Un par de zapatos rojos que destacaban entre todos gracias a esas piernas largas y pálidas que te invitaban a recorrerlas con la mirada, pude haberme tomado unos minutos para imaginarme el rostro de la dueña de esas piernas y cuando estuve listo levante la mirada encontrándome con una sonrisa roja, que resaltaba en esa piel pálida, de ojos grandes y nariz pequeña, su cabello largo, negro se dejaba llevar con el viento, nunca había pensado en la mujer que me haría detenerme a mitad de camino, pero estoy seguro de que estaría muy lejos de ser como ella, la mujer que ahora me obligaba a tomarme mi tiempo para observarla.

El viento voló mi sombrero, como queriendo despertarme de mis fantasías, levante la mirada, comencé a perseguirlo esperando atraparlo, no era mi favorito, pero ya tenía unos años conmigo y eso era suficiente para correr como un idiota detrás de el; cayo entre un grupo de gente y tuve que abrirme paso para encontrarlo chocando con los zapatos rojos y siendo levantado por unas manos delgadas de dedos largos, la sonrisa más estúpida que tengo agradeció el que ella fuera quien lo detuviera, ella me contesto con otra sonrisa de esas naturales que suelen ser muy lindas, se puso mi sombrero y extendió su mano para presentarse “la chica que rescata sombreros” me dijo, sin quitar esa sonrisa de su rostro, apreté un poco su mano mientras contestaba “el chico agradecido por eso”. Después de una extraña presentación, insistí bastante en que aceptara mi invitación para tomar algo en el café más cercano, pero ella prefirió que el favor se le pagara con unos perros calientes del puesto cercano al parque; todo este tiempo ella siguió usando mi sombrero, nos sentamos en una banca bajo unos árboles y hablamos de mi trabajo en una oficina de contadores, de su trabajo en una agencia de publicidad, para poderse costear sus estudios en alguna de las muchas carreras que le interesaban, yo tenía que haber vuelto a la oficina hace 20 minutos y ya llevábamos hablando cerca de tres horas, mi celular había sonado un par de veces, yo solo lo ignoraba, ella se quito el sombrero y cuando quiso entregármelo me puse de pie, saque de mi bolsillo una de mis tarjetas de presentación “que tal si me lo entregas la próxima vez que quieras venir a comer al parque” le dije mientras extendía mi brazo para darle la tarjeta, ella sonrió y la tomo, sin decir nada.

En el camino a la oficina o ya estando en ella, me detuve a pensar que no había preguntado su nombre, su teléfono, nada; que solo me había quedado con la esperanza de que ella me llamara.

Tal vez paso una semana o algunos días más cuando por fin escuche su voz por el teléfono, “¿quieres volver a ver tu sombrero?” me pregunto en tono burlón “claro extorsionadora” respondí al mismo tiempo que recordaba que en ningún momento nos habíamos presentado formalmente y que la chica pálida que no dejaba de rondar en mi mente no tenía nombre aún, mientras pensaba esto, quedábamos de acuerdo en volver a comer en esa banca el día siguiente a la misma hora que cuando nos conocimos. Ahí llegue cinco minutos antes y la espere con mi sonrisa estúpida y las manos sudadas, llegó uno o dos minutos después de la hora acordada con mi sombrero en la cabeza y esa sonrisa natural, se detuvo frente a mí y me entrego el sombrero, me puse de pie para tomarlo, gesto que a ella le agradó y la invite a sentarse; volvimos a hablar por un largo rato como la primera vez, solo que en esta ocasión unos minutos antes de que tuviera que volver a mi trabajo le pregunte “¿cuál es tu nombre chica?” ella sonrió como si ya estuviera esperando este momento “Elissa Banks” respondió “Elias Noboa, aunque tal vez lo sepas por la tarjeta que te di” le dije mientras me ponía de pie y tendía mi mano para ayudarla a levantarse, con la otra mano le entregue el sombrero en su mano que aún sostenía, “¿qué tal si lo cuidas hasta la próxima semana, y nos vemos en este mismo lugar y hora?” le pregunte, lo pensó un poco, pero al final acepto. Nos vimos en otras dos ocasiones más en ese mismo lugar y hora, la última vez me importó muy poco mi trabajo y la invite a mi departamento no muy lejos de ahí; platicamos un rato más, tomamos un par de cervezas, como era costumbre ella llevaba el sombrero por el cual nos conocimos, se acercó para ponerlo en mi cabeza y yo aproveché para acercarme esos centímetros que faltaban y besarle; esas piernas que imagine recorrer la primera vez ahora las tocaba con las yemas de mis dedos, hacia círculos imaginarios en sus muslos, mientras besaba su cuello, su pecho y regresaba a sus labios… Ella se fue antes de que oscureciera, tomó el sombrero y me despidió con un beso en la entrada de mi casa, “es linda esa chica” escuché decir a mi vecina, que nos observaba no se desde cuando, al pie de la escalera; asentí con la cabeza, me di la vuelta, entre a mi casa y cerré la puerta tras de mí. Cambiamos la silla del parque por mi cama, mismo día, misma hora, mismo sombrero, solo teníamos unas 3 horas para estar juntos cada seda semana, no eran suficientes, pero nunca me atreví a pedir más, entendía que ambos estábamos ocupados y que podría conformarme con tres horas para recorrer su cuerpo.

“ Su novia oculta algo” me dijo una mañana esa vecina que nos había encontrado juntos la primera vez “¿a qué se refiere?” le pregunte “ no sé si deba meterme tanto” contesto mientras subía las escaleras para cerrar la puerta frente a mis dudas, esa mañana mi cabeza no dejaba de pensar en sus palabras, acusarla de envidiosa, después de tener tantos años soltera seguro esperaba que yo corriera con su mismo destino, Elissa era perfecta, tenía ese sentido del humor que me encantaba, esas historias de su niñez me hacían reír por horas, imaginarla de pequeña con esa linda piel blanca y sus hermosos ojos cafés, peleando con un par de niños por ofender a sus amigas y como los niños salieron corriendo, llorando por las mordidas y rasguños que les dio; era una chica decidida, fuerte y sumamente bella, no podía quejarme de ella solo por que a la solterona de arriba le parecía que ella no estaba siendo sincera.

Algunos días íbamos a comer, al cine o a pasear por ese parque, siempre el mismo día, misma hora, ella con mi sombrero y yo sin soltar su mano, los días que no nos veíamos hablábamos largas horas por teléfono, siempre por las noches, a sabiendas de que ambos iríamos al día siguiente al trabajo en las peores condiciones, nos burlábamos de lo zombies que nos veríamos, pero no podíamos dejar de hacerlo; nos vimos para comer en nuestro restaurante favorito a unas cuadras de aquel parque, ella estaba más seria que de costumbre y llevaba el sombrero en su bolso todo el tiempo, esa tarde, noche y los días que siguieron no entendía que pasaba, llegó el día y ella no contesto el teléfono, llegó la hora y no supe nada de ella ni de mi sombrero.

La siguiente semana fue igual, no hubo llamadas y ese día a esa hora me encontraba en las escaleras fumando, solo un poco, la vecina bajo tan rápido como una alarma contra incendios se hubiera activado por el humo “prohibido fumar” me dijo “¿qué escondía ella?” le pregunte al tiempo que apagaba mi cigarro en la planta de mi zapato “no me daba buena espina querido, solo eso” contesto ella “y al parecer tenía razón” agregó y me dio la espalda; me levante para volver al trabajo y por un mes, no supe nada de ella, no contestaba mis llamadas mis mensajes y parecía que había cambiado su numero; me encontraba castigándome por nunca haber ido a su casa, pues por lo menos hubiera podido aparecer frente a su puerta, esperando respuestas, esperando volver a esos día, esas horas y con ese sombrero; estaba dispuesto a aceptar que fue mi error, que tal vez no hable mucho ese último día o hable de más, que debí haber preguntado, que ese último beso de despedida si había sido triste y que podíamos hacerlo mejor. Ese día sonó mi teléfono “perdón Elias” escuche al contestar, no supe qué decir y ella lo noto “¿podemos hablar en el parque” me pregunto, “claro” conteste “¿misma hora” pregunto “misma hora” respondí. Yo llegué ahí 5 minutos antes, como casi siempre, ella llegó unos dos o tres después, traía el sombrero en las manos y la sonrisa en el rostro, se sentó a mi lado y no me dejo saludarla, pasaron tal vez unos minutos de esos que se sienten horas, no podíamos mirarnos a los ojos. “Voy a casarme” me dijo y dejó el sombrero a mi lado en la banca, voltee a verla sin entender aún lo que había dicho “acabas de conocerlo” dije “duramos un mes… Me detuve para pensar lo que decía “¿cuánto tiempo tienes con el?” le pregunte “tres años” contesto “lo siento, no pensé que llegaríamos a tanto, adiós” se levanto de la banca y se perdió entre la gente, baje la mirada para tomar el sombrero y bajo algunos borrones y pedazos de chicles secos logre leer Elissa Banks.

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