CRUCIFICCIÓN 1982
Las cortinas están cerradas. La única iluminación proviene de una lámpara de banquero, con una tulipa verde, que se encuentra sobre una mesita de hierro y madera. A su lado, Benancio lee la Biblia sentado en su sillón favorito.
De pronto el silencio se interrumpe por gritos de chicos. Imitan ruidos de ametralladoras, estallidos de bombas y ordenes de batalla. Sin duda juegan a la guerra.
Benancio hace gestos como si espantara unas moscas.
Los sonidos se hacen más estridentes. Es obvio que juegan justo frente a su casa.
Cierra la Biblia, la deja sobre la mesita. Se levanta y sale de la casa. Sí, los chicos están justo en la ochava de su domicilio, en la esquina, algunos hasta tienen cascos de soldados. Sus armas son palos y algunas escopetas de plástico.
Se sienta en la parecita de su casa y los invita a acercarse. Los chicos lo hacen muy tímidamente, descartan un reto por la sonrisa de Benancio.
Se queda cincuenta y ocho minutos exactamente, hablándoles a los pibes. Los mandamientos, los Santos Evangelios, todo lo que va recordando. Vuelve a su casa con una sonrisa de satisfacción.
Se instala nuevamente en el sillón. Abre la Biblia y lee tranquilo. Ya no se escuchan gritos. Sonríe.
Su sonrisa se interrumpe. Se escuchan alaridos de angustia. Una mujer grita desesperada. Otra se le suma. Un hombre también grita y putea.
Benancio abre las cortinas. En la esquina hay un chico crucificado. La sangre empapa su remera. Le cae a borbotones de la boca, de las manos, de los pies. Los demás chicos están arrodillados rezando.
Benancio deja caer la Biblia, al golpear el piso suena como un escopetazo.
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