hubiese roto la cabeza o algo peor.

Mi madre había llegado del mercado y estaba girando el picaporte de la puerta de entrada y yo, yo salí de inmediato, casi corriendo a recibir la carta. Ella me miró extraño, abrió su boca para reprenderme pero no dijo nada. Se dio cuenta de mi prisa.

Llegué a la entrada de mi hogar, casi sin una gota de aire en mis pulmones

– Tienes suerte chico – dijo el cartero

– ¿por?

– Solo tuviste que esperar un par de días en obtener respuesta. Eso significa que algo de ti hay también en ella

– Eso espero

– He conocido gentes que jamás obtienen respuesta alguna. Unos vuelven a insistir sin resultado, otros solo se llevan una vida de desilusión.

El hombre me extendió la carta y despidiéndose se perdió calle abajo. Me quedé ahí mirando la carta en el más absoluto silencio. No pensé. Me dirigí lentamente a mi habitación, creo haber oído que mi padre me dirigió la palabra sin embargo no escuché nada. Intuí que se miraron entre ellos, quizá creyeron que había algo malo en mi.

Cerré mi puerta con vehementes ansias, casi se sintió como un fuerte golpe. Coloque el seguro respectivo para asegurarme que nadie pudiese interrumpir este momento, mi momento, nuestro momento.

Coloque la carta encima de mi cama y posteriormente la abrí de manera lenta, inclusive me temblaron un poco las manos. La carta decía… decía que deseaba verme pronto que nos veríamos en algunos días más. Que me haría una llamada telefónica para confirmar el día y la hora y he ahí el dilema: quería conocer a mis padres.

Para muchos, este no sería problema pero, para mí, de seguro era un problema mayúsculo no tanto por lo que significaba intrínsecamente sino porque no había sido completamente franco con todo esto. Durante este tiempo había mentido a mis padres diciendo que estaba recibiendo correspondencia de un amigo de otra región del país. Tenía sin embargo la suerte de que ellos jamás husmearon mi correspondencia y, por lo mismo, nunca se dieron cuenta de aquella mentira blanca.

Muchos se preguntarían el porqué de esta actitud. No podría más que decir que al ser Lisa mi primera novia no sabía… no sabía cómo poner mi emoción en palabras, no sabía cómo decir … no sabía cómo… decirlo parecía imposible aunque sentirlo jamás podría ser más fácil. Para el próximo invierno me juramenté que podría dormir una vez más a su lado, que me encargaría de sonreír y de encontrar la forma de que nadie pudiera separarnos.

Bajé la escalera de nueva cuenta, bajé casi asustado, muy lentamente. Mis ojos lo delataban. Me sentía morir, ese sentimiento de emoción urgente me llevaba a pensar que podría caer desplomado a cualquier lugar. Me dirigí a la cocina donde mi madre me esperaba con la cena servida. Aquella tarde era arroz y verduras sazonadas con salsa de ostras. No solía comer nada que no llevase al menos algo de carne pero solo esbocé una sonrisa tenue y comí sin rechistar, ni siquiera me preocupé en disfrutar nada. Ella me hablaba pero realmente solo estaba oyendo, más sin embargo no escuchaba una sola palabra, ni siquiera me había percatado que mi padre no se encontraba en la casa.

Di las gracias y volví a mi habitación, no sentía que podría entablar una conversación con nadie ahora. Estaba feliz, pues pronto le vería y sólo ese anhelo era suficiente para hacerme olvidar todo lo malo, todo lo triste, todo lo sombrío.

Esa noche vi el sol esconderse desde mi habitación mientras suspiraba en silencio. Realmente no entendía sus razones para venir a casa, creí que aquel sería un paso que ella jamás daría. Yo estaba más… en mi interior había más incertidumbre que triste pesar. Quizá para ella este era un movimiento… de seguro para ella era una situación normal. Para mí, empero, era una situación nueva a la que me era difícil saber cómo reaccionar. No encendí la luz hasta entrada la noche, las estrellas, como niños que escribían en el cielo, me deletreaban su nombre con amor, con ese amor que no tiene precio alguno, con ese amor que rompe las barreras de la razón, con ese amor que renace junto a cada amanecer, cada día más fuerte, cada día más real.

Acaricio la bocina del teléfono y jugueteo con la rueda del mismo mientras observo el calendario en el que he marcado con meridiana precisión todos los días en que la he visto. Trato de dibujar patrones que me ayuden a establecer esa correlación que me pudiera decir con precisión cuándo sería el día por mi tan esperado. Pero bien lo sabía, ese día solo estaba dibujado a pincel en su destino y solo ella lo sabía con seguridad. Yo esperaría en silencio y con tranquilidad, cuidando mis pasos cada vez para que, cuando el día llegara pudiera enfrentarlo con esa sonrisa que ella inclusive podría provocar en medio de mi llanto, para estrecharla en un abrazo apretado, para hacerla sentir amada la cual era mi lucha silenciosa cada día, cada hora y a cada segundo.

Mi corazón es joven, pero mi espíritu se debate un poco entre muchas emociones, muchos sentimientos y creencias, en la fe en un mundo mejor, en la convicción en que más temprano que tarde este mundo podrá volver a sonreír y el miedo será cosa del pasado, en que podremos unirnos todos en una voz y que a esa unión le llamaremos paz.

Esa madrugada me obligó a soñarla por breves instantes, esos instantes en los que el calor de mi cuerpo se confundía con el profundo anhelo de tenerla a mi lado, a mi lado para acariciarla, a mi lado para besarla, a mi lado para tocarla, a mi lado para abrazarle y hacerle sentir, quizá por primera vez en su vida que me encargaría de demostrarle que conmigo a mi lado ella no necesitaría de otro hombre, así como yo sentía, en lo profundo de mi corazón, que sabiéndola cerca de mí no necesitaría jamás de mujer alguna. Ella era todo lo que siempre busqué, era todo lo que siempre anhele para mi vida, suyas eran mi razón y mis horas, suyas eran mis días y mis noches, suyas eran mis manos, cada palabra de mi boca y cada pensamiento, inclusive del que será. El tiempo me había hecho su esclavo, esclavo de esa voz, de ese cabello negro tan brillante, esclavo de esas manos suaves y esos pies que me inclinaba a besar, esclavo de ese dulce dolor que desgarraba mi piel, esclavo de esa voluntad y del obedecer cada palabra ciegamente. Ella era todo lo que podía ver o creer, todo lo que podía sentir o pensar y aun así, pude cerrar mis ojos esa noche, con la… con la incertidumbre de no saber si estaba despierto o si sólo estaba aturdido por algún azar urgente.

Los segundos fluían gentiles por entre mi ventana abierta y se apoderaban de mi cuerpo mientras el viento arrullaba la noche con el suave canto del silencio. No estaba seguro si realmente quería dormir, no estaba seguro si realmente quería perder la noche sin escribir, en una hoja un sincero te amo hasta sentir el hastío propio de la fatiga, no estaba seguro si realmente podría sacarla de mi cabeza en algún momento de mi vida, no estaba seguro si la luna querría ser mi amiga esta noche sin intentar consolarme con el hielo mortal de lo infausto.

La respiración tranquila de un sueño maravilloso se vio interrumpida por el sonido penetrante y alarmante del teléfono que resguardaba mi noche. Caí violentamente al piso, víctima de una presión y un miedo inusitado. Conjuntamente con esta caída me golpee violentamente la cabeza en el piso de vetusta madera de color añejo, sentí la tibieza propia de la sangre al brotar gentil pero tristemente, esta vez, no pude disfrutarlo. El teléfono seguía sonando, gritando tan fuerte como hubiese podido hacerlo. Maldije en voz baja mientras torpemente y a tientas por sobre la oscuridad nocturna intentaba tomar la bocina. Lo logré al cabo de ocho segundos, demasiado exasperado, sin embargo, luego de levantarla y oír su dulce y melodiosa voz del otro lado, yo solo pude decir con toda ternura:

– Buenos días mi amor

Ella me conoció, mi corazón se desplegó como un libro infinito ante sus ojos, mi mente supuso para ella un acertijo para nada difícil de superar mientras mis palabras eran salpicadas por un rocío de desespero, pero también de amor y sinceridad. Hay tantas cosas que quiero decir, tantos sentimientos que expresar, tantas sonrisas que entregar, tanta piel que desangrar. En ese desespero trato de decirlo todo, pero ciertamente termino en ausencia. Ausencia de calma, ausencia inclusive de mí mismo dentro de lo convulso que a veces puedo llegar a ser. Ella me escucha con paciencia, pero a su vez también me interpela. No debería ser tan nervioso, no debiera ser tan extraño, no debería usar estas palabras a veces tan vetustas e indescifrables. Debiera ser más instintivo, debiera ser más de lo que soy… y, aunque debiera, sé que ella me ama con todos mis defectos, con todas mis contradicciones estúpidas y con todo aquello que nunca admito pero que ella sabe… Ella lo sabe… siempre lo ha sabido. Ella conoce de mí, ella conoce particularidades de mi vida y de mi ser que ni siquiera revelaría a mis propios padres, esas particularidades que avergüenzan un poco, esas que con palabras no se explican, más ella no me ha juzgado, solo me ha escuchado e inclusive reído con uno que otro de mis disparates y de los muchos miedos injustificados que por mi mente van y vienen.

Mientras le hablo estoy completamente absorto en sus palabras, absorto en su voz e inclusive en su entonación. No pienso en el frío, no pienso en el dolor, no pienso en la suave fragancia de la sangre fresca que baña la parte posterior de mi cabeza. Pero… pero si pienso en esa suerte, esa suerte de saber a ciencia cierta a quien amo y que no queda duda, pensé que por el amor se ha levantado firme mi pluma, pensé en que lucharé por amor, que a través de palabras de devoción le haré al mundo saber quién es ella y cuánto significa para mí, que es mi mundo, que es mi única razón cuando ya no quedan caminos llanos ante mis ojos. Decidí que escribiría mi historia para hacer sonreír a esa mujer o ese hombre que piense en su amado o en su amada y, para que de esta manera todos nos levantemos con el amor y el corazón por bandera y hagamos de este un mundo mejor, ese mundo que ensoñamos cuando solos en nuestra habitación intentamos arreglar el mundo creyendo que tan solo con pensarlo todo sucederá.

Fueron cuarenta y cinco minutos de eterna belleza y tesoro, cuarenta y cinco minutos de llenos de magia y silencioso pero incontenible deseo, minutos en los que entregue mis sentimientos y mis más profundos pensamientos a ella y a la noche del viento frío. Al colgar la bocina en minutos la cama estaba deshecha y yo sentado, al pie de la cama, pensando mientras abría y cerraba mis ojos de una manera ciertamente irregular.

No sé si me he visto en el espejo, pero al observarme me veo distinto, tan distinto como cada quien puede llegar a ser, sentí que quizá no me conocía completamente, sentí que todo podía ser siempre mucho mejor, solo hacía falta sembrar y construir, yo labraría con todo mi compromiso y unión sin cerrar las puertas nunca al futuro ni al día que haya de venir.

Esa tarde a eso de las tres nos encontraríamos en el centro de la ciudad para luego trasladarnos hacia mi hogar. Aquella mañana no parpadee, no hablé, no moví mis manos. Salí sin dar aviso a nadie a eso de las doce del día. Salí rápido, Salí nervioso, casi dándole fuertes golpes a las puertas. Nadie estaba en casa, sentí la fortuna del silencio y del hecho de no recibir preguntas ni recriminaciones sobre mi comportamiento errático pero justificado. La ciudad era regada por un inmenso sol que parecía brillar con más felicidad que nunca hoy, pero no podía disfrutarlo. La ciudad parecía estar envuelta en una atmósfera más amigable que nunca hoy, pero no podía disfrutarlo. Solo caminaba con mis manos empuñadas mirando hacia adelante sin detenerme ni siquiera en los semáforos, es como si no meditara que un simple golpe sería suficiente para matar. ¿la gente me observaría? ¿Reirían de mí? Lo cierto es que no eran interrogantes lo suficientemente válidas como para meditarlas con un detenimiento pertinente. Mi corazón se aceleró y el miedo a una situación sin nombre se apoderó de mí. Quería amarla y desaparecer, quería abrazarla y desaparecer, quería besarla y desaparecer, tanto como si ambos quisiéramos extinguirnos en el reflejo perdido del último resplandor crepuscular. La espero mientras observo con miedo a mis costados, como si creyera firmemente que algo fuera de mi control podría suceder. Esperaba el descalabro… esperaba… algo esperaba, tan solo el destino sabría que con mayor certeza que yo.

Me sentía ridículo vestido de etiqueta, me había ataviado con mis mejores ropas para ella. La esperaría para siempre si así lo quisiera. Para ella tenía todo el tiempo del mundo y más aún, tenía mucho que ganar y todo para perder… no estaba listo para perder, no quería perder. La esperaba y la esperaba mientras las gentes de la estación se sucedían unas tras otras, con miradas tristes, con miradas sin expresión, con el desinterés del falto de corazón. Miraba mi reloj y mi brazo comenzaba a temblar, el día no daba tregua alguna. Solo me quedaba la voluntad y mi sonrisa nerviosa.

Pasados unos quince minutos la vi asomarse por en medio de una multitud sin forma. Se veía hermosa, más hermosa que nunca hoy y volví a recordar que era lo que me tenía aquí. Le saludé con un ademán mientras mi otro brazo se levantaba con el brazo empuñado y ciertamente encogido, era el efecto que no pocas veces provocaba en mí. Trate de volver en mí, de respirar tranquilo. Ella llegó ante mí y me abrazó, sentí mis huesos tronar uno por uno mientras el aire me abandonaba, diez segundos de un placer inmisericorde que me hizo sonreír. Luego un beso breve que hubiese deseado eterno.

Caminamos tomados de la mano hablando alegremente, aunque, como era frecuente y natural para nosotros, yo solía hablar mucho más que ella. Sus ojos y su paso decidido contrastaba con mi miedo y mi voz temblorosa, factores que ella trataba de acallar dirigiéndome miradas rotundas pero amorosas.

Al abrir la puerta de la casa entré casi triunfante con ella tomada de la mano y allí esperaban mis padres quienes me observaron con sorpresa y rostros casi palidecidos

– ¿quién es ella? – preguntó mi padre

– Mamá… papá… les presento a Lisa. Ella es mi novia

Le saludaron de manera muy fría y distante. Durante la comida el ambiente se volvió más álgido y, aunque no hubo palabrotas ni cosas de ese estilo la incomodidad de mis padres era patente. Dejé más de la mitad del plato, Lisa hizo lo propio. Entonces ella, entendiendo la situación, despidiéndose se marchó. Yo miré de reojo a mis padres y salí a la verja de nuestro hogar a despedirla. Me tuve que deshacer en disculpas, sin embargo ella entendió

– No te preocupes querido – dijo – mis expectativas al respecto de esto no eran muy altas de todos modos.

– ¿qué sucederá ahora?

– Nada – dijo decidida – esto no cambiará nada entre nosotros si eso es lo que te preocupa. Ten mi número telefónico, ya es hora que lo tengas… es probable que lo llegues a necesitar – dijo mientras depositaba un papel en uno de mis bolsillos – … te llamaré muy pronto para volvernos a ver. Te quiero mucho.

Y luego, seguido de un cálido abrazo y un largo beso en mi frente, la vi marcharse casi tan rápido como le había visto llegar. Entre a casa descolocado, con miedo y rabia. Mis padres me observaban con ojos que delataban desaprobación. Yo no dije nada, pero aun así, y con mis ojos enjugados en lágrimas subí a mi habitación y me encerré. No podía comprenderlo, no podía empatizar con nadie en este minuto, sólo sentía de mis ojos brotar el dolor expresado en esa agua tan tibia que nadie quiere creer que más temprano que tarde llegarán a nosotros. Mi corazón se estremeció, el corazón dio un vuelco de amor dentro de mi ser. No quería volver a pensar, como lo había hecho tantas otras veces, que quizá una situación como esta sería suficiente para sembrar la duda por entre medio de la felicidad.

Ella dijo que transcurriría poco tiempo, más sin embargo, una semana se sucedió, luego otra. Se completaron tres semanas y media. Mis ojos se cerraban solos tan solo por no recibir noticia alguna de ella. Cada vez que el teléfono volvía a sonar mi rostro se impacientaba y mis manos la buscaban con vehemencia… casi con desespero pues lo cierto es, que ella me hacía falta, mucha falta. Me hacía falta para volver a respirar, me hacía falta para volver a dormir, me hacía falta para volver a sonreír. Me preguntaba cada día que era lo que ella pensaría de mí ahora. Quizá ha creído que mi corazón es cobarde, que mi corazón no le ama con sinceridad… ¡si tan solo ella supiera que estoy dispuesto a dejar todo por su amor! ¡Si tan solo ella supiera que en mi vida ya no puede habitar tanta pasión y que esa pasión, ese fuego y ese anhelo tienen solo una dueña! Las noches transcurrían lánguidas mientras yo me recostaba en mi cama y observaba el techo mientras susurraba su nombre en voz baja, ese nombre que me hacía ensoñar, ese nombre maravilloso, ese nombre que quería posar en mis labios por todo el resto de la eternidad, ese nombre que en silencio me había dado tanto.

Cada vez que la recuerdo, creo un poco más en Dios. Le agradezco en el fondo de mi alma porque desde la nada ella llegó a mi vida. Llegó a tenderme su mano, llegó a ser mi musa, simplemente siento que no la merezco, no merezco el privilegio de ser parte de su vida. Ella es mi sueño, ese sueño hecho verdad. Ella me ha dado ese cariño que jamás creí un día tendría, me enseñó que era capaz de amar sinceramente, me enseñó auto concepto, me escuchó cuando nadie más lo hizo, me sonrió cuando nadie me regalaba una mísera mirada, se preocupó por indagar en mis pensamientos cuando nadie les prestaba verdadera atención. Ella me regaló mi primer beso, a ella entregue mi cuerpo, mi alma y mi corazón junto a cada suspiro, junto a cada respiro, a cada pensamiento. El amor me abruma, me abruma escuchar un te quiero de sus labios, me abruma la necesidad del calor de su cuerpo, me abruma la necesidad… ella es todo lo que necesito o deseo para mi vida, mi gran verdad es que ella es todo lo que necesito para ser feliz hoy.

Esos días transcurrieron silenciosos de mi parte y se vieron cruzados por los reproches de mis padres, reproches de todo tipo, reproches dolorosos. Al que me pregunte un día podría contárselos más sin embargo no los escribiré. No porque no pudiese, sino porque aún pasado el tiempo esas palabras me siguen hiriendo fuertemente y aún el recuerdo de ellas puede arrancarme una lágrima furtiva.

Quería entender, quería conocer, quería saber qué era aquello tan malo que yo había hecho, que era aquello tan malo que empecinaba a mis padres a separarme de quien yo más amo, por qué se esmeraban en herirme y de hablar de ella a sus espaldas diciendo de ella todo tipo de viles mentiras que hubiesen hecho sonrojar al mismo Lucifer. Yo no lo permitiría, ella no merecía que, después de tanto, yo permitiera que ese tipo de palabras fueran dichas o siquiera pensadas. Mi silencio decía mucho, mi mirada se había oscurecido un tanto víctima de la rabia y la desidia que mis padres comenzaban a despertarme y dado que un persistente nudo en la garganta no me dejaba articular palabra.

Salía cada día a eso de las tres de la tarde o tres y cuarto quizá a dar una vuelta a la manzana para llegar al único teléfono público cercano, era una cabina roja cerrada herméticamente y, en su interior, descansaba un antiguo teléfono de color amarillo. Entraba a la cabina y extraía el papel con el número telefónico que ella me había extendido aquel día. Mis manos temblaban y mi respiración se iba por momentos mientras mi subconsciente lloraba en medio de un drama incierto, de esos dramas que nadie puede entender.

Marcar ocho números se me hacía imposible, solo lograba llegar hasta el tercero y colgaba la bocina tristemente mientras me marchaba lentamente a la vez que pateaba las piedras con rabia, rabia por el fraude de la unión, rabia porque bien sabía que Jesús lloraría sabiendo la egoísta actitud de mis padres que hablaban cada día de él pero que no deseaban dejarme amar, rabia por ver pasar los días y la vida por consiguiente sabiendo que cabía la posibilidad de que ya no volviera a hablarle, no volviera a oírle, no sabía que sería de mí si es que ella había decidido olvidarme pues yo… yo jamás podría.

Pasó una semana de esos intentos, de esos intentos fallidos, una semana de la frustración más abyecta y de amargor en el corazón. Hasta que me tendí en el piso de mi habitación y decidí esperar, esperar la vida, lo que viniese o lo que quisiera suceder. A eso de las nueve de la noche me atacaron unas ansias urgentes por escribir pero ni siquiera moví un músculo, quería escribirle al amor, no quería escribir desde el dolor, escribir desde la incertidumbre ni desde el llanto. Sentía mi llama apagarse y el desespero apoderarse de mi vida, sentía que en cualquier momento despertaría, la vería a mi lado durmiendo y en su oído susurraría cuanto la amo… rasguñe una de mis piernas con fervor y violencia una y otra vez y cada vez de manera más sádica mientras lagrimas caían por mi rostro al darme cuenta de que no podía despertar, de que esto no era un sueño y, mientras el dolor me atacaba sin piedad , yo mascullaba en voz baja “voy a despertar… voy a despertar” más sin embargo, nada sucedió.

A eso de las once sentí el embate del hambre, por lo mismo me coloqué diligentemente un pantalón largo y salí de la habitación torpemente puesto que me sentía algo mareado dado que había perdido una buena cantidad de sangre, aunque nada que no pudiera enfrentar. Bajé por la escalera de caracol lentamente, rogando para no encontrarme con nadie. La luz de la cocina estaba encendida muy a mi pesar. Entré lentamente y mis padres estaban sentados en las sillas del comedor. Ella fumaba un cigarrillo largo, él bebía un vaso de Kirsch, casi el vaso completo de un sorbo, luego se servía otro. Yo saqué de la heladera el salame y lo corté rápidamente, sin hablarles. Cuando ya me retiraba uno de ellos me interpeló

– ¡hey tu! – dijo mi madre – siéntate aquí

Yo seguí mi camino pero mi padre prorrumpió un grito

– ¿es que acaso no estás escuchando? ¡siéntate aquí!

Me di vuelta y, con un rostro sin expresión me senté violentamente en una de las sillas, casi como si hubiese deseado romperla intencionalmente

– La cosa es simple esta vez – dijo mi padre – ¿ella o nosotros?

– ¿ni siquiera les importa que siento o lo que pienso del asunto y como lo están llevando ustedes?

– Solo contesta la pregunta de tu padre – repuso mi madre secamente

Yo sonreí y mire hacia arriba

– … ¿y entonces? – dijo mi madre

– Ella – dije sin asomo de ninguna sorpresa – ella… mil veces ella y siempre ella

El rostro de mis padres estaba descolocado

– Entonces deberás marcharte – dijo mi padre – no hay espacio para ti en nuestra casa… vamos a ver si esa…

– ¿esa qué? – dije alzando un poco mi voz

– Esa imb…

Se detuvo secamente

– Ya veremos si te ayuda o te tiende una mano – dijo mi madre

– Por lo que a mí respecta… – comenzó diciendo mi padre – y por lo que a tu madre respecta… ya no eres nuestro hijo

Yo solo me encogí de hombros

– ¡Mañana te queremos fuera de esta casa! – dijo mi madre

Yo me levanté y sin más palabra subí a mi habitación a preparar las cosas para marchar mañana temprano. Mi ropa y muchos de mis efectos personales. Era extraño cómo es que estaba más feliz que nunca, parecía no darme cuenta que no tenía donde ir ni lugar al que recurrir, solo sabía que me había sacado un peso de encima y fue solo entonces que una ola de tranquilidad me invadió y, por fin, luego de mucho sentí que volvía a ser yo mismo otra vez.

Esa noche dormí en paz y muy liviano, como no recordaba haber dormido en semanas, en las cuales no había logrado dormir más de dos horas a sobresaltos cada noche.

El reloj sonó a eso de las siete de la mañana, un sonido sordo y penetrante que duró un solo segundo y que fue acallado por una de mis manos. Me levanté rápidamente sin meditar, casi sin respirar y me vi de pie sobre la fría madera de la habitación. Me coloqué la ropa que me provocaba usar aquel día, abrí la puerta y antes de poner un último pié fuera de la habitación me voltee de reojo y la observé en silencio recordando muchas cosas, muchas situaciones y momentos vividos, pero también sabiendo que ya no podría volver.

Salí del que fue mi hogar a las siete y cincuenta y cinco minutos de la mañana de un cinco de agosto de 1987. Mientras caminaba por las calles suspiraba y pensaba del que sería, pues era eso lo que ciertamente me intimidaba puesto que había tomado un paso incierto para mi futuro aunque tenía la fuerte convicción de que tenía mucho que ganar y no tanto que perder. De todas maneras el ser humano pierde durante todos los estadíos de la vida y la mayoría de las ocasiones pero esos pequeños momentos de victoria son los que le dan sabor a cada día y cuando estos dejan de sucederse por un periodo de tiempo más o menos sostenido, deviene la frustración, el amargor, la depresión y la tristeza. Y yo… yo no era capaz de precisar en cuál situación me encontraba.

Entrada la tarde sentado en el parque jugueteaba con mis manos mientras el estómago resonaba víctima del hambre obligada que estaba padeciendo. Decidí quedarme ahí hasta la medianoche, luego vería como podría arreglármelas. Pensaba en ella mientras sonreía no creyendo que me había olvidado, quizá pensaba… pensaba en que debería buscarla y encontrarla o eso es lo que hubiera hecho cualquier otro… y yo… yo también. Era ya tarde en la noche cuando busqué nuevamente un teléfono y entrando a la cabina levanté la bocina y… me quedé dormido.

Desperté con el sonido de unos golpes violentos contra el vidrio de la cabina, abrí mis ojos de poco en poco y pude ver, del otro lado del vidrio, la mirada seria y de pocos amigos de un oficial de policía. Me levanté sigiloso y salí, con un poco… no, con mucha vergüenza

– Buenos… buenos días oficial – dije en voz baja y voz somnolienta – ¿qué sucedió?

– ¿qué hacía durmiendo allí dentro? – dijo el – ¿acaso es un vagabundo?

– No – me apresuré a replicar – de ninguna manera

– Entonces explíquese

– Verá… entré a la cabina a llamar a eso de las tres de la madrugada. Debí tener mucho sueño pues caí dormido sin siquiera darme cuenta

– ¿una llamada telefónica a las tres de la madrugada? – dijo el mirando de reojo – ¿acaso estaba borracho o… drogado?

– Por supuesto que no oficial… de hecho… de hecho había planeado hacer aquella llamada desde las ocho de la tarde aproximadamente

– ¿no cree que hubiese sido más sensato haber llamado cuando tuvo la idea?

– Evidentemente – dije con mirada incomoda

– ¿entonces?

– ¿entonces qué? – repuse confundido

– ¿por qué esperó tanto para hacer su llamada?

– Nerviosismo y miedo – dije con decisión y franqueza

– ¿no estarás muy joven como para temer por una llamada telefónica?

– Nunca se es muy joven para tener miedo

Se quedó en silencio

– Bueno… en fin. ¿Sabías que podría arrestarte por esto?

– No. De hecho no lo sabía

– Bueno. Ahora lo sabes

– ¿debo poner mis muñecas detrás de mi espalda verdad? – dije casi resignado

– No. No esta vez. Solo ten más cuidado donde es que te quedas dormido. Y, a propósito… deja el miedo atrás, eso no trae nada bueno… nunca.

– Así haré oficial – dije sonriendo

El hombre se perdió en la niebla de la mañana mientras yo agradecía este momento de suerte que me había regalado el destino. No pasaron ni cinco minutos y de nuevo el hambre. Revise los bolsillos de mi pantalón de tela y de mi camisa, no tenía ni siquiera un cospel. De pronto una carcajada llenó mi voz

– ¿cómo iba a llamarle si no tengo dinero? – me dije en un murmullo

Caminé por espacio de tres horas mientras cantaba en voz alta. La gente me observaba extraña aunque no sabían que, si yo cantaba, lo hacía para tratar de pensar en otra cosa y no en el hecho de que había pasado una noche completa y casi seis horas del día vagando por la ciudad. A pesar de mis nervios aun sonreía, no sé por qué, cualquier otro en mi posición estaría envuelto en lágrimas y sollozo. Solo pensaba en ella, en que pronto le vería, en que yo conocía la maravilla de su verdad y que a veces quisiera volver a nacer tan solo para amarla otra vez.

Llegué hasta las afueras de la ciudad a eso de las cinco de la tarde, casi me vi sobre una colina de pasto mullido que era resguardada por un árbol inmenso, de hojas multicolores que se mecían felices al viento. El tronco de aquel árbol tenía heridas de amor, heridas de pasión, heridas de ilusiones. En su madera inscritos nombres y corazones, fechas y días. Pensé en que falta me haría un cuchillo para yo también dejar mi testimonio aunque si lo meditaba con detención podía darme cuenta que no debía pues su nombre estaba grabado a fuego en mi mente y eso era todo lo que necesitaba.

Me tendí en el pasto y coloqué mi cabeza en el árbol mientras comenzaba a esperar el crepúsculo. No me había percatado de lo grande que era esta ciudad, aún en un país relativamente pequeño y… ¡qué hermosa se veía! Parecía que mi vista se podría posar por cada avenida, por cada minúscula calle mientras del otro lado las vidas de cada persona eran resguardadas por un gran monte que imponente coronaba mi visión.

Pasaron un par de horas en que no medite en nada hasta que la noche que se acercaba se hizo acompañar por un viento frío y fue entonces que abrí mi mochila para extraer de ella un chaleco rojo. Revise los tres compartimientos de la mochila y de pronto, en uno de ellos, toqué algo extraño, similar a papeles arrugados. Esto me dejó ciertamente sorprendido, por lo que los tomé y los saqué de allí y, para mi sorpresa, se trataba de dos billetes de mil francos que estaban unidos el uno al otro por un recordatorio de color amarillo que rezaba un escueto: “¡buena suerte!” no recuerdo si me ti tiempo a mí mismo para analizar cómo habrían llegado esos dos billetes ahí, lo cierto es que me venían extremadamente bien. Podría comer y beber algo, cosa que necesitaba casi en desespero hace ya dos días, más sin embargo no me marché inmediatamente del lugar sino que solo encaminé mis pasos al ver los rayos del sol extinguirse y dar paso a una luna gentil que menguaba feliz a la vez que el firmamento era salpicado por estrellas que brillaban, algunas tenues otras más fuertemente. Fue en ese entonces y mirando al cielo que me pregunté: ¿cuántas de aquellas estrellas habrían muerto ya? ¿no seremos nosotros como aquellas estrellas… cómo vidas que se pueden desvanecer y que no somos más que un momento en el tiempo? ¿Cómo es que intentamos retener un momento para siempre como creyendo que si dejamos de pensar en el tiempo este se detendrá? Suspiré sabiendo o creyendo creer que tenía suerte, después de tantos años, tanta historia, tantas luchas, guerras y amor entregado ella y yo habíamos coincidido en un mismo tiempo y en un lugar simultáneo. ¿Cómo no agradecer las cuerdas trazadas por el destino? ¿Cómo no tener gracias a ello la voluntad de, cuando las cuerdas de las relaciones humanas se tensionan, poderlo superponer para tener una mejor visión de futuro? Había que agradecer, siempre agradecer.

Bajé a la ciudad forzando la vista en una semi oscuridad que me hacía sentir un tanto incómodo. Demoré una media hora en llegar a la avenida principal, ya con mis pies cansados y mis ojos que a veces querían cerrarse de manera casi automática. Me acerqué a la puerta del primer bar que vi, antes de entrar debí presentar a los guardias mi tarjeta de identificación para acreditar que realmente tenía los veintitrés años que decía tener. Me interné dentro del bar y me senté en una de las mesas del fondo, una mesa de color blanco con unos vasos encima de ella. Esperé, esperé y… esperé hasta que, pasados unos quince minutos una mujer joven se acercó, una mujer de pechos opulentos y cabello descuidado, era la mesera

– ¡hola! – Saludó – buenas noches ¿cómo estás?

– Bien – dije levantando mi mirada levemente – buenas noches

– ¿qué vas a querer?

– ¿que tiene para comer?

Una muesca de duda se dibujó en su rostro

– Está complicado – dijo

– ¿por qué?

– En este bar no servimos comida – repuso – .. Es decir, a veces sí, pero no es la regla

Debió ver la preocupación en mis ojos taciturnos

– ¿tienes mucha hambre? – dijo

– Se lo pondré así – dije – … no como hace dos días

Ella rascó su cabeza por un instante

– Déjame hablar con el encargado – dijo – veré si hay algo en la pequeña cocina

La vi alejarse y perderse por el pasillo del bar mientras llevaba una bandeja de color plateado intenso en una de sus manos. De pronto mis manos comenzaron a sudar, creo que a raíz del nervio, no creía poder soportar mucho tiempo más si no comía algo. Al cabo de unos cinco minutos la vi acercarse de nuevo a la mesa

– Tu suerte empieza a cambiar – dijo

– ¿usted cree?

– Yo pienso que sí. Tenemos patatas fritas y una tierna chuleta de ternera que podemos servirte ¿te animas?

– ¡Por supuesto que sí… me animo de todas formas! – repuse con ánimos

– ¿quieres algo para beber?

– ¿qué tiene?

– Bueno. Hoy tenemos cerveza irlandesa – dijo – Whisky, ron blanco y vodka ruso

– ¿gaseosa tiene? No tengo ganas de beber alcohol ahora

– Eh si… unas pocas botellas tenemos enfriando ahí, como te dije, la gente no viene aquí precisamente a tomar gaseosa o aguas minerales

– Lo sé

– Bueno… solo tenemos bebida de cola y Ginger Ale

– Ginger Ale – dije con amplia sonrisa

– Son 469 francos – dijo

– ¿porque no 470? – inquirí

– Aquí no solemos redondear las cifras

– ¿le pagó de inmediato?

Ella dejó escapar una risa leve

– ¿esta es la primera vez que vienes a un bar?

– De hecho así es – dije sonriendo casi con un dejo de vergüenza – no suelo frecuentar estos lugares

– Me di cuenta. Te explico… primero se come o se bebe y luego se paga

– Gracias

– Voy por tu comida, trataré de volver tan rápido como pueda

Mientras la veía alejarse traté de poner mi mente en blanco, pero realmente no pude. Por un lado la gente riendo, por otro la gente brindando, por un lado la gente abrazándose, por otro la gente feliz, por un lado la gente bailando y gozando la vida, por otro los pasos de la gente que llegaban a dar rienda suelta a su felicidad disfrutando una nueva noche placentera y yo… yo estaba solo, pero al contrario de lo que me hubiese pasado en alguna otra circunstancia, esto no me molestó, me sentía cómodo y por primera vez creo que me acepté a mí mismo y a toda la situación que estaba viviendo y me sentí ciertamente afortunado por la oportunidad de comprender mejor las cosas, realmente no me molestaba el camino difícil, ese es un camino que debemos recorrer tarde o temprano. Después de toda esa es la historia de los seres humanos, o de su gran mayoría y no había más remedio que aceptar lo inevitable del destino.

Mientras meditaba en esto ni siquiera reparé en la molestia que me causaba el humo del cigarro que dominaba la atmósfera del bar y a los parroquianos parecía no importarles aquel detalle. Pero, lo que capturó mi imaginación y toda mi atención fue la música que sonaba. No era Duran Duran ni menos Depeche Mode, bandas tan de moda en estos días, sino algunas de electrónica más dura y agresiva como Borghesia, Cabaret Voltaire, The Neon Judgement o Nitzer Ebb, todos grupos cuya música era bastante difícil de conseguir, no muchos discos se editaban aquí, por ser un país pequeño, sin embargo este detalle hizo que la espera se hiciera efímera y muy placentera, en otra situación quizá hasta me hubiese levantado a bailar un poco.

Pasados veinte minutos y una buena cantidad de temas la chica volvió a aparecer, pude observar el plato sobre la bandeja, tímidamente un humo leve se dejaba ver, muestra de que era una comida fresca hecha en el momento. Pasó el plato sobre la mesa gentilmente para luego dejar a su lado una botella de vidrio de 500 centímetros cúbicos llena de gaseosa. Me observó y luego de dedicarme una breve sonrisa la vi marchar.

Junte mis manos y salivé. Pude haberme comido todo en cinco minutos si así lo hubiese querido más decidí no parecer desesperado. En un lado del plato, el cual era bastante abundante, habían unas patatas fritas en cuya parte superior tenían eneldo esparcido, brillaban mucho como si le hubiesen agregado mantequilla clarificada o algo similar, decidí probar una de ellas con la mano, tenía la cantidad justa de sal y tenían un sabor levemente picante, como a pimienta. A su lado el plato estaba coronado por una gran chuleta de ternera bañada en salsa de carne cocinada a un término medio y, a su lado un guisado que… parecía tener apariencia de Ratatouille pero era un poco menos que eso, tan solo unas verduras salteadas: cebollín, apio, berenjena, pimiento morrón, setas portobello, zapallos italianos y algunas otras más, tenían un sabor delicado y estaban preparadas de tal forma que ninguna de las verduras como la berenjena o el zapallo italiano liberara sus jugos para arruinar el resto del plato. Mientras comía muy lentamente pude percatarme que la chica había dejado dos pequeños cuencos con salsas a un lado de la mesa. El primero estaba rebosante de una salsa color marrón a veces brillante extraje un poco con una patata y, en efecto era una salsa barbacoa de un sabor sutil cuyo dulzor me vino bien. El segundo estaba rebosante de una salsa color rojo vivido, un rojo tan intenso como mis ojos nunca vieron, un rojo como el que se hubiera podido apreciar luego de una temporada en el averno. Su sabor era fuerte pero agradable a la vez, el color engañaba un poco los sentidos pues no era tan picante como parecía, al menos no tanto, no era Carolina Reaper o algo por el estilo, pero tan solo una cucharadita de salsa podría bastar e inclusive sobrar para aderezar todo el platillo con un sabor relativamente intenso.

Después de veinte minutos había acabado todo y mi estómago parecía reventar, me sentía mejor que nunca realmente, mi corazón estaba insuflado de amor y la noche parecía ser más tibia que nunca ahora. Me levanté de la mesa y una luz encegueció mis ojos por un breve instante dejándome paralizado, luego de aquel percance la luz baño mi iris de manera más paulatina y todo volvió a su lugar. La chica se acercó a mí

– ¿cómo estuvo todo?

– Excelente. Lo disfruté mucho ¡gracias! ¿Le puedo hacer una pequeña pregunta?

– Claro. Dime

– ¿tienen duchas en el bar?

– Dame un segundo

La chica se apartó y se dirigió con paso rápido hasta la barra y habló durante unos tres minutos con el dependiente, la vi gesticular mucho con sus manos y luego volvió.

– Hay una ducha de empleados. Úsala – dijo – ve por la escalera, llegarás a un pasillo voltea a la izquierda, luego al final de ese pasillo volteas a la izquierda otra vez y luego la tercera puerta es la ducha, una puerta de Raulí. Es la ducha del turno nocturno de hecho.

Así hice, seguí las indicaciones y al cabo de unos cuarenta y cinco minutos me vi en el mismo lugar en el que había empezado, pero más aseado, tranquilo y con más paz y, sobre todo, con ropa limpia y un collar negro en mi cuello. Me acerqué a la caja y pagué el dinero debido, aunque no incluí la propina y luego de que me dieron un par de billetes y muchas, muchas, muchas monedas, me acerque a la chica y le extendí un billete de ochenta francos, ella lo intentó rechazar pero yo insistí basado en todas las molestias que se había tomado para poder atenderme de una manera correcta. Luego de agradecerle salí de inmediato del lugar.

Fui corriendo hasta el teléfono público más cercano y una vez frente a la cabina un sudor frío llenó mi frente y mis piernas languidecieron entonces me moví unos pasos hacia atrás y gritando con toda mi alma entré corriendo en la cabina y marqué el número rápidamente. Alejé la bocina de mi oído, sonó tan solo dos veces y ella contestó. Gasté todas y cada una de mis monedas por entre cincuenta minutos de una conversación intensa donde le conté todo lo que había sucedido y lo que había atravesado estos últimos días. No sabría decir si mis palabras llegaron a su corazón sin embargo ella me escuchó con plena atención. Llegado un momento con valentía le pregunté por qué había dejado pasar tanto tiempo, porque me había condenado al ostracismo de la incertidumbre, ciertamente entre mis palabras dejé sentir la gran angustia que de pronto hizo presa de mí. La elocuencia de sus palabras me hizo el sentido necesario como para quitarme el peso de cualquier resabio de dudas que mi corazón pudiese albergar. Me reveló que había decidido esperar un tiempo prudente dado que había entendido que una situación como la que se había producido ciertamente me habría sacudido bastante y que sabía que yo no estaría en condiciones de hablar ni con la pertinencia ni la coherencia necesaria dado el nervio que me atacaba en situaciones de esa naturaleza.

Aquella misma noche nos encontramos, llegué a su casa entrada la madrugada, ella me recibió con un cálido beso y una taza de chocolate caliente. Conversamos un poco pero pronto caímos al sueño, ese sueño único en el que me sentí tan protegido como nunca y tan a salvo como siempre lo había estado a su lado. Desperté a eso de las nueve de la mañana y al voltear mi mirada la vi dormir tan tranquila mientras su respiración y ese susurro de sirena danzaba acorde a los latidos de su corazón ¡que hermosa se veía! Esperé en silencio hasta que la vi despertar. Esa mañana hablamos de la problemática de mi situación actual y ella manifestó su preocupación y que a pesar de que quizá no era el mejor momento dijo que me ayudaría, que era el momento de que me quedase junto a ella. Pero también me dijo de que a pesar de que me ayudaría, jamás me haría el camino más fácil pues el camino no se hace solo y aunque me acompañaría de la mano yo sería el que debiera levantarse y trabajar duro por todo aquello que yo creyese merecer.

Y así pasaron siete años, años de lucha y de sinceridad, pero también de confianza.

Seguía amándola como el primer día y, cuando hacíamos el amor, sentía mi cuerpo envuelto por la misma tempestad de la primera vez. Cada día me sentía más afortunado pues comprendía que ella me volvía a elegir cada vez y, para ser sincero no podía evitar sentir que era solo a ella a quien yo quería amar y servir para el resto de mi vida y de su vida. Tuvimos varias desavenencias durante este tiempo, como cualquier pareja, pero jamás discutimos pues yo siempre cedía… ella siempre terminaba por tener la razón y si ella era feliz yo no tenía para que guardar nada en mi corazón, mientras ella fuera feliz yo estaría para ella siempre y yo también sería el hombre más feliz de su cariño y su amor.

Sentía que había triunfado, sentía que al amor había luchado por nosotros con todo su fuego y nos había ayudado a vencer, a superponer todo lo sucedido durante este tiempo y por fin ya no había nada de qué arrepentirnos ni cabos sueltos que atar.

Un día, mientras volvía del trabajo, pasé a la joyería de la ciudad y adquirí un hermoso y vistoso anillo y así, sin proponérmelo y casi sin pensarlo le pedí su mano en matrimonio y al escuchar su respuesta mis ojos se enjugaron en lágrimas de júbilo mientras caí a al instante a sus pies descalzos y, besándolos, le agradecí tal y como siempre lo hice, le agradecí por tanto, le agradecí por hacer realidad mi mayor sueño y por haber aceptado acompañarme aún en el momento más indeterminado de mi vida. Pero nada de esos momentos difíciles valían algo ahora, pues por fin éramos solo ella y yo.

Esa noche fue una verdadera luna de miel anticipada llena de amor, lujuria, placer, tiernos besos y abrazos sinceros, pero aun luego de desfallecer de cansancio ya muriendo la madrugada y mientras ella caía en sueños, mis pensamientos no podían evitar meditar en mis padres pues, de cualquier modo, aun me preguntaba qué sería de ellos y si es que ellos siquiera seguirían con vida, aunque algo en mi corazón me llevaba a creer que estaba mucho mejor sin ellos y que ellos ya me habrían olvidado para siempre de sus vidas.

Un ocho de septiembre de 1994 fue el día, ese día tan esperado, ese día de que niño añoré. Decidimos no hacer una boda en una iglesia, ella no profesaba fe alguna y realmente yo no quería hacerle sentir incómoda, decidimos casarnos tan solo por términos legales. Aquel día al despertarme ella se había marchado, yo me coloqué el traje que me había comprado especialmente para la ocasión y marché, al contrario de lo que yo mismo intuía no iba tan apurado como podría haberlo estado. Al llegar al lugar entré lentamente, como creyendo que ella no estaría allí sin embargo me equivocaba pues ahí ella estaba, ataviada con un hermoso color negro, un vestido que se asemejaba a una enagua, pero mucho más elegante y sus pies estaban coronados por unos hermosos zapatos de tacón, se veía tan bella, tan sensual… ella sabía seducirme sin decir una palabra, sin siquiera mirarme pues aun su silencio me parecía profundamente erótico y mientras ella me observaba con ojos decididos yo volvía a leer las palabras escritas en su muñeca y, quería creer como siempre, que esas palabras me hablaban a mí. Ensoñaba sabiendo que al fin del día podría sentir que ella desgarraría mi carne mientras, postrado a sus pies, yo podría rogarle tan solo por un poco más de ese dolor tan placentero, ese que me despojó de toda razón y me obligaba y me convertía en uno solo junto a su piel y a su propia carne. Tan solo quería ser su esclavo, ese esclavo que desde hoy se había convertido también en su esposo feliz, pues bien sabía que ella deseaba cada gota de mi sangre, quería cada parte de mi cuerpo para sí, así como yo, al verle, no podía evitar imaginar la noche que vendría, que la vería desnuda y podría entregarme a ella dando todo de mi para verla sonreír.

Al momento de dar el sí nos besamos, yo le besé como si nunca lo hubiese hecho, como si una parte de mi hubiese querido sorprenderle. No me importó el hecho de que no hubieran aplausos, que no hubiera vals, no me importó nada. Ella no quería hacer de este día especial un maldito circo y yo tampoco lo deseaba así

Salimos a las afueras del lugar tomados de la mano, ella me tenía tomado fuertemente, de una manera como nunca había hecho antes. Allí nos esperaba un auto rojo, no era del año ni mucho menos, pero eso no podía importarme en un momento como este. Abrí la puerta, ella entró, sonreí y cerré la puerta de manera gentil. Todo estaba consumado, la guerra había terminado, habíamos vencido y nuestras heridas serian sanadas por el amor. Pero, antes que pudiera subirme pude escuchar

– ¡Hey!

Me volteé… y pude ver a mi padre, a mi madre que me saludaban vestidos de manera fastuosa. Mi rostro palideció

– ¿qué sucede? – preguntó ella

– Mi amor… mi amor… son mis padres

Ella me observó extrañada

– ¿estás seguro?

Yo asentí con la cabeza

– Muy bien – dijo – tienes cinco minutos. Sabes de sobra el porqué

– Por supuesto que lo se mi amor – dije – vuelvo lo más pronto que pueda

– No lo más pronto, en cinco minutos

Sonreí y camine hasta estar frente a mis padres, para mi sorpresa no los vi más viejos, ni siquiera con su pelo cano, pero no quise hacer ninguna pregunta de ese tipo

– Hola – dijo mi padre

– Hola – dije

– ¿qué haces aquí? – dijo mi madre

– ¿no es evidente?

– Creo que no llegamos a tiempo a tu boda

– ¿cómo supieron que me casaría hoy?

Se miraron, pero no dijeron nada

– ¿cuál es el nombre de tu esposa?

– Lisa – dije orgulloso – me casé con Lisa ¿la recuerdan?

– Si – dijeron ambos con una sombra en sus ojos que delataba tristeza

De pronto ambos me abrazaron con lágrimas en sus ojos

– Te ruego nos perdones pues hoy nos hemos dado cuenta que te fallamos – dijo mi madre

– No creímos en ti ni en ella y hoy, podemos darnos cuenta que aquel amor era sincero – dijo mi padre – nos privamos de tantos años de amor y vida tan solo por un estúpido orgullo, supongo que no siempre se tiene la razón

– Triste que debieran pasar los años para que pudiesen caer en la cuenta de aquello

– Triste… realmente lo es – dijo mi madre

Mi padre sacó un papel y lo puso en mi mano izquierda

– Ten esto. Si algún dia quieres buscarnos puedes hacerlo – dijo el

– Esperamos que quieras – repuso mi madre con voz quebrada

Una sonrisa tenue se dibujó en mi rostro

– ¡Estamos orgullosos de ti hoy! – dijo mi padre

Dicho esto los vi marcharse y volví al auto. Una vez arriba la miré

– ¿qué puede decirme del día de hoy mi vida? – dije

Ella me dio un beso en la frente y solo dijo antes de guardar silencio:

– Quo Fata Ferunt

Demoré años en comprender el significado de aquella frase, quería decir “donde el destino nos guíe” . Me sentí completo, sentí que, desde hoy en adelante comenzaría a vivir ese anhelado sueño, que le volvería a jurar amor hasta morir, pero, por sobre todo, comprendí que tendría todo el resto de la eternidad para perderme por siempre en sus ojos encendidos.

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