Para Seguirnos Amando Part. IV – Todo Lo Que Mi Corazón Puede Soportar

Para Seguirnos Amando Part. IV – Todo Lo Que Mi Corazón Puede Soportar

Danubio De Campos

17/12/2018

La observe ahí. Tranquilamente, con esa tranquilidad que muchas veces nos da el final. La vi con sus ojos cerrados en aquel habitáculo de alerce con la sorpresa del que no comprende las situaciones.

Trataba de hacer memoria, de que mi inconsciente suplicado me recordara que había sido lo último que le había dicho. Sentía muchas cosas, tantos sentimientos, tantas emociones que juntos compartimos durante tantos, tantos años. Sin embargo, lo único que venía a mi cabeza eran todos esos planes tan hermosos que teníamos: tener a nuestro primer hijo, vivir juntos al fin. Y me pregunté… me pregunté qué habría de ser con todo aquello.

Intento tocar su rostro, pero un frío cristal se interponía a mi intensión. No quería creer que su cuerpo ahora inerte se enfriaba a cada segundo, no quería creer que me estaba quedando solo, no quería creer la angustia que se apoderaba de mí de manera sutil, pero sostenida. Lloré, lloré mucho, desconsolado como un niño… lloré en silencio mientras la gente que llegaba con flores blancas en sus manos las depositaban a los pies del féretro para luego darme palmadas en el hombro. Me llenaba de rabia, casi parecía una felicitación. Se acercaban y decían:

⦁ te ayudo a sentir

¿Cómo podrían ayudarme a sentir? ¿Para qué quiero yo que alguien que no entiende mi sufrir diga que siente algo? todo esto me parecía tan violento y tan morboso a la vez. Nadie tenía respeto por ella, por su recuerdo, por su memoria. Siempre temí este día, no quería pensar en lo inevitable de la muerte, nunca quise admitir esa probabilidad. Hubiera dado todo por decirle te amo tan solo una vez más, que nadie nunca podría reemplazarla en mi vida.

Sentí rabia. No, más que rabia sentí impotencia. Sentí que hubiese podido decirle tantas cosas más, pero ingenuamente pensé que ella siempre estaría allí. A veces tendemos a pensar que las personas siempre estarán ahí para nosotros. Pero, lo cierto, es que no somos dueños de nuestra vida y mucho menos de la de los demás.

A mis 34 años… soy demasiado joven como para perder a mi único amor…nunca tuve medida para entregarle todo lo mejor de mí, nunca pude tener suficiente de ella. Me encantaba, alucinaba con su voz, su mirada nunca me despertó dudas.

Jamás tuve ojos ni tiempo para otra, siempre vi en mi pasión algo tan definitivo, que no daba lugar a consideraciones. De pronto un hombre se colocó a mi lado y se sentó

⦁ ¿fue mucho tiempo a su lado? – preguntó

Le dediqué una sonrisa triste y dije con voz débil

⦁ quince años

Me observó, pero no dijo nada

⦁ todo este tiempo pareció una eternidad – dije mirando un punto fijo de la pared

⦁ ¿y no estás agradecido? – preguntó el hombre

⦁ estoy agradecido de muchas cosas – dije

⦁ ¿como por ejemplo?

⦁ de que nada fue suficiente… de que ella me diera el honor de ser parte de su vida

⦁ la mayoría de los hombres piensan que entender a las mujeres es tarea imposible

⦁ de eso se trata la empatía – dije de manera un poco seca – … y creo que no hay mucho más que pudiera decir al respecto

El hombre se marchó rápido y la noche también. Recuerdo… la observé, la observé mucho. Su cabello negro comenzaba a perder su brillo, sus brazos fuertes comenzaban a desvanecerse, sus labios otrora encendidos perdían su expresión y luego ese saber que jamás volvería a tenerla junto a mi… quizá era aquello lo que me tenía tan, tan, tan confundido.

No había sido sino hace dos días cuando había dormido con ella por última vez y ahora me encontraba aquí, sabiendo que, no importa cuánto le hablase, ella no volvería a responder, no volvería a mirarme, no volvería a sonreírme.

Me sentía tan fuera de mi como el más estúpido y hormonal de los adolescentes, por primera vez en mi vida sentí que nadie me entendía, nadie comprendía mi sufrir, nadie podía dejar de juzgar a los demás.

Los vi señalarme con sus dedos, casi como si me estuvieran acusando de algún crimen deleznable. Todos me veían como un pobre imbécil, mientras se miraban entre ellos y decían:

⦁ ¡pobrecito! ¡yo en su lugar también estaría destruido!

y, seguidamente, todos asentían a la afirmación con monosílabos desinteresados. Si me creían un pobrecito y no querían estar: ¿por qué demonios se molestaban en seguir aquí? para mí no era ningún problema quedarme.

Quería gritar, quería estar a solas con ella, quería hablar a solas con ella, quería llorar a solas su recuerdo, quería desangrar todo este tiempo con ella. Ninguno de estos tipejos ni estas mujeres envidiosas de la sociedad y la vida… no merecían estar aquí. ¡Que fueran a presumir su traje de última moda a otro lado! ¡Que fueran a ser hipócritas a otro lugar! ¡Que fueran a exhibirse como trofeos de hombres que no las amaban a cualquier otro sitio! que me dejasen estar a solas con ella una vez más, para despedirme de quien fue lo mejor que me había sucedido en la vida.

Recuerdo aquella vez cuando ella me preguntó si yo le olvidaría si tuviese la oportunidad. Yo solo sonreí y abrazándola le di un beso y, luego de aquel, no dijo nada. Ella entendió mi respuesta y jamás volvió a poner en duda este amor, ese amor que como una flama incombustible iluminaba nuestras noches, nuestros días, cada segundo de nuestras vidas. Por un segundo me pregunté qué sería de nuestro lecho de amor, aquel en que tantas veces la amé, aquel en que moría de expectación tan solo por tocarla, aquel en donde volcaba todas mis obsesiones hacia ella, aquel en donde solo tocar sus bellas manos despertaba en mí todo ese deseo y una lujuria incontenible. Hubiera ganado las llamas del infierno tan solo por una noche más, hubiera vendido mi alma por un fuerte golpe de sus manos abiertas, que yo podría agradecer desde el piso, mirándola hacia arriba con toda la devoción y el amor del mundo.

Quería pensar que ella me estaba escuchando, qué estaría pensando en mí, recordándome en silencio. Me arrodille a su lado. No quería perderla, no quería quedarme solo, no sabría cómo armar hoy mi vida nuevamente, no sabía vivir sin ella. Sentí por primera vez, que ya no me quedaban razones para seguir, que ya no quería seguir y que todo esto era mucho más de lo que mi corazón podía soportar.

Su espíritu había volado libremente como un pájaro y ahora se encontraba en las alturas, esperando por mí. Sonreí por un segundo pues cada día a su lado había sido una celebración. Al mirarla apenas podía creer que era ella, que me volvía a escoger día tras días. Me hubiese gustado saber a ciencia cierta qué era lo que le hacía estar a mi lado, porque logré ser tan especial para ella de alguna manera.

Luego que todo hubo acabado, salir de aquella capilla ardiente me demoro horas. Caminaba dos pasos y me sentaba, leía el programa de la capilla, me paraba y me volvía a sentar. Cualquiera diría que estaba esperando algo o a alguien y, quizá, yo también lo creía. Pero, no obstante esta espera… nadie llegó

Sentado en la parada de autobuses, observaba los faroles apagados de la calle. Esta noche la luna era mi única compañera, que con su fría luz consolaba mi pena, Me arrodille en la acera y mirando fijamente las estrellas grité:

⦁ ¿por qué la arrebataste de mi lado? … si sabias cuanto la amaba… ¡porque sufro esta noche!

No escuche respuesta alguna, Ni en mi cabeza ni en la noche, era como si el viento se hubiese llevado mis palabras, pero no mi dolor.

El trayecto a casa fue una tortura, no tanto por lo que pensaba, sino, porque, por primera vez, no quería llegar. No quería ver la habitación vacía, no quería ver la cama que había comprado para dormir a su lado, no quería recordar que en la nevera aún guardaba sushi, el mismo que habíamos compartido hace no mucho.

Frente a casa… no sé porque toqué el timbre, si bien sabía que nadie más estaba allí Al entrar, todo era distinto. Desde la silla del comedor, hasta la puerta de entrada. Desde el candelabro en la mesa de centro hasta las cortinas verde oscuro. Nada parecía tener la misma importancia ahora.

Subí la escalera de madera que daba al segundo piso, nunca la escuche rechinar tanto. Mientras subía sentía frío, a cada segundo y cada vez más y más. La ventana de la que sería nuestra habitación estaba abierta de par en par, como esperando el amanecer. Sin embargo por entre ellas solo entraban ráfagas de viento congelado.

Me tendí en la cama sin pensar en nada. No quise recordar ni pensar en mí mismo, ni pensar en los demás. Los demás ya no importaban, solo quería dormir y, si era posible, no despertar jamás.

Desperté en un prado, era un lugar que conocía de sobra, era el mismo lugar donde había pedido su mano en matrimonio. Estaba tendido de espaldas y el abrazo del sol hizo abrir mis ojos.

Me levanté y, en la lejanía pude divisar a ella, que me observaba tranquila, con esa sonrisa imperecedera en su rostro. La vi vestida de negro, tal y como siempre vistió. La vi estrechar sus brazos, tal como si esperara recibir un gran abrazo.

Al incorporarse de pie comencé a correr, correr tan rápido, correr tan fuerte, no me importaba si mis piernas se desgarraban. Una vez a su lado no dude en darle un fuerte abrazo, tal como si estuviera desesperado. Hubiera deseado congelar aquel breve pero eterno momento, trate de sostenerlo, como quien sostiene una fotografía. Sin embargo, casi sin quererlo, nos separamos.

Ella me observó con la intención de decir algo, la vi algo… no, la vi bastante complicada

⦁ ¿qué sucedió? – preguntó ella

yo trague saliva y me encogí de hombros apesadumbradamente

⦁ aun no entiendes lo que ocurrió ¿verdad?

⦁ ¿qué debería entender? – inquirí

⦁ estas cosas pasan. La muerte es solo un estadío de la vida

⦁ ¿qué hay de nosotros? ¿qué hay de todo lo que construimos juntos? – dije mirando sus manos

⦁ será un aprendizaje – dijo ella sonriendo – ahora más que nunca necesitarás aprender

⦁ no entiendo porqué

⦁ no necesitas entenderlo, ese es el misterio de la vida

⦁ ¿por qué has venido a mi esta noche?

⦁ he venido a darte un consuelo, a decirte que jamás estarás solo, porque yo siempre estaré a tu lado en alma y corazón.

⦁ ¡no te vayas! ¡te lo suplico amor mío… no te vayas! ¡no me dejes solo! este mundo es muy grande como para enfrentarlo si no estas a mi lado

ella me sonrió

⦁ he de marcharme – dijo – … pero antes necesito… quiero que me prometas…

⦁ ¿que cosa? – dije nervioso

⦁ que te ocuparas de aquí en más en ser feliz, que encontrarás una nueva compañera a la que harás tan feliz como me hiciste a mi cada día que compartimos juntos

⦁ lo prometo – dije mientras sostenía sus manos

⦁ repítelo – dijo ella dulcemente

⦁ lo prometo mi amor, lo prometo vida mía. seré feliz… siempre feliz

Y así, sin decir más, luego de un beso y soltando mis manos, se perdió de pronto. Al abrir mis ojos ya eran las diez de la mañana y alguien llamaba a la puerta de manera insistente. No quería abrir, no tenía ningún ánimo. Solo quería pensar en el cómo podría cumplir aquella promesa idílica de volver a ser feliz. No creía ser capaz, pero debía intentarlo. Ella me apoyaría, no me dejaría solo, ella batallaría tanto como yo por ver realizada esa meta.

Seguían tocando la puerta, dos minutos, cinco minutos, seguían tocando la puerta. Me coloqué mi bata azul y bajé mascullando maldiciones de todo tipo

⦁ ¡ya voy! ¡ya voy! – dije en voz alta

Miré por la rendija de la puerta, eran dos amigos, de esos amigos de años, de esos amigos cuya preocupación era genuina. No quise dejarlos ahí fuera, de todos modos se habían tomado la deferencia de venir. Abrí la puerta y ambos entraron en silencio, con la cabeza gacha.

⦁ ¿cómo sigues? – preguntó Miguel

⦁ eh… solo ha pasado un día – dije triste – las cosas no pudieron haber cambiado mucho. ¿no vinieron con sus esposas?

⦁ no – dijo Serafín – mi esposa ya está en el centro comercial. Eh… Dios, esas son las dos palabras que más me aterran. No quiero pensar cuando sufrirá mi tarjeta de crédito

⦁ … el punto es – dijo Miguel – no creo que quieras ver a una mujer… mucho menos ahora

⦁ solo ha pasado un día – dije nuevamente, mirando al suelo

Los dos chicos se miraron con terror

⦁ ¿qué paso? – dije confundido – ¿acaso tengo algo en el rostro?

⦁ no… no… no es eso – dijo Miguel

⦁ entonces…

⦁ han… han pasado seis días desde la cremación. De hecho, es más… se supone que hoy entregarán las cenizas de Leonora. Por lo mismo venimos a acompañarte

Observé a todos lado con un dejo de terror y luego, mi mirada se posó gentilmente en el cenicero de la mesa

⦁ ¿que hice todos estos días? – pregunté – yo… yo puedo jurar que no recuerdo absolutamente nada. Recuerdo haber llegado tarde esa noche y ahora estoy aquí, hablando con ustedes.

⦁ de hecho – dijo Serafín – te llamamos muchas veces durante estos días, pero nadie contestaba. ¿no escuchaste sonar el teléfono?

⦁ no. si te dijera lo contrario, estaría mintiendo

⦁ yo pensé lo peor – dijo Miguel

⦁ ¿y qué es lo peor? – dije en un suspiro corto

⦁ creímos que te habías suicidado – dijo Serafín

⦁ cualquier día lo hubiese hecho – dije mirando al techo – pero, ciertamente, ya no tengo razones para morir

Serafín me abrazó

⦁ esa es la actitud – dijo

⦁ ¿a qué hora es la entrega? – pregunté

⦁ ¿cómo podríamos saberlo? – preguntó de vuelta Miguel

Serafín se acercó y me dio una carta

⦁ ¿y esto? – dije

⦁ una carta – dijo – eh… eh… estaba en la puerta de entrada cuando llegamos

Recibí la carta y trate de hacerme el tonto y evitar abrirla. Habré fumado unos seis cigarrillos en fila. No por mi voluntad, solo por una persistente ansiedad

⦁ chicos… ¿quieren un vaso de Ginebra?

⦁ no – dijeron ambos al unísono

⦁ ¿por qué?

⦁ es muy temprano para beber – dijo Miguel

⦁ eso mismo – complementó Serafín

⦁ … aunque – dijo Miguel

⦁ ¿aunque qué? – dije

⦁ te vendría bien un trago, a ver si así se te aflojan un poco los nervios

Tomé dos vasos seguidos, mientras maldecía la luz del sol que entraba por la ventana de la cocina. De un lustro a otro me vi sentado en el sofá, todos nos mirábamos como esperando que algo sucediera. Tenía la carta en la mano aún

⦁ ¿y es que no abrirás la carta? – dijo Serafín

⦁ tengo miedo – dije

⦁ ¿y eso por qué? – preguntó Miguel – no creo que pueda pasar nada peor

Respire hondo y fuerte. Le pasé la carta a Miguel

⦁ ¿quieres abrirla? – dije

⦁ no – dijo decidido – es una carta para ti. No puedo hacer más. Soy tu amigo y por lo mismo estoy aquí apoyándote pero… esto es algo que debes resolver por ti mismo

Sentí rabia, pero también tolerancia

⦁ entiendo – dije .- tienes razón

Observé la carta, analicé su forma, los colores, las letras y no sé qué otra imbecilidad. Era una carta que venía desde el mismísimo cementerio… no, es decir… de los administradores del cementerio.

Si quieren saber lo que ella decía, esta daba las condolencias correspondientes por mi pérdida a la vez que me informaba que el día 5 de agosto me serían entregadas las cenizas de mi amada Leonora

Levanté los ojos de la carta al filo del llanto. Había rebasado la última frontera. Ya no quedaba nada de ella. Su cuerpo ya no existía más, su figura viviría ahora solo en mi memoria. Por cierto que medite en cual sería mi reacción cuando todo esto sucediera… sentí la soledad, ahora mundos de distancia me separaban de mi amada.

⦁ ¿qué fecha es hoy? – pregunté

⦁ 5 de agosto – dijo Serafín

⦁ 5 de agosto – dijo Miguel

Los observé extrañado por un par de segundos

⦁ ¿cómo sabían que hoy entregarán sus cenizas?

⦁ yo… – dijo Serafín – … yo escuché a alguien del cementerio hablar el día del.. el día del… ya sabes, cuando dejamos el cuerpo

⦁ ¿por qué no me lo dijeron? – pregunté algo molesto

⦁ no estabas en posición de recibir una noticia de ese calibre – dijo Miguel

⦁ hubiese podido prepararme

⦁ no sirve prepararse para lo inevitable – espetó Serafín

Los miré, pero no dije palabra. Subí al piso de arriba y me vestí, me sentí aliviado al despojarme de mi pijama azul.

Una vez abajo, los chicos me esperaban con rostro preocupado mientras miraban la hora en sus relojes

⦁ ¿qué hora es? – pregunté

⦁ doce y media – contestaron los dos a la vez

⦁ ¿a qué hora cierra el cementerio?

Miguel me miró como confundido

⦁ ¿los cementerios cierran? – dijo el

⦁ no tengo idea – dijo Serafín – lo que sí… cuando enterramos a mi abuela, el cementerio no cerraba

⦁ ¡hombre! – interrumpió Miguel – tu abuela murió hace casi diez años y sigues hablando como si hubiera sucedido ayer

⦁ bueno… es el primer ejemplo que me vino a la cabeza

⦁ en diez años todo cambia

⦁ estamos a tiempo aún – dije – el cementerio está a media hora de camino desde aquí

No relatare sobre el viaje de ida, no hubo palabra o situación digna, que valiera la pena de ser descrita. Al llegar a la entrada del cementerio, me sorprendió su grandilocuencia. El prado verde y las cientos de flores que reposaban sobre las tumbas, esas flores que daban algo de vida a este lugar tan sombrío y solitario.

Caminaba lentamente, como si nunca hubiese estado allí. No recordaba, todo me sorprendía, mis ojos se movían de un lado a otro, como vigilantes.

Llegamos a un lugar… este tenía forma de hogar. En su parte superior un letrero que solo rezaba de manera escueta: “Entregas”, no entregaba ninguna información adicional.

Entramos al lugar y nos recibió un gran salón, estaba adornado con fotografías y esculturas alegóricas (aunque estaba demasiado cansado como para querer entenderlas) al fondo un mostrado atendido por una mujer extraña y ademanes poco claros. Me acerqué de poco en poco, como quien se encamina a un destino incierto. Una vez frente al mostrador trate de sonreír, les juro que lo intenté, pero ahora parecía capaz de cualquier cosa excepto de aquello

⦁ buenas tardes – dijo ella

Ese deseo fue suficiente para que le dedicara una mirada de pocos amigos. No creo que nadie que estuviese frente a ella pudiera estar teniendo un buen día, ni siquiera un día regular. Yo en lo particular no tenía días, sin embargo ella comprendió la indirecta de mis ojos y se incorporó diciendo:

⦁ lo siento si se sintió ofendido

⦁ no se preocupe, todo está bien – dije de manera conciliadora

⦁ ¿en qué puedo ayudarle?

Tomé aire profundamente, casi como si no lo hubiera hecho nunca antes. Junté mis manos y las llevé a mi rostro

⦁ … el viene a… – comenzó a decir Serafín. Pero yo lo interrumpí

⦁ esto es algo que yo debo decir ¿no crees? – dije

⦁ si… si… creo que tienes razón

⦁ sí… – dijo Miguel en voz baja a Serafín – no seas idiota

mi mente quedo en blanco por espacio de un minuto. La mujer se comenzaba a impacientar

⦁ ¿puedo ayudarlo en algo? – repitió

⦁ si… – dije bajando la cabeza – ruego disculpe mis nervios. Nunca había estado en una situación similar ni en un lugar como este

⦁ no se preocupe señor – dijo ella – su sentimiento es un factor común a todos los que vienen por aquí. Sin embargo nuevamente pregunto… ¿puedo ayudarle en algo?

⦁ he venido en búsqueda… a retirar las cenizas de alguien – dije de manera muy tosca

⦁ ¿mujer o hombre?

⦁ mujer

⦁ ¿que parentesco guardaba usted con la fallecida?

Nunca… es decir, no alcanzamos a casarnos. Estaba en nuestros planes. Sin embargo, sin asomo de nerviosismo, lo dije

⦁ su esposo

⦁ ¿cuál era su nombre?

⦁ Leonora

Ella asintió con la cabeza y se internó en la habitación contigua. Mientras esperaba, debo decir que me llamó la atención la frialdad con que la mujer realizaba su trabajo. Pero al segundo comprendí que aquella frialdad era necesaria para desempeñar un trabajo como este. No sería bien visto si ella rompiera en llanto, por ejemplo. Me senté en el sillón a esperar, los chicos permanecieron de pie, casi sin moverse de su lugar.

La mujer regresó al cabo de unos diez minutos con una caja de papel corrugado entre sus manos. Era una caja café, bastante grande

⦁ disculpe la tardanza – dijo mientras colocaba la caja sobre el mostrador – estamos con más trabajo que nunca ahora. Me disculpará… pero la gente se está muriendo mucho más que antes

Aclaré mi voz y dije

⦁ los destinos del mundo se entrecruzan en muchos lugares. Este es uno de ellos. Solo que aquellos destinos solo comparten, a veces, un lugar de descanso común.

Ella no dijo nada, tal vez estuvo de acuerdo conmigo, tal vez no… no fui capaz de intuirlo. Revisé la caja por fuera, pero no la abrí. El nombre era el correcto. Di las gracias a la mujer y salí otra vez, cargando la caja, la misma debió pesar unos cinco o seis kilos. Me generó cierta sorpresa, realmente pensaba que un cuerpo, una vez incinerado, pesaba un poco más

Caminamos un poco, hasta sentarnos los tres en una sección de prado, el pasto estaba recién cortado y colocamos la caja a un lado, la contemplamos en un silencio sepulcral, que hubiera sido casi terrorífico de no ser por la situación

⦁ ¿la vas a abrir? – preguntó Miguel

⦁ ¿creen que deba? – pregunté

⦁ ¡Dios! ¡claro que sí! se trata de las cenizas de tu esposa, no de un objeto coleccionable que no puedes sacar de su empaque original – me interpeló Serafín

Aquella analogía me sacó una sonrisa breve pero genuina

⦁ supongo que debo decidirme- dije

⦁ no creo que el asunto pase por decisión – dijo Miguel

⦁ ¡ábrela ya! – dijo Serafín casi al borde de una histeria cómica

y así fue, aquello fue exactamente lo que hice, tardé alrededor de treinta segundos en sacarle la tapa a la caja y luego, de la misma, extraje un ánfora de color cobre reluciente, casi brillante. La tapa… desenrosque la tapa lentamente y, una vez la hube sacado pude contemplar las cenizas, mi sorpresa fue mayúscula cuando pude ver que entre todo aquel polvo mortal se asomaban pequeños retazos… es decir, pequeños fragmentos… pequeños fragmentos que se asemejaban… muchos eran curvos, como si hubiesen pertenecido a su columna. Eran pequeños trozos de historia, de vida, de recuerdos, y tibias caricias con cada parte de su cuerpo.

Mire un segundo y le entregué el ánfora a Serafín quien, a diferencia mía, no quiso recibirla, ni mucho menos mirar su contenido

⦁ nunca he sido bueno para estas cosas – se excusó – … me causan un sufrimiento insoslayable

Miguel solo se limitó a cerrarla

⦁ ¿qué piensas hacer con ella? – preguntó

⦁ haría muchas cosas. Pero, por lo pronto… ¿qué debería hacer?

⦁ la gente hace muchas cosas – dijo Serafín

⦁ pero yo me refiero a cosas sensatas, no solo locuras. La gente es lo más insensata que existe…

⦁ todo el mundo es insensato en algún grado – dijo Miguel

⦁ las pastillas transmutan la sensatez… a veces – dije

⦁ ¿quieres enterrarla para que alguien la robe y luego venda el ánfora en el mercado negro mientras derrama las cenizas en cualquier lugar? – dijo Serafín

⦁ así como lo pones… suena terrible

⦁ no es importante como suene – dijo – es solo un escenario posible

⦁ lo que sucede es… es que nunca hablé de esto con ella. Ahora que lo pienso, que lo pienso… que lo pienso… fue de lo único que nunca hablamos. Creo que entendíamos que aún teníamos toda la vida por delante

⦁ ¿no es extraña la vida? – dijo Miguel

⦁ si la vida antes me parecía confusa – dije poniéndome de pie – ahora es más extraña que antes… no, más que extraña es triste, pero en su sentido más particular y especial

⦁ la tristeza no es algo especial – dijo Serafín – la tristeza es sembrar en suelo árido. Al menos lo es para mí. Ya… ya Buda lo dijo, el sufrimiento es opcional

⦁ Pero es inevitable en ciertas situaciones – dije

Dos horas después me vi cerrando la puerta de casa, despidiendo a aquellos dos amigos, quedándome solo. Ellos me habían dicho algo, pero tenía tantos saltos temporales, que no podía recordarlo.

Entré a la habitación y sentí… es decir, me sentí extraño. Todo me recordaba a ella: Fotografías, su pijama negro colgado en el perchero junto a una de mis camisas… ese pijama que siempre usaba al venir aquí. En la parte inferior estaban sus tacones, era un milagro que aún pudiera civilizarme a mí mismo y pudiese mantener la calma.

Me tendí en la cama determinado a no cerrar los ojos, determinado a no dormir. Solo quería saber… quería saber qué hacer con todas sus cosas. Y no… no las iba donar a la caridad, la caridad no las merecía. De hecho… yo tampoco las merecía.

De pronto miré la credenza y ahí el ánfora me observaba fijamente, casi parecía tener ojos, sentía que alguien me observaba desde ese punto.

⦁ ¿que hago contigo? – dije en voz alta

Nadie respondió. Estaba esperando… debía esperar a que sus familiares vinieran a tocar la puerta. Ellos jamás… no podrían decir que se hubiesen preocupado por ella. De hecho ni siquiera los vi ese día. No podía… no creía que ella hubiese podido hacer algo tan terrible como para que su familia ni siquiera se hubiese hecho presente aquel día.

¿Quedarme con sus cenizas aquí? ¿Liberar sus cenizas al viento? ¿Depositarlas en aquel lago cercano que tanto le fascinaba? eran opciones plausibles.

Bajé a la cocina por un refrigerio, no tenía reloj, no sabía la hora, pero tenía mucha hambre y una sed casi insana. Al abrir la nevera de nuevo, ahí estaba ella: Miel, Jamón serrano, frutos del bosque en un recipiente de vidrio, galletas para acompañar esos frutos, agua mineral. Todas esas cosas que a ella le encantaban. Saqué un… un par de galletas y una lámina de jamón y la cerré…luego, volviendo a abrir, saqué la botella de dos litros de gaseosa y la dejé sobre el mueble de la cocina.

Dudé un minuto, no sabía si quería hielo. Estuve alrededor de tres minutos batallando contra esa idea. Guarde la hielera al tercer intento, con el vaso aún vacío. Fue… fue el vaso de refresco de cola más relajante en años, sentí que me había liberado de un gran peso, cuando no sabía que podía hacer.

Esa tarde pasó extraña, sentía que me observaban, quizás fuese ella… Recuerdo haberme encerrado a escuchar música. Las horas pasaron entre las gentiles melodías de la Electric Light Orchestra, las intuitivas letras de Rush y las sentidas baladas de Chicago, esas baladas que tantas veces le dediqué y que aún eran capaces de arrancarme una que otra lagrima. Escuchar a Cetera cantar aquello de “Nadie te necesita más de lo que yo lo hago”… ciertamente esa línea tenía tanto significado ahora, esa línea me destrozaba el corazón. Ella había significado tanto para mí que ciertamente… si bien nunca fue fácil lidiar con ese sentimiento de necesidad, ahora se convertía casi en un imposible. Siempre pensé que nuestro amor sería de esos que durarían para siempre. Pero… ahora que lo pienso, solo la muerte nos pudo separar, solo la muerte pudo separar nuestras manos, solo la muerte pudo privarme del agua de sus ojos, solo la muerte… solo la muerte.

Escuché la lluvia golpear fuertemente el techo, primero gentilmente, luego con una violencia inusitada. Me vi… me vi semidesnudo tendido en la cama, en posición fetal, llorando por su amor mientras una tenue luz iluminaba mi cuerpo. Me sentí morir por un breve momento, quise cerrar mis ojos. ¿La muerte podría aliviarme? ¿La muerte podría privarme del frío de la luz que la luna derramaba sobre mi cuerpo?

Ella siempre me dijo

⦁ Si te suicidas jamás volverás a ver a los que amas, eso me incluye a mi

En aquel momento comprendí que me hallaba prisionero del sinsabor temporal de la vida. Si estar lejos de ella por una vida era un sufrimiento que no merecía vivir, perderla por el resto de la eternidad solo por mi orgullo sería una tortura que ella no merecía… que yo no merecía. Las promesas son tan frágiles, yo prometí… y debo cumplir aquella promesa. Pero, si he de ser franco, no sentía que poseía esa capacidad en cierto grado.

Eran las nueve de la noche, el azulejo me lo anunció con su canto en medio del diluvio que parecía ahogar a las almas de esta ciudad. Por un segundo sentí que me hubiese gustado estar en cualquier otro lugar si hubiese podido, que en cualquier otro lugar podría estar mejor, o más feliz.

Me sentí como ese pájaro que no puede volar, pero que se limita a cantar desde su prisión, con sus alas rotas sin la posibilidad de levantar vuelo. Si todo el mundo es un escenario, realmente no puedo intuir que papel debo interpretar en este destino tan volátil, no puedo intuir si ya no soy el mismo, no puedo intuir cuánto han cambiado los roles, cuánto ha cambiado la vida… un segundo puede dar vida, un segundo puede cerrar ojos y detener corazones, pero no detiene las voluntades ni los sueños

De pronto sonó la puerta. Si hubiese estado con ella no me hubiese molestado en abrir, ni siquiera me hubiese molestado en poner un pie fuera de la cama, solo le hubiese dado todo mi tiempo a ella y con ello cada parte de mi cuerpo, que le pertenecían. Cada pensamiento, cada libertad, cada decisión, cada mirada… le pertenecían a ella, siempre a ella. Pero, ahora que es ella quien me falta, no tenía razones para no levantarme de esa cama, que ahora parecía ser tan grande… tan grande como nunca imaginé

De nuevo mi bata azul, esa bata que hacía juego con mi ánimo y mis sentimientos. Esa bata que frente al espejo se volvía casi negra. Debe ser porque, en medio de esa noche, no me había molestado en encender las luces, estar solo en la noche no lo merecía. Salí de la habitación a tientas, tocando oscuridad, respirando oscuridad.

Bajé lentamente por la escala, un paso a la vez y respirando de manera algo irregular. Una vez abajo encendí la luz de entrada y abrí la puerta lentamente, casi con desgano. Eran Serafín y Miguel nuevamente, que estaban ahí, frente a mí, sonrientes y algo mojados por la lluvia. Yo los observé con sorpresa. No sabría decir si fue una sorpresa negativa o de esas sorpresas que alivian

⦁ ¿qué hacen aquí?

⦁ ¿cómo que qué hacemos aquí? – preguntó Miguel

⦁ Eh… – dijo confundido – eh….

⦁ Eh… eh… – se burló Serafín – ¿no te recuerdas de hoy en la tarde?

⦁ ¿les dije algo? – pregunté

Los chicos se miraron y sonrieron

⦁ quedamos en que hoy en la noche saldríamos – dijo Miguel

Yo miré como con desagrado

⦁ ¿y yo que dije?

⦁ no dijiste nada – dijo Serafín

⦁ ¿y?… – dije

⦁ lo interpretamos como un sí – afirmó Miguel

Suspiré

⦁ no tengo muchas ganas … si soy sincero… no… no tengo ningún animo

⦁ no jodas – dijo Serafín

⦁ no vamos a aceptar un no como respuesta – dijo Miguel

⦁ así que… ¿no puedo decir no?

⦁ no – dijeron ambos

⦁ ¿por qué vienen con… vienen con … con guayaberas? ¿no ven que está lloviendo?

⦁ ya sabes cómo es esta ciudad – dijo Miguel – no estaba lloviendo cuando salimos

⦁ ¿en serio no puedo decir no? – dije

⦁ ¿y qué quieres? – dijo Serafín con semblante serio – ¿quieres quedarte aquí deprimiéndote solo? deja de compadecerte por ti mismo

⦁ salir un poco te ayudará – dijo Miguel

⦁ Así es Miguel… es cierto lo que dices

⦁ ¿no crees que ha pasado muy poco tiempo? – dije yo rascando mi cabeza

⦁ está bien… ha pasado más de una semana. Entendemos tu dolor y hemos comprendido que has querido estar solo estos últimos días. Sabemos que estos son tiempos duros y que no lo superarás de un día a otro. Pero debes ayudarte a ti mismo y eso comienza desde tomar actitudes más positivas. Es una mierda decirlo, pero ella no va a volver – dijo Serafín

⦁ ¿y crees que yo no lo sé? – dije

⦁ actúas como si no lo supieras – respondió de vuelta Serafín – ¿crees que abriendo el ánfora y tomando las cenizas entre tus manos vas a mejorar en algo toda esta situación?

Serafín siempre fue el más serio… a decir verdad el siempre intentaba ser lo más sensato posible, aunque muchas veces era algo rudo para decir las cosas

⦁ ¿no quieren pasar? – ofrecí

Entraron de manera automática y muy apresuradamente

⦁ gracias – dijeron ambos

Miré algo incómodo, más bien… bastante incomodo

⦁ lo siento por no haberles ofrecido antes. Lo cierto es que todo este asunto me ha tenido tan confundido y triste como nunca pensé poder estarlo

⦁ puedes estar tranquilo – dijo Miguel

⦁ así es – dijo Serafín cerrando la puerta – ese es un sentimiento común. Sería extraño que estuvieras feliz y campante luego de que muriera alguien tan importante como lo fue Leonora para ti

⦁ Quince años no son dos días – dijo Miguel sonriendo

⦁ ¿qué hora es? – pregunté

⦁ diez y media de la noche – dijo Serafín consultando su reloj

Los miré y cerré mis ojos profundamente

⦁ y… ¿dónde es que iremos? – dije muy lentamente

⦁ no tengo idea – dijo Miguel

⦁ no hemos planificado nada. Las mejores cosas no emergen de planificaciones… o… o al menos eso es lo que yo creo

Subí al segundo piso y busqué unos abrigos en el ropero. Hice mi mejor esfuerzo por no tomar en cuenta de que al menos la mitad de las prendas del mismo eran de Leonora, esas prendas que aún guardaban el tesoro de su aroma.

Volví al cabo de unos minutos con dos abrigos, uno verde y otro rojo. Se los facilite a los chicos, quienes agradecieron de buenas ganas

⦁ gracias – dijo Miguel – ya no toleraba el frío

⦁ seguro – dijo Serafín riendo – no toleras el frío y vives en la ciudad más lluviosa del país

⦁ te recuerdo que viví más de la mitad de mi vida en el norte – dijo Miguel – … allá… allá lloverían unos tres días al año ¿cinco quizá? yo creo que no tolerar el frío… no son tantos años que vivo aquí

⦁ cuando llegaste aquí…. ¿cuántos años llevabas ya con Leonora? – me preguntó Serafín

⦁ llevaba siete años con ella cuando conocí a Miguel – dije haciendo un pequeño cálculo

Fui a la cocina a buscar los paraguas… los tres que tenía. Uno era mío, el otro de Leonora y… el otro… el otro creo… no estoy muy seguro, quizá de un invitado que lo olvidó hacía mucho tiempo ya.

⦁ aquí les traje … aquí les traje un paraguas para cada uno – dije facilitándoselos con una sonrisa

⦁ ¿y dónde es que vamos? – pregunto Serafín

⦁ ¿qué tal al bar que está en el centro? – dijo Miguel

Serafín prorrumpió una carcajada fuerte

⦁ ¡por supuesto! – dijo Serafín – se me olvidaba… ¿cuál de los 15 o 20 bares que hay en el centro?

⦁ el que esté abierto

⦁ ya no recuerdo como es la vida nocturna de este lugar, pareciera que hubiera perdido cualquier resabio de recuerdo después de todo lo sucedido – dije

Salimos de casa y nos internamos en las profundidades de la noche por debajo de la lluvia que caía sin clemencia por las calles de la ciudad. Cada paso era seguido por un sonido claro y contundente, como un chapoteo

⦁ ¿creen que Dios al fin destruirá esta ciudad con la lluvia? – dije

⦁ no. No creo – dijo Serafín – no tendría por qué hacerlo ahora, pudiendo hacerlo en cualquier minuto. Si fuera por destruir, yo no solo hubiera destruido esta ciudad, sino más bien el mundo hace mucho, mucho tiempo

A medida que nos acercábamos al centro aumentaba el número de edificios, cada vez más fastuosos y adornados con el viento de agosto. Todos en la calle parecían tener cara de pocos amigos, debió ser por el frío y de porque a pesar de ser ya tarde en la noche, no podían llegar a casa. Para ser franco, yo también quería estar en casa, quería mi vaso de vodka, quería mi cama y una ducha reparadora. Olvidarme de todo y de todos y, si hubiese podido olvidar que estaba vivo, tanto mejor. Pero no, no esa noche, esa noche no había suerte ni para mí, ni para el resto de la ciudad. Esta sería otra noche o para pretender o para ponerme de pie y ver las cosas de una manera diferente.

⦁ ¿qué piensas de ver las cosas de manera diferente? – dijo Serafín mientras caminábamos

⦁ sabes. Justo venía meditando sobre eso – dije sorprendido – me leíste la mente. Ver las cosas desde una óptica diferente es difícil, no porque lo sea, sino porque…

⦁ …¿porque requiere más trabajo? – se anticipó a decir Miguel

⦁ exacto – dije

⦁ ¿o sea que eres un maldito flojo? – Dijo Serafín

⦁ no… no es que sea flojo – me apresuré a decir – sino porque no estoy de ganas

⦁ bah… ¿no tienes ganas de trabajar por tu bienestar? eso me parece una reverenda estupidez

Entramos al primer bar abierto que vimos y nos sentamos en la cuarta mesa a la izquierda, que era la única vacía. Por un segundo, sentí que todos me observaban, aunque lo cierto es que nadie había advertido nuestra presencia. Hacía mucho que había adquirido esa maldita compulsión de creer que la gente me observaba, debía ser porque hacía meses que había abandonado… es decir, dejado de tomar mis medicamentos para la ansiedad. No creía necesitarlos, pero el tiempo se encargaba cada tanto de demostrarme que me equivocaba, parece que no me cansaba de estar equivocado

⦁ ¿cuándo será primavera en Julio? – pregunté suspirando

⦁ eso será cuando vuelva…

⦁ ¿ella no volverá? – Pregunté

⦁ ¿Leonora? – dijo Miguel

⦁ lo veo improbable- dijo Serafín – recuerdo cuando murió mi abuela. Es decir, no es lo mismo. A lo que voy es que es muy difícil aceptar una pérdida

⦁ no sé si podría llegar a amar a alguien de la misma manera – dije – … ¿no vamos a pedir nada?

⦁ ¿qué quieren tomar? – preguntó Miguel

⦁ yo quiero un… ¿un vodka? – dijo Serafín

⦁ no se – dijo Miguel – ¿qué voy a saber yo lo que quieres? si tú no sabes… ¿le pregunto al guardia del bar? quizá él sepa – dijo riendo

⦁ bueno… bueno. Tráeme un vodka. Uno bueno

⦁ anotado – dijo Miguel – ¿y tú? – dijo dirigiéndome la mirada – ¿qué quieres?

⦁ yo… solo una cerveza bien helada

⦁ Anotado

Solo ahí me di cuenta de que tenía frío

⦁ ¡espera! ¡espera! – dije – cambié de idea

⦁ a ver… ¿entonces qué quieres? – dijo

⦁ un whisky

⦁ ¿y ese cambio?

⦁ me di cuenta de que tengo frío – dije

Serafín y yo nos miramos un rato

⦁ ¿y tú esposa?

⦁ ¿Lasaralín? – dijo – ahí está. Se quedó con esa pesadilla que es mi hijo

⦁ ¿no que era lo que más querías en el mundo?

⦁ yo pensaba que sería diferente. Pero ahora… cada noche sueño que me mutilo los testículos… ojalá lo hubiese hecho antes

⦁ esto no es algo que puedas devolver

⦁ tristemente. Es decir, hay noches en las que me arrepiento. Sobre todo aquellas noches en las que no puedo tener sexo por cambiarle los pañales al niño cada cinco minutos

⦁ ¿y ella que piensa?

⦁ está maravillada por la que llama… la bendición de ser madre. Te lo juro, si algo bueno traerá a tu vida esta desgracia es que no serás padre – dijo como secándose el sudor de su frente

⦁ no sé si debería sentirme ofendido por lo que acabas de decir

⦁ créeme… no

⦁ ¿y que hay si muriera Lasaralín? -dije

⦁ para mí sería mucho más difícil… además de superar la pérdida, tendría que hacerme cargo solo de este niño

Ciertamente me sorprendió la liviandad con que Serafín hablaba de su familia. No era… no sentí, al menos no creí que pudiera ser capaz de expresarme así, o entender de esa manera las cosas

Al cabo de unos quince segundos Miguel llegó de nueva cuenta a la mesa, traía tres vasos llenos y se dispuso a hacer un brindis

⦁ ¡por qué este día sea el inicio de un nuevo comienzo! – dijo con una sonrisa

Los vasos sonaron con entusiasmo mientras la noche transcurría extraña. Las pláticas me parecían extrañamente absurdas aun cuando ninguna de ellas se alejaba demasiado de las cosas que solía hablar con los pocos amigos que había conseguido no sé por qué razón. Sentía… sentía que debía estar ahí, pero en el fondo de mi corazón tenía la certeza de que había algo que faltaba. Pedí permiso y acudí al baño. Olía horrible y no pude permanecer dentro más de tres minutos. Era una combinación de olor a heces y vómito fresco que no le vendría bien a nadie.

Salí por una puerta contigua que daba a un callejón donde una pareja se besaba. Me senté a un lado de la puerta. La pareja me observó

⦁ no los observaré – dije con una sonrisa obligada – … espero no se sientan … si eso es lo que les preocupa

Ellos no dijeron nada, pero al cabo de medio minuto ya se habían marchado. Miré al cielo mientras la lluvia caía sobre mi rostro y fue ella quien entonces, ocultó mi incertidumbre. Le pedí al cielo una guía y fortaleza, una razón para seguir y la voluntad necesaria para despertar el día de mañana.

⦁ Leonora… amor mío… ayúdame… no me dejes caer – susurré al viento de la noche

Volví donde estaban los chicos

⦁ ¿qué te pasó? – preguntó Miguel – creímos que te habías perdido

⦁ me quedé pensando – dije de manera escueta

De pronto volví mi mirada hacia la mesa de al lado, en ella una mujer me observó y mi sorpresa fue mayúscula cuando vi el rostro de Leonora sonreírme. Tragué saliva y cerré los ojos. Me levanté y corrí hacia la puerta del bar y nuevamente vi el rostro de Leonora en otra mujer. Mi corazón estaba a punto de desgarrarme el pecho. Al salir a la calle una luz me encandiló y caí al piso

Al levantarme una prostituta me sonrió y me invitó a acompañarla. Yo… como no podía ser de otra forma, decliné aquella invitación, no necesitaba la compasión de una noche, no necesitaba una dosis de amor prestado, aunque no se lo dije de esa forma.

Serafín y Miguel salieron y me vieron agarrado de un farol mientras trataba de volver en mí

⦁ ¿cómo te sientes? – Preguntó Serafín

⦁ ¿cómo crees? – dije

⦁ se ha acabado esta noche – dijo – debes volver a casa a descansar. Creo… quizá te hemos sobre exigido

Me acompañaron a casa y me recomendaron reposo. Yo me comprometí a llamarles cuando ya estuviera más hecho a la realidad. Una vez se hubieron marchado me quedé solo. Subí a la habitación y, con la ventana abierta, comencé a esperar la alborada. Creo que esta noche había aprendido mucho. Aprendí que la vida si bien me había quitado a mi amor, me daba la oportunidad de saber que podía recomenzar. Aprendí que debía transmutar todo ese amor en lucha. Que sin olvidar, el día de mañana podría volver a sonreír de manera genuina al lado de alguien más.

Tomé su retrató y lo besé a la vez que lo retenía apoyado en mi corazón. Supe que eventualmente, más temprano que tarde llegaría la oportunidad de amar de nuevo pero, mientras ese día tocaba mi puerta, abrazaría su recuerdo fuertemente, hasta el día en que nos volvamos a encontrar.

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