Esa fue una de esas mañanas extrañas. Desde que cerré mis ojos no quería despertar, pues sabía que ese día sería el último en el que despertaría a su lado. La noche anterior habíamos dejado en claro el final de nuestra historia. Supimos que no pudimos soslayar los problemas que se presentaron durante toda nuestra relación.
Ya no compartíamos los mismos anhelos, la llama del deseo se había apagado hacía mucho. Había mucho amor entre los dos, había tanto amor para entregar, había tantos besos aún para dar. Pero, simplemente todo se había convertido en una de esas incógnitas que ninguno sabía cómo resolver.
Esa noche la soñé tanto: soñé preguntas, fragmentos de sueños que había tenido años atrás. No quería seguir con esto, yo la amaba, pero bien sabía que si había un culpable de este día, sin duda sería yo. La monotonía se había posicionado por entre nuestras intenciones. Olvidé la última vez que le dije que la amo, olvide la última vez que le tomé de las manos, olvidé la última vez que le dije que sin ella no puedo vivir.
Maldije mi orgullo imbécil, ese orgullo que siempre me han incitado a tener y valorar. Mi padre siempre decía que un verdadero hombre jamás debía demostrar sus sentimientos, que un verdadero hombre debía tener su orgullo en la más alta estima. Debe ser por lo mismo que mamá lo dejó después de unos pocos años de casados para luego, convertirse en un misógino sin ningún remedio. Recuerdo recién comenzando esta relación el solo me miró y dijo sin ningún asomo de interés
⦁ ¿qué haces gastando tu tiempo con esa? – dijo despectivamente – no seas imbécil y quédate solo. Las mujeres no sirven para nada. Una mujer lo único que hace es robarte tiempo, dinero y energía y ¿para qué? ¡para nada!. Llevo tantos años separado y no necesito de ninguna mujer. Estoy bien solo. Y, si me preguntas una opinión honesta… realmente te compadezco
Recuerdo haberme molestado mucho con él ese día, de hecho, estuve unos tres meses sin hablarle. Mi madre no dijo nada, nunca demostró un interés especial porque yo consiguiera una novia.
Esa noche le di un beso de buenas noches, un beso breve y tan frío como el hielo, un beso lleno de dudas y de temor.
Tenía… un… no tenía la certeza de que ella aún me amara. Me hacía falta su amor, tanta falta, me hacía falta compartir un te amo, me hacía falta oír su voz con más frecuencia. Durante estos días hablábamos cada vez menos, solo nos mirábamos con ojos tristes. Ella me miraba, yo la miraba y, cuando intentaba hablar, ella, con una seña me hacía guardar silencio. He pensado que quizá ya no había nada de qué hablar. Cada día transcurría tan lento y siempre igual, de casa al trabajo, del trabajo a casa. Debí haberle invitado a comer un día, al cine un día… debí… debí…
Al despertar, ella no estaba a mi lado, había marchado al trabajo. Eran las nueve de la mañana y decidí no ir a trabajar. Pasado un rato comenzó a sonar el teléfono, sonaba como una risa macabra en mi cabeza. Me levante y contesté
⦁ ¿qué quiere? – dije cortante
⦁ ¿qué pasa que no has llegado a trabajar? – dijo la voz
⦁ no estoy bien. No iré… no me moveré de aquí. Pueden despedirme si quieren
La voz seguía hablando, pero yo colgué la bocina. Acerqué una silla y me senté a su lado. Observé el teléfono por espacio de cinco minutos, esperaba que sonara de nueva cuenta. Recordé cuando nuestra relación comenzó, escuchar el sonido penetrante del teléfono era una delicia pues, cada vez que levantaba la bocina podía escuchar su voz, siempre su voz. Era ella preguntando como iba mi día, era ella diciendo que me amaba, era ella diciendo que anhelaba un abrazo.
Trato de precisar dónde es que nuestro camino se bifurcó, donde es que la brújula del amor dejó de acompañarnos, donde es que nuestra relación dejó de ver el sol. Buscar una respuesta no me serviría de nada ahora, las cosas del amor son así. Me desesperaba saber que en cuestión de horas ella saldría para siempre de mi vida. Recuerdo que un vagabundo, luego de entregarle una mísera moneda me entregó una extraña moraleja:
⦁ La gente jamás es para siempre en el juego de azares que es la vida. Todos van y vienen. Al final de cuentas siempre iremos solos. Sólo cuando encuentres esa alma gemela, solo ella te acompañará, solo aquella persona será la incondicional. Triste es que la vida te da muchos golpes antes de poder encontrarla, incluso cuando hay quienes mueren buscando
Nunca me expliqué por qué él me daría un consejo sobre amor. Intenté… mucho rogué para intentar entrar en su mente, para saber cuál palabra podría salvarme de este destino que parecía estar sellado de antemano.
Miré por la ventana y me pregunté, me pregunté muchas cosas. Caía lluvia esa mañana. Vi caer lluvia roja, lluvia que quemaba nuestros corazones y amenazaba con separar nuestros caminos.
No quería creer que ella, al fin del día no sería recordada más que como un simple número en mi vida. Yo solo sabía amarla a ella, no quería buscar, no quería encontrar. Solo la quería a ella, pero el tiempo me apremiaba. Cada segundo me parecía eterno, cada minuto tan tortuoso como la peor de las incógnitas. Mi cabeza se revolvía a cada instante, mi mañana no era más un recuerdo de tiempos mejores, inclusive decir hola me hubiese supuesto una gran dosis de trabajo.
¿Se habría acabado mi turno en su vida? ¿Para ella sería tan difícil decir adiós como lo es para mí? Tomé mi cabeza con las dos manos comprendiendo que, cuando ella me faltara, todo sería distinto en mi vida.
¿Cómo volvería a casa de mi madre con el corazón sangrando entre mis manos? ¿Cómo podría volver a darme una nueva oportunidad de amar? Nada reemplaza esa calidez, nada reemplaza ese sentimiento. Maldito sea el día en que lo di todo por sentado, maldito sea el día en que pensé en que ella no necesitaría escuchar de mi propia boca cuánto le amaba, maldito sea este día que podía ser el último
En la calle pude ver a una pareja caminar de la mano. Parecían estar tan felices, se miraban entre sí y sonreían, se miraban entre si y se abrazaban, se miraban entre sí y se regalaban largos besos, mientras, el resto de las personas seguían su marcha sin poder observar con un poco de curiosidad aquella escena.
Sentí, quizá por primera vez en mi vida, una envidia enfermiza. Quería… Anhelaba… deseaba lo que ellos disfrutaban. Sonreí cuando me dije a mi mismo que, no importa cuánto lucharan, terminarían exactamente igual que yo, destrozados y ciertamente quebrados por dentro, que más temprano que tarde deberían mendigar un beso en otros labios, que más temprano que tarde se lamentarán del tiempo perdido, de ese tiempo que jamás podrían recuperar.
Quería creer que podría ser capaz de robarle un beso, aunque efímero, un beso al final del camino. Que nos besaríamos con el alma de esa primera vez, que encontraríamos una razón para abrazarnos, que solo necesitaríamos nuestros ojos para hablar el indescifrable lenguaje del amor.
Mirándome frente al espejo sentí frío… Sentí una breve angustia mientras me daba cuenta que por primera vez en años tenía muchas cosas que decirle, que hubiera caído a sus pies y los hubiese besado con total sinceridad. ¿Que era empezar otra vez? ¿Recomenzar era humanamente posible o solo era un sueño implausible? si la luz encegueciera mis ojos ¿ella me ayudaría a ponerme de pie otra vez?
Comprendí las probabilidades, comprendí que el amor no era más que un juego de voluntades. Era un juego maldito, guardaba un parecido tétrico con la ruleta rusa. Mientras uno de los dos continua con su vida como si nada, otro se quedaría parado en la lluvia, con todo el resto de la vida para sufrir y recordar.
Me vi sentado en el parque, solo. Me vi empapado en sangre mientras esperaba la hora. Esa hora de volver a casa. Soñé con los ojos abiertos. Soñé que ella me amaba otra vez, soñé que juntos éramos capaces de levantar vuelo tomados de la mano, soñé que éramos capaces de perdonarnos y volver a ser quienes fuimos. Más sin embargo parecía que era solo en sueños donde podía sonreír, pues tan solo en mis sueños ella parecía amarme.
He pensado en su frialdad, esa frialdad que a pesar de haberme enamorado, llegado un tiempo se volvió herida en mi corazón. Realmente por primera vez contemplé la idea de que cabía la probabilidad de que yo no fuera el único en su vida. Quizá este tiempo de descuido había puesto una lápida definitiva a nuestra historia. No quería imaginarla en los brazos de otro, no quería imaginar que otro la arrullaba, no quería imaginar… no quería imaginar.
Cada pensamiento despertaba en mí una inusitada ira, por un segundo sentí que por ella sería capaz de matar, podría pasar una eternidad confinado tan solo sabiendo que ella me esperaría solo un segundo más.
Como el más venerable anciano, observé a la gente pasar, pasaban rápidamente y vestidas con suntuosos abrigos combatían ese frío que ya no me estaba tomando el tiempo de sentir, ya no sabía qué era lo realmente importante en mi vida.
Pasaron unas horas, varias horas en las que no hice más que respirar, no sentí, no pensé, solo observé con los ojos bien abiertos, tan abiertos que apenas di cabida a un par de pestañeos.
Caminé, caminé y caminé por entre medio de la ciudad. Al norte, al sur, al este, el oeste. Caminé mucho, durante horas, aun cuando mis pies dolían. Me pareció extraño, más que nunca extraño el hecho de que la ciudad parecía estar vacía: El bar estaba cerrado, en la iglesia no se escuchaba el canto de los feligreses, la universidad había cerrado por duelo. No había nadie. Por un segundo me pregunté qué habría sido de toda la gente. No era día de fiesta ni un feriado. Parecía que todo esto sucedía sin razón aunque, hace tiempo que no me preocupaba por la razón de las cosas.
Si caminaba… Algunos caminaban como un ejercicio diario, otros caminaban de la mano con un nuevo amor suspiro tras suspiro, otros caminaban visitando esas maravillas arquitectónicas que se encontraban en el casco histórico de esta antigua ciudad. ¿y yo? yo caminaba casi como un método encubierto de procrastinación. No, no era encubierto, creo que cualquiera que hubiese visto mi rostro, que irradiaba nerviosismo y miedo hubiera creído, hubiera sabido que estaba huyendo de algo.
Habré caminado horas bajo la lluvia sin ningún rumbo. Mi obstinación me acarrearía una segura neumonía pero no, me negaba a llegar. No quería ver su rostro, no quería verme obligado a decir adiós, no quería volver a enfrentar una derrota segura pues algo me decía, este sería una tarde que mi corazón no podría olvidar jamás.
Eran las seis de la tarde y el sol se despedía mientras subía las escaleras camino al departamento. Frente a la puerta, con las llaves en la mano dudé un segundo ¿podría desaparecer ahora? ¿Podría decirle a mi madre que no fui más que una víctima de una arpía manipuladora? ¿Podría mirar a la cara a mi padre y decirle que tenía razón? ¿Podría dar vuelta la página? la respuesta a todo aquello era un contundente no lo sé
Introduje la llave en la ranura y di la vuelta lentamente, muy lentamente. Mis manos temblaban y sentía un sentimiento urgente de vomitar, mi corazón quería detenerse mientras mis piernas temblaban, casi como si fuese a caer de rodillas frente a la puerta. Por un segundo quise pensar que ella no estaría en casa, que ella no volvería jamás, pero este era su hogar, si había alguien que debería dar la media vuelta, era yo.
La puerta se aflojó y la comencé a abrir lentamente, la puerta rechinaba con un sonido horrible, un sonido metálico que… no había escuchado sonido más desagradable en toda mi vida. No quería creer que ella hubiese advertido mi presencia.
Cerré la puerta tras de mí lentamente y en silencio, para luego sentarme en el sofá. No sabía qué sentir. No sabía si sentirme aliviado, si sentir miedo o tan solo resignarme al destino que hoy me tocaba vivir.
Llamé su nombre y nadie contestó, pero antes de respirar aliviado la escuché llamarme desde la habitación
⦁ ¿estas ahí? – ella preguntó
Tragué saliva al borde del colapso
⦁ así es… así es… aquí estoy
⦁ te estaba esperando
Ella, por algún motivo pareció conocer mi incertidumbre
⦁ no te atrevas a salir corriendo esta vez – dijo – solo ven… acércate
Comencé a dar pasos tímidos, como albergando la esperanza, como no sabiendo que solo me bastaban quince pasos desde la puerta de la casa hasta llegar directamente a su lado, como siempre debió haber sido.
Al entrar a la habitación la vi sentada en la cama, me observó con los ojos llenos de lágrimas. Yo la observé, ella me observó, y fue así por mucho tiempo, hasta que repare en la maleta que estaba en el piso, una maleta café que tenía inscrito mi nombre en letras pequeñas.
⦁ ¿y esa maleta? – pregunté haciendo … queriendo hacerle creer que no lo sabía
⦁ es tu maleta – dijo ella en un sollozo – ahí está tu ropa
⦁ ¿por qué? – pregunté
⦁ te he ahorrado… te he ahorrado… ahorrado el dolor de arrancar pedazos de todo este tiempo juntos
Me acerqué y tomé la maleta. Ella explotó en llanto, un llanto silencioso pero sostenido, un llanto profundo. Me senté a su lado y le sonreí
⦁ ¿así es como imaginaste que todo acabaría? – preguntó ella
⦁ no. Yo no creía que todo esto fuera a terminar algún día – dije sonriéndole
⦁ nada termina – dijo ella miró a todos lados – … pero yo… no creo eso ahora
⦁ ¿en que nos equivocamos?
⦁ quizá en algún minuto dejamos de creer que amarnos era algo importante
⦁ ¿cómo no iba a ser importante?
⦁ no lo sé. Luego que nos mudamos juntos dejamos de prestarnos atención. Quizá no nos teníamos en mente el uno al otro
⦁ ¿una mujer tiene orgullo? – pregunté
⦁ un orgullo tan idiota como el orgullo masculino – dijo ella de manera sincera
⦁ ¿entonces todo esto ha sido cuestión de orgullo?
⦁ probablemente
⦁ entonces… ¿cómo volver atrás?
⦁ no lo sé – dijo ella
⦁ ¿alguna vez te herí?
⦁ ambos nos hemos herido mutuamente. De hecho hubo un momento en que las últimas palabras que quedaron fueron justamente aquellas… las palabras que hieren
⦁ tú me heriste con tu frialdad
⦁ tú me mataste con tu indiferencia – dijo ella
⦁ ¿tendré yo la culpa? si fuese mía, la aceptaría con total libertad – dije
⦁ la culpa es de los dos – dijo ella en un suspiro largo – una relación es algo entre dos
⦁ quizá nos apresuramos
⦁ mi abuela siempre decía que si se vive apurado, de igual forma se muere… nuestra relación siempre estuvo destinada a morir
⦁ ¿la pasión y el deseo inicial fueron mortales?
⦁ lo más probable
Yo sequé las lágrimas de su rostro y la abracé, fue un abrazo bonito pero cargado de un aura maldita, cargado de dolor
⦁ tienes a otro ¿no es verdad? – pregunté sin asomo de nervios
⦁ lo cierto es que podría – dijo ella
⦁ sé que podrías. Eres hermosa – le dije
⦁ es una lástima que me lo digas ahora – lo dijo con una mirada triste
⦁ …¿yo?
⦁ ¿por qué habría de engañarte? … ¿y qué tal tú?
⦁ tú eres la única mujer que he amado en mi vida. ¿cómo podría engañarte si veo tu rostro dondequiera que voy?
Ella me miró fijamente, me dio una bofetada fuerte y tomándome del cuello dijo con inusitada ira:
⦁ si sentías eso ¿por qué mierda me lo dices ahora? ¿crees que no me duele saber que tus sentimientos son sinceros?… ¿acaso quieres terminar siendo un misógino como el estúpido de tu padre o un loco amargado como ese intento de mujer que es tu madre?
la miré extrañado, nunca la había escuchado expresarse así de nadie, aún mientras estuviese completa y absolutamente frica … ciertamente me sorprendió
⦁ ¿crees que debo tomar ya mi maleta?
Ella no dijo nada, solo la tomó y me la entregó. Tenía un nudo en la garganta que no me permitía hablar
⦁ ¿quieres que te acompañe abajo? – dijo
Yo asentí con la cabeza
⦁ ¿quieres llamar a un taxi? – preguntó
⦁ no… no… no – dije – creo que es mejor caminar. Tengo mucho que pensar
Al llegar abajo fuimos recibidos por un trueno y un relámpago que nos iluminó con una luz breve pero potente
⦁ ha llegado la hora – dijo ella
⦁ es hora de decir adiós
Nos regalamos un beso, un último beso, un beso de aquellos que rememoraba una historia, un beso tan potente, bastante apropiado para sellar un final
⦁ nunca me olvides – dijo ella
⦁ jamás lo haré … siempre estarás conmigo
Tomé mi maleta y camine algunos pasos. Luego miré hacia atrás y le dedique una pequeña sonrisa mientras ella decía adiós con un ademán. Caminé un par de metros y nuevamente me di la vuelta para observar, pero ella ya no estaba allí.
Me quedé quieto en medio de la oscuridad de la noche. No podía caminar a pesar que lo intentaba, había quedado estático, no sé si de miedo o de frío
Pensé en que sería de mí ahora. No quería volver con mi padre y decirle que todo había terminado con ella, no quería que me dedicara una letanía eterna sobre el hecho de que tenía la razón. No quería volver con mi madre para que me recordara que el amor siempre triunfa. Pero hoy, al parecer hoy no era esa ocasión. Al parecer solo me quedaría guardar en mis recuerdos todo lo hermoso de este amor, esos recuerdos que habría de atesorar el día de mañana.
El reloj indicaba las dos de la madrugada y aún seguía parado en medio de una de las avenidas principales de la ciudad, ni siquiera me había planteado la posibilidad de que me podían robar, aunque eso era lo último que me importaba.
No hay automóviles por las calles ni personas caminando, no hay un sonido, solo el rumor sordo del viento serpenteando a través de la noche. Solo la parca llevando tras de mí la guadaña de la soledad, a veces parecía que era esa misma soledad un castigo aún más terrible que la muerte más trágica, una muerte digna de Moliere.
Recordé una cafetería que estaba a la vuelta de la esquina y siendo así, encaminé mis pasos en esa dirección y no tarde más de cinco minutos en encontrarme en el frontis de la misma. Era una cafetería como cualquier otra, en una ciudad como cualquier otra. Al entrar, intercambié una pequeña sonrisa con el cajero quien correspondió ese saludo sin muchas ganas y entre bostezo y bostezo
Me senté en una de las tantas sillas tan incómodas, no pasó mucho tiempo para que una mujer de paso firme se acercara para tomar mi orden
⦁ ¿que desea? – Preguntó de la manera más cortés posible
⦁ ¿qué puedo comprar con 48 liras? – dije con ojos suplicantes
⦁ un café y una rebanada de pastel
⦁ ¿selva negra?
⦁ si así lo prefiere… por supuesto
⦁ muy bien. Que sea un café bien cargado con una rebanada de pastel de selva negra. Tenga, le pago al instante
Pude intuir cierto desgano por parte de la chica, pero no dijo nada. Pasados cinco minutos el pastel llegó ante mí junto con una taza de humeante y tibio café.
⦁ disculpe – interpelé a la chica – ¿por casualidad tiene el diario de hoy?
⦁ permítame revisar – dijo ella – se lo facilito en un momento
la chica se dirigió a una mesa que tenía por lo menos un metro de revistas y periódicos de quizá cuánto tiempo atrás. Pero…
⦁ … está de suerte señor – dijo ella – aquí tiene el periódico de hoy… bueno, en rigor el de ayer.
⦁ muchísimas gracias – dije mientras lo recibía
Lo comencé a hojear con pocas esperanzas. De nuevo el ataque terrorista del día, el nuevo bombardeo en El Líbano. Mientras, en las páginas interiores de nuevo ese sentimiento casi pseudo apocalíptico de la destrucción mutua asegurada, no me quedaba duda, era un día normal de septiembre de 1986
Hojeé bastante el periódico sin detenerme a leer prácticamente nada. Para ser franco, me indignaba que todo estuviese tan mal y me indignaba el hecho de las pocas expectativas que la gente parecía tener. ¿Qué hay si esa amada carta no llegaba? ¿Qué hay si el televisor a perilla se rompía? ¿Qué hay si en algún bunker soviético alguien apretaba el botón? sonreí al pensar que Enver Hoxha hubiese tenido razón.
Me dirigí a la parte final del periódico, ahí, como siempre, esperaba la sección del horóscopo. No creía nada de lo que decía, pero siempre me había tocado… me había reído bastante. Realmente no podía concebir que todas las personas del mundo que hubiesen nacido en determinada fecha les pudiesen suceder lo mismo, al mismo tiempo. Era casi una… una… era ver la vida de una manera poco determinada… o más bien, de una forma tan relativista que me daba asco.
Llegué hasta Aries, aclare mi garganta dispuesto a una risotada que hiciese olvidar mis problemas. El presagio me llenó de ira: “hoy será el día tan esperado por ti y ese alguien tan especial en tu vida”
Quería gritar, por primera vez sentí rabia, sentí como si el frío de un millón de lunas me envolviera, como si alguien en algún lugar estuviese intentando jugar conmigo. Como si el mañana nunca fuese a llegar.
Miré mis manos y pude ver arena, arena que se desvanecía al mismo tiempo que sentía la tibieza de la sangre que escurría por mis manos, casi como si hubiese sido objeto de un corte profundo con alguna arma blanca.
La sangre brotaba a la par con mi dolor, la arena escurría tanto como yo la extrañaba, tanto como me sentía un cobarde incapaz. De pronto un pestañeo: mis manos estaban limpias, casi brillantes. Mis ojos me jugaron una alegoría que no hubiese podido soportar si no se hubiese extendido por un tiempo exacto.
No me sucedió nada, pude intuir que la chica me observaba, yo le dediqué una sonrisa nerviosa. Ella lo pensó, pero no lo dijo
⦁ todo está bien – dije mientras acomodaba mi chaleco
Me levanté y salí rápidamente del local, decidido a que aquel presagio se hiciera realidad. Entendí que esta tarde no había sido nada más que un cobarde, un imbécil cobarde, un cobarde que no pudo ver que quien me empujaba a dejarla no era una falta de amor, sino un orgullo injustificado. Era más fácil despedirme y tratar de hacer que nada de esto había ocurrido que… que admitir que si había amor, aún nos quedaban cartas en la mano, que podríamos subsanar todos estos errores y hacer de esta historia una de esas que recuerdas para siempre, una de esas con un final feliz, una de esas que traen consigo aquel abrazo cálido y apretado que solo entregas mientras revolotean mariposas dentro de tu estómago. ¿Era prudente dejar que las cosas se enfriaran? es cierto que una vez le dije que yo era una persona que amaba el amor. Recuerdo haberle demostrado tantas cosas así como ella me dio a conocer realidades que jamás hubiese podido percibir en soledad, realmente no sé qué es lo que olvidé. ¿Quizá olvide ser más instintivo? ¿comencé a pensar demasiado las cosas? no podría pasar una noche más si no estaba a su lado, si hubo alguna vez que conocí la soledad, pude darme cuenta que de lo poco que podía ofrecerle, también era demasiado: una total y completa dependencia. Recuerdo las noches en que despertaba llorando por haberla visto morir en mis sueños y ella con sonrisa tierna me acariciaba, me arrullaba, ella sabía exactamente qué era aquello que yo necesitaba en ese momento: sus manos tiernas, su voz susurrante, su abrazo a veces casi violento, y esa caricia que me entregaba toda esa paz y tranquilidad que tantas veces me faltaba.
Las calles se sucedían otra tras otra, una y otra vez, una cuadra, tres, quizá seis. Caminaba tan nervioso que no me di cuenta cuanto había caminado al marcharme. La cafetería no estaba a la vuelta de esa esquina sino que, prácticamente, al otro extremo de la ciudad. Medite sobre tomar un tranvía pero habían dos problemas para eso: primero, eran casi las cuatro de la madrugada, segundo: no creo que a esta hora el servicio estuviera aún activo. Me acerqué a una de las paradas del tranvía y observé el pendón. En efecto, el servicio terminaba a las once de la noche.
Habré demorado alrededor de dos horas en llegar al mismo lugar del que me había marchado unas cuantas horas antes, seis de la mañana y una gripe de los mil demonios, toda una tarde y noche bajo la lluvia lo justificaban.
Subí al tercer piso y sin pensarlo me quedé frente a la puerta buscando las llaves en mis bolsillos, como había hecho tantas veces antes, sin percatarme que le había devuelto las llaves. Al darme cuenta de ello, me sentí estúpido.
Dudé sobre muchas cosas, quizá entre los dos aún ardía una pequeña flama, pues, cuando hay amor ciertamente el fuego sigue presente, a veces de distinta manera, pero me encargaría de hoy en adelante de que nuestra relación fuera tan cálida como una hoguera y tan apasionada como el sueño más salvaje.
Estaba seguro de que tendría una segunda oportunidad, todo el mundo merecía una, así como todas las parejas enfrentan una crisis eventualmente y es, solo el amor, es solo ese sentimiento tan hermoso el que puede lograr lo imposible, el que puede lograr que dos corazones se reencuentren y puedan amarse como la primera vez, el que puede lograr que dos corazones puedan redescubrirse nuevamente y aprender.
Por un segundo recordé cada segundo de nuestra historia, fue casi como un pestañeo, recordando cosas que incluso yo creí haber olvidado. Toqué la puerta dos veces, como siempre solía hacerlo. La puerta no tenía un ojo para mirar quien estaba fuera por lo tanto supe que ella debería abrirla de manera obligada. Nadie abría, no se necesitaba ser un genio para saber que estaría durmiendo.
⦁ ¿porque esta mierda no tiene timbre? – dije en voz baja – … eso me saco por insistir en vivir en un lugar antiguo
En ese momento me di cuenta…
⦁ oh… es cierto – me dije – … ya no vivo aquí
toqué tres veces, luego dos veces más, quizá con poco anhelo de que ella abriese la puerta… no, anhelo lo es la palabra correcta… esperanza es la palabra. De pronto escuché pasos provenientes de adentro, inclusive la escuché maldecir, maldecir de esa manera tan especial que tanto me agradaba.
Abrió la puerta y me observó mientras yo le sonreía. Ella dio unos pasos hacia atrás como si se hubiese asustado
⦁ ¡mira cómo estás! – dijo ella tomando un cobertor de la silla del comedor – te ves terrible. Entra… entra – dijo ella acercando una silla para poder sentarme
⦁ gracias
Ella se sentó a mi lado
⦁ ¿qué haces aquí?
⦁ vine a hacer lo que debo… he venido a renunciar a mi orgullo… he venido a ser valiente… he venido a hacer lo que debí hacer hace mucho tiempo… a cambiar las cosas. He venido a pedir… a rogarte una nueva oportunidad. Sé que puedo demostrarte mi amor y alejarme de esta maldita rutina que ha venido a asesinar nuestra relación
⦁ ¿por qué ahora y no antes?
⦁ debí perderte para comprender cuanto te amo. Pero ahora estoy aquí, tan mojado como un pájaro y tan honesto como un ebrio o un inocente niño. Se… nos merecemos una nueva oportunidad. Yo te amo… ¿y tú me amas?
Ella me observó y dijo
⦁ sabes que no me gusta hablar de eso
⦁ dime si o no – dije
⦁ Si… sabes que te amo – dijo ella – pero bien sabes que nunca lo digo. Siempre sub entiendo que tú lo sabes y… deberías saberlo, no estarlo preguntando tal y como si no lo supieras. Si no lo sabías es porque eres imbécil – dijo ella decidida
⦁ entonces… ¿hago bien estando aquí?
⦁ depende que vengas a buscar – dijo ella
⦁ vengo a rogar tu perdón. Si nos amamos no hay razón para separarnos. Sé que puedo cambiar el curso de las cosas
⦁ ¿sabías que mientras las cosas más cambian, más igual permanecen?
⦁ no puedo morir sin hacer el intento – dije – solo necesito una oportunidad
⦁ ¿no crees que la lluvia roja que ha quemado nuestros corazones nos ha dado una fecha de término que no podemos revocar? – dijo ella
⦁ Incluso el corazón más dañado puede encontrar la redención en el amor – dije sonriéndole
⦁ no se vive del amor ¿lo sabes?
⦁ es probable. Pero, sin embargo, el amor es el perfecto complemento para vivir una vida feliz. Desde que nos conocimos yo perdí la cabeza por ti… perdí hasta mi sentido común y eso tan solo por poner todas mis energías en amarte. Y si, tienes toda la razón. No quiero terminar como mi padre, que ya perdió la esperanza ni sentir que mi madre me sermonee diciéndome que perdí a una chica que si me amaba sinceramente
Ella se levantó de su asiento, cerró la ventana y volvió
⦁ ¿quieres un trago de algo?
⦁ ¿un trago? ¿a esta hora? .- dije
⦁ ¿te estoy preguntando la hora? – dijo algo molesta – ¡te pregunté si querías un trago!
⦁ si – dije – … está bien
⦁ ¿qué?
⦁ Aperol – dije
⦁ ¿un vaso?
⦁ con lo nervioso que estoy…. me tomaría la botella completa – dije sonriendo
Ella me sonrió de vuelta y se dirigió a la cocina. Volvió al cabo de unos tres minutos con un vaso largo lleno de Aperol con tres hielos en su interior
⦁ espera un segundo a que se enfríe un poco – dijo – … y disfrútalo, porque será el único que te daré
El primer sorbo me alivió por dentro, sentí que el fuego que me quemaba por dentro se aplacó un poco, aunque mi sangre aún hervía
⦁ ¿realmente lo crees? – dije mientras observaba sus piernas y sus sensuales pies
⦁ ¿si creo que?
⦁ eso de que mientras las cosas más cambian, más igual permanecen
⦁ eso decía esa canción que colocabas hasta el hastío ¿no?
⦁ ¿qué canción?
⦁ esa canción de ese disco…. ese donde salían dos personas sobre un cerebro
⦁ Ah … Rush – dije
⦁ eso… sabes que la voz de ese tipo me cae como taladro en la cabeza
⦁ tú eras la que no me dejaba escuchar con audífonos
⦁ ¿después como escucharías cuando te necesite? de hecho, ese vinilo que compraste… de un dálmata oliendo un hidrante rojo. Gracias a Dios se le suavizó la voz un poco a ese hombre, estaba hasta la coronilla de oírlo gritar
⦁ ese disco se llama Sig…
⦁ ¡no me interesa como se llame! – dijo – ¿viniste aquí a hacer una retrospectiva de tu banda favorita o a tratar de salvar todo esto?
⦁ vine a salvar esto – dije sin dudar – pero ¿crees en esa frase?
⦁ en una situación como esta trato de no creer. Si fuese cierta, de poco serviría tratar de cambiar las cosas
⦁ hay cosas que nos cambian – dije – tristemente… nunca nos cambian lo suficiente
⦁ los seres humanos estamos siempre en constante cambio. Temo que hay cambios para bien de los terceros y otros para mal
⦁ pude haberme perdido en ti si lo hubieses deseado ¿lo sabías?
⦁ siempre lo deseé – dijo ella esbozando una sonrisa – quizá tu no lo percibiste
Sonreí nervioso
⦁ lo más probable. Ya… dejé de contar las noches en las que deje de intentar tocarte.
⦁ me sentía fuera de lugar en esa cama contigo
⦁ ¿por qué dejaste que el tiempo pasara? ¿por qué no me dijiste que había algo que estaba mal?
⦁ y… ¿por qué tú pensaste que era más fácil dejarme que intentar hacer que todo esto cambiara?
⦁ por algo que no voy a terminar de entender nunca. La vergüenza. No tenemos vergüenza para beber hasta el hastío, siquiera para mentir de las maneras más descaradas posibles pero, tenemos vergüenza para confesar el amor de nuestros propios labios. No soy cantante, tampoco un escritor, no sabría decirlo de una manera sensible. Ahora te veo aquí y ambos compartimos la misma fragilidad, la misma tristeza, somos exactamente iguales el uno al otro
⦁ ¿demoré demasiado en decir te amo? – dijo ella
⦁ no. Como tú lo dijiste rato atrás… yo siempre lo di por entendido. No… yo sabía que jamás lo dirías. Pero, para ser franco… siempre necesité de esas dos palabras. Quizá si fui indiferente fue… fue… fue…
⦁ …¿fue?
⦁ fue… ya no estaba seguro si me amabas aún
Di un sorbo largo al vaso, el amargor pudo haberme matado. Hice una muesca con mi rostro. Era la misma de siempre, esa que siempre hacía cada vez que ingería algo de alcohol
⦁ ¿por qué insistes en beber? – preguntó ella
⦁ me gusta – dije recomponiendo mi semblante
⦁ ¡maldito mentiroso! – dijo ella – eso eres… ¡no eres más que un maldito mentiroso! – dijo mientras se levantaba de la silla y lanzaba el vaso lejos, el mismo que se quebró al instante al hacer contacto con la pared
⦁ rompiste el vaso – dijo sorprendido
⦁ ¿y a mí que mierda puede importarme un trozo de cristal?
⦁ tranquilízate – dije en voz baja
⦁ ¿así que te gusta pretender que las cosas no pasaron? -dijo ella – ¡quédate afuera solo mientras la lluvia baña cada uno de tus pensamientos! ¡quédate afuera sabiendo que me perdiste!…. ¡maldito mentiroso! vamos a ver si el tiempo borra de tu memoria nuestro pasado y ese futuro
Yo no me moví un centímetro
⦁ ¡vamos… levántate ya!
⦁ no – dije de la manera más decidida posible
⦁ ¿ y por qué no? – dijo ella casi en un grito – ya has perdido todas las cosas que más amabas en la vida ¿qué más puede darte ya no estar a mi lado?
⦁ yo no he perdido lo que más amo en la vida. Lo que más amo eres tú. Y aunque esta noche, no sea mi noche… lucharía toda una vida por estar a tu lado y, si alguna vez te perdí… solo… solo te quiero a ti. Quiero tus palabras, quiero tu mirada, quiero tus manos, quiero incluso esa frialdad con la que me enamoraste. Solo quiero… solo quiero… quiero… despertar de todo esto, si esta noche me toca marcharme… me quedaré en ese limbo maldito, esperando despertar de una realidad que no quiero vivir, despertar de todos los sueños que he construido para ti y para mí, despertar mientras el sol rojo del atardecer baña mi cuerpo y despertar ahí… sabiendo que estarás hoy, mañana y siempre a mi lado, protegiéndome como siempre lo has hecho. No tengo más vida que oírte, que escucharte, que sentirte. Y es por eso… es tan solo por eso que estoy arrodillado ante ti esta mañana. Y si… si debo admitir cada error que he cometido durante todos estos años, lo haré, no te quepa alguna duda de que lo haré, pues mi desespero es más grande que mi voluntad, que mi orgullo… que todo lo que soy.
⦁ y … ¿quién eres?
⦁ yo no soy más que esto. Soy un momento que puede durar por siempre, o seré solo un minuto más en un mar de horas eternas que en cuestión de días nadie recordará. Todo depende de tu voluntad
⦁ como siempre fue ¿no?
⦁ siempre fui… siempre estuve y estaré sujeto a tu voluntad – dije con los ojos cerrados no queriendo verla – solo tú eres esa…
⦁ ¿esa qué?
⦁ ¡esa que puede cambiar mi vida en un segundo!
De repente un choque distrajo nuestras miradas que se dirigieron a la ventana. Más sin embargo ninguno se movió, volvimos a mirarnos. Nos miramos como si no nos hubiéramos observado nunca, como si hasta ese minuto hubiésemos sido no más que meros extraños, como si no hubiera siquiera una letra escrita en las páginas de nuestro amor, como si nuestras voces y nuestras palabras ya no dijeran nada.
Nos levantamos y nos besamos, nos besamos como si hubiésemos descubierto una gran verdad, como si yo aún hubiese buscado ese amor tan inocente, como si quisiera creer que ella ya no volvería a buscar nunca más, como si yo supiera que a partir de ese día ella personificaría la palabra amor.
Esa noche nos entregamos el uno al otro con pasión y alegría, con lujuria y deseo. Luego, un abrazo cálido, para luego verle dormir durante horas, hasta que mis ojos se cerraron. Habíamos escuchado la respuesta que nuestro corazón lloró. Le pertenecería por una eternidad, y a cambio yo le entregaría toda la incondicionalidad de mi alma. Le pertenecería por una eternidad y, a cambio ella sería por siempre mi única y ultima obsesión. Mi alma encontró descanso en su corazón sabiendo que, por fin, ya no tendría que volver a luchar un día más contra este sentimiento pues era este nuestro único factor en común. Es el amor el que había logrado que pudiésemos superponer nuestras propias inquietudes y colocarlas en función de nuestro futuro. Ese amor que nos había estrechado la mano y ahora esperaba que nosotros lo dejásemos todo por él. No sé si ella. Pero yo… Me encargaría de aquí en más vivir este amor sin mi razón de intermediario, con la inocencia de un niño y la pureza de un lampo de cielo.
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