La niña mala

No hay maldad tan mala como la que nace en la semilla del bien (Baldassare Castiglione)

Autor: Maribel Puente Fernández

Agradecimientos

Queridísima amiga Neus,

escúchame allí donde estés

porque te sigo hablando.

Léeme allí donde estés

porque escribiré para ti.


Gracias a Inma, Elvira e Inka por su infinita paciencia, por ser unas excelentes “marujas” y por seguir a mi lado evitando que cayera en mi soledad.


Gracias Francis, Julio, Dani y Anabel por ser mi inspiración, aunque esto nunca tenía que haber sido así.


Y por último a ti Alberto, por estar a mi lado en horas inciertas, por apoyarme y por quererme incondicionalmente. Gracias


-INDICE-

PRÓLOGO

1- ME CASO

2- LA NIÑA

3- JESÚS

4- LA LLEGADA

5- LA SEPARACIÓN

6- ¿UN COMIENZO?

7- MATÍAS

8- BATALLAS

9- ¿QUIÉN PUEDE MÁS?

10- LA NIÑA BUENA

Prólogo

Todos los problemas tienen la misma raíz: el miedo, que desaparece gracias al amor; pero el amor nos da miedo. (Anónimo)

Momentos. Solo son unos momentos de felicidad absoluta, en un día, los que te hacen olvidar mil momentos de agonías.

Momentos. Solo son unos momentos de sed, en un día caluroso de verano, los que te hacen olvidar toda el agua bebida.

Momentos. Solo son unos momentos de palabras equivocadas, los que te hacen olvidar todas las palabras acertadas, pronunciadas anteriormente.

Momentos. Solo son unos momentos, los que hay que olvidar para no recordar. ¿O sí?


La adolescencia y juventud de hace treinta años era tan increíblemente diferente a la de ahora, que si miro hacia atrás, me parece que estoy en otro universo. Si mi madre estuviera aquí, podría decir lo mismo de su propia juventud, y mi abuela de la suya, pero esto sería un no acabar. ¿Y lo que más ha cambiado de todo? El respeto. Cada día se ven casos de jóvenes en los medios sin respeto hacia los mayores. Ya sean ajenos a su entorno, o a sus propios padres, abuelos y profesores. Si en mis años de colegio el profesor me castigaba, ni se me ocurría decírselo a mis padres o el castigo era doble -¡algo habrás hecho!- hubiera sido la respuesta de ellos.

Tampoco quiero dar un discurso sobre lo que ocurría entonces. No es mi intención aburrir más de lo debido. Pero he tenido cuatro hijos. Cuatro amados hijos, tres de los cuales los tuve tan joven que fueron educados desde la inexperiencia de mi juventud, y con los vestigios de la educación que me fue impartida por mis padres, con su apoyo, y con su ayuda. La cuarta. Mi niña. Vino al mundo mucho después. Y el mundo había cambiado.

Y todos cambiamos con él.

Capítulo 1

-Me caso-

Diecinueve años recién cumplidos y me siento la mujer más feliz del mundo. Con mi vestido blanco me dirijo a la iglesia donde me espera mi novio -¡Madre mía! ¡Qué nerviosa estoy!- le digo a mi padre al bajar del coche. Él se limita a sonreírme y me coge del brazo para acompañarme hasta el altar.

Le veo allí arriba. Tan guapo. Con su traje negro. Tan nervioso o más que yo. Los nervios quieren jugarme una mala pasada y quiero reír y llorar a la vez, pero me contengo todo lo que puedo.

Es septiembre y acaba de comenzar a llover, eso me alegra. En mi pueblo se dice que una boda en un día lluvioso es un matrimonio para toda la vida.

Y así es como comienza lo que yo creo que va a ser la mayor aventura de mi vida. Pero la aventura solo duró, lo que alcanzó a durar el viaje de novios. Una semana. No había tiempo ni dinero para más.

A pesar de que mi recién estrenado marido era de familia acomodada y dicha familia poseía negocios propios, él no se llevaba demasiado bien con su padre. Era el mayor de cuatro hermanos y su padre tenía los ojos puestos en él, pero también era el que más quebraderos de cabeza le daba. Jesús en el fondo odiaba discutirse con su padre. Los dos tenían el mismo carácter y sus discusiones continuas hacían sufrir a su madre. Un día, sin más, decidió marcharse de su casa y de sus negocios, cosa que por otro lado hizo sufrir a mis suegros. Era tremendamente orgulloso. Yo entonces por el amor que le tenía, confundí aquel orgullo con fortaleza y valentía.

-A mí no me grita ni mi padre. -solía decirme- Y siempre ha sido así. Nunca ha consentido que nadie se ponga por encima de él.

Cuando regresamos del viaje de novios tuvimos que ponernos a trabajar enseguida, siempre en la hostelería y de aquí para allá. En verano playa, en invierno montaña. Sin parar. Con mucho esfuerzo y en nueve años tres hijos entre trabajo y más trabajo.

Mi padre murió en un accidente de tráfico poco después de mi boda. Yo le echaba tanto de menos que no podía entender a mi marido y su actitud.

Sola. Perdida en la inmensidad del vacío de mi corazón, intento no olvidar la mirada que un día llenó de luz y esperanza el camino de mi vida.

Esa mirada que me acompaña, me persigue y me alivia en mis momentos más oscuros y devastadores de absoluta soledad interior.

Siempre te llevaré conmigo. Tu recuerdo constante ilumina mi camino aunque sepa que no he de volver a verte.


Para Jesús no había nada más importante que yo, y demostrarle a su padre que él podía llegar más lejos de lo que hubiese llegado a su lado. Un día se le presentó esa oportunidad. Una oportunidad de negocio que no podía dejar escapar. Y otra vez las maletas hechas, pero esta vez sería para crear un hogar lejos de nuestro hogar.

Y la aventura continuó.

Aunque el estar tanto tiempo lejos de mi familia con la única compañía de mis hijos, de mi trabajo y de mi marido, me hizo abrir los ojos ante la persona con la cual había vivido todos estos años y lo que vi, no me gustó.

Capítulo 2

-La niña-

Concha y yo íbamos como cada día que había mercado a tomar el café a la cafetería de la esquina de mi calle. Sonó mi móvil justo cuando nos disponíamos a entrar. Esperaba esa llamada ansiosa desde hacía dos semanas. Estaba embarazada de tres meses; tenía cuarenta años, tres hijos varones y me habían practicado una amniocentesis.

-¿Señora Mercedes Ortiz? -dijo al otro lado del teléfono una voz de chica joven y decidida-

-Sí…soy yo. -contesté nerviosa-

-La llamamos del hospital materno infantil donde le han practicado la prueb….. -no la dejé terminar-

-Sí, dígame por favor ¿ha salido bien?

-Si señora; no parece que traiga ningún tipo de enfermedad congénita. -¡Uf! Qué alivio-

-¿Y el sexo? -pregunté casi a la velocidad de la luz- Hubo unos segundos de silencio al otro lado, aproximadamente tres o cuatro en los cuales escuché el pasar de unas hojas de papel, pero a mí me parecieron como dos horas. Casi le grito ¿Qué? ¿Dejamos el whatsApp para otro momentito guapa?

-Una niña. – dijo tras su pausa-

-……………. -casi me desmayo-

-¿Una niña ha dicho? -dije al fin- Me pareció escuchar su sonrisa de fondo.

-Si señora, una niña y esto no falla.

Estallé en un grito sin poder evitarlo. -¡Una niña! ¡Una niña! ¡Una niña!-

Concha reía histérica conmigo. Nos abrazamos las dos, dando saltos como locas frente a la puerta de la cafetería que estaba repleta de gente. Algunos nos miraban con curiosidad y sonreían de ver el espectáculo que estábamos dando.

Ella era de mi pueblo natal, nos conocíamos desde que teníamos tres o cuatro años y siempre fuimos inseparables. Me atrevería a decir que más que hermanas. Cuando nos vinimos aquí, por supuesto no perdimos el contacto en ningún momento y me las arreglé como pude para conseguirle trabajo a ella y a su marido que en aquel tiempo estaba en paro. Mi hermana le tenía unos celos descomunales y con razón. Un año más o menos tardó Concha en venir hasta aquí y durante ese año tuve lo que se denomina, síndrome de abstinencia.

Antes de que se me pasara el júbilo llamé a mi marido, a mi madre, a mi hermana, a mi suegra y ya dentro de la cafetería, a casi todos los números que tenía en mi agenda. Por supuesto todos sabían que estaba embarazada, pero una niña, era todo un acontecimiento familiar. Un acontecimiento apoteósico.

Tanto mi hermana como yo solo teníamos niños. Mi suegra solo tuvo niños y mis cuñados niños a su vez; así que era la primera niña después de mucho tiempo.

Cada vez que le decía a alguien que venía de camino una niña, me lo repetía a mí misma mentalmente. ¡Dios! No me lo podía creer. No busqué este embarazo. Mis hijos ya eran mayorcitos y yo empezaba a liberarme un poco de ellos, pero ya que estaba aquí, al menos que fuese una niña -me decía- ¡Una niña!

Nada más salir de la cafetería, ya compré un trajecito de bebé en color de rosa. ¡Qué ilusión me hizo! Tocarlo, olerlo. Imaginarme a mi pequeña ya dentro de él. ¿Y su nombre? No había lugar a dudas. Ya estaba elegido hacía más de cuarenta años. Mi madre perdió a la suya siendo casi una niña y siempre me hablaba de ella con mucho amor y nostalgia. Nadie en toda la familia llevaba el nombre de mi abuela íntegro y en exclusiva y decidí ya siendo pequeña que si alguna vez tenía una niña, se llamaría como ella, María. A mi marido no es que le hiciera mucha gracia el nombre, pero él escogió el de nuestro primer y tercer hijo, yo el nombre del segundo y la niña me tocaba a mí. Además de que siempre le había dicho esa espinita que tenía clavada con el nombre de mi abuela, a la que no llegué a conocer.

Los meses pasaron lentos, muy lentos. Deseaba tanto ver la cara de mi bebé que hasta tenía pesadillas. Soñaba que al dar a luz tenía otro niño y yo pedía que lo apartaran de mí, que no podía ser mío.

Me despertaba sobresaltada y empapada en sudor, me acariciaba la barriga y me consolaba a mí misma diciéndome que tampoco sería tan malo. Tengo unos hijos maravillosos, me ayudan en todo lo que pueden, son buenos chicos y no tengo queja de ellos.

-¿Seré tonta? ¿Por qué me pongo así?- me decía entre dientes. Pero…mi niña, mi esperada niña…

En mi séptimo mes de embarazo tuve la peor de mis pesadillas, solo que esta pesadilla era real. Mi hermana me llamó por teléfono para decirme que fuese cuanto antes al pueblo. Mamá había sufrido un infarto.

Hacía doce años que por los negocios de mi marido nos habíamos trasladado de nuestro tranquilo pueblo del interior de Andalucía, a otro mucho más grande de la Costa Brava en Cataluña. Menos tranquilo pero con más futuro para nuestra familia y sobre todo para los negocios de él. Mi madre hacía cuatro años ya había sufrido de un infarto del cual se recuperó bien y mi hermana desde entonces la cuidaba con mimo. Yo bajaba cada vez que podía a verla y por supuesto nuestras vacaciones eran casi una obligación de bajar al pueblo. La llamada de mi hermana con la voz en un hilo, apremiándome por bajar y sabiendo mi avanzado estado de gestación, me hizo ver claro que este infarto era diferente.

Cogimos el primer vuelo a Córdoba sin reparar en gastos. El peor viaje de mi vida. Hora y pico de vuelo en un silencio asolador. Metida en mis pensamientos, en mis recuerdos. Intentando mantener viva a mi madre aunque solo fuese en mi mente. Pero algo me decía que no iba a ser así. Que mamá no me esperaría como a ella no la esperó la suya y que se marcharía sin despedirse de mí, sin conocer a su nieta, y mis temores se cumplieron.

Cuando llegamos era tarde, mi madre había muerto. Aún estaba en la cama del hospital pues no hacía apenas según mi hermana, ni una hora de su fallecimiento y pidió por favor que no se la llevaran hasta que yo llegara.

Me acerqué a ella en silencio. No podía llorar, estaba preciosa. Me despedí de ella, no como me hubiese gustado hacerlo. La abracé, la besé y le puse su fría mano en mi barriga. De algún modo, yo también quería que se despidiera de mi niña y mi niña la conociera a ella.

Como si mi bebé supiera lo que estaba pasando, en ese preciso momento se revolvió tanto que dio la sensación que golpeó de una patada la mano de mi madre. Hasta tal punto fue de fuerte la patada, que mi hermana que estaba frente a mí, vio como la mano de mamá saltó de mi vientre y su llanto pasó a ser una leve sonrisa de sorpresa, y su sonrisa pasó a incredulidad al ver como mi cara iba palideciendo, y su incredulidad a desconcierto al verme caer desplomada al suelo.

No sé muy bien si fue el cúmulo de situaciones, que unido a mi estado de ánimo, con mi estado de buena esperanza, me hizo bajar la presión arterial y con ello perdí la consciencia, o aquella patada brutal que sentí como una cruel punzada dentro de mi vientre y me dejó sin resuello; el caso es que de pronto me encontré en una camilla de hospital, rodeada de gente vestida con bata blanca y solo se me ocurrió pensar que había llegado la hora del parto, de lo cual descartó la idea enseguida mi hermana al verme abrir los ojos y tirarse a mi cuello para llenarme de besos pidiéndome perdón por no haberme llamado antes.

-¡Hay Mercedes que susto me has dado! Perdóname por favor, por favor, por favor… ¿Cómo iba yo a saber que no saldría de este? Mamá era muy fuerte. Ella me pidió que no te llamara, que no te preocupara, me dijo que todo estaba bien. ¿Cómo iba yo a……?-

Y lloró agarrada a mi cuello, y yo lloré con ella y ahí nos quedamos las dos; llorando hasta que se nos agotaron las lágrimas.

No había nada que perdonar.

Que dolor el recordarte

porque ya no te recuerdo,

que dolor pensar en ti

que tu cara no la veo.

¿Cómo eran tus caricias?

¿De qué color tu pelo?

¿Qué sonido hacía tu risa?

Ya no encuentro consuelo.

Que dolor el recordarte,

ya han pasado muchos años.

Ni un solo instante pude olvidarte

y te desvaneces, y me hace daño

Y miro tu foto, y al mirarte,

no consigo hacer milagros.

Nunca dejaré de amarte.

Mamá. Te quiero y te extraño.


Jesús, mi marido, se portó muy bien en los días posteriores a la muerte de mamá. Aunque llevábamos algún tiempo pensando en separarnos, el embarazo de la niña nos hizo olvidar nuestras desavenencias o más bien las escondió durante algún tiempo. El repentino golpe que me acababa de dar la vida, sacó de él su lado más tierno y ya olvidado por mí. Me cuidó; me cuidó a mí y a la niña que llevaba dentro. Pero volvimos a casa y en poco tiempo, todo volvió a comenzar.

Capítulo 3

-Jesús-

¿Qué soy?

Una hormiga, que buscando entre la hierba una semilla, muere aplastada por tu pie, ajeno a mi insignificante existencia.

Una pequeña nube blanca, que mezclada en un cielo tupido de nubes tormentosas, ves sin reparar en mí.

Una amapola en un campo de rosas, que al ser tan rojas y tan hermosas, hueles su fragancia sin darte cuenta que no me mueve el viento, sino tu presencia.

Una brizna de polvo sobre tu espalda, que aunque grito para que me oigas, mi diminuta existencia está a años luz de tus orejas.

Una gata parda perdida en áridas tierras, que dominadas por feroces leonas, se enamoró del león más grande de la manada.

No soy nada.


Era un hombre muy arisco con los niños que ya eran hombrecitos y estricto hasta la saciedad. No les dejaba pasar ni una.

Quizás quería seguir ejemplo de la educación que le fue impartida por su padre y del cual huyó con apenas diecisiete años. Mi suegro no era un hombre malo en absoluto. Era un hombre trabajador y luchador como ninguno, que creó una empresa de la nada en tiempos difíciles y la levantó con sus propias manos y su esfuerzo. Cuando sus hijos tuvieron edad para trabajar en ella, ya tenía unos cuantos empleados. Él no quiso que sus hijos fueran “los hijos del jefe” y se lo encontraran todo hecho, de modo que los puso a trabajar desde abajo, exigiéndoles como a cualquier empleado y dándoles el mismo trato. Esto lo hizo para que supieran valorar lo que tenían y para que valoraran lo que a él le costó llegar hasta ahí; pero Jesús que era el mayor, cuando llegaba a casa a comer, tenía discusiones espantosas con su padre por esto. Le replicaba en todo y su padre no se lo consentía.

-Mientras vivas bajo mi techo, harás lo que yo te diga. -solía decirle-

Su madre lloraba, su padre le gritaba y él le respondía con gritos a su vez. Al final por no hacer sufrir más a su madre, decidió marcharse de su casa y de la empresa.

¿Quiso hacer lo mismo con sus propios hijos?

¿Por qué?

¿Quizás a lo largo de estos años hubo algún momento en que se arrepintió de lo que hizo y quiso redimirse así? ¿Así quiso salvar su orgullo? ¿Era de esta forma como quería pedir perdón a su padre?

No era justo. No para nuestros hijos.

-Imponía horario para las comidas y el que no estuviera sentado a la mesa en dicho horario, se quedaba sin comer.

-Implantó un horario para ducharse.

-Sancionaba el no haber orden absoluto e impoluto en sus habitaciones.

-Nada de amigotes en casa.

-Prohibido comer en ningún sitio de la casa que no fuese la cocina.

-Les privaba el uso de ordenadores y o videojuegos los días laborables.

-A las diez de la noche cada cual a su habitación…Etc…etc…etc…Y tantas otras normas algunas de las cuales me parecían tan absurdas como crueles para las edades que ya tenían mis hijos, catorce, diecisiete y veinte años respectivamente. Normas que por supuesto él se pasaba por el forro de los pantalones, ya que Jesús comía en el comedor y se llevaba “chuches” al dormitorio, se duchaba cuando se le antojaba, traía todas las visitas a casa que le daba la gana y a veces sin avisar, y por donde él pasaba había que ir detrás recogiendo, porque dejaba huella; pero claro, ni podíamos replicar. -Para eso era él quien mantenía esta casa. -solía decir- para que no se nos olvidara cuál era su misión.

Mi trabajo con mi sueldo “mileurista” no contaba para nada.

-¿Qué te crees que con ese sueldo vas a mantener a esta manada de bribones? -me decía cada vez que le planteaba la separación-. Daba por supuesto que el dinero que ganaba con sus negocios, era suyo. Yo no tenía nada que ver ahí y mucho menos los niños, y no sé si lo hacía para humillarme o para echarme para atrás la idea de separarme; pero lo único que conseguía era que me diera más rabia su comentario machista y más ganas tenía de dejarle.

Cuando Jesús no estaba en casa era cuando nos sentíamos libres de hacer y decir. Como ratones en sus ratoneras, mis hijos, si no estaban en clase se encerraban en sus habitaciones generalmente a dibujar, ya que durante la semana no podían hacer otra cosa. Si se marchaba a atender sus negocios, apenas oían la puerta, asomaban sus cabezas y preguntaban en voz bajita.

-¿Se ha ido papá? ¿Podemos ver la televisión contigo? – solía decir el más pequeño de los tres-

-¡Claro que sí! ¿Acaso tienes alguna duda? ¡Espera que saco “mierdas”!- así era como llamábamos a las “chuches” y juntos mirábamos televisión o charlábamos de cualquier cosa menos de papá, ese tema mejor no tocarlo ¿para qué? Ellos solo tenían reproches y yo no tenía respuestas.

Alguna tarde después de hacer sus deberes, les dejé poner la vídeo-consola para jugar yo con ellos, pero en una ocasión ocurrió algo que en el fondo todos temíamos. Jesús lo supo. Guardaba unos documentos en el mueble donde estaba dicha vídeo-consola. Al sacarla y volverla a guardar, no me di cuenta y arrugué sus malditos documentos por una esquina. Él era tremendamente pulido para sus “papeles” y cuando los necesitó, al cogerlos, enseguida se dio cuenta que habíamos movido el dichoso aparato de su lugar. La que se llevó la monumental bronca por supuesto fui yo.

-¡Por tu culpa los niños no me respetan! -me gritaba- ¡Si yo digo que no se toca, pues no se toca! Y ahora me estas obligando a ponerla bajo llave.

-continuó- Ellos se llevaron el castigo. Quinientas copias cada uno para el fin de semana donde dijera:

“Seré responsable de mis actos y acarrearé con las consecuencias”. Además dos semanas sin vídeo-consola y sin salir. Y por si acaso tenían ganas de divertirse, les escondió los lápices de colores para impedir que dibujaran.

No podía defenderles diciendo que la idea había sido mía porque aún se enfadaba más con ellos. No podía protestar por el castigo porque aún les imponía más castigo. Mi misión aprendida a lo largo de los años era la de callar para no empeorar las cosas para ellos y así lo hacía, callaba y cuando se iba de casa, les ayudaba con las copias y seguíamos haciendo de nuestra “capa un sayo” como decía mi madre.

Estos castigos y estas copias con esta frase, al principio comenzaron a ser razonables dentro de lo que cabe y no pasaban de cien o doscientas para el fin de semana siempre, pero acabaron siendo la friolera de hasta diez mil.

Sí. Diez mil copias para el fin de semana, y ese día yo me negué en rotundo. No sirvió para nada mi negativa. ¡Bueno si! Tuvimos una bronca monumental y ellos terminaron haciendo las copias igualmente.

Mis hijos, no me atrevo a decir que le odiaban, pero sí que me atrevería a decir que le tenían rencor, un gran rencor por todo aquello.

El embarazo, parece que lo tenía distraído con la ilusión que a él también le hacia la llegada de la niña y estaba menos pendiente de esas nimiedades para nosotros y atrocidades para él o viceversa.

Como yo desde el minuto cero de saber que era una niña, comenzó a comprar cositas para ella. Chupetes rosas donde ponía la inscripción de “papá es el mejor”, peluches, juguetes musicales de bebé. Infinidad de tonterías para ella. Al principio me hacía gracia que casi cada día llegara a casa con alguna cosita para la niña; pero ¿Y sus hijos? ¿Los que estaban aquí? ¿Los que cada día comían con él sin mirarle a los ojos para evitar ser el centro de su atención y llevarse primero una bronca, por masticar mal, por su postura en la silla, o por comer con ansia según su criterio?

¿No merecían ellos que alguna vez les hubiese hecho también algún regalo por traer buenas notas? ¡No! Era su obligación estudiar.

¿No merecían ellos un regalo por ayudarle con el “papeleo” de sus negocios cuando se los llevaba a la oficina? ¡No! Era su obligación ayudar con la economía de casa.

¿No merecían ellos un regalo por mantener la casa como los “chorros del oro”? ¡No! Era su obligación ayudar en casa.

Tantas obligaciones sin recompensa…

Tantos castigos para aprender…

¿Qué demonios le pasaba con ellos? ¿Acaso eran celos?

Si…Estuvo muy pendiente de mi cuando murió mamá.

Si…Su comportamiento fue ejemplar en los días, que digo días, en las semanas posteriores de esa gran pérdida para mis hijos y para mí. Pero a pesar de todo, yo ya no podía esconder por más tiempo el rencor que le había cogido, el rencor se convirtió en rabia y la rabia en asco.

Por dura que parezca esta palabra, la cosa era así. Ya no podía ni dormir con él. Solo el contacto de su piel con la mía, me producía escalofríos y cuando estaba de ocho meses, decidí dormir en la habitación que con tanta ilusión habíamos preparado para nuestra niña.

Jesús no vio nada raro en ello. Estaba muy gorda y tenía miedo de golpearme sin querer la barriga al moverse en la cama. Incluso lo vio bien (el muy iluso).

El veintinueve de septiembre fuimos a la última revisión con mi ginecólogo. Todo estaba bien y nos dijo que la niña estaría lista para finales de octubre, aproximadamente. Yo le dije a Jesús en casa que la niña llegaría antes. Sobre el siete o el ocho según mis cuentas.

-¡Tú eres tonta! ¿Vas a saber tu más que el médico? -me dijo en su tono despectivo y burlón- A mí me quería mucho a pesar de su carácter agrio, pero cuando le daba la gana, podía ser muy desagradable.

-Jesús nació para mis cuentas, Manuel fue prematuro y no puedo decir nada; pero Vicente también nació para mis cuentas y si mis cuentas no fallan, la niña nacerá el siete o el ocho de octubre y si no ¡ya veremos! -le contesté orgullosa-

La verdad es que le di un momento que pensar, pero en seguida empezó a reírse a carcajada limpia de mí.

-¿Además de tonta, ahora también eres “pitonisa”?

¡Madre mía! Si el vidente hubiera sido él y me hubiese leído el pensamiento, me habría visto a mí, sacándole los ojos, porque eso era precisamente lo que me estaba imaginando en ese momento.

Capítulo 4

-La llegada-

Yo tenía un botijo blanco

lleno de sentimientos rotos,

de agua amarga de llanto,

me lo bebía poco a poco.

Yo tenía un botijo verde

escondido en el corazón,

y una niña de cara imberbe,

lo arrancó sin compasión.

¡Niña como te atreves!

Déjame llorar en paz,

que lloro por los reveses,

que la vida me ha de dar.

Y la niña contestó feliz,

cálida como el verano,

vengo a hacerte reír,

yo te tiendo una mano.


Siete de octubre. La “pitonisa” Mercedes se va a dormir a las diez de la noche. Se encuentra más cansada de lo normal. Le pesa la barriga, tiene las piernas hinchadas y se muere de sueño.

El “payaso me rio de todo” Jesús, se ríe incansablemente de ella porque ha fallado en sus dotes adivinatorias.

Ocho de octubre, seis de la mañana. La “pitonisa” Mercedes tiene ganas de hacer pipí. Se levanta y va al baño. Hace pipí y cuando termina se marcha a la cama otra vez. Justo al meterse en la cama, nota como una patada del bebé, pero es diferente a las otras y duele. Al moverse para acomodarse mejor, comienza a salir una gran cantidad de líquido por su vagina.

-¡Dios mío! ¡He roto aguas!- grité -¡Jesús, despierta! Ahora sí que te vas a reír-

Jesús despertó al oír mis gritos, pero pensó que le tomaba el pelo y no movió ni una pestaña desde su cómoda y enorme cama.

-¡Jesús! ¿Es que no me oyes? ¡Que he roto aguas! ¡Que estoy de parto!- gritaba desde mi habitación sin recibir respuesta alguna. Mis hijos se levantaron al oír mis gritos y entraron dentro.

Destapé la cama para que pudieran ver el espectáculo y les “chisté” con el dedo índice. Se quedaron asombrados al ver aquel agua amarilla que inundaba la cama, sobre todo el pequeño, que se puso la mano en la boca para tapar el grito de perplejidad que se le escapó. Les mandé a sus habitaciones en silencio, con gestos y apremiándoles por si venía su padre.

Pero no vino. Se quedó cómodamente acostado, pensando que todo era una broma por haberse reído de mí. De modo que me levanté. Me fui a nuestro dormitorio y fui dejando un rastro de líquido amniótico a mi paso. Me planté en la puerta con los brazos en jarras y le dije.

-¿Quién se ducha primero, tú o yo?- Se incorporó con una sonrisa en la boca que al momento se convirtió en una mueca de espanto, al ver el charco que estaba dejando en su maravilloso suelo de parquet.

-¡Joder! ¡Joder! ¡Joder!- se levantó de un salto y de otro salto me metió en la ducha. -Dúchate tú, que yo lo preparo todo mientras tanto cariño- dijo, olvidándose de todo y dándome un tierno beso en la comisura de los labios. Hasta me enterneció.

Mi niña tenía prisa por nacer. A las doce del mediodía asomó la cabecita en un parto normal y sin anestesia epidural. Mi cuerpo ya no era tan joven ni tan resistente como cuando tuve a los niños, o quizás ya no me acordaba de lo doloroso que era parir. En cada empujón pensaba que me partiría en dos y gritaba que no podía más. Conozco a Jesús. Pasó vergüenza.

Si…Él estaba allí, y en vez de sufrir el parto conmigo y apoyarme o darme la mano, o qué sé yo, sufría de vergüenza ajena cada vez que yo gritaba o me quejaba. Verle avergonzado de mí en ese momento tan importante de nuestras vidas, hizo que me volviera la rabia hacia él y la rabia, he de reconocer, me ayudó bastante en el parto. (Cosa que debería de agradecerle algún día).

Empujé con rabia y al hacerlo, bastaron tres empujones y niña fuera.

¡Oh Dios! ¡Tan bonita!

-¡Ya está aquí mi niña! ¡Ya está aquí!- le repetía a Jesús una y otra vez cuando me la pusieron en los brazos, mientras seccionaban el cordón umbilical y extraían la placenta. Apenas lloró. Pusieron su carita en mi pecho y su llanto se calmó en seguida.

¡Tan bonita! ¡Tan parecida a su padre! Ninguno de mis hijos se parece a su padre tanto como ella.

Jesús, se enamoró al instante de María. Se quedó embelesado y no podía articular palabra. Solo podía mirarla, como si hubiese sido hechizado por sus preciosos ojos grises, que le miraban a él desde su cómoda postura en mi pecho.

Él, cambió su primer pañal mientras yo convalecía en la cama del hospital. Le dio su primer biberón y la acunó hasta dormirla por primera vez. Yo, no solo no le di importancia, sino que pensé que de pronto se convertiría en el padre para mis hijos que siempre habíamos deseado.

La niña había venido como un regalo del cielo para todos. Pero a Jesús le enseñaría por fin a ser padre con todas sus letras. La “pitonisa” Mercedes otra vez en acción. ¡Qué equivocada estaba!

Esa mirada no solo le hechizó. Le atrapó como un pez es atrapado por un anzuelo, como la droga a un drogodependiente. Enganchado a ella. Mi niña, dejó de ser nuestra niña para ser… su niña, y el ser controlador que llevaba dentro, salió más a flote y con más fuerza que nunca.

Él le dio su primer baño. Él le quitó su primera caca y yo seguía sin darme cuenta de que no era ayuda lo que me proporcionaba mí no tan querido esposo, sino el hecho de acapararla para él. En los primeros meses de María, los niños, ni existían para Jesús, lo cual fue un descanso para ellos. La vida rodaba en torno a ella. No había tiempo para broncas ni para castigos.

A los cuatro meses, ya era hora de llevar a María a su habitación, con lo que yo tuve que volver a la mía (no sé qué le dolió más a Jesús) (ni a mí).

Jesús se pasaba gran parte de la noche mirando la pantalla del vigilante de bebés por si la niña se movía, o no se movía y me despertaba a mi tanto si ocurría una cosa, como si no ocurría. ¡Dios! Era exasperante.

A los seis meses volví al trabajo. Yo trabajaba en la recepción de un hotel y durante el embarazo solicite a mis jefes que a la vuelta me asignaran el turno de recepcionista nocturna. El horario seria de diez de la noche a seis de la mañana y de esta forma mi niña no me echaría de menos, pues mientras ella duerme yo desempeñaría mi jornada laboral. Por supuesto iría más que cansada unos añitos pero mis hijos me echarían una mano y no quería perderme nada del crecimiento de María.

Con mis niños fue diferente. Estábamos empezando. Trabajábamos mucho. Éramos demasiado jóvenes y nos comíamos el mundo, pero me perdí tanto de ellos con tanto trabajar… Ahora podía elegir, además era una forma más de librarme de Jesús y por otro lado estaba tranquila de que él estaría con ella toda la noche.

Un error más que apuntar a mis espaldas. No solo dejé a Jesús al cuidado de la niña en mi ausencia, sino que también se quedaba con los niños para hacer y decir sin que yo pudiese mediar en ello.

María como si supiese de algún modo que yo no estaba, a los pocos días de comenzar a trabajar y siendo un bebé de sueño tranquilo, empezó a inquietarse en la cuna. Su sueño cada día era más intranquilo y se destapaba continuamente, según me relataba Jesús. Una noche tuvo lo que parece ser, una pesadilla. Se despertó sobresaltada y llorando a gritos como nunca había llorado antes. Jesús se asustó muchísimo y pensó que le dolía algo o se había hecho daño. La cogió en brazos y la acunó hasta dormirla de nuevo. Por miedo a que volviera a llorar se la llevó a la cama con él.

-¡Pobrecita!- me dijo al día siguiente. –Tenía el corazón encogido y se agarró a mi cuello como una lapa. ¡Qué pena me dio!-.

La observé con cuidado de no despertarla. Dormía plácidamente, a pierna suelta, haciéndose dueña tan pequeña como era de la mitad de nuestra cama. Jesús había puesto tres sillas a modo de baranda en ese lado de la cama y una almohada grande para amortiguar un posible golpe contra ellas si la niña se movía. ¡Pensaba en todo!

Él se fue a trabajar y yo me acosté con ella. Su cuerpecito totalmente estirado hasta entonces, se acercó a mí y dormida puso su piececito en mi cadera, sonrió y dormimos las dos.

Ni que decir tiene que él ya no esperó a que María volviera a llorar. Directamente, cada noche que yo trabajaba, la niña ocupaba mi lugar en la cama.

Los meses pasaron. María crecía sana y preciosa y graciosa y movida y…arisca… Cada día Jesús seguía en su línea de traer algún regalito para ella. A medida que iba creciendo, ese regalito se estaba convirtiendo en una obligación. Pero el vínculo que había entre ellos también crecía. Mamá estaba para comer, para bañarse, para dormir, incluso para reñir; pero papá… ¡Oh papá! Papá estaba para jugar, regalos y chuches. ¡Qué divertido era papá! Pero había algo más. A veces me daba la sensación de que se entendían solo con la mirada. No sé si me estaba volviendo loca o estaba tremendamente celosa, el caso es que María, mi niña, no era mi niña cuando su papá estaba en casa. Dejaba de ser mi niña, para ser su niña, porque ella lo decidía así. ¿Una locura? Creo que no.

¿Sería eso lo que él sentía al ver la complicidad que los niños tenían conmigo?

Mientras él no estaba, ella era una niña juguetona, risueña, encantadora, cariñosa, mimosa y todos los adjetivos que puede tener un bebé de su edad con sus hermanos y conmigo; pero en el momento en que Jesús entraba en casa, su comportamiento hacia nosotros, cambiaba radicalmente. Inexplicablemente para nosotros, María se volvía arisca. Como si de algún modo ella supiera que aquel comportamiento distante hacia sus hermanos le acercara más a su padre. También he de decir, que antes de abrazar a su padre, la niña le buscaba en las manos y los bolsillos para recibir su premio diario. Como si de un cachorrito se tratara, al que le das una galleta y éste te mueve la cola, Jesús le seguía trayendo cada día una cosita, o bien juguete, o bien chocolate y ella, ya no se separaba de su lado.

No sé si se daba cuenta tan pequeñita de la animadversión que su padre les tenía a sus hermanos, aunque no sé si llamarlo así. Lo que sí sé, es que él nunca tenía una leve sonrisa para ellos. No desde que llegamos aquí y comenzaron sus negocios. Quizás, el vernos discutir continuamente estaba haciendo mella en su educación y en su forma de ver la vida y ella aun siendo tan pequeña, tenía la capacidad de comprender cuando había que estar de una parte o de otra.

Mi trabajo de noches, que yo pensé que sería un bien para ella se había convertido en mi peor aliado. Cuando yo dormía en casa, María dormía en su habitación y no rechistaba, pero a pesar de mi cuento y de quedarme con ella hasta que se quedaba dormida, su mirada me indicaba un poco de rencor por no llevármela a mi cama. Y las discusiones entre nosotros tomaban otros caminos. Ahora también nos discutíamos por ella.

-Por favor no te la lleves a la cama cuando yo trabajo ¿Es que no ves que no es bueno para ella? La estás acostumbrando mal entre unas cosas y otras-

-Tú no me tienes que decir lo que tengo yo que hacer con mi hija-

-¡Pero llegará el día en que ya no la podrás sacar de la cama! Y te recuerdo que también es hija mía-

-¿Y…?- Como siempre su chulería por delante. No había discusión posible. Dijera yo lo que dijera, él se la iba a seguir llevando a la cama ¿Para qué discutir?

Poco a poco me fue apartando de cualquier decisión que hubiera que tomar en cuanto a la niña se refiere, como ya hizo con anterioridad en torno a los niños, solo que con ellos lo hizo tarde y lo hizo mal, y ellos me eligieron a mí.

La hora de su baño, la ropa que ponerle, la guardería. Hasta si este juguete es adecuado o este no, era decisión suya, ni nuestra, ni del fabricante. Mientras tanto, si me llamaba mi hermana, lo hacía casi para maldecirme por no dignarme a coger el teléfono, ni llamarla una sola vez al mes.

No es que no me acordara de ella. Me moría de ganas de contarle lo sola que me hacía sentir Jesús, pero qué necesidad tenía de preocuparla estando tan lejos y llamarla a menudo sabía que implicaría terminar contándoselo. Ella me conoce muy bien y me notaría tarde o temprano que las cosas no son como yo quiero hacérselo creer. Concha era la única persona que sabía cómo estaba la situación de mi casa y de mi vida y aunque le dolía la boca de decirme que le dejara, a mí me dolía la boca de decirle que iba a darle otra oportunidad de cambiar. Aunque no eran más que auto excusas que me ponía a mí misma para negarme la evidencia de mi fracaso matrimonial. No me podía sentir más sola y más desamparada.

Mis hijos le odiaban y los dos mayores hacían planes para irse de casa. Mi niña tan esperada por mí, me miraba con ojos rencorosos cuando estaba junto a su padre y yo intentando buscar soluciones a lo que ya no tenía remedio.

¡Terapia familiar!

Me fui a ver a la Asistenta Social, le expliqué mi caso (¿si se hubiera enterado Jesús?) quería salvar mi matrimonio y a mis hijos con él y ella nos dio cita para asistir a dicha terapia. Al principio Jesús ni quería oír hablar del tema. Le convencí diciéndole que nos ayudaría a todos a entendernos mejor.

-Siempre es mejor que haya un mediador en discusiones y un terapeuta sabrá orientarnos- le expliqué.

-¿Y se puede saber cómo se te ha ocurrido semejante tontería?-

-Cada vez estamos peor Jesús. Esto no es una tontería- le dije ofendida –Lo vi en un programa de televisión y se me ocurrió que podríamos intentarlo-

-¿Y cómo has encontrado a la terapeuta?- me preguntó desconfiado.

-La busqué por internet y pedí cita hace meses. No te lo dije antes porque hasta ahora no me la habían dado y pensé que ya no me la daban-

-Está bien. Por probar no perdemos nada- dijo al fin. Y la terapia empezó. Un día a la semana íbamos todos a exponer nuestros problemas y quejas familiares. Él decía lo suyo, yo lo mío y mis hijos poco a poco se iban soltando en contar sus quejas. La terapeuta mediaba en todo y allí en la consulta parecíamos una familia con indicios a llevarse bien. Cuando llegábamos a casa el doctor Jekyll se volvía a convertir en míster Hyde y aquí paz y después gloria. Un año de terapia familiar. Un año de mentiras y mentirme a mí misma y a mis hijos.

Llame a la terapeuta después de ese año y le dije que ya no iríamos más, que no servía para nada, que no era culpa suya. Tenía que poner una solución a esta caótica vida antes de que se derrumbara del todo. Pero no lo hice en ese momento. Fui cobarde. Y como un castillo de naipes, poco a poco todo se fue desmoronando como la “pitonisa” Mercedes vaticinó, en tres años.

Yo tenía una jaula de oro

con destellos de color,

cuatro pajaritos vivían en ella,

alimentados de mi amor;

pero ¡Ay Dios mío que dolor!

Que cuando abrí la jaula.

Se me fueron dos.


A los pocos meses, mis dos hijos mayores se marcharon de casa. Les di algo de dinero que tenía ahorrado por mi cuenta y por supuesto a escondidas de Jesús y les deseé suerte. No podía retenerlos, no tenía derecho.

No se despidieron de su padre y eso hizo que entrara en cólera. No el hecho de que se marcharan de nuestro lado. Jesús no quería volver a verles nunca más por el simple hecho de no haberse despedido de él.

-¡Son unos sinvergüenzas y unos desagradecidos!- dijo –Para mí como si se hubieran muerto los dos –Ya no se acordaba que él hizo lo mismo -¿Y se puede saber dónde han ido?- me preguntó.

-No lo sé- me hice la tonta (como siempre) y me vi reflejada en su madre.

-Se marcharon de madrugada y yo tampoco sabía nada-. ¿Cómo iba a decirle que yo lo sabía desde hacía tiempo? ¿Cómo iba a decirle que ojala me hubiera ido con ellos? ¿Cómo iba a decirle las últimas palabras que me dijeron al salir?

-Mamá, déjale y te ayudaremos en lo que te haga falta. Pero hasta entonces…ya sabes dónde estamos-

Les dejé marchar, me sentí sola, me sentí aliviada por ellos y me sentí despreciable. Como si fuese yo la que en cierto modo los hubiese echado de mi lado al permitir todo lo sucedido. Como si fuese yo la que los había abandonado a su suerte. Como esa gente que compra un cachorrito con ilusión y que al crecer y marcharse de vacaciones, no sabe qué hacer con él y lo abandonan en la cuneta de la carretera con la esperanza de que al volver, lo encontraran ahí, esperándoles, moviéndoles la cola.

Mi familia se partió, mi corazón también y mientras tanto…mi niña, cada día era más suya.

Capítulo 5

-La separación-

Cielo oscuro,

nubes negras,

tormentas desatadas,

crueles, indecentes, despiadadas,

invadían con soez impertinencia mi cabeza.

En la hora de los relojes rotos,

en un tiempo sin calendario,

desde diciembre hasta ahora,

pasaron incontables años.

De pronto. Una tenue luz salió de mi equipaje,

me hizo cerrar los ojos,

acostumbrados a la penumbra.

Era un diminuto rayo de sol,

que evadiéndose de mi locura,

me quiso despertar,

a la mañana de los tiempos felices.

Abrí mi maleta con desconfianza,

para dejar entrar,

sin prisa, pero sin pausa,

a la luz embriagadora,

de una vida desconocida,

pero a la vez, tan deseada,

por mi inquisitivo corazón.

Y esperando con impaciencia demoledora,

anuncio que me abro,

a la luz de los años venideros,

y que quiero, deseo, anhelo,

deslumbrarme cegadoramente por ella.


Regresábamos de celebrar el cuarto cumpleaños de María. Fue una fiesta por todo lo alto, en un recinto infantil con montones de actividades para los invitados al evento, juegos, comida y por supuesto un suculento pastel adornado con la corona de princesa que solo ella se merecía por ser la más princesa entre las princesas. Se quedó dormida en el coche. Estaba reventada de tanto jugar. Me senté detrás con ella para que su cabecita no se ladeara y no se hiciera daño en el cuello. ¡Tan tierna mi niña! ¡Tan bonita! Apoyé mi cabeza en su hombro y respiré su aroma de inocencia. Ella se giró y apartó mi cara de un manotazo. No me hizo daño, pero lloré en silencio hasta llegar a casa.

Esa noche, ella durmió con su papá porque ella lo decidió así y yo, que no quería discutir con ella ni con su padre, me dormí llorando en su camita.

Me levanté a las ocho de la mañana. Preparé café, chocolate, tostadas, saqué toda la bollería que había en los armarios y monté una mesa para desayunar como nunca hasta entonces. Desperté a toda la casa con alegría.

-¡Jesús, Vicente, María, vamos a desayunar! Venga que se enfriara todo lo que he preparado- Todos vinieron un poco extrañados por aquel opulento desayuno que acababa de preparar.

-¿Qué celebramos hoy?- preguntó Jesús.

-Nuestro último desayuno juntos- contesté con una sonrisa en la boca, pero sólo era en la boca.

Su reacción fue… ¿Cómo podría definirla?…como si le hubiera dicho que el vecino del quinto se había ido a comprar el pan. Una de dos, o le importaba un bledo, o no me había creído. Supongo que las cosas que escapaban a su control, no entraban dentro de sus cánones establecidos y no le dio ninguna importancia a mis palabras, así que desayunamos tan ricamente como si allí no estuviera pasando nada.

Vicente me miraba de reojo por encima de sus gafas, estaba nervioso, sabía que eso no era normal en mí y tenía miedo de cómo iba a terminar aquello. Le guiñé un ojo para tranquilizarlo.

Es un niño inteligente, tímido, un poco sarcástico, tremendamente familiar. No le gusta mucho expresar físicamente su afecto, pero necesita sentirse querido todo el tiempo y que se lo hagamos saber. Tiene una inteligencia selectiva, lo que le gusta ni le hace falta aprenderlo; lo sabe y punto. Es un chico lleno de miedos y frágil. No se separa de mí ni un instante. Es un hijo ejemplar y tengo dudas sobre si algún día podrá ser padre pero si es así, yo le enseñare a ser un padre maravilloso.

La niña devoraba sus bollitos de crema favoritos sin percatarse de nada. Acabado el desayuno, Jesús se marchó a la oficina sin hacer ninguna clase de comentario a lo que le acababa de decir y yo me puse manos a la obra en la operación “separación inminente”. Menos de un mes tardé en alquilar un piso pequeñito y marcharme con lo puesto y mi hijo. La niña me costó mucho que entrara en mi pisito.

Yo no quería nada que viniese de él para que nunca pudiese echármelo en cara, de modo que al día siguiente del famoso desayuno, me fui a mi banco, hablé con el director y le dije.

-Llevo dieciséis años ingresando aquí mi nómina y necesito un crédito de hoy para mañana y no me preguntes para qué, necesito que me lo des a mí y que mi marido no tenga conocimiento de ello-

-Bueno Mercedes, eso depende de la cantidad que necesites y de hoy para mañana es casi un imposible- me dijo un poco desconcertado. Saqué mi cara de valiente y continué diciendo.

-Vamos Alberto. Tú y yo sabemos que si quieres puedes. Solo necesitaré unos tres mil euros. Nunca he necesitado nada y no le debo nada a esta entidad así que haz lo que te dé la gana, pero necesito ese dinero y lo necesito ya- Se queda mirándome fijamente en silencio y unos segundos después esboza lo que parece una leve sonrisa.

-La única forma de que tengas ese dinero de forma inmediata, sería aprobándote una tarjeta de crédito visa oro. Déjame hacer toda la documentación y en dos días lo tienes- ¡Uf! Al final ha sido más fácil de lo que yo creí en un primer momento.

Con el dinero en la mano, dos días después como me había prometido Alberto, me dirigí a la inmobiliaria en la que ya tenía visto el piso que me gustaba y el que me podría permitir. Esa parte también fue rápida. La dueña de dicha inmobiliaria era conocida mía y en alguna ocasión habíamos tomado café y hecho alguna que otra confidencia. Ella sabía que la relación con mi marido no era tan de color de rosa como aparentábamos a ojos de los demás, y no me costó mucho contarle que me quería separar, por qué y que quería ese piso con la mayor brevedad posible.

Aquella misma mañana me lo mostró. Era perfecto para mí y mis hijos. Le faltaban algunos muebles pero por lo demás estaba en las condiciones adecuadas para entrar a vivir. Cuando Jesús se dio cuenta de que todo iba en serio, puso el grito en el cielo.

-¿Tu de que vas?- me dijo un día, al verme guardando ropa de los armarios en maletas.

Ese día no fue la primera vez que me veía recoger cosas, pero quizás pensaba que limpiaba fondos de armarios o tiraba ropa que no servía. Yo, desde aquel desayuno, ni me digne a dirigirle la palabra. Por supuesto Jesús, con jugar un ratito con la niña y ver televisión, ya hacía vida de hogar.

-¿Es que no te quedó claro el otro día?- contesté sin dejar de guardarla.

-Todo lo que te digo te lo pasas por el forro de los pantalones, pero esta vez va en serio. ¡Se acabó! Lo nuestro ya no hay por dónde agarrarlo y aquí te quedas tu casa perfecta, tu dinero y tu vida perfecta que yo me voy- No daba crédito a lo que estaba escuchando. Me miraba incrédulo, sin saber apenas reaccionar.

Y su reacción se basó en lo que él creía que podía controlar. El dinero.

-No te pienso dar ni un duro- me gritaba –Con tu sueldo, ya vendrás a suplicarme. No vas a durar ni un mes sola. ¿Qué te has creído tú? ¿Qué te voy a ir detrás como un perro? Lo llevas clarito. ¡Ah! Y la niña se queda aquí hasta que yo vea donde la vas a meter- sentenció.

La niña, siempre la niña. Ni tan siquiera en ese momento se acordaba de que tenía otro hijo en casa.

Mientras tanto María, jugaba con sus juguetes acostumbrada a los gritos y ajena a los acontecimientos. Vicente sin embargo, no sabía dónde meterse. Se escondió en su habitación, arrinconado entre su cama y su armario y creo que hasta dejó de respirar para que su padre no le oyera.

Nunca les había puesto la mano encima, pero a veces no hace falta pegar para intimidar y Vicente le tenía un miedo atroz, sobre todo desde que sus hermanos se marcharon pues desde entonces él era el centro del mal genio de su padre.

Jesús se paseaba por toda la casa a paso ligero y vociferando, con la cara desencajada. Sus ojos irradiaban odio, su boca escupía veneno. De vez en cuando golpeaba una puerta o una mesa, pero en ningún momento escuché llorar a María con tal escándalo. Yo temblaba, disimulaba y seguía guardando mis cosas sin mediar palabra. Vicente escondido, temblando y suplicando que no se acordara de él.

No sé qué es lo que pasaba por la cabecita de María en esos momentos tan desagradables. Lo que si se, es que ella, no pareció inmutarse o a su corta edad, lo disimuló muy bien. Lo que era evidente, es que ella estaba acostumbrada ya a los gritos.

Cuando terminé de recoger mis cosas, lo coloqué todo frente a la puerta de entrada para marcharme y me dirigí al comedor, donde estaba mi niña sentada en el suelo con un montón de juguetes que había sacado de su baúl, me agaché para cogerla en brazos. Ella me miró y adivinó mis intenciones. Inmediatamente de un salto se puso en pie y corrió a los brazos de su padre, recostó su cabecita en el pecho de él y me miró de reojo.

Jesús me dijo -¡JO-DE-TE!- pero aunque parezca loca, creo que la niña, con esa mirada, también me lo dijo.

-¡Vicente, nos vamos!- dije con un espantoso nudo en la garganta, empezando a recoger maletas del suelo.

-¡Vicente se queda!- dijo Jesús desde el comedor.

-¡Yo me voy con mamá!- se apresuró a decir, recogiendo conmigo maletas del suelo y saliendo delante de mí, como alma que lleva el diablo. Mientras acomodábamos los bultos en el coche, le escuchábamos gritar desde la ventana y sin soltar a la niña de sus brazos, nosotros y el resto del vecindario.

-¡Iros a la mierda y aquí no volváis más! ¡Esta es mi casa!- La niña no lloró. Yo sí.

Se acercaba la Navidad. Mis hijos mayores estaban a punto de llegar y a mi pisito le faltaban muchos detalles. Pero me habían dado las vacaciones para esas fechas tan señaladas e intentaría solventar en la medida que pudiera algunos de ellos. No tenía sofá, en su lugar puse un colchón en el suelo pegado a la pared y de respaldo un montón de cojines enormes.

Mi abogado consiguió enseguida que las intenciones de Jesús de quitarme la niña se fueran al traste. Custodia compartida, una semana para cada uno y mitad de vacaciones escolares.

Vicente ya había cumplido la mayoría de edad y ninguno de los dos quería saber del otro más que para una comida ocasional o un cine. ¿Y los mayores?…bueno, el tiempo decidiría.

Llegaron dos días antes de Navidad. Mi felicidad alcanzaba límites insospechados. No hubo reproches, no hubo preguntas, ni lágrimas. Como si hubiesen regresado de un largo viaje, nos abrazamos todos en una piña y así permanecimos hasta que Manuel preguntó repentinamente.

-¿Hay algo de comer? me muero de hambre…-

Manuel es cariñoso y dulce hasta rozar el empalago. Quiere a todo el mundo y se deja querer. Ésto hace de él un chico vulnerable y fácil de engañar, fantasioso y fantástico, soñador, imaginativo, ingenuo y romántico; pero también es inquieto y valiente. Con sus estudios no le fue tan bien como a su hermano mayor, pero su valentía le hace seguir intentándolo y su empeño le llevará donde quiere ir. Es un hijo ejemplar y será un padre maravilloso.

Después de aquella Navidad, fue entonces y solo entonces…cuando pude llamar a mi hermana y contarle todo lo que me había pasado en todo este tiempo. Fue entonces y solo entonces…cuando pude desahogarme a gusto. Fue entonces y solo entonces…cuando lloré, en el hombro de mi hermana a mil kilómetros de distancia.

Dos días después, sonó mi teléfono móvil muy temprano. Era mi hermana que sin previo aviso se me había presentado aquí y me esperaba en la estación de tren porque desconocía mi nueva dirección, de haberla conocido y conociéndola a ella, ni me hubiera llamado. Desperté a mis hijos y corrí a buscarla. Aparqué el coche enfrente de la estación de tren y la vi. Estaba sola y su único equipaje era una pequeña mochila donde como mucho cabía una muda de ropa. –No es propio de ella- pensé.

-¿Qué haces aquí?- le dije a la vez que la estrujaba entre mis brazos.

-¡Calla! No me digas nada o todavía te doy dos guantazos- me contestó, haciéndome creer que estaba enfurecida conmigo sin conseguirlo en absoluto.

-Todo este tiempo haciéndonos creer que todo estaba bien. Que tú y los niños estabais bien. ¡Joder Mercedes! Llevas años sin bajar al pueblo y yo pensando que sería por la muerte de mamá. Que ya no te ataba nada allí, ni siquiera yo-

-Anda vamos a casa y allí hablamos tranquilamente- le dije enjugando sus lágrimas que ya comenzaban a brotar y resbalar por sus mejillas.

En casa nos estaba esperando el desayuno, de lo cual se habían ocupado con esmero Jesús y Manuel. Vicente estaba en la ducha todavía y María dormía en mi cama a pierna suelta.

Elvira se quedó besuqueando y achuchando a los niños, que al no ser tan niños ya, les daba un poco de grima tanta efusividad de cariño infantil, pero trataban de disimularlo bien para no hacerla sentirse mal. Fui a despertar a María entre besitos y cosquillas para que no cogiera mal humor. Si se despertaba de mal humor la tendría lloriqueando todo el día y no me apetecía para nada enfadarme con ella, y lo conseguí. Cuando vio a Elvira se quedó muy cortada. No la veía desde que tenía dos años y todos pensamos que no la había reconocido. Elvira se acercó a ella con cautela para no asustarla y con mucho mimo le comenzó a decir.

-Hola preciosa, yo soy la tita Elvi ¿No te acuerdas de mí?- Escondiendo su carita en mí regazo, apenas escuchamos su voz que decía.

-Sí, eres la mamá del primo Francis y del primo Juan-

Nos miramos incrédulos los unos a los otros ¿Cómo podía ser que se acordara hasta de los nombres de sus primos? ¿Si solo estuvimos allí una semana cuando ella tenía dos años? ¡Y menuda semana! Los niños lo pasaron bien, a su aire con sus primos y sus amigos, pero yo no sabía dónde meter la cabeza. Incluso en esa semana de vacaciones con mi familia, Jesús me imponía los horarios de María religiosamente.

No podíamos salir tranquilos ni a tomar una cerveza porque era la hora del baño, o la de su cena, o la de su siesta.

Una noche estábamos con un montón de amigos y sus hijos, en los cuales había bebés más pequeños que la mía, en una terraza de verano. Habíamos cenado juntos y tomábamos café y copa tranquilamente charlando y recordando viejos tiempos. Era verano, todos vivían en el pueblo y nadie tenía que conducir para regresar a su casa. Los niños más grandecitos jugaban alrededor nuestro y los bebés incluida María, se quedaron dormidos en sus carritos. Jesús empezó a ponerse nervioso. Inconcebible para él que la niña no estuviera dormida en una cama a esas horas, eso se escaba a su control. Cada vez lo veía más incómodo en su silla, cada vez hacía más muecas con la boca y se metía menos en conversación. Yo sabía perfectamente lo que le estaba pasando, pero ahora era yo la que se sentía incómoda por verlo así y quise hacerle ver que no pasaba nada, que un día es un día, que la niña estaba bien. Antes de que articulara una sola palabra se levantó, cogió el carrito y me dijo con muy mal carácter, que yo podía hacer lo que me diera la gana pero él se iba.

Nos dejó a todos con la palabra en la boca, sobre todo a mí. Me miraron interrogantes y yo no sabía cómo salir del paso. Mi hermana me sacó el problema de encima viendo mi cara descompuesta.

-Bueno, nosotros también nos vamos, aunque no sé si es muy recomendable entrar en casa ahora con el apretón de barriga que lleva mi cuñado- Todos se echaron a reír y se restó importancia al hecho.

Elvira no quiso preguntarme lo que pasaba. Yo tampoco le dije nada a ella. Supongo que se quedó con las ganas de que algún día me desahogara, pero tardé demasiado tiempo en hacerlo. Cuatro largos y penosos años. Por eso había venido, por eso estaba aquí.

-¡Mi niña que bonita es!- gritó mi hermana de júbilo y quiso cogerla en sus brazos. María se lo impidió agarrándose con más fuerza a mis piernas.

Desayunamos y la llevamos al colegio juntas. Después, a solas, vino la charla que me esperaba.

-Mercedes, tienes que volver al pueblo. ¿Aquí ya me dirás que haces? Ya no pintas nada aquí, te has separado y tu familia está allí. Ya no te verás sola si te pasa algo y volveremos a estar juntas. Como antes, y no te voy a permitir que me tengas en la ignorancia de tus problemas-

-Elvira. No te ofendas por favor, pero no voy a volver, al menos por ahora. Ya sé que allí tengo familia y te tengo a ti, pero aquí mis hijos tienen una vida hecha y un futuro. Tienen sus amigos y yo tengo mi trabajo. No estoy sola, les tengo a ellos y tengo a Concha que no me deja sola un momento y prometo a partir de ahora llamarte para contarte hasta si me sale un grano- Ella escuchaba atenta a mis palabras como si quisiera ver dentro de ellas. Yo continué diciendo.

-Ya sé que tu intención al venir aquí era la de llevarme de vuelta. Elvira tú tienes tu vida, tu marido y tus hijos y eres feliz con ella. Yo tengo la mía y ahora voy a comenzar de nuevo. Déjame intentarlo-

Ella sabía lo cabezota que soy, pero también sabía que tenía razón, que más mal o más bien, cada una teníamos nuestra vida y a menos que necesitáramos ayuda la una de la otra, era mejor no interferir en ella. No había más que decir. Al día siguiente se marchó y prometimos llamarnos cada día.

Capítulo 6

-¿Un comienzo?-

Me subí en una noria,

porque quería volar,

no me di cuenta,

cerré los ojos y me puse a soñar.

Subí muy alto,

las nubes con mis dedos pude tocar,

abajo estaba el suelo,

pero no quería mirar.

Me subí en una noria,

y no quería bajar,

porque sabía que al hacerlo,

regresaría al mismo lugar.


La habitación de Vicente era muy pequeña para meter a otro más y la de María era lo suficientemente grande para dos camas, así que la acomodé para ellos antes de que vinieran y no hubo más remedio que meter a la niña en mi cama desde el mismo día en que llegaron. No había más posibilidades en mi casa, ni más espacio. Nadie tuvo ningún inconveniente en ello, y mucho menos la niña, que estaba encantada con la idea de tener que dormir conmigo. Un triunfo para María, otro error que añadir a mi lista. Por fin le puse un comienzo a mi nueva vida.

Nos sentábamos todos a comer, juntos, charlando, mirándonos a los ojos, riéndonos y mis hijos mayores me contaban sus historias de los dos años que estuvieron sin mí. Me gustaba observarles mientras comían y hablaban de sus cosas. No estaba acostumbrada a verles hablar o reírse en la mesa y al principio hasta se me saltaban las lágrimas.

Cada cual empezó con su rutina diaria. El mayor, Jesús, consiguió trabajo en una oficina de una empresa de transportes. Desde pequeño ha sido siempre el más responsable y el más serio y por supuesto el que se ocupaba de cuidar de sus hermanos mientras su padre y yo trabajábamos tanto cuando eran más pequeños. Cuando tenía siete añitos hasta le cambiaba el pañal a Vicente y nunca tuve que decirle una palabra más alta que otra. Él siempre sabía lo que había que hacer y se adelantaba a mis necesidades y a las necesidades de los demás. Fue un excelente estudiante con unas notas sobresalientes. Es un hijo ejemplar y será un padre maravilloso.

Manuel se metió a trabajar de ayudante de mantenimiento en un hotel de unos conocidos míos, Vicente continuaba con sus estudios y María, una semana para su padre y otra para mí. Yo…

Del trabajo a casa y de casa al trabajo. No me apetecía salir. No estaba deprimida ni nada de eso ¡Que disparate! Me apetecía tanto estar en casa ¡En mi casa!

Cuando me tocaba la niña, bajaba a la playa por las tardes un ratito o me iba al parque con ella, pero si estaba sola, me quedaba en casa enredando en mis cosas o leyendo y se me iba el día sin pensar. Así se me pasó más de un año, sin darme apenas cuenta.

Hubo un día, hace un millón de años. Una oruga se acostó a dormir.

Pasaron días, meses y no quería despertar.

Pasaron años, siglos y se negaba a salir de su inducido sueño.

Hubo un día, hace un millón de años. La oruga despertó.

Se había convertido en mariposa,

lindos colores cubrían sus enormes alas.

Deseó ser la más bonita,

deseó volar más alto,

deseó llegar muy lejos,

pero cuando quiso volar, no pudo.

Una de sus alas, estaba rota.

¡Qué contrariedad! -Pensó la oruga.

¿Para qué unas alas tan espectaculares?

¿Para qué un aspecto tan lujoso?

¿Para qué despertar, si al hacerlo no puedo volar?

Y buscó un rincón debajo de un árbol.

Y el árbol era más viejo que el tiempo.

Y el tiempo la indujo a soñar.

Y el sueño duró un millón de años.

Y con los años, dejó de ser mariposa.

Y cuando despertó, fue feliz.

Deseó quedarse en el árbol del tiempo,

voló con la imaginación,

y la imaginación la llevó donde quiso ir.

Éste era su lugar.

¿Para qué volar?


Mi relación con Jesús al principio de la separación fue traumática pero al poco tiempo, era mucho más buena que cuando estábamos casados. Incluso a veces quedábamos para hacer un café en la cafetería del parque y hablábamos cordialmente, como dos buenos amigos de toda la vida, mientras la niña jugaba y saltaba como loca de contenta con sus amiguitas por allí.

Él cada vez me llamaba más a menudo para tomar ese café, o para ir juntos a comprarle ropa a María, o para acompañarla al cumpleaños de alguna de sus amiguitas, o ¡qué sé yo…! No veía mal alguno en ello. Se portaba bien y la niña era feliz de estar junto a su papá y a su mamá.

Mi amiga Concha por el contrario, me reñía continuamente por hacer esto.

-¿Es que no te estás dando cuenta de lo que está haciendo? Te está llevando a su terreno y al final acabareis como antes. Mientras él esté ahí, no te deja vivir tu vida y te controla. Además, no te das a ti misma la oportunidad de conocer a otra persona. ¡Vamos Mercedes! Eres guapa, todavía eres joven y tienes mucho que vivir. Déjale definitivamente-.

-¡Pero como quieres que te diga que no le quiero!- le repetía una y otra vez.

-No lo hago por mí. Lo hago por María. La veo tan feliz cuando estamos juntos que…- ni yo sabía cómo terminar aquella frase. Concha tenía toda la razón. No solo me estaba ganando terreno, sino que incluso se hacía ilusiones con el hecho de volver.

Cada vez más a menudo hacía planes que ya no solo eran para el próximo fin de semana, sino que empezaba a hacerlos para vacaciones, o navidad, o la boda de un conocido, o cualquier cosa donde me incluía a mí con la niña como si fuésemos un feliz matrimonio con su única hija y yo me daba cuenta de ello. Pero cada vez que María me pedía de ir al parque con papá, no sabía decirle que no. Incluso mis hijos, cuando sabían que había quedado con su padre a través de la niña, me reñían.

María increíblemente comprensiva y cariñosa a sus seis años, parecía que era la única que me entendiera. Evidentemente, era por su conveniencia. Mientras nos tuviera a los dos, ella conseguía lo que quería y su propósito no era otro que vivir la vida de los demás niños. Tener unos padres que se respetan aunque fuera en distintas casas. Pero…

Mi niña se desvivía por su padre tanto, como él por ella. Eso era algo que yo no podía digerir y tenía que estar ahí, presente, para no perderla.

Indudablemente, todos tenían razón. Tenía que cortar esto por lo sano y ya no sabía cómo hacerlo sin causar dolor a María y al ilusionado de su padre. Creo que también en el fondo, él me daba pena pues no sabía qué hacer con su vida si yo no estaba presente en ella.

Unos meses después, mi vida dio un giro inesperado, sin buscarlo, sin esperarlo, conocí a un hombre extraordinario y maravilloso que de un plumazo desequilibraría la balanza de la vida que había planeado para mí y desestabilizaría totalmente el control de Jesús.

Fui al parque con mi niña y ese día no vino Jesús, sino que quien me acompañó incomprensiblemente fue Vicente que había quedado con unos amigos suyos para tomar un helado allí mismo. Al llegar me sorprendió ver que sus amigos nos esperaban sentados en una mesa y que junto a ellos había un señor.

-¿Quién es ese?- le pregunté al instante de reparar en él.

-Es Matías, el padre de uno de mis amigos-

No pude preguntar nada más porque ya habíamos llegado a la altura de la mesa, pero mi hijo me conoce bien y se puso lo más alejado de mí que pudo, lo que me hizo pensar más aún que esto era una encerrona por su parte.

Matías se levantó al vernos llegar para saludar. Un hombre muy alto, delgado pero de aspecto fuerte, calculo que de unos cincuenta años muy bien llevados por cierto. Algunas canitas cubren su frondosa cabeza llena de pelo. -¡UAUH! Está muy bien- pensé.

Hablamos de banalidades. De pronto los chicos dejaron de existir a nuestro lado, yo sonreía como una boba y creo que él también –al final esta especie de cita a ciegas no me ha parecido tan mal después de todo- pensé de nuevo. Nos intercambiamos los teléfonos y me tuve que ir muy pronto, demasiado pronto. Me tocaba trabajar aquella noche y tenía cosas que hacer antes de comenzar mi jornada laboral.

Capítulo 7

-Matías-

La incertidumbre se pasea por mi cabeza, donde se alberga una duda inquietante.

Como en un paisaje inhóspito, desolado y frío en su apariencia, me hace preguntarme ¿Donde he de llegar? Y sobre todo ¿Hasta cuándo?

Pero como en ese paisaje, aún queda un haz de luz para iluminar mi camino, evitando que me pierda en su frialdad.

Aun crece de una insignificante y minúscula semilla,

un árbol fuerte en su tronco y delicado en sus ramas,

como fuertes son mis ganas de crecer en la sabiduría que nos da la vida,

y delicadas mis formas de agarrarme a ella.

No hay paisaje frío, sino la forma en que cada cual lo ve.

Donde unos ven la más triste soledad, otros pueden ver la mayor de las esperanzas.


¡Qué pena me dio tener que irme! Pero yo muy puesta en mis puntos, ni me gire para verle por última vez. No sabía si le había causado la misma impresión que él me había causado a mí. Cuál fue mi sorpresa, en mi hora de descanso recibo un whatsapp de Matías.

-Hola, ¿te molesto?-

-Para nada, ya te dije que ahora es mi hora de descanso-

-Me gustó mucho conocerte por fin-

-¿Por fin?-

-¿Tu hijo no te habló de mí?-

-No-

-Ups-

-Lo mataré-

-Espera, entonces empezaré por el principio ¿vale?-

-Prueba-

-Ya que nuestros hijos son amigos ¿podríamos ser amigos nosotros también?-

-¿Pero tú de que me conoces? Y ¿Por qué quieres ser mi amigo?-

-Perdóname por favor-

-¿El qué?-

-Yo soy amigo de tu hijo en Facebook y un día miré tu perfil. Me pareciste una mujer muy atractiva y le pedí a tu hijo que nos presentara. Pensé que lo sabías-

-Lo mataré-

-Jajaja. No lo mates. Es buen chico-

-Lo mataré, lo mataré y lo mataré. Lo siento, en otra ocasión seguiremos hablando. Tengo que irme a desempeñar mi trabajo-

-Espero que sea verdad que sigas hablando conmigo-

Pensé que moriría de vergüenza. ¡Mi hijo haciendo de “Celestina”!. Cuando llegue a casa le voy a decir cuatro cosas a ese…a ese… ¡uf! ¡Qué rabia!

Y lo que es peor. ¿Qué habrá pensado Matías de mí? ¿Qué soy una desesperada? ¿Qué ando loca por encontrar pareja? ¿Qué soy como una de esas que se meten en redes sociales para ligar? Lo mataré…

A las seis y cinco de la mañana mientras me dirigía al vestuario de personal recibo un whatsapp.

-Buenos días Mercedes, no he podido dormir pensando en ti y en nuestra pequeña conversación de anoche. Por favor no te enfades conmigo y mucho menos con tu hijo al cual utilicé para mi provecho. Te ruego me des la oportunidad de darte una explicación en persona tomando un café el día que a ti te venga bien y de este modo podamos iniciar una amistad de cero.-

Lo leo y lo releo. Veo que sigue en línea esperando una respuesta por mi parte pero estoy totalmente bloqueada y no sé qué contestar. Necesito hablar con Vicente y saber qué demonios se ha hablado de mí en casa de Matías a mis espaldas antes de contestar a nada y apago el móvil.

A las seis y veinte ya estaba en casa y cinco minutos después, en la habitación de Vicente con ganas de despertarlo a tortazos. Pero reprimí mis instintos más primarios, respiré hondo, me senté en su cama y con mucha calma llamé su atención hasta que abrió los ojos.

-¿Qué pasa mamá? ¿Por qué me despiertas a estas horas? ¿Te pasa algo?-

-Pues si cariño, me pasa algo y solo tú me puedes ayudar-

-¿Yo?- dijo totalmente desconcertado.

-Mira Vicente, solo te voy a decir una cosa y tú me vas a decir todo lo que sabes o te vas a arrepentir- su cara era un poema de desconcierto y asolación.

-Ya me estás contando lo que pasa con Matías, porque una cosa es que me planificaras una cita a ciegas y otra muy distinta que él supiera que iba a una cita y yo no-

Entonces y para desconcierto mío, su cara se relajó, respiró aliviado, se sentó frente a mí en la silla de su escritorio y me cogió las manos heladas por los nervios acumulados.

-¡Jo mamá! Pensé que era algo más grave-

-No te andes con “milongas” y suéltalo ya- le increpé.

-¡Vale, vale! Pero prométeme dejarme terminar y después me echas a los leones ¿Ok?-

-¡Ok!-

-Veras mami. Un día estaba en casa de mi amigo Jordi que es el hijo de Matías con su novia y el hermano de esta. Jugábamos a un juego de mesa mientras Matías intentaba ver la televisión y digo intentaba porque creo que estaba más pendiente de nuestro juego que de la programación. Era un hombre triste desde que enviudó ¿No sabias que era viudo?-

-¿Cómo lo voy a saber si yo no lo conocía hasta el dichoso día del parque?-

-¿Y no te lo dijo?-

-Pues no…y tampoco es algo normal preguntar a la gente que conoces de nuevas ¿Oye eres casado, soltero o viudo? Pero continúa y no te desvíes-

-Vale, vale. El caso es que yo dije una burrada y todos rieron. Cuando nos dimos cuenta, él estaba riendo allí con nosotros a nuestro lado. Jordi le hizo un sitio para que se sentara con nosotros a jugar y pasamos una tarde de risas y complicidad estupenda. A Jordi le brillaban los ojos de ver a su padre tan contento después de tanto tiempo. Según sus palabras había estado como en una especie de letargo. En un trance del que parecía que no saldría jamás. Se volvió áspero y seco. Perdió más de veinte kilos que ya no recuperó y perdió las ganas de vivir. No sabemos porque mamá, ni me acuerdo de la burrada que dije, pero lo que dije le hizo reír y le despertó de su trance. Desde aquel día, me agregó como amigo en Facebook y hablamos a menudo. Me da consejos como si fuese un padre para mí. Es un buen hombre mamá.-

-¿Qué pasa? ¿Me lo estás vendiendo?-

-¡No empieces! Me dijiste que no me interrumpirías-

-Ok… Continúa-

-¡Bueno! Pues un día, hablando Matías con Jordi sobre mí, parece ser que comentaron la mala relación que tenemos todos con papá y eso incrementó su curiosidad. Supo que nos habíamos separado de él y por lo que fue. Ya a solas su curiosidad le llevó a más y quiso saber quién eras tú, metiéndose en mis amigos de Facebook para encontrarte; pero como tengo tantos amigos, o bien no supo, o bien se aburrió. A otro día le dijo a Jordi que si conocía a mi madre y éste le contestó que sí, por lo que le pidió que se la mostrara y así lo hizo. ¿Sabes lo primero que dijo al ver tu foto de perfil?- No dije nada, pero fruncí el ceño e hice un gesto con la cabeza apremiándole para que me lo dijera.

-Lo primero que se escapó de su boca según me dijo Jordi fue: “¿Esta es la madre de Vicente? ¡Es preciosa! Esta mujer tiene que ser para mí”. Y a Jordi se le escapó un “¡PAPÁ!”-

-¡Dios! No sé si tomarme esto como un halago o como una chulería por su parte. ¡Maldito engreído de mierda!-

-¡Mamá! Déjame seguir por favor-

-Vaaale-

-El siguiente día que fui a su casa, además de hablar de nuestras cosas, él fue dirigiendo la conversación hacia la separación y así hasta que llegó a ti. Yo sabía cómo todos que no podías seguir en el camino que estas llevando con papá o vas a terminar como antes y se me ocurrió la idea al ver tan interesado a Matías en conocerte, de presentaros. Él ya ha salido con otras mujeres y la cosa no ha funcionado pero tu foto parece que le impresionó y nadie iba a perder nada con intentarlo. Lo hablé con Jordi y le pareció genial. Dos pájaros de un tiro. Su padre estaba solo y tú le gustabas, al menos físicamente. Y tú en cierto modo también estabas sola. Sales con papá porque no tienes otra cosa que hacer y mientras salgas con él, nunca te lo quitarás de encima. Se nos ocurrió hacer una cita a ciegas para ti y romper el hielo y de lo demás que se encargue el destino- concluyó.

-¿Y no se te ocurrió preguntarme?-

-Mamá. Seamos realistas. Nunca hubieras aceptado ¿O me equivoco?-

-Eso es algo que ya nunca sabremos ¿No crees?- Madre mía. Que dolor de cabeza me estaba dando con tanta información urdida a mis espaldas y en tan poco tiempo.

-¿Qué piensas hacer mamá? ¿Qué opinas de todo esto?-

-Cariño. Ahora mismo no puedo pensar, ni hacer, ni decir nada. Lo que voy a hacer es darme una ducha y meterme a la cama que estoy agotada-

Me ducho y me meto en la cama. Miro mi móvil que aún sigue apagado y decido dejarlo así. No quiero ver si Matías me ha dicho algo. No quiero ver si Jesús me dejó algún mensaje. No quiero saber nada de nadie. Quiero descansar y desconectar.

Me he tomado una pastilla para el dolor de cabeza y la ducha caliente me ha relajado tanto, que caigo enseguida en un profundo sueño. Tengo una pesadilla atroz. Casi premonitoria.

Estoy en un sótano oscuro, húmedo y lleno de polvo y telas de araña por todos los rincones. Las telas de araña empiezan a crecer y crecer y de pronto comienzo a escuchar el llanto de mi niña, la busco y la llamo para que se acerque a mí, me muevo cada vez más torpemente porque aquellas telas de araña, ahora inmensas, que ocupan casi todo el espacio del sótano, me impiden caminar. De pronto la veo en una esquina, totalmente envuelta en una de aquellas telas como si fuese un gusano de seda en su capullo. Yo quiero sacarla de allí y comienzo a estirar de aquella tela pegajosa con mis manos. Ella llora pidiéndome ayuda. Algunos de los hilos de la tela son tan fuertes que me cortan los dedos y me miro las manos totalmente ensangrentadas. La niña al ver la sangre en ellas da un grito y en él dice –PAPÁ-


Me despierto con el corazón en un puño y con ganas de vomitar, mi dolor de cabeza es ahora tan fuerte que me va a reventar. Otra pastilla, otra ducha.

-Es solo una pesadilla- me digo para tranquilizarme.

Unos días después estoy en un centro comercial con María y Concha. María corretea de arriba abajo sin hacer apenas caso de mis exigencias por que se mantenga a mi lado. –Cada día esta niña es más desobediente- pienso.

Concha me exige a mí que le explique lo que pasa por mi cabeza. Apenas hay gente. Es muy temprano todavía.

Le cuento lo del maravilloso plan de mi hijo y le digo que hace días que Matías me habla a través del móvil, pero aunque contesto a sus mensajes, no me decido a quedar con él ni para tomar un café.

-Parece un hombre sincero y encantador, pero tengo miedo- le confieso.

-¿Miedo de qué? ¡Tú pareces tonta! Mercedes. ¡Espabila chica! Has estado al lado de un hombre que te menospreciaba durante un montón de años y tú ahí…erre que erre… ¿y no me digas que aguantaste por amor? porque tú y yo sabemos qué hace mucho dejaste de amarle. Y sin embargo sigues saliendo con él. ¿Por qué? Ni tú lo sabes. Ahora tienes un hombre que según me dices, está cañón y quiere salir contigo. ¿Por qué no le das una oportunidad a tu vida y aceptas ese café? ¿Qué puedes perder? ¿Una hora de una tarde? ¿O es que realmente a lo que tienes miedo es a que se entere Jesús porque aún sientes algo por él?- Menuda bofetada me acababa de dar al decirme eso. Concha me conoce bien y sabe dónde darme.

-¡No le tengo miedo a Jesús! Y lo único que siento por él es pena. Además, es el padre de mis hijos y…-no sé cómo continuar. -¿Sabes? Tienes razón. No pierdo nada en aceptar ese café- y como si la idea hubiera salido de mí, me dejé llevar por uno de mis ataques de valentía. Cogí mi móvil y le envié un whatsapp a Matías, para demostrarle a Concha y quizás a mí misma que era capaz de hacerlo.

-Buenos días Matías, ¿te pillo en mal momento?- Su respuesta no se hizo esperar.

-Buenos días Mercedes. Para ti siempre estoy disponible-

-¿Es que tú no trabajas nunca?-

-Jajajajaja. Claro que sí, pero estoy de vacaciones-

-Entonces ¿tendrás tiempo para tomar ese café conmigo?-

-Por supuesto. Dime ¿Cuándo y dónde? Y allí estaré-

-¿Te viene bien el lunes a las cinco de la tarde en el parque?-

-Me va bien. Hasta el lunes entonces-

Me temblaban las manos al cerrar el móvil y por poco se me cae de ellas cuando Concha me dijo casi gritando.

-¿El lunes? ¿El lunes? Hoy es jueves, podías haber quedado para el sábado pedazo de tonta. ¿No lo ves? Hubiera sido genial. Yo me quedo con la niña. Tú te vas a tomar el café. Él te invita a cenar y una cosa te lleva a la otra y así se te quita la cara de amargada que llevas puesta desde hace un par de añitos chica-

-¡Tú estás loca!- le contesté, y explotamos las dos en una carcajada tremendamente sonora en aquel centro comercial casi vacío a aquellas horas de la mañana.

El fin de semana fue un caos para mi móvil y para mi estado emocional. Mensajes de Jesús queriendo quedar conmigo para cualquier cosa y respuestas negativas y secas por mi parte. Whatsapp de Matías insistiendo en las ganas que tenía de que llegara el lunes para verme y poder darme su explicación. María continuamente reclamando su atención y pidiéndome de salir con papá. Y Concha escogiendo mi ropa y mi maquillaje para la cita, repitiéndome hasta la saciedad que le dejara explicarse, que no fuera borde con él, como tenía que sentarme, sonreír o gesticular. ¡Madre mía! ¿Cómo he podido meterme yo en este lio?

Jesús estaba bastante molesto conmigo por no quedar ni un solo día en todo el fin de semana.

-¿Se puede saber a qué estás jugando?- me dijo a primera hora de la mañana cuando vino a recoger a María.

-¿Jugando? ¿Yo? ¿De qué me estás hablando?-

-¿Qué te pasa? ¿Ahora de pronto ya no quieres saber nada de mí? ¿Qué te he hecho si puede saberse?-

-Jesús, llevamos más de dos años divorciados. Yo creo que ya es hora que te des cuenta de que esto no va a cambiar-

-Eso ya lo sé pero ¿a qué viene que me lo digas así?-

-¿Así como?-

-No sé. Estábamos bien ¿No? Y ahora de pronto ¿me dices esto?-

-No Jesús. No estábamos ni bien ni mal, porque no hay ni ha habido en estos dos años un nosotros-

-Mercedes. Yo te quiero y…pensé que nos estábamos dando una oportunidad. Todo iba de maravilla y…-

-¡Para Jesús! No sigas por ahí que vas mal. Siempre has tenido el mismo problema. Solo importas tú y tus sentimientos y ¿Qué hay de los míos? Yo no te quiero. No deseo para nada hacerte daño, pero ya no sé cómo decírtelo-

-Y yo te he dicho mil veces que voy a conseguir que me quieras otra vez. No importa que no me quieras. Yo te quiero por los dos y hare que vuelvas a quererme. Solo dame la oportunidad de demostrarte que puedo volver a enamorarte-

-Pero es que yo no quiero que me demuestres nada. Te lo he dicho muchas veces. Las oportunidades te las di cuando estábamos casados y ahora ya no queda nada. Creo que es mejor que no nos volvamos a ver durante un tiempo Jesús. Te diga lo que te diga tú sigues sin escucharme-

-Pero si me alejas de tu vida no podré conquistarte de nuevo-

-Es que yo no quiero que me conquistes. Lo que yo quiero es que seas el padre de tus hijos. De todos tus hijos. A mí ya me perdiste. Conquístalos a ellos que son tu sangre y déjame vivir a mí- Le miré fijamente a los ojos. Me daba pena pero no quería que viera pena en los míos y me di media vuelta. Cerré la puerta sin volver la vista atrás. Él se quedó unos minutos allí plantado, intentando asimilar mis palabras. Miré por la ventana con cuidado de no ser descubierta y le vi llorar como un niño pequeño. Se enjugó las lágrimas y se subió al coche. Quiso que María no se diese cuenta de su llanto y no pudo evitarlo. En el coche lloró con más desconsuelo. La niña no entendía que su papá, tan grande, tan fuerte, tan mayor, pudiera llorar y la escuché gritarle enfadada.

-¡No llores tonto!, ¡Eres tonto! ¡Llorón!-

Claro de bosque iluminado por destellos de luz, que amablemente dejan pasar los frondosos árboles de mi mente, despejada al amanecer.

Tesoros encontrados en recónditos, húmedos, oscuros sótanos llenos de polvo y recuerdos que no se dejan borrar por el tiempo.

Libros que al terminar de leer, no terminan.

Libros que al terminar de escribir, no acaban.

Porque la vida es más.

Es un claro de bosque iluminado por destellos de luz,

con incontables caminos para elegir como destino en tu paseo,

y cada día,

elegimos al abrir los ojos en nuestro despertar.

Para bien,

o para mal.


Arrancó el coche y se marchó, dejándome a mí con un terrible nudo en la garganta y una agobiante sensación de culpabilidad. Quince minutos después me llama por teléfono. No lo cojo. Insiste una y otra vez y yo estoy a punto de responder en la sexta o la séptima vez pero no lo hago. Un mensaje.

-No puedes hacerme esto. Ahora no. Piensa en la niña. Ella nos necesita a los dos-

La niña, otra vez la niña. Este era el cruel chantaje emocional que solía usar a menudo ¿Y qué hay de sus otros hijos? ¿No existen? Este mensaje me quita de golpe el nudo de pena de la garganta para instalarse el ya olvidado nudo de rabia e impotencia y le contesto.

-La niña nos tiene a los dos, no se puede decir lo mismo de tus otros tres hijos a los cuales parece que ni te acuerdes de su nombre-

No hay respuesta, le conozco bien. Ahora está sumido en su desesperación. Se siente abandonado otra vez y por mucho que le explique no logra entender porque, pero a medida que vayan pasando las horas y vayan pasando las lágrimas, esa tristeza se trasformará en odio y lo descargará con toda su fuerza contra mí y todos los que me rodean. Sus llamadas continúan y yo sigo en mi empeño de no cogerle el teléfono.

Comienzan los mensajes que cada vez tienen un tono más despectivo, más despreciativo y más ofensivo. Hago caso omiso a todo y termino apagando el móvil. Ya sé que no es la solución al problema pero no quiero más estrés por ahora.

-¿Y la niña? ¿Y si le pasara algo a la niña?- me digo a mí misma volviendo a coger el teléfono y buscando ansiosa la tecla de encendido. No puedo estar desconectada por ella, ahora le toca su semana y no va a ser una semana fácil para él. Tampoco lo será para ella.

La tarde se me echa encima recibiendo mensajes y llamadas que ni veo ni respondo. Completamente nerviosa, me arreglo como puedo para ir a mi esperada cita. Me pongo una falda vaquera estrecha, una sencilla blusa blanca ligeramente escotada y unos altísimos zapatos de tacón. No me da tiempo a maquillarme, tampoco son horas de ir pintada como una mona, así que decido darme solo un poco de brillo de labios y rímel en las pestañas. Me dejo el pelo suelto, como lo tengo bastante rizado solo he de sacudirlo un poco para liberar los rizos escondidos y dar más frondosidad a mi melena rubia. ¡Lista! No sé si voy al matadero o a tomar un simple café… Porque me tiemblan las piernas.

¡Hacía tantos años que no tenía una cita!

Estoy llegando a la cafetería y le veo esperándome en la puerta fumando un cigarrillo. Parece más nervioso que yo. Su sonrisa al verme y la forma de tirar el cigarro disimuladamente me hace sonreír a mí.

-Valla par de tontos- pensé – parecemos dos críos.

Nos sentamos en una esquina, uno frente al otro. Él de espaldas a una ventana y un rayo de sol ilumina furtivo su cabeza realzando en plata más aún sus mechones de canas que le hacen tan atractivo y tan interesante a la vez.

-Por fin podemos hablar cara a cara- me dice él rompiendo la barrera de silencio entre los dos.

-Todo llega- contesto yo y me arrepiento al minuto cero de semejante tontería que acabo de decir.

-Te voy a ser franco Mercedes. Tú quieres la verdad y te la voy a contar-

-¡Jolín! Esto parece un caso del CSI- intento hacerme la graciosa –Algo me contó Vicente, no me iba a quedar con las ganas de saber porque querías ser mi amigo sin conocerme de nada. Yo normalmente no hago estas cosas ¿sabes?-

-Sí, lo sé. Y esa es una de las razones por las que quiero ser tu amigo- Me rio y le hago ver que a otro perro con ese hueso. Me está pareciendo por momentos un poco arrogante.

-A lo mejor como tú no haces estas cosas, no te das cuenta, pero hay mucha “lagarta” por ahí suelta. Sobre todo en las redes sociales y hoy en día ligar a través de ellas es lo que está de moda. Desde que enviudé he tenido unas cuantas citas con mujeres que ni siquiera he buscado. Yo ni me hice la página de Facebook. Me la hicieron mis hijos, dijeron que era para que conociera gente y me reencontrara con amistades perdidas y sin darme cuenta un día te encontré a ti-

-¿Sin darte cuenta? Eso no es lo que me contó Vicente precisamente- salté como las chispas y enseguida me vinieron las palabras de Concha como si la tuviera en mi oreja escondida (no seas borde)…

-Bueno, fue un cúmulo de situaciones y circunstancias las que me llevaron a ti. Te cuento.

Vicente como sabes, siempre va con mis hijos y siempre me ha caído bien. También siempre he sabido lo mal que se ha llevado con su padre por las conversaciones que a veces podía escuchar que tenía con ellos. Yo procuraba mantenerme al margen de todo ello. Cada cual con su vida, bastante tenía yo con la mía. A pesar de mis idas y venidas con las chicas que ligaban conmigo o yo con ellas por internet y que mis hijos conocían una por una, aunque no físicamente claro está, yo seguía teniendo una sensación de vacío y soledad en mi vida, o en mi alma, o no sé. Cuando alguna de esas chicas empezaba a hablarme de amor, lo cual ocurría demasiado pronto a mi modo de ver, buscaba la forma menos dolorosa para ellas de dejarlas y mi excusa siempre ha sido la misma. No consigo borrar el recuerdo de mi mujer. Yo me prometí a mí mismo no volver a enamorarme para no volver a sentir el dolor de la pérdida y le puse coraza a mi corazón-

-¿Y eso que tiene que ver conmigo y con Vicente?- Mi teléfono vuelve a sonar. Lo miro y es Jesús, le miento a Matías diciéndole que es una compañera de trabajo y que ya la llamaré después. Lo pongo en silencio y lo guardo en el bolso. No quiero que nada nos interrumpa y menos ahora que se está poniendo tan interesante la cosa. Él me dice si quiero tomar algo más.

-¿Qué te parece caminar un rato por el paseo de la playa y seguimos hablando?- le propongo. Mi idea le agrada y salimos de la cafetería en la dirección indicada.

Hasta llegar al paseo caminamos en paralelo el uno del otro y ninguno dice nada. Él parece que en un par de ocasiones quiere decirme algo pero desiste y yo prefiero que termine de explicarme antes de darle mi opinión al respecto, porque la verdad es que estoy un poco perdida y me estoy empezando a preguntar, ¿Qué demonios hago yo aquí?

Ya en el paseo, me pide de sentarnos en un banco y yo accedo. Me dirijo al banco donde hay más concurrencia de gente. – ¡Si éste se ha pensado que va a ligar conmigo la lleva clara!- pensé –y mucho menos después de lo que me acaba de contar- En su gesto puedo leer la decepción por el banco escogido y continúa su discurso.

-¿Por dónde me había quedado?-

-Porque no entiendo que tengo que ver yo o mi hijo con tus ligues por internet-

-¡Ah! Vale, déjame seguir. El caso es que Vicente es un niño simpático y agradable que suele caer bien a todo el mundo que lo conoce y yo no podía entender cómo podía llevarse tan mal con su propio padre. Supongo quizás que para llenar el vacío de mi vida, empecé a interesarme por él y preguntaba a mis hijos que era lo que pasaba con tu familia. Ellos me explicaron lo poco que saben. Que tu ex marido es demasiado autoritario y nada cariñoso y que tú eres una luchadora. Sentí pena por él y cada día que venía a casa, entablaba más conversación con él que con mis propios hijos. A lo largo de los meses, creo que fue Vicente quien me adoptó como padre. Me agregó en Facebook y me pedía consejo para cualquier cuestión. Hasta con las chicas. Si algún día no venía a casa, hasta le echaba de menos-

-¿Y dónde entro yo en todo esto?- empecé a sentirme incómoda y a impacientarme.

-Bien. Pues una noche le dije a Jordi si te conocía ya que yo sentía curiosidad por saber quiénes eran los padres de Vicente y me metí en su muro para poder verte a ti y a tu ex. Evidentemente, a tu ex marido, no lo tiene agregado y Jordi no lo encontró, pero cuando te encontró a ti y vi tu fotografía de perfil…te digo la verdad. Le dije a Jordi – ¡Esta mujer tiene que ser mía!-

-¡Que descarado! ¿No?-

-Puede que si…pero me salió del alma. Jordi me riñó. Me dijo – ¡Papá, que es la madre de Vicente!- y yo le dije que te tenía que conocer. Que eres preciosa y que me daba igual de quien seas la madre. Ahí es donde estás tú. Ahí empezó mi batalla por conocerte y aquí estamos. ¿Y bien? Te he contado toda la verdad. ¿Tienes algo que decir al respecto?-

Me quedo atónita, sin palabras. No sé qué contestar sin parecer tonta. Que un pedazo de hombre tan alto y tan atractivo me vea en una fotografía y quiera conocerme a toda costa es algo que aunque me lo cuenten no me lo creo. Además no sé si Matías está siendo arrogante, o chulo, o demasiado sincero, pero Jesús me había desvalorado tanto, que con treinta y cinco o treinta y seis años, dejé de sentirme atractiva, dejé de sentirme deseada, dejé de sentirme mujer.

Ahora, con diez años más, tenía a mi lado a un madurito adonis que me agasaja con sus halagos y yo en vez de crecerme, quisiera que se me tragara la tierra porque me quedo muda.

-Llevo dos años divorciada- me atrevo a decir cuando abro la boca y no sé ni porque le digo eso –en estos dos años no he hecho otra cosa que ocuparme de mis hijos y mi trabajo. Hasta la semana pasada salía con frecuencia con mi ex marido para que mi pequeña no notara en demasía la separación, pero tuve que cortar esto porque él cada día que pasaba se hacía más ilusiones con el hecho de volver sin que yo le diera indicios de ello y vas y apareces tú pidiéndome amistad. Estoy un poco desconcertada. No sé qué opinar al respecto-

-Dicen que las cosas pasan por alguna razón. A lo mejor no es casualidad que tu decidieras dejarle definitivamente. A lo mejor no es casualidad que yo quisiera saber quién es la madre de Vicente. A lo mejor teníamos que conocernos-

-A lo mejor llego tarde a trabajar si me quedo más tiempo aquí contigo- digo mirando mi reloj.

-¡Oh Mercedes! Te he entretenido demasiado. ¿Nos volveremos a ver?-

-Somos amigos ¿no?- le dije como intentando poner una barrera entre nosotros. Él me respondió con una leve sonrisa y su cara en ese instante me pareció la de un niño.

Quiso acompañarme hasta la puerta de mi casa que no estaba lejos de allí y fuimos caminando. Esta vez aunque lo hacíamos en paralelo, no lo hacíamos en silencio, me hablaba de las cosas que tiene mi hijo y de lo mucho que se ríe con él. Vi en su cara de niño que realmente le quiere y eso me hizo mirarle con más profundidad, como si quisiera ver dentro de él y no es que de pronto rejuveneciera a mis ojos. Creo sinceramente que esa sonrisa que se le dibujó en su rostro, era de pura sinceridad y me dio la sensación de que era tan inocente como reflejaba. La pitonisa Mercedes otra vez al ataque. Miré en su interior y lo que vi, me gustó.

Capítulo 8

-Batallas-

Estaba tan absorta en la conversación de Matías y en mirarle mientras me hablaba, que al llegar a mi barrio no me di cuenta que el coche de Jesús estaba aparcado frente al portal de mi casa. Al llegar a su altura, Jesús salió del coche enrojecido por la rabia y los celos.

-¡SUBE AL COCHE!- me gritó enfurecido.

Matías pudo imaginar quien era tal energúmeno que me gritaba de dicha manera y quedó mudo y expectante ante tan grotesca situación.

-Márchate Jesús- es lo único que le pude decir-

-¡SUBE AL COCHE!- volvió a gritar aún más fuerte. Matías se cruzó de brazos, se puso delante de mí y le dijo en tono apaciguador a Jesús que no me faltara al respeto.

-Si ella no quiere subir al coche, déjala tranquila y vuelve cuando estés más tranquilo tú-

-TÚ TE CALLAS QUE AQUÍ NO PINTAS NADA Y NI ME MIRES QUE TE REVIENTO- gritó casi a punto de que se le estallaran las venas del cuello.

-Matías por favor, márchate tú y déjame a solas con él- digo poniendo mi mano derecha en el pecho de Matías que se acercaba cada vez más a Jesús y apartándolo de él.

-¿Pero qué estás diciendo? ¿Mira cómo está? ¿Y si te hace algo?-

-No te preocupes, nunca me ha puesto una mano encima. Él es de mucho gritar para intimidar, pero no creo que me haga nada- le dije en voz baja para tranquilizarlo. Lo último que hacía falta era que Jesús me escuchara.

-¿Estás segura?-

-Sí. Por favor.- qué vergüenza. Me acaba de conocer y se encuentra con esto. Seguro que no me vuelve a llamar –pensé- Matías se fue a regañadientes. ¿Qué podía hacer él? Por otro lado si se quedaba sabía que la cosa iría a peor. La ira de Jesús no era más que celos y él, el causante de ellos. Hasta aquel día, Jesús nunca me había visto con nadie del sexo opuesto que él mismo no me hubiese presentado y eso también escapaba a su control.

Matías me dijo que no dudara en llamarle si la situación se ponía fea, que no estaría lejos por si acaso. Yo asentí.

Jesús y yo nos quedamos allí en la calle.

Solos.

Un microsegundo tardó Jesús en hacer sus conjeturas.

-Ahora lo entiendo todo… ¡JA!… ¿te creías que no te iba a pillar? Eres una puta. Una zorra de mierda. Te estabas follando a otro y por eso no querías saber de mí. Te has aprovechado de mí todo lo que has querido y cuando has encontrado a otro al que exprimir, me cierras la puerta en las narices. ¡Putón!-

-¿Quién te has creído que eres para hablarme así?- le contesté llena de dolor por sus palabras tan ofensivas. -No tienes ningún derecho. Te he respetado siempre, te he respetado cuando no te lo merecías. Vengo de tomar un café y de dar un paseo con un amigo. No tengo porque darte explicaciones de lo que hago o dejo de hacer con mi vida. Aunque viniera de hartarme de follar, eso a ti no te incumbe. Te recuerdo que hace mucho que no somos pareja; ni siquiera los últimos años que vivimos juntos éramos pareja- le dije encolerizada.

-Nunca he querido hacerte daño pero ya estoy cansada de que me lo hagas tú a mí. No eres nada Jesús, en mi vida, ya no eres nada- le grité -Ni los niños quieren saber de ti-

-Eres una cabrona hija de puta, pero te diré algo muy claro. ¡Clarito! Aún me queda María y a esa no la vas a convertir a tu antojo y ¿tú? Tú también eres mía y eso tampoco va a cambiar. Envejecerás a mi lado ¿te enteras? Acuéstate con quien quieras. Vive la vida que te dé la gana, pero tú terminarás tus días conmigo- concluyó amenazante.

Se dirigió al coche para marcharse, al cual se le había quedado la puerta abierta desde que bajó de él y fue en ese momento cuando me di cuenta que la niña estaba dentro. Había visto y escuchado todo lo que había pasado y no movió ni una pestaña. Jesús ni me dejó acercarme a ella.

-Es mi semana- me dijo –ya la verás el lunes que viene y espero que delante de mi hija no zorrees-

María por supuesto que me había visto y había presenciado todo lo que acababa de suceder, pero tampoco hizo ningún ademán de querer venirse conmigo. Contuve unas súbitas ganas de abofetearlo y entré en casa.

Tenía un estado de nervios atroz. No tenía para nada ganas de ir a trabajar; solo me apetecía quedarme en casa y esconderme dentro de mi cama o quizás debajo de ella, como cuando era pequeña y jugaba al escondite con mi hermana. Allí no me encontrarían jamás, pero no podía permitirme que Jesús interfiriera en mi vida de esa forma, así que me puse la máscara de valiente y me fui a trabajar.

Después de cenar miré mi teléfono y vi con sorpresa un montón de mensajes, whatsapp y llamadas perdidas. Caí en la cuenta que lo había puesto en silencio cuando estaba tomando café con Matías. Tantas notificaciones eran en su mayoría de tres personas.

De Jesús: en unos me insultaba y en otros me pedía perdón.

De Concha: donde me insistía hasta la saciedad para que le contara cómo había ido mi cita.

Y de Matías: ¡Uf! Esos me los dejé para el final. Pensé que no me diría nada en algún tiempo después del espectáculo de ésta tarde, pero no. No solo quería saber de mí, sino que además estaba preocupado.

Hay un pajarito,

que cada día se posa en mi ventana,

me canta por la noche,

por la tarde y por la mañana.

Su canto alivia mi corazón,

su trino, su aleteo, despiertan mi alma,

me calman la desazón,

me quitan la desgana.

Hay un halcón llamado duda,

que a mi pajarito acecha.

Hay una serpiente negra,

que se llama sospecha.

Quieren parar su vuelo,

comer de su cosecha.

He de ponerme dura.

Firme, altiva, derecha.

Ya le veo llegar,

ya escucho su bello canto,

se ha venido a posar,

en la ventana de mi cuarto.

Rompe con su cantar,

sospecha, duda…infarto.

Espero verle volar,

espero que no esté harto.

Pero se vuelve a marchar,

la serpiente se queda,

al halcón veo otear,

mi corazón se desespera.

De querer, sentir, amar,

no creo que tanto se pueda.

Pajarito, no demores tu regresar,

que tu vuelo no sea quimera.


Llegué a casa y poco a poco fui sumergiéndome en el sopor de un reparador descanso, olvidándome inconscientemente de mi lucha diaria y de los días de batalla que aún me quedaban por combatir. No tenía ira, tampoco rabia; pero estaba cansada, exhausta de tanta hostilidad y de no ver la luz al final del túnel. Me sentía como una crisálida atrapada en mi capullo forjado en acero y odio, que aunque hacía mucho tiempo comenzaron a brotarme las alas, era totalmente incapaz de desplegarlas dentro de él, para echar a volar.

Rota por el dolor, ya no buscaba otra cosa que descansar. Dormir para siempre y dejar atrás el sabor de boca amargo, que iba dejando en mi alma esta cruel vida que me tocó en el reparto del destino. Pero no podía rendirme. No podía permitirme el lujo de tirar la toalla tan fácilmente –He pasado por cosas peores y he resurgido como el ave fénix- me dije a mí misma mientras se me iban nublando los sentidos por el sueño y la extenuación.

Volví a soñar y el sueño no fue nada confortable, no fue reparador; pero creo que en cierto modo, fue revelador, más que un sueño fue una pesadilla agobiante, angustiosa, sofocante…

Escuché ruido en casa y percibí que aquel sonido, venía de la cocina. Miré mi reloj y me sorprendió comprobar que tan solo eran las 8h de la mañana. Me dirigí con desconfianza a ver quién era el causante de dichos ruidos, y vi que un desconocido totalmente vestido de negro, se estaba preparando un suculento desayuno. Ipso facto me aparté de la puerta de la cocina y sentí como la adrenalina, causada por el miedo, iba recorriendo mi cuerpo de la cabeza a los pies. Con el corazón desbocado, fui todo lo rápido y sigilosamente que me dejaban mis torpes piernas temblorosas, hacia los dormitorios de mis hijos. Todos dormían plácidamente en sus respectivas camas, ajenos a la situación tan grotesca e inusual que me acababa de encontrar. Excepto María que se hallaba en la mía. Decidí no despertar a los chicos y me dirigí a la habitación que se encontraba al final del pasillo.

-Jesús, Jesús- zarandee al mayor de mis hijos con toda la cautela que pude, para no llamar la atención de aquel señor que continuaba cocinando –no te asustes, pero hay un hombre en la cocina- le dije apenas abrió los ojos y se incorporó de inmediato.

Con una calma parsimoniosa se levantó de la cama. Me sentó en la silla de su habitación que estaba frente a la puerta, me dijo que no me moviera de allí y chistándome con el dedo índice, se marchó para ver al intruso. Desde mi asiento podía ver todo el pasillo y las puertas de los demás dormitorios. Pude ver como se cerró de golpe, casi atizándole en la nariz la puerta que conducía al salón. Jesús intentó abrirla con todas sus fuerzas en vano, estirando de ella apoyó un pie en la pared para hacer más fuerza, cuando súbitamente se le cayó encima.

En aquel preciso instante dejé de ver, todo se volvió negro. Como si hubiese quedado ciega, como la noche más oscura, como la ropa de aquel extraño, sin embargo podía escuchar el ruido de la lucha. Golpes, forcejeo, cuerpos rivales enfrentados en contienda.

No escuché gritos, no escuché palabra alguna y eso oscureció aún más mi angustiado corazón que pretendía escapárseme por la boca, totalmente desbocado, solo escuchaba aquel ruido de brega incrementando el miedo hasta tal punto que no pude soportarlo más y caí redonda al suelo.

-¡Mamá, mamá!- escuchaba remotamente la voz de Jesús, mientras notaba ligeros golpecitos en mis mejillas con el dorso de su mano – ¡mamá despierta por favor!- decía con la voz turbada.

Después de varios intentos por hacerle entender que le escuchaba sin conseguirlo, logré abrir el ojo derecho levemente. Jesús estaba en pie, con su cuerpo pegado al mío, que yacía magullado en una fría cama de hospital, (como si esto fuera un recuerdo repetido) y con su cara casi pegada a la mía dio un respingo de alivio al advertir que reaccionaba.

-¡Ese hombre te dio duro!- me dijo angustiado.


Y Desperté…

Desperté con la sensación de que me faltaba el aire, atribulada, sobreexcitada y con una certeza estremecedora.

Sí, tenía miedo. Hasta ahora había tratado de esconderlo de mí misma; pero tenía miedo.

Aquel señor, aquel sueño no era otra cosa que mi miedo. El miedo que soportaba.

Me sentía vulnerable e insegura, incapaz de tomar una decisión coherente, bloqueada. No me sentía válida, ni con fuerza suficiente para seguir defendiéndome de los ataques sin sentido de mi ex pareja.

Mi autoestima rozaba apenas la suela de mis zapatos (pero al menos eran mis zapatos, no los que “él me había comprado”). Miedo a no saber cómo afrontar mi vida sin él. Sin la persona que había anulado mi voluntad hasta el punto de no saber quién soy, miedo a caer en mi propio miedo y volver a la seguridad de mi carcelero.

¿Seguridad? ¡Sí!Por extraño que parezca. Esa seguridad de saber cada día y a cada hora que es lo que hay que hacer para no tener consecuencias, esa seguridad de no tener que preocuparme en qué ponerme, porque ya lo decidía él, la seguridad de saber cuándo había que callar o hacer callar a los niños, la seguridad, o mejor dicho, la evidencia de saber siempre sus hábitos y que nada ni nadie los pudiera alterar, para no sufrir el justo castigo (merecido por mi estupidez).

Me escondía de mi propio miedo porque no tenía muy claro de qué era a lo que le tenía más miedo. De si era a él, o a mis decisiones, o a mi libertad. Esa libertad que me pertenece por derecho y que debería abrazar sin dudas ni condiciones. Y tenía miedo a caer en una depresión por miedo a mi propia libertad.

Pero ¡NO! Aquel señor de negro no vencería, no me dejaría vencer.

Ahora sé que no existen las depresiones, ni tengo tiempo para ellas. Existen los problemas y nosotros somos los únicos responsables de librarnos de ellos o causarnos más. De nosotros depende nuestra vida y llegamos hasta donde nuestras decisiones nos llevan; así que ¿por qué llamamos depresiones a los problemas? Creo que es una forma como otra cualquiera de esconder nuestro propio miedo…

Leí los mensajes de Matías que decía sentirse fatal por haberse ido y dejarme sola con Jesús en ese estado, me pedía que le llamara en cuanto pudiera en otros, y en el último me pedía disculpas por su insistencia y por si me había molestado en algo. ¡Pobrecito! Inmediatamente le mando un whatsapp.

-Hola Matías, siento no haberte dicho nada, tenía el móvil en silencio y no vi tus mensajes hasta ahora. No te preocupes por mí, estoy bien. Lo de ésta tarde ha sido algo que más tarde o más temprano tenía que ocurrir pero tú no merecías estar delante y que fueses insultado. Has hecho lo correcto al marcharte y te lo agradezco-

-Hola Mercedes. He estado muy preocupado por ti y no sabía qué hacer. Tampoco quería llamar a tu hijo para no asustarle. Gracias por tus palabras tranquilizadoras-

-No hay de qué. Gracias a ti por preocuparte tanto. Hasta pronto Matías. Que descanses-

-¿Hasta pronto? Te cojo la palabra. No te canses tú-

No tengo casa, no tengo dueño,

no tengo tierras, ni tengo reinos,

no tengo alma, no tengo miedo,

no tengo vida ¡Queda tan lejos!

¿En qué lugar? ¿En qué momento?

¿Cuándo fue el día del detrimento?

¿Dónde la gana? ¿De qué me alimento?

¿Cuándo es mañana? ¡No queda tiempo!

Busco mi historia, cuento mi cuento,

la guardo en la memoria y se la lleva el viento.

Montada en la noria yo me lamento,

vestida de novia, sueño mi sueño.

Cuando se pare, tengo trabajo,

me quito el vestido, me apeo, me bajo.

Dando suspiros, sueño acabado,

entre delirios he despertado.


Mientras preparo la comida, días después, parece que la tormenta haya cesado. Jesús fue disminuyendo sus mensajes en cantidad y en insultos y la amistad con Matías crecía a pasos agigantados. Un par de veces fuimos a caminar por el paseo y volvimos a sentarnos en el mismo banco a charlar.

Me cuenta a que se dedica. Es el delegado internacional de una gran empresa de transportes y él gestiona todas las incidencias de la zona europea, suele viajar a menudo por ello y le apasiona su trabajo, ya que hasta él se da cuenta que su conversación durante algunos días, se convierte en un monólogo laboral del cual el único interlocutor es Matías. Me puso al día de prácticamente toda su vida pasada. Lo que vivió con su fallecida mujer y lo que vivió sin ella. Ésta última parte, he de reconocer que me ponía celosa como una perra pero en absoluto daba muestras de ello. Me reía con las anécdotas relatadas de sus escarceos amorosos, si podían llamarse así y le pedía que me contara más y más. Aunque no hacía mucha falta pedírselo, le gustaba alardear de ello, o a mí me dio esa impresión. En una ocasión pensé que es como mi hijo Manuel; habla hasta por los codos, tanto que a veces no te da tiempo a asimilar tanta información de golpe y la mitad de la cosas se te escapan. En otra ocasión pensé en salir corriendo. Más que una mujer a la que trataba de ligarse, yo parecía su confidente y me contaba todo y con todo lujo de detalles. Detalles por ejemplo de que a una de sus ligues la dejó porque le dijo que le quería en una semana de relación, o que a otra porque le olía el aliento. Detalles incluso íntimos. ¡Madre mía! ¿Porque me cuenta estas cosas? -Me preguntaba yo- ¿Si apenas nos conocemos? ¿Y qué pretende con tanta confidencia? Bueno, mejor no hacerme tanta pregunta y voy a seguir conociéndole o al final entre unas cosas y otras me voy a volver loca.

-Te invito a cenar el sábado- me dijo a sabiendas que no me tocaba trabajar éste fin de semana. ¡Dios! Cómo me hubiera gustado decirle que sí. Pero tenía mi última y obligada cita con Jesús. Después de lo que había ocurrido no era precisamente plato de gusto volver a verle; desde luego no lo hacía por él.

Se iba a celebrar el cumpleaños de Carla, la mujer del mejor amigo de él y amiga mía, que a su vez tienen una nena de la edad de María y se quieren mucho. Estábamos invitados y avisados desde hacía bastante tiempo. Sabían de sobras que estábamos divorciados y sabían de sobras que nos llevábamos bien (al menos hasta aquel día) y contaban con nosotros siempre que celebraban algo, de hecho Jesús fue el padrino de su boda y no podía negarme a asistir.

Quizás ahora que lo pienso, es por ésta razón que Jesús desistió en seguir insultándome continuamente. Por si le dejaba solo y tenía que dar explicaciones incómodas a todos los amigos y conocidos que asistieran a la celebración. Nunca le ha gustado airear trapos sucios, al menos no los nuestros.

Una vez se me ocurrió desahogarme con mi cuñada, la mujer de su propio hermano y por poco consigo un conflicto familiar.

Me llamó del colegio el tutor de mi hijo Vicente para quejarse de indicios de malos tratos infantiles en mi casa. Fue aquel famoso fin de semana de las diez mil copias y mi hijo tenía que estudiar para un examen. A pesar de que en descuidos de Jesús, yo les ayudaba con las puñeteras copias y de que ellos llegaron a aprender a escribir con cinco lápices a la vez, fue un fin de semana terrible y agotador en el que no pudieron parar casi ni para comer o dormir, mucho menos para estudiar. Vicente se quedó dormido en clase y cuando su profesor le despertó, dio un respingo de susto y de dolor, pues se golpeó la mano derecha que le colgaba de la mesa, contra ella. Toda la clase se reía de él. Al pobrecito mío, se le habían hecho ampollas entre los dedos de sujetar los lápices. Su gran timidez le hizo pasar tanta vergüenza de la situación que echó a correr y se encerró en el baño. Solo el tutor, al que le tenía una gran confianza, consiguió sacarlo de allí y posteriormente le contó el motivo por el cual se había dormido en clase sin poder evitarlo.

Aquella llamada me hizo sentirme la peor madre del mundo, me sentí tan castigadora como él y cómplice de su mal trato. Pedí perdón como si hubiese sido yo la mayor de las culpables y le prometí que aquello no volvería a suceder. Pedí perdón por Jesús y le excusé por ser un hombre muy estricto y duro con la educación de sus hijos y lloré. Lloré como nunca porque en el fondo yo sabía que era tan culpable como él por permitírselo, y me pregunté a mi misma cuando empezó todo, cuando fue el día en que se me fue de las manos mi vida y con ella la de mis hijos.

Casualmente vino mi cuñada a casa y me vio sumida en un mar de lágrimas, así que se lo conté y le dije que llevaba tiempo pensando en separarme pero que esto ya era el detonante que necesitaba. Ella no tenía palabras para consolarme ni para aconsejarme, lo único que podía decir era que demasiado había aguantado. Pero hizo algo que no esperaba.

Yo le pedí por favor que lo que le acababa de contar se quedara entre nosotras y no lo contara a nadie y ella accedió a mi petición, pero parece que se lo pensó y quizás por ayudarnos, cogió el teléfono y se lo contó todo a mi suegro. La única persona a quien guarda respeto Jesús.

Pocos días después, parece que mis suegros tuvieron una gran charla con Jesús y cuando llegó a casa su reacción fue…no sé muy bien cómo definirla… ¿bipolar?

Llegó cabizbajo y pidiendo perdón a todo el mundo. A mí, a los niños y al mundo por existir, pero más tarde empezó a maldecir a su padre por meterse en su vida y por supuesto a la mujer de su hermano. Desde aquel día ya no era su cuñada, era mi amiguita y cualquier cosa que dijera o hiciera era motivo de crítica por su parte. Ella, mi amiguita, ya había perdido su nombre y el respeto por parte de Jesús.

-¿Quién demonios se había creído que es “esa” para meterse en nuestra vida y contárselo a mis padres, dándoles tal preocupación?- y así empezó a volver la tortilla a su antojo, para buscar culpables de nuestras peleas en otros y excusarse a sí mismo. Y así empezó su particular batalla en poner a malas a “mi amiguita” con mis suegros, criticándola cada vez que tenía la ocasión delante de ellos para de ese modo, restar credibilidad a sus posibles y futuras confesiones sobre nuestra vida.

Lo siento Matías, no te enfades pero creo que mejor dejamos la cena para otro día- veo en su cara indicios de decepción y no me gusta verle así. Decido contarle el porqué de mi negativa.

-¿Pero después de lo que pasó aquel día, aun te atreves a salir con él?- me dice en un tono de preocupación bastante acusado. Él teme por mí.

-Tengo que hacerlo. Es un compromiso con unos amigos y será la última vez-

-Bueno, yo no soy nadie para decirte que no vayas, pero si te digo que tengas cuidado-

-No te preocupes. No pasará nada- le digo para tranquilizarlo aunque no estoy muy convencida de mis palabras. –Pero sí que te quiero pedir algo- añado a continuación.

-Pídeme lo que quieras. Soy todo tuyo- me dice levantando una ceja y poniendo morritos. Yo me rio y él se ríe conmigo quitando un poco de tensión a la conversación.

Le pido por favor que no me llame ni me envíe ningún mensaje hasta que yo no le diga algo; de ésta forma evitaremos volver a enfurecerle por los celos. Él accede.

Antes de acompañarme a la puerta de casa me mira a los ojos y cambia su gesto risueño por otro profundamente serio, me coge las manos con suavidad y se me pierden entre las suyas.

-Mercedes ¿sabes que me gustas mucho? ¿Y qué voy a estar aquí hasta que tú me digas basta o me digas ven?- y acerca su cara a mi cara, parándose a unos centímetros de mi nariz. Pidiendo con su mirada permiso para besarme, y mi nariz se impregna de su olor y ya no quiero otra cosa, no necesito otra cosa que beber de sus labios.

Suave.

Como una brisa de primavera,

como el pelo de un recién nacido,

como la seda.

Tierno.

Como el ronroneo de un gatito,

como el abrazo de una madre,

como tú quieras.

Dulce.

Como el algodón de azúcar,

como el maíz en su mazorca,

como yo pueda.

Así quiero un beso,

así te lo daré.

Así quiero un beso,

Así lo soñaré.

Largo,

como la vida sin pan.

Fuerte,

como un abrazo de oso.

Grande,

como el universo.

Duro,

como el acero forjado.

Voraz,

como el hambre de un niño.

Asolador,

como una tormenta de arena.

Excitante,

como la caída libre.

Así quiero un beso,

así te lo daré.

Así quiero un beso,

así lo soñaré.


Solo fue un beso, un tierno, dulce y sencillo beso el que hizo que se me erizaran todos los pelos de mi cuerpo. Una sensación olvidada hacía mil años. Como el primer beso furtivo de la adolescencia donde te corren mariposas por el estómago. Un jueves por la tarde, en un banco del paseo, con el discurrir de la gente alrededor, me siento como una niña de quince años y esa sensación hace que se borre de un plumazo todo el dolor que llevo dentro, de pronto mi pasado con Jesús ya no existe…

Entro en casa y no hay nadie. Miro por la ventana metiéndome en mis pensamientos. Desde ella cuando miro a la derecha veo el mar y atisbo un soplo de aire fresco que me hace recordar que a veces la soledad es preciosa, necesaria y me hace sentirme viva y me pregunto a mí misma ¿Me he enamorado?

Mírame,

soy una estúpida,

con cuerpo de mujer,

con el equipaje hecho,

y mi bagaje no me lleva a ningún sitio.

Soy una anciana,

con corazón de adolescente,

con el armario repleto de ilusiones.

Castillos en el aire llenan mi cabeza,

el alma de emociones.

Soy un pez,

no tengo memoria.

Soy un elefante,

recuerdo hasta el mínimo instante.

Soy una fiera,

soy un gatito,

ronroneo y muerdo,

devoro mi vida con ansia.

Soy una oruga,

languidezco por ser mariposa,

y volar aunque solo sea un día,

a tu lado.


El viernes por la noche mientras estoy en la recepción, recibo una llamada de Jesús.

-¿Vendrás mañana al cumpleaños de Carla o tendré que decir que estás enferma?-

-Iré- dijeron mis labios, aunque mi cabeza dijera otra cosa.

-Te recojo a las doce para que duermas algo-

-Ok-

-¿Qué pasa? ¿Te comió la lengua el gato o te la reservas para otros menesteres?- Prefiero no contestar a eso o al final tendremos un día mucho más tirante de lo que ya nos espera.

Matías también se marcha fuera a pasar el día con sus hijos. Me llama por la mañana y me dice que se irá a casa de unos amigos en la montaña, así se le pasará el día más rápido y no pensará que estoy con él y que no puede hablar conmigo.

Con una puntualidad propia de un británico Jesús llama a mi puerta a las doce en punto. Como le conozco ya estoy arreglada y lista para salir, no quiero darle más motivos de discusión y mi impuntualidad era uno de sus favoritos.

María está en su sillita y la ha vestido preciosa, con un vestidito blanco ibicenco y unas sandalias a juego. Pienso que se ha pasado de ponerla de punta en blanco ya que la niña seguro que estará todo el día en el jardín jugando con su amiguita y otras niñas y niños que vengan al evento, por lo que el maravilloso y caro vestidito va a cambiar de color ipso facto y volverlo a su estado natural será casi una odisea. El primero en romper el silencio es él.

-Quiero que sepas que estoy investigando al que te follas y no es trigo limpio, pero hasta que no tenga las pruebas de lo que sé de él, no te voy a contar nada, sólo te digo que te andes con ojo que es un borracho y un putero- me dice con una sonrisa burlona.

-Primero: yo no me estoy follando a nadie y vigila tu vocabulario delante de la niña- miro para atrás y veo que está entretenida con una muñeca nueva que le habrá comprado su padre estos días.

-Segundo: ¿Si es borracho? yo no lo he visto y tercero: ¿si es putero?, no es asunto tuyo ni es asunto mío-

-¿Qué no te lo has follado?…jajaja ¿A quién quieres engañar? Qué casualidad hombre, de la noche a la mañana me dejas tirado como a una colilla. ¿Tú te has creído que soy tonto o qué? Por eso te esperé en la puerta de tu casa toda la tarde, ya imaginaba que algo estaba pasando, ¿Y anda que me equivoqué de mucho?-

-Pues te has equivocado de todas- no quería discutir delante de la niña pero tenía que defenderme de sus ataques y quería llegar al cumpleaños con una tregua entre nosotros.

-Jesús, nunca te he dado motivos para que dudes de mí. Ahora llevamos dos años divorciados y si me acuesto con quien me dé la gana no tendría que darte explicaciones, pero el caso es que no es así. No me he acostado con nadie. Ya no sé cómo decírtelo para que me entiendas-

-¿Y de dónde venías con él? ¿Y porque se puso así? Tan chulito-

-Matías no es más que un amigo, venía de dar un paseo y tomar un café y el único que se puso chulo fuiste tú- María continuaba jugando con su muñeca como si no estuviéramos allí. Ella siempre hace lo mismo cuando discutimos. Juega y juega para darnos a entender que no se entera de nada, pero creo que en el fondo toma nota de todo.

-¿Encima lo defiendes?-

-¡Pero que yo no estoy defendiendo a nadie! Solo digo que tu actitud no fue precisamente muy adecuada y este hombre no te conoce y no sabía porque me hablabas así. Ya viste que le dije que se marchara ¿no?- le dije para hacerle creer de alguna manera que estaba de su parte.

-Está bien, está bien Mercedes, perdóname- recapacitó. -Es que no sé qué me pasó por la cabeza cuando te vi llegar con aquel tipo. Tienes que ponerte en mi lugar, yo te quiero y estoy haciendo lo imposible por recuperarte pero haga lo que haga es como darme contra una pared-

¡Dios mío! La pared la tiene él en los ojos. Todos los años vividos de desprecios a sus propios hijos y de indiferencia hacia mí forjaron a fuego lento una barrera entre nosotros, no es capaz de ver que el dolor de las heridas con el tiempo puede que mitigue o se borre, pero las cicatrices se quedan.

Al fin llegamos a casa de Carla y Roberto. Se espera que vengan unas veinte personas a la comida. La niña desaparece al momento con su amiga Paula que le va a mostrar los juguetes de su habitación. Jesús se va con Roberto a avivar el fuego de la barbacoa y yo me quedo con Carla para ayudarla en la cocina con los entrantes.

Poco a poco van viniendo los invitados y la casa y el jardín se llenan de alegría, celebración, niños corriendo, brindis, comida, chistes malos, risas, manchas infranqueables en los vestiditos ibicencos blancos… Y yo estoy allí, con Jesús, disfrutando a su lado de todo eso como en los casi treinta años que hemos estado juntos; pero faltan tres pedazos de mi corazón y recuerdo mis cicatrices…

Cuando caía la tarde solo quedábamos los más íntimos y jugábamos unas partidas de cartas a la fresca, a Carla se le había ido la mano con las copas y no me refiero precisamente a las de la baraja. Agarró a Jesús por los hombros y le dijo en voz alta muy convencida de sus palabras.

-¿Qué? ¿Para cuándo os volvéis a casar?- Jesús me miró con cara compasiva y sonrió, yo puse los ojos en blanco y desee morir por un instante.

-Bueno creo que ya es hora de irse a casa- fue mi respuesta antes de que Jesús metiera la pata.

-¿Tan pronto? Venga mujer, quedaros a dormir esta noche aquí-

-No puedo Carla, tengo tres hijos más ¿recuerdas?-

-Pero ya son grandes y se apañan bien solos-

-No insistas más Carla, lo siento estoy cansada y tengo ganas de irme a casa- sé que le he aguado la fiesta a la pobre Carla, pero para agua la que ella me acababa de echar a mí con su comentario. Todo un jarro de agua helada ¡qué digo jarro! Un cubo…

¿Qué hizo María? Llorando todo el camino. No quería irse y su padre la chantajeó con ir al cine el domingo si subía al coche solita.

Llegamos a su casa, la niña se empeñó en que yo la arropara y le diera un beso de buenas noches. Maldita la gana que tenía de subir a casa de Jesús. No quiso cenar nada, estaba llena de comer toda clase de chucherías durante todo el día. Bueno, un día es un día. La duché, le puse su pijama de Monster High y la metí en la cama, me quedé con ella hasta que se quedó dormida y casi me duermo yo. Cuando salí de la habitación me encontré con algo inesperado.

La luz del pasillo estaba apagada pero había un camino de velas encendidas que conducían hasta el comedor, en la puerta una nota que decía. “Tu eres la luz que ilumina mi vida”…Abrí la puerta con una mezcla de perplejidad y confusión y me encontré a Jesús en el comedor, iluminado también con velitas. Había preparado una botella de cava en el centro de la mesa con unos aperitivos muy bien escogidos y debajo de mi plato pude ver que había otra nota. Él estaba semidesnudo y el ambiente a media luz, perfumado con un agradable aroma de incienso. Invitaba a una noche de romanticismo con una pizca de lujuria.

Me quedé plantada en la puerta totalmente descompuesta, Jesús me miraba con su mejor cara de no haber roto un plato en su vida y hasta me hizo ojitos. Pasaron tantas cosas por mi cabeza en ese momento que creo que tardé en reaccionar año y medio aunque solo fueron un par de minutos supongo. Creo sinceramente que lo tenía todo calculado al milímetro, sabía de sobra que la niña llegaría cansada y querría que yo la acostara, sabía de sobra que no le iba a negar a mi hija una cosa así. Lo había preparado todo con antelación y alevosía; pero para lo que no estaba preparado evidentemente era para mi reacción. Tenía que ser ya y sin anestesia.

-Jesús, yo no te quiero- me di media vuelta y me marché sin darle oportunidad a replica.

De camino a casa, hasta me sentí cruel pensando en cómo se sentiría él ahora mismo. Pero decido descartar ese pensamiento de mi cabeza, cojo mi móvil y le mando un mensaje a Matías.

-Hola Matías, ya ha terminado todo- me responde inmediatamente.

-Mercedes estaba desesperado sin saber de ti en todo el día. ¿Todo bien?-

-Todo bien, no te preocupes-

-¿Ya estás en tu casa?-

-No, voy caminando pero llegaré enseguida-

-¿Caminando?-

-Tema para otro café-

-Ok. Cuando quieras-

-Hasta pronto Matías. Un beso-

-Hasta pronto Mercedes. Otro para ti-

Llego a casa y solo se encuentra Vicente que se está terminando de arreglar para irse con sus amigos a tomar algo.

-Hola mami, ¿Qué tal vas con Matías?-

-¿Y eso? ¿Por qué lo preguntas?-

-No sé, ¿no vienes de salir con él?- entonces me digo a mí misma que soy tonta de remate. Tengo cuarenta y cinco años, soy divorciada, no tengo que darle explicaciones a nadie, hay un hombre guapísimo que bebe los vientos por mí y yo me muero por estar en sus brazos y volver a sentirme mujer. Mi ex marido me llama zorra y puta sin haber tenido sexo más que con él y encima de poco, de lo malo lo peor y esta noche ha intentado seducirme como si aquí no hubiera pasado nada.

-¿Qué estoy haciendo?- me pregunto. Creo que ya es hora de tomar decisiones.

Buenos días preciosa mujer,

bienvenida la mañana,

abre bien los ojos,

mira por tu ventana,

observa pasar la gente,

que no escape nada a tu mirada,

puede que veas pasar,

el día que anhelabas.

Y abrí la ventana y llovía,

y la lluvia me dolió en el pecho.

Y me atravesó el alma,

y el alma me recordó,

que la lluvia limpiaba el aire,

y el aire se podría respirar,

y el pecho dejaría de doler,

y el dolor se convertiría en paz,

y la gente saldría a pasear,

y yo los vería caminar.

Y ese día que anhelaba,

pasó bajo mi ventana,

pero al quererlo agarrar,

se interpuso el cristal.

Grité para que me oyera,

lloré como alma en pena,

y el día sin quererlo me oyó,

y muy despacio se giró,

me quiso coger la mano,

y el cristal se lo impidió.

Cristal de hielo y acero,

de pasta de mantequilla,

de amor y miedo,

que al rozarse con nuestros dedos,

ardientes de puro fuego,

derritiéndose en mil pedazos,

cayó rendido al suelo,

para dar paso enseguida,

al día que tanto anhelo.


-¿Sabes una cosa Vicente?- me vuelvo a poner mi cara de valiente.

-Dime-

-¿Qué me dirías si te dijera que esta noche me voy a acostar con Matías?-

-Jo mamá… ¿Qué te voy a decir? Que ya es hora que le des una alegría a ese cuerpo. Hasta luego mami. Que lo pases bien- se va y me deja con la boca abierta. ¡Pues sí! ¡Soy tonta!

Me ducho, me maquillo, me pongo la ropa más provocativa que tengo en el armario, el perfume más embriagador, los tacones más altos, me miro al espejo y ¡UAUH! La verdad es que estoy que rompo.

Whatsapp

-Hola Matías ¿tienes algo que hacer?-

-La verdad es que no ¿por?-

-Si vienes a recogerme tengo algo para ti- ¡madre mía! que descarado ha sonado esto.

-Dame quince minutos-

-Ok. Te espero-

Tarda veinte minutos, me comen los nervios y estoy temblando como un flan, lo deseo pero tengo un miedo atroz. Oigo su coche aparcar en la puerta y toca el claxon. Me armo de valor, me atuso el pelo, me santiguo y salgo pidiendo a Dios no tropezar y caer de bruces delante de él. Cuando me ve, abre los ojos como para verme mejor y creo que ya sabe lo que le voy a dar. Subo a su coche.

-¿Dónde vamos?- me pregunta

-¿Hay alguien en tu casa?- voy directa al grano. ¿Para qué me voy a andar con rodeos? Ya somos mayorcitos.

-No, mis hijos se acaban de marchar y hoy sábado no aparecen por casa por lo menos hasta las seis de la mañana. Eso si no se quedan a dormir en casa de algún amigo-

-Pues entonces vamos a tu casa-

Su piso es acogedor; decorado con mucho gusto. Está muy ordenado y limpio, eso me agrada enormemente, hay que tener en cuenta que es un hombre y que vive con dos chicos, si le añadimos el agravante de que no esperaba visita, por lo que puedo ver a simple vista, es una familia muy pulida. Me ofrece un zumo de naranja y él se sirve otro, se sienta a mi lado y bebemos un primer sorbo. Empieza a querer iniciar una conversación bastante banal, de esas que empiezan por… “¡Que calor ha hecho hoy!” Veo que él está tan nervioso como yo y no sabe qué hacer o por dónde empezar. -¿Y este es míster ligón?- pienso.

Decido ser yo la que tome la iniciativa y le doy un beso tierno que no se espera en la comisura de los labios. Él me sorprende retirándose medio segundo después y me pregunta si estoy segura de querer estar con él. Contesto sin lugar a dudas que sí.

Me acaricia la cara con el reverso de sus dedos con una mano, mientras con la otra, roba el vaso de zumo tembloroso de las mías. Me dejo robar. Esta vez me dejo besar por él, pero ya no es un beso tierno, ahora es un beso cargado de pasión y deseo, un beso que me va devorando de calor las entrañas y me dejo coger en sus brazos, a horcajadas, para llevarme hasta su habitación donde me va desnudando entre besos apasionados, con la luz encendida. Yo hago lo mismo con él y parece que mis dedos son más torpes e inexpertos que los suyos y tropiezan con un tozudo cinturón que no se deja desabrochar, me ayuda en mi empeño aprovechando yo la ocasión para terminar de desnudarme totalmente avergonzada y me meto en la cama como queriendo esconderme de él. La ropa queda toda tirada por el suelo sin miramientos.

¡Dios mío! Nunca imaginé, ni en mis sueños más tórridos, que yo pudiera tener una noche como aquella, abandonándome a una pasión desenfrenada. Sus manos sobre mi carne, su boca sobre mi piel, su olor invadiendo mis sentidos y sus palabras susurrando a mi corazón que la pasión que estaba viviendo, no iba a ser de una sola noche, ni dos ,ni tres. Que aquello que me estaba dando iba a ser para el resto de mi vida. Y yo creí lo que me decía sucumbiendo en un éxtasis divino. Me hizo tocar el cielo, dos veces, y él me acompañó.

Vengo de la calle de ninguna parte,

observo edificios que no son de nadie,

cruzo el umbral de un frío portal,

no tengo nadie a quien amar.

Mi casa no tiene puertas,

tiene ventanas pero están abiertas,

mi cama blanca como la nieve,

sábanas heladas mi piel hieren.

Me acuesto, cierro los ojos para dormir,

quiero soñar contigo para vivir,

sueño tu cuerpo, tu piel, tu olor,

debajo de mi vientre empieza el dolor.

Entre mis piernas siento calor,

me ruborizo y me despierto

¿Qué demonios ha sido esto?

Es primavera en mi habitación,

mi cuerpo vibra de la emoción,

te he sentido por un instante,

solo un momento he sido tu amante.


Me faltó tiempo para contárselo a Concha; estaba como loca de contenta por mí y quería detalles escabrosos. Quedamos el lunes en el parque para tomar café y que le contara todo lo que quería saber.

A primera hora de la mañana del lunes me llama Matías.

-He recibido un mensaje de tu ex. ¿Tú le has dado mi teléfono?-

-¡Claro que no! ¿Cómo se te ocurre pensar una cosa así? ¿Qué te dice?-

-Además de una serie de insultos, me dice que me he metido en medio de una reconciliación muy dura y que me aparte de ti o me las tendré que ver con él-

-Matías, sabes que eso no es cierto. Te he dicho la verdad desde el principio y…-

-No te preocupes. Sólo quería saber cómo consiguió mi número-

-Es una persona de recursos y tiene sus contactos. Por favor, no le contestes, no entres en su juego, está rabioso y no sabe por dónde atacar, como un perro herido. Además, esto no es un duelo de caballeros ni yo soy el trofeo para el ganador-

-Está bien Mercedes, si tú me lo pides, me mantendré al margen, por ahora- cuelgo el teléfono totalmente desconcertada. ¿A qué está jugando Jesús con esto? ¿Qué pretende?

Enseguida caigo en la cuenta de que Jesús se habría pasado la noche llamando por teléfono a mi casa al no poder localizarme en mi móvil y nadie contestó a sus llamadas, por lo que llegó a la conclusión de que estaría con Matías, y esta vez era verdad. ¡Dios! Conociéndole como le conozco, no habrá pegado ojo. Habrá llorado, pataleado y destrozado cosas hasta que la ira y el odio hicieron acto de presencia y habrá pasado el resto del tiempo planeando que hacer para causarme el mayor daño posible sin tener que tocarme.

¿Cabe la posibilidad de que piense que apartando a Matías de mi lado, él tiene alguna oportunidad conmigo? No creo que sea tan estúpido. Mientras tanto, la niña, habrá presenciado un espectáculo digno del mayor drama teatral de la historia. ¿Cómo habrá reaccionado ante tal situación? Y lo que es peor. ¿Qué le habrá dicho él a María?

No cesan aquí mis sorpresas mañaneras. Recibo una notificación de Facebook. Es nuestro amigo Roberto que ha puesto algo en mi muro.

-Eres la persona más despreciable que me he echado a la cara jamás en la vida. Eres ruin, baja y rastrera. Lo que le estás haciendo a Jesús no tiene nombre y espero no volver a encontrarme contigo por el daño que le estás causando al mejor hombre y amigo que una persona pueda conocer en el mundo-

Si me cortan las venas, no me sale sangre. ¡Dios mío! ¿Pero qué es lo que está haciendo Jesús? Inmediatamente borro esa notificación que afortunadamente al estar en mi muro, lo puedo borrar y bloqueo a Roberto y de paso bloqueo a Jesús en todos los medios que puedo bloquearlo. No quiero más sorpresas de este tipo. ¡Si lo llegan a ver mis hijos!

Hablo con mi abogado y le explico lo que está pasando. Él me confiesa que se ha encontrado con muchos casos como este, todo va bien hasta que aparece una tercera persona, me dice que sea cautelosa pero que si pasa cualquier cosa no dude en denunciarlo.

Por la tarde recojo a la niña en el colegio, prefiero hacerlo allí. Le mando un burofax a Jesús por recomendación de mi abogado para comunicarle oficialmente que a partir de ahora, cada lunes, tanto él como yo recogeremos a la niña en el colegio. De esta forma no tenemos que encontrarnos y evitamos encontronazos innecesarios. Me voy con ella al parque, me espera Concha ansiosa y llena de interrogantes sobre Matías, pero mi conversación se gira en torno a Jesús y lo que parece estar rondando por su cabeza. Increíblemente la niña no tiene ganas de jugar con sus amigas y se queda con nosotras en la cafetería merendándose un batido y un bollo. Hablamos en tercera persona para que ella no se percate de que se habla de su padre.

Concha aprueba mi decisión de bloquear a Jesús en todo y me recrimina por no haberlo hecho antes.

-Ya le dije a nuestra amiga que su ex no la dejaría tranquila nunca y ella no me quiso hacer caso- decía Concha

-¿Quizás nuestra amiga tenía que darse cuenta de su error por si sola? ¿Quizás nuestra amiga sentía en el fondo pena por el padre de sus hijos y no quería hacerle daño al verlo tan solo?- respondía yo

-Él se lo buscó a pulso. Él no sentía pena por sus hijos ni por su mujer cuando los tenía con su “aquí mando yo”. Las personas no cambian- María se levantó de su silla bruscamente golpeando la mesa sin querer y derramó medio vaso de batido que aún le quedaba por beber, manchándose ella y salpicándonos a nosotras. Se quedó callada mirándonos y esperando recibir una bronca. Su padre odiaba que se manchara y eso en ella era el pan de cada día. Mancharse o tirar algo era casi una tradición en ella, era muy descuidada con todo, lo que se dice un completo desastre. No le tenía aprecio a las cosas porque si algo se rompía su padre le compraba otra cosa y listo y si no se lo compraba le echaba unas lagrimitas y arreglado, juguete nuevo. Pero que se manchara le sacaba de quicio y esta era la única razón por la que su padre se atrevía a levantarle la voz. Con ella no era él mismo. ¿O quizás sí?

Pagué la cuenta y nos fuimos a casa. No le dije nada, en el fondo yo sabía que ese golpe a la mesa no había sido fortuito, ella sabía perfectamente de quien hablábamos y porqué.

En unos días conoció a Matías, los niños ya le conocían de sobras y no hicieron falta presentaciones, pero con ella fue diferente.

Desde que me divorcié y nos mudamos de casa, a ella todo le pareció muy divertido, incluso lo contó en el colegio como una de esas anécdotas divertidas que ocurren en vacaciones de verano. A sus amigas y profesoras les decía.

-¡Nos hemos separado de papá! Ahora mi mami tiene una casa al lado de la playa- y esto lo contaba con una naturalidad pasmosa. Pero claro, para ella no habían cambiado demasiado las cosas, seguía viéndonos a los dos juntos a menudo y lo más “guay” era que teníamos dos casas y ella podía dormir con su papi y con su mami, durmiera en la casa que durmiera. En casa de papá tenía su habitación pero si ya de bebé y estando mamá, dormía con papá ¿Qué iba a impedir que no durmiera con él ahora?

María desde que me divorcié quería que mi nuevo novio se llamara Brad Pitt, un señor guapísimo y rubio que había visto en una película. Yo estaba totalmente de acuerdo con ella, sin embargo para su padre tenía reservada a su profesora, muy lista la niña –pensé- la profesora la había castigado en alguna ocasión por su manera de tratar el material escolar, desastre como con todo. Si se hacía novio de ella tendría a la profesora de su parte o sería ella la castigada. ¿Puede ser que su mente llegara a tal alcance? Por supuesto, María era mucho más inteligente, manipuladora y calculadora de lo que todos pensábamos.

-Mira María, este es Matías y es el novio de mamá ¿Te gusta para mí?- le dije buscando su aprobación y presentándoselo a la vez. Primero sonrió un poco avergonzada y después se giró hacia mí con el ceño fruncido y me gritó.

-¡NO! Tú me dijiste que te casarías con Brad Pitt- y echó a correr encerrándose en mi habitación.

Quise ir a por ella, pero Manuel me lo impidió. Él tiene una paciencia infinita y a los quince minutos salió con ella agarrada de la mano, como si allí no hubiera pasado nada.

En poco tiempo, los fines de semana que me tocaba María, mi casa y mi mesa se llenaban a rebosar. Entre mis hijos, los de Matías y las novias de estos, un domingo sí y uno no, nos juntábamos once personas. Aquellas comidas me embriagaban de felicidad tanto como a Matías, que no creía volver a vivir una vida tan familiar desde lo ocurrido con su esposa y se me olvidaba la guerra cruzada que mantenía día tras día con Jesús, que no cesaba en su empeño de fastidiarme de mil y una maneras. El comportamiento de María sin embargo, dejaba mucho que desear, siempre quería ser el centro de atención y cualquier circunstancia era buena para comenzar a llorar o patalear.

¿Por qué actúa así? Me decía a mí misma ¿Ahora hay armonía y paz en casa y la niña no lo admite? ¿Quizás se da cuenta de que cuanto más me acerco a Matías más me alejo de su padre y más pierde ella su centro?

Mi relación con Matías se afianzaba cada vez más. Yo no quería verle enfrentándose a Jesús y me limitaba a contarle de la misa la mitad. Solo disponíamos de los fines de semana para estar juntos debido a su trabajo que casi siempre le mantenía lejos, viajando por Europa durante toda la semana y no iba a estropear el poco tiempo que teníamos contándole problemas para preocuparle. No le conté que había descubierto como consiguió su teléfono. Jesús se había abierto varios perfiles falsos de Facebook, uno de ellos era de chica. Los había elaborado a conciencia, con sus fotos, sus amigos que no sé de dónde sacó y en uno de ellos consiguió hacerse amigo de la hermana de su difunta mujer. Con el de chica, quiso hacerse amiga de Matías e intentar seducirlo para demostrarme a mí, lo putero que podía llegar a ser. Por supuesto Matías se dio cuenta del engaño al minuto cero y ambos le seguimos la corriente para ver sus intenciones y hasta donde quería llegar.

No le conté que me acosaba continuamente con sus mensajes, donde unas veces me insultaba salvajemente y otras me decía palabras de amor que hubieran enternecido al más duro de los corazones. No le conté que ninguno de nuestros amigos en común me dirigía la palabra, que ni siquiera se dignaban a mirarme a la cara al pasar junto a ellos, que me dijo que me pondría en mi lugar y me quedaría más sola que la una. Se dedicó a contarle a todos nuestros amigos y conocidos, familiares y vecinos, que yo le había sido infiel a lo largo de los años y que a pesar de haberme perdonado, era yo la que no quería darle el beneficio de la duda dándole una oportunidad. Incluso les hizo creer que me había pasado la vida poniendo a mis hijos en su contra para que le odiaran. Les dijo que yo era mala persona, falsa, traicionera, ruin, despreciable…que fui la causante del tsunami de Japón o algo aún peor, porque o todos le creyeron o su cara de niño bueno largamente utilizada para sus negocios, surtía un gran efecto en todos ellos.

Me daba igual. Ninguna de esas personas tenía que vivir con él y nosotros sí. No quise darle explicaciones a nadie, tampoco intenté ni por un instante defenderme de sus mentiras delante de nadie. Los que realmente se consideraban mis amigos, no me hicieron preguntas, ni se posicionaron en parte alguna. Los demás ya tenía claro quiénes eran, porque ellos solitos se delataron al retirarme la palabra. ¿Y para qué le iba a contar todo eso a Matías? Si me daba igual. Lo peor que llevaba era el comportamiento de María.

Cada día estaba más exigente y autoritaria, cada día se parecía más a él, rozando la agresividad. Jesús por supuesto decía que era por mi culpa, por meter otro hombre en mi vida y trastornar la suya. Llegó a decirme que era una mala madre por querer criar a nuestra hija por separado, por no darle la oportunidad de tener unos padres como los tuvieron sus hermanos. Que era yo y solo yo, la culpable del comportamiento que estaba adquiriendo la niña y que ese comportamiento, no era otra cosa que llamar la atención porque se sentía tan abandonada por mí como él. A punto estuve de creerle.

Capítulo 9

-¿Quién puede más?-

Lo miro una y otra vez,

no me canso.

Transmitiéndome una serenidad engañosa y a la vez deseada,

respiro su aroma profundamente,

a solas…

Cierro los ojos y puedo ver más allá de las olas que suavemente lo mecen,

en un día como hoy,

a su merced.

Dejándome ir con él…

Dejándome mecer…

Y llenándome de esta forma de su calma engañosa,

engañándome a mí misma.

Estoy bien,

el mar está en calma,

la tormenta pasó,

y no volverá.


Mi niña nació y creció entre gritos y broncas, peleas y malas caras. Ella lo vivió como algo normal y se acostumbró a ello, no vivió el amor y el respeto que se tienen que tener unos padres. ¿A quién quería engañar? Se dio cuenta demasiado tarde de lo que había perdido, se lo negaba a sí mismo y me culpaba a mí. ¿Pero ella? Ella era demasiado inteligente para su edad y utilizó todo lo que había aprendido en su provecho. Empezó a usar nuestras broncas a su favor. Aunque mis palabras puedan parecer duras o dignas de una loca, creo que mi preciosa niña, mi adorada y esperada niña, nos empezó a manipular a los dos como a títeres. Ella movía los hilos y nosotros saltábamos. Hasta que empecé a darme cuenta de su juego y yo dejé de ser su juguete para convertirme en su madre.

La primera vez que María me puso a prueba veníamos de pasar una tarde divertida y agotadora de juego en la playa. Estábamos llenas de arena, sal y sudadas, me disponía a preparar la ropa limpia para darnos una ducha juntas. Habíamos quedado a cenar en casa de Matías en menos de dos horas. María se estiró en el sofá con el bañador aún mojado.

-¡Nena! ¿Qué haces? Te he dicho que te metas al baño o lo llenarás todo de arena- María me ignora. -¿No me oyes?- le digo en tono un poco más elevado. No recibo la más leve respuesta.

Me acerco a ella y la cojo de las manos para incorporarla a la vez que le digo.

-¿Se puede saber qué te pasa? Nos tenemos que duchar ya, o llegaremos tarde a cenar-

Comienza a lloriquear porque no quiere ducharse. A ella lo que le gusta es que le llene la bañera con agua calentita, le meta unos cuantos juguetes dentro y nos metamos las dos a jugar hasta que el agua se enfríe. Le explico que hoy no tenemos tiempo de jugar en la bañera, pero ella aún se enfada más y me dice que no quiere ir a casa de Matías.

-María. Quítate el bañador de una vez y métete a la ducha que me estás agotando la paciencia con esas lágrimas de cocodrilo- le advierto. La niña continúa con su cantinela y de brazos caídos. Como no quiero perder más tiempo, la desnudé yo, la metí en la bañera y nos duchamos entre llantos de desesperación y agonía. Por mucho que le dijera, no se callaba, ni por las buenas, ni por las malas. Salí del cuarto de baño con la niña impoluta y con un dolor de cabeza estremecedor. Y no callaba.

-¡Como sigas así te mando con tu padre y no te vienes!- ¡Dios! Menuda estupidez acabo de decir –pensé- se le cortó el llanto al momento.

-¡Vale! Me voy con mi padre a vivir y me quedaré con él para siempre- me contestó con toda la soltura que pudo y empezó a guardar sus juguetes en una bolsa del supermercado que encontró en un cajón de la cocina.

-Bueno María- recapacito y me armo de paciencia -pero eso se lo dices el lunes cuando venga por ti que ahora no tenemos tiempo ¿vale?- me miró recelosa. Yo quedé petrificada esperando su reacción. Afortunadamente para las dos, llegó Manuel ajeno a lo que estaba sucediendo entre nosotras, la cogió en volandas lanzándola al aire, cosa que a ella le encantaba y a mí me ponía de los nervios, se la subió a los hombros y nos fuimos a cenar. Eso sí, la bolsa de juguetes la guardé con un suspiro de alivio antes de salir. María empezó a querer imponer su voluntad conmigo con chantajes emocionales. Yo aún no sabía que llevaba tiempo haciéndolo con su padre, aunque lo sospechaba.

Jesús seguía en su empeño de seguir controlando mi vida de alguna manera y lo intentaba a través de la niña. Comenzó a llamarla cada noche a la misma hora cuando me tocaba a mí en custodia, y aunque sé que necesitaba hablar con ella, también me daba cuenta que lo que buscaba era poder ejercer su control sobre mí y hacerse ver ante ella constantemente. Es como si tuviera miedo a perderla si no se hace presente a cada momento de su vida, pero también con ello parece que intentaba hacerme creer a mí, que su omnipotencia sería eterna.

Le preguntaba si la había duchado, le preguntaba si había cenado, le preguntaba quien había en casa, o donde habíamos estado. Si había hecho los deberes y quien la había ayudado. Preguntas, preguntas y más preguntas, cada día a las nueve en punto de la noche sonaba el teléfono fijo de mi casa. No tardó mucho en hacer sonar mi teléfono móvil a cualquier hora si no la encontraba en casa, y poco después el de Matías. María se daba cuenta de la dependencia que su padre tenía de ella y la aprovechaba elevada a la máxima potencia.

En ocasiones, cuando la llamaba a las nueve de la noche y a pesar de estar Jesús ya en pijama en su casa, ella le pedía que le trajera a mi casa un peluche o cualquier otra cosa que en ese momento se le ocurriera. Él le decía que al día siguiente se lo traería y recibía por respuesta un grito exigente de la niña -¡Que te he dicho que me lo traigas!- y en cinco minutos estaba el peluche aquí a pesar de tener él su residencia, a más de veinte kilómetros de mi casa. Yo, al ver cómo había tratado a su padre por teléfono, le dije.

-¡A mí, ni se te ocurra hablarme así o te llevas un guantazo en el culete!- Ella me miró y sonrió entre dientes.

María siempre hacía un montón de cosas divertidas con su padre que luego ella se encargaba de relatarme con todo lujo de detalles, como para darme en las narices que todo lo divertido que hacía conmigo era ir al parque y así de ese modo, conseguir más cosas de mí. Con papá iba al circo, al teatro infantil, a espectáculos musicales para niños, a ludotecas, a la piscina de sus amigos, al parque acuático etc., etc…Yo sabía que su padre, sería capaz de darle los ojos si ella se los pidiera. Se dedicaba en exclusiva a ella y también era su forma de demostrarme a mí que María era suya en todos los sentidos de la palabra, y también creo por otro lado que era su forma de vengarse de mí, pero no se daba cuenta que cuantos más caprichos le daba a la niña, más caprichos quería ella y más lloraba, gritaba o chillaba para conseguirlos.

Conmigo no había tantas diversiones, ni tantos caprichos. Primero: porque no me lo podía permitir. Segundo: porque tenía más hijos en los que pensar y repartir. Tercero: porque consideraba que no era bueno para ella tanto capricho. María estaba recibiendo dos educaciones totalmente diferentes. Por un lado se la premiaba si se portaba bien, y si se portaba mal y montaba un circo, al final recibía premio por dejar de llorar o patalear. Por otro lado yo no le premiaba su buen comportamiento más que con besos o abrazos, y que decir tiene que para nada le iba a consentir que me montara pataletas y mucho menos premiarla si dejaba de llorar después de una rabieta. Una vez me dijo muy resuelta y convencida justo después de hacer sus deberes del colegio y merendar.

-Mami, hoy me he portado bien ¿me compras un juguete?-

-Sí mi vida, hoy te has portado muy bien y estoy muy contenta contigo- le dije mientras apartaba un mechón de pelo de su carita –pero eso es lo que tienes que hacer siempre, portarte bien. Las niñas buenas se portan bien y las niñas malas se portan mal. ¿Tú que eres?- le pregunté.

-Buena- contestó con recelo –pero es que papá me compra un juguete cuando me porto bien- añadió para retarme.

Esto no solo era cierto, sino que sigue siendo real aún hoy, cada día un juguete nuevo, o alguna tontería.

-Ya lo sé cariño, y me parece perfecto que papá te compre lo que él quiera cuando quiera. Pero tú te tienes que portar bien porque eres una niña buena, y no por eso te tengo que comprar un juguete. Imagina por un momento que si tuvieran que comprar un juguete a todas las personas que se portan bien cada día, que son miles de millones; el mundo se quedaría sin juguetes- se quedó muy atenta pensando en mis palabras y no me insistió.

Pero hubo más días en los que quiso probar hasta donde podía conmigo.

Ese día organicé las cosas para poder ir todos al cine, María estaba ilusionadísima. Llegó la hora de vestirse y le cojo a María una faldita vaquera con una camiseta que le gusta mucho, pero ella decide que ahora ya no le gusta esa ropa y quiere ponerse otra. Coge un vestido del año anterior que ya le queda pequeño.

-¿Dónde vas con eso?-

-Es mi vestido favorito- me contesta frunciéndome el ceño a modo de aviso.

-Ya no te viene y lo romperás- le digo con cautela.

-¡SI ME VIENE!- me grita a pleno pulmón a la vez que tira al suelo la ropa que yo le había preparado con antelación.

Contengo mis ganas de darle un guantazo, me cruzo de brazos y le hago un gesto indicándole que se lo ponga ella sola. Si puede. Intenta metérselo por la cabeza y no le pasa de los hombros. Comienza a lloriquear. Intenta metérselo por los pies y no le pasa de las caderas. Su llanto ahora es más fuerte y me mira resoplando.

-¿Va todo bien?- pregunta Matías desde el comedor.

-Sí, no te preocupes- le contesto sin dejar de mirar a María y ella llora más fuerte por si alguien acude en su ayuda. No viene nadie a socorrerla en su terrible desgracia y cada vez llora más y más fuerte, y ya no es llanto, ahora son alaridos y a cada uno de ellos grita -¡PAPÁ VEN!- lo llama como si sólo él pudiera salvarla del calvario que está sufriendo. Comienzo a ponerme nerviosa.

-¡PAPÁ VEN!, ¡PAPÁ VEN!-

-¿Pero porque llamas a papá si sabes que no está aquí y no te va a escuchar?- le digo sin saber que hacer pues el hecho de que llame a su padre me descoloca totalmente.

Cada vez llora con más intensidad, cada vez con más fuerza –¡PAPÁ VEN POR FAVOR!- se ahoga en sus lágrimas y en sus babas y yo comienzo a asustarme. Tose, escupe y la zarandeo y no puedo evitar gritarle.

-¿Tú te crees que es normal la que estas liando porque no te viene un vestido? ¿María crees que es normal lo que estás haciendo? Pues se acabó. Ya no vamos al cine- es lo único que se me ocurre. Castigarla.

-¡VALE YA NO LLORO MÁS!- me grita ahora enfadada.

-Así no se arreglan las cosas- le digo yo a ella.

Salgo al comedor y todos me miran con ojos desorbitados. No entienden lo que está pasando, ni porqué la niña se ha puesto así.

-Iros todos al cine que María y yo nos vamos al parque-

Matías se acerca a mí, mete un mechón de pelo que me caía sobre la cara detrás de mi oreja y me susurra preocupado -Yo me quedo con vosotras-

-¡SI VAMOS AL CINE!- gritaba la niña desde la habitación.

-Matías vete tú con ellos y déjame a mí con la niña. Esto le servirá de escarmiento, no le voy a consentir que me monte estos espectáculos cada vez que se le antoje, o porque algo no le sale como ella quiere-

Por fin deciden irse sin nosotras respetando mi decisión, aunque a ninguno le agradó la idea. María salió de la habitación con la ropa mal puesta que yo le había indicado en primer lugar, justo a tiempo de ver como se marchaban sin ella. A Manuel se le partía el alma al cerrar la puerta tras de sí. Entonces María comenzó a llorar de verdad, con lágrimas reales, con sentimiento autentico, sin gritar, sin babear, sin escupir. Me senté en el sofá y la cogí entre mis brazos como cuando era un bebé.

-Cariño mío- le dije acunándola y en un susurro -¿tú te das cuenta que haciendo esas cosas lo único que consigues es empeorarlo todo? Ahora podíamos estar en el cine pasándolo bien y mira donde estamos, las dos castigadas-

-Pero te he hecho caso, me he puesto la ropa que tu querías ¿No?- contestó entre balbuceos.

-¿A cambio de qué? ¿De montar un circo? ¿De enfadarme? ¿De terminar castigada? Tienes que entender María que las cosas no se hacen cuando tú quieres, como tú quieres y porque tú quieres. Tienes que empezar a razonar antes de gritar y tienes que aprender sobre todo a escuchar a mamá. ¡Anda! Vamos que te termine de arreglar y nos vamos al parque-

-¿Pero no vamos al cine?- …probó.

Por supuesto que su padre, sí que la llevó al cine. Aquella misma semana dos veces. Por supuesto que ella me lo dijo retándome una vez más. Como si ella nos hubiera puesto en el punto de salida en su carrera particular, y papá fuese ganando la competición. Lo que ni ella ni Jesús sabían era que yo ya me había marcado una meta.

Matías y yo empezábamos a hacer planes de vida en común. Llevábamos un año de relación, mis dos hijos mayores se acababan de independizar y esta vez fue elección de ellos. Tenían novia y trabajo lejos de casa y les di mi bendición. El mayor de sus hijos también comenzaba a querer levantar el vuelo y ya no éramos tantos a comer los domingos. Le puse una habitación a la niña llena de sus juguetes y peluches para que se sintiera cómoda y dejara de dormir conmigo, pero no había forma de sacarla de mi cama. Mientras María estaba en casa, Matías tenía que irse a la suya. Un día tras una encarnizada lucha de chantaje emocional por mi parte hacia ella, accedió a dormir en su cama con agrado para que Matías se quedara conmigo, pero solo fue un farol y la niña me tenía reservada una carta bajo la manga.

Poco a poco y gracias a la paciencia de él, María lo fue aceptando en su vida, aunque en ocasiones me dijera que ojalá no existiera. Todo iba bien hasta que empecé a preparar la cena. Vicente comenzó a poner la mesa y la niña le dijo que no, que la ponía ella. Él ya había puesto el mantel y los vasos. María los quitó con rabia y se le cayeron dos haciéndose mil pedazos. Vicente le riñó a la niña diciéndole que si se hubiera estado quieta no hubiera pasado nada.

-¡A ver nena! ¿Si lo que quieres es poner la mesa tú? Pues ponla, pero no quites lo que ya he puesto yo que mira lo que ha pasado por tus tonterías- le decía mientras barría los cristales esparcidos por todo el comedor. Ella vino a la cocina haciendo oídos sordos y burlándose de él y cogió más vasos para poner a la mesa.

-¿Dónde vas?- le dije –Ayuda a tu hermano a recoger los cristales y después ponéis la mesa los dos, y deja ya de burlarte de él o seré yo la que no te deje poner la mesa después de la que has liado-

-¡NOOO!- gritó, y fue corriendo a encerrarse en su habitación sin atender a razones.

¡Madre mía! Ya la tenemos otra vez –me dije-

Mi error fue no acudir enseguida pues eso era precisamente lo que ella quería, que corriera tras ella y le diera la razón. Pero no lo hice, me quedé en la cocina terminando la cena e ignorando su pataleta mientras Vicente terminaba de poner la mesa.

Al notar María que nadie acudía en su ayuda y ver que Vicente cumplía la misión que quería hacer ella, empezó su espectáculo. La escuché llorar, gritar, golpear, dar alaridos de dolor, escupir y llamar a su padre con desesperación y más golpes y arañazos.

-¡PAPA, PAPA, VEN POR FAVOR! ¿DONDE ESTAS PAPA?-

Quise darle un tiempo para recapacitar y me contuve. Pero los gritos y los golpes iban en aumento, me fui para ella y Matías intentó frenarme. Le aparté de mi camino enfadada y no sé muy bien si lo estaba más con ella que conmigo misma por esperar tanto. Cuando entré en la habitación no podía creer lo que estaba viendo. Había destrozado los peluches, montones de algodones y espumillas flotaban por toda la habitación. Las sabanas y mantas de la cama estaban en la ventana, afortunadamente no las pudo tirar porque tenía reja. Había pintado con sus colores las paredes hasta donde alcanzó y toda la ropa del armario estaba tirada por el suelo.

-¿QUÉ HAS HECHO?- le grité – ¡ERES MALA!-

-¡Y TÚ ERES UNA BRUJA!- me gritó ella a mí -¡ME QUIERO IR CON MI PAPÁ!-

-No te vas a ir con tu papá, es más, te vas a quedar aquí, vas a dormir en tu cama y con todo este lio que has organizado, porque yo no lo pienso recoger- puntualicé más sorprendida que enfadada por su insultante adjetivo hacia mí. Me fui para la cocina dejándola allí con la boca abierta antes de que me dijera otra barbaridad. Matías ni se movió del sofá, creo que no sabía dónde esconderse.

Apoyé mis manos en la encimera de la cocina intentando asimilar lo que estaba pasando y la veo en la puerta, descalza y con los brazos en jarras.

-Llama a mi papá y dile que venga por mí- me dice en tono amenazante, con los ojos entre cerrados y la boca en una fina línea.

-No voy a llamar a tu padre. Te vas a quedar aquí ¿lo entiendes?- le dije poniéndome frente a ella y poniendo mis brazos en jarras también.

Se acercó más a mí, tanto que casi pega su cuerpecito de siete años al mío, se puso de puntillas para acercar su cara a mi cara.

-¡Te he dicho que llames a mi papá ahora mismo! ¡Bruja asquerosa!- y esto me lo dijo resoplando y enseñándome los dientes como si fuese un perro al que le quieren quitar un hueso. Esas palabras y ese gesto me hirieron en lo más profundo de mi alma. Tengo la sensación de que me acababa de dar una cruel puñalada de la que no me voy a recuperar. De pronto me veo a mí misma con sesenta años, avasallada por una chica de veinte a la que se le ha dado todo lo que quiere de pequeña y que un día se nos fue de las manos, como en esos programas de la televisión, y reaccioné. Mi boca sonríe, mi mano se levanta y le suelto un guantazo en su boca, tan fuerte, que se mordió el labio y comenzó a sangrar por él. Su mirada horrorizada me clavó otra puñalada de la que tampoco creo que me recupere.

Se quedó allí quieta, mirándome totalmente perpleja y con sus manos tapaba su boca dolorida por mi golpe. Yo le agarré las manos para seguir riñéndole y entonces me di cuenta que su boca manaba sangre y sus manos estaban manchadas de ella. Comencé a limpiarle la sangre con mis manos rápidamente, como si con ello pudiera borrar lo que había hecho. Limpiaba sus manos y su boca y lo único que conseguía era mancharme yo y mancharla más a ella. María vio su propia sangre en mis manos y se fue corriendo a mirarse al espejo para ver el alcance de mi golpe. Yo me quedé en la cocina mirando mis manos manchadas con la sangre de mi niña y el nudo que me oprimía la garganta, explotó como los fuegos artificiales, dejando caer una cascada de lágrimas a su paso sin poder remediarlo.

Escuché llorar a mi niña con lágrimas de verdad, porque su mamá la había golpeado haciéndola sangrar. Recordé aquella pesadilla, la sangre en mis manos. Me cortaba con finos hilos intentando rescatar a mi hija de su cautiverio.

Y mi niña gritaba papá.

Noche de una cara

¿Qué más quieres de mí?

¿Por qué no me cubres con tu negro manto?

¿Por qué no me llevas lejos de aquí?

Cuantos días de colores,

quise soñar para ti,

cuantas amarguras y sinsabores,

me regalaste para vivir,

y ahora tú no me quieres

¿Qué más quieres de mí?

Noche de una cara,

aléjame de mí,

que ya no me quiero a mi misma,

ni me quiero para ti.


Matías le lavó la carita y la consoló, le dijo que no podía comportarse así y menos con su mamá, le dijo que su mamá la quiere mucho pero que no puede faltarle al respeto de esa forma.

-Pero mira- la escuchaba decir –mira cuanta sangre, mamá me ha hecho sangre- y yo no fui capaz de salir de la cocina.

Vicente se sintió culpable por todo lo que había pasado, la ayudó a recoger su habitación y se quedó con ella hasta que cayó rendida, aunque su sueño aquella noche no fue para nada tranquilo. Y yo no fui capaz de salir de la cocina. Matías me rescató de mi auto inducido cautiverio culinario, pero muy sutil y diplomáticamente me recriminó por el golpe que le di a la niña. Otro golpe para mí.

-Tú no has visto su cara- le dije buscándome a mí misma una excusa para lo que había hecho –irradiaba odio en sus ojos, y creo que lo que me dijo lo sentía de verdad-

-Es muy pequeña para entender el concepto de esa palabra o ese sentimiento Mercedes. ¿No lo ves?-

-Sí que lo veo. Ahora sí. No conseguía su propósito y se desquició, desquiciándome a mí, pero parece que el que no lo vea seas tú. Yo soy su madre y por muy pequeña que sea, ella tiene que saber que no puede pasar de unos límites- pero a pesar de estar totalmente convencida de mis palabras, no podía evitar sentirme rota por dentro.

Capítulo 10

-La niña buena-

La tormenta sigue. No cesa.

Ruge en mi interior incansable, insaciable, indestructible.

¿Dónde ha ido el verano?

Volverá.


Meses después, a Matías le surgió un viaje a París de cinco días y me propuso ir con él. Era con relación a su trabajo pero él cubriría con mis gastos. En un principio me negué, aunque con la boca pequeña, pues me moría de ganas de hacer algún viaje a su lado. Dicen que París es la ciudad del amor. ¿Qué mejor lugar para estar con la persona que amas y desconectar un poco de todo? Avisé a Jesús con un mes de antelación de mi viaje pues esa semana me correspondía María a mí en custodia. No iría al colegio pues se me ocurrió llevármela y no había más remedio que pedirle permiso al hacer un viaje fuera del país. La niña se lo pasaría bien, también desconectaría e intentaría que uniésemos lazos, también con Matías que aunque no se llevaba mal con él, no terminaba de aceptarlo del todo en su vida por el lavado de cerebro al que la sometía su padre cada vez que podía.

Para Jesús, tanto Matías como sus hijos amigos de los míos, eran la causa de mi negativa a la reconciliación. Todos parece que habían hecho un pacto para arruinarle a él la vida, por lo tanto no merecían otra cosa que arder en el infierno. Culpar a los demás era su mejor manera de exculparse a sí mismo. Insultar, su manera de desahogarse y fastidiarme de cualquier modo, la única forma de hacerme sentir que seguía presente en mi vida. Para entonces, toda mi familia había adquirido en boca de Jesús una nueva identidad, nadie era digno de ser llamado por su propio nombre.

Yo era la zorra que un día se fue a pescar y pescó un pez gordo, los demás no eran más que pececitos de colores para adornar mi acuario, y así se lo hacía ver a María. Nuestro hijo Jesús era Rambito, porque en alguna ocasión y viendo el comportamiento de su padre conmigo, se había enfrentado a él. Manuel pasó a ser el llorón, era el más sensible de todos y todo esto terminaba desbordándole a pesar de su edad, así que de vez en cuando se le escapó alguna lágrima delante de su padre. Vicente se llevó la peor parte de sus sobrenombres, era el retrasado. Quizás por el miedo que le tenía y que nunca se atrevía a levantar la vista ni la voz delante de él, a cualquier cuestión realizada por su padre, tanto para bien como para mal, Vicente reaccionaba de esta forma, cuanto más le decía, más agachaba la cabeza. Sobre los hijos de Matías, mejor omito los nombres adjudicados por Jesús para no herir sentimientos, ya que dejan en muy mala tesitura a su difunta madre. Por supuesto que María (y tengo ligeras dudas de que en ocasiones fuese inocentemente) se encargaba de relatarme los distintos apodos de los que éramos poseedores cada uno de nosotros.

A la niña preferí no decirle nada de nuestro viaje, quería sorprenderla. Nos marchábamos un martes por la mañana para regresar un sábado por la noche. Ese fin de semana le mando un mensaje de texto a Jesús para recordarle nuestro viaje y su respuesta me hace pensar que algo no va bien.

-Cómo te la llevas toda la semana, el lunes me la quiero quedar yo para despedirme de ella-

-¿Pero qué estás diciendo?- le respondo -¿Si es mi semana? ¿Dará lo mismo donde esté? Despídete de ella antes de llevarla al colegio como siempre, porque yo tengo cosas que prepararle y nos vamos temprano- No responde.

El lunes mientras acabo de preparar los últimos detalles de nuestro equipaje, recibo varios mensajes de texto de Jesús que me dejan helada.

-Jajajajajajajajajaja- uno.

-Jajajajajajajajajaja- otro.

-Jajajajajajajajajaja- otro más.

-Jajajajajajajajajaja, ¿Te has creído que te voy a dejar que te lleves a mi hija? Ni se te ocurra llevártela o te denuncio. Ella no puede salir del país sin mi consentimiento, así que si te quieres ir, te vas tú con tu chulo, pero ella se queda conmigo- decía el último.

¿Pero por qué se empeña en seguir fastidiando después de tanto tiempo? ¿Qué gana con esto? No puedo reprimir mi rabia y le contesto.

-Deja de tocar las narices y cómprate una vida- Pero él que tiene rabia para dar un Master no hizo esperar su respuesta.

-¿Sabes qué? Que tú tampoco te vas a poder ir, porque te toca la niña y yo no puedo quedarme con ella. ¿Y ya sabes? No te la puedes llevar-

Llamo enseguida a mi abogado y le explico lo que está sucediendo.

-Mercedes, a la niña no te la puedes llevar sin su consentimiento ni un solo día, si es fuera del país, pero tú sí que te puedes marchar tranquila. Él no puede hacer nada al respecto. Tus hijos son sus hermanos y todos son mayores de edad, pueden ocuparse de ella perfectamente en tu ausencia que por otro lado, ya le avisaste. Vete tranquila y disfruta de tu viaje-

La conversación mantenida con mi abogado, me alivia la tensión. Llamo a Jesús y Manuel para que se vengan a casa estos días y se ocupen de María. No es que no me fíe de Vicente, pero si están todos juntos yo me siento mejor, y me digo a mí misma que menos mal que no le dije nada a María, de haberlo hecho así, menuda decepción se hubiese llevado.

Cuando salimos de madrugada para el aeropuerto, estoy nerviosa, ilusionada y tengo la extraña sensación de que abandono a todos mis hijos a su suerte. Es la primera vez desde que fui madre, que hago un viaje y ninguno de ellos viene conmigo.

Llegamos a Paris y nos instalamos en el hotel reservado. Es un hotel precioso y a simple vista carísimo. Está en el mismo centro de París y desde el enorme balcón de la suite escogida por Matías se pueden ver los Campos Elíseos y la Torre Eiffel. Él se tiene que marchar a su primera reunión mientras yo me quedo deshaciendo el equipaje. Hemos quedado para comer en uno de los restaurantes del hotel y para hacer tiempo y relajarme decido darme un baño de sales en la inmensa bañera de hidromasaje. Me relajé tanto que hasta me quedé dormida. Me despertó mi teléfono móvil.

-¿Manuel qué quieres? Te dije que solo me mandaras mensajes si necesitabas algo, que esto es llamada internacional y vale un dineral-

-Ya lo sé mamá, pero ha ocurrido algo que tienes que saber- me incorporo de un salto sin reparar que estoy en la bañera, me resbalo y por poco se me cae el móvil al agua.

-¿Le ha pasado algo a la niña?- le digo a la velocidad del rayo mientras salgo del agua y me pongo un albornoz.

-No mamá, la niña está bien- ¡Uf! Me siento en el retrete y espero que me siga explicando.

-Se trata de papá. Acaba de llamar preguntando por ti y no veas como se ha puesto cuando le he dicho que te habías marchado. Por poco me come por teléfono y me ha dicho que ni loco se queda la niña con nosotros, que para que nos la quedemos nosotros se la lleva él. ¿Qué hacemos?- me dice preocupado y noto algo de miedo en su voz. Le digo que cuelgue y espere que tengo que pensar.

Llamo a mi abogado, no quiero pensar o me invadirá la rabia. Éste me dice que no puedo impedir que se quede con la niña, al fin y al cabo es su padre y tenemos su custodia los dos. Cuando vuelva tendré que recogerla cuando me toque, me dice que me quede tranquila que no pasa nada. No estoy de acuerdo con él, sobre todo en lo de quedarme tranquila, pero no me queda otra y no quiero que mis hijos se discutan con su padre. Llamo a Manuel.

-Cariño, cuando tu padre vaya a casa a recoger a María, no le pongáis ningún impedimento ni entréis en discusión con él ¿vale?- le digo totalmente convencida de mis palabras para convencerle a él.

-¿Es lo que quieres mamá?-

-Si Manuel, es lo mejor-

Me arreglo y bajo al restaurante. Hace rato que Matías me espera en recepción junto a un compañero y su esposa. No tengo más remedio que contarle lo que ha pasado, ya que mi expresión había perdido la alegría y la euforia de esta mañana. Con su infinita paciencia me dice que haga caso de mi abogado y disfrute de nuestro viaje. Después de comer damos un paseo los cuatro hasta la Plaza de la Concordia. La comida, la conversación, el espectáculo visual que me regalaba París y sobre todo la compañía del hombre más íntegro y cautivador que tenía la habilidad de que con solo rozarme con la punta de sus dedos, ya me temblaran las piernas y se me nublaran los sentidos, hicieron que se me olvidara Jesús y que algún día existió. Pero otra vez sonó mi teléfono. Un mensaje.

Eran las nueve en punto de la noche y como el gusano que se mete en una manzana y la va devorando poco a poco hasta dejarla totalmente hueca y podrida, él se metía en mi cabeza para recordarme que seguía ahí y que iba a seguir hasta conseguirme, o volverme loca.

-Hola reina, ya tengo conmigo a mi princesa. Que tengas una buena pesca y vigila bien que no te encuentres con una foca y se coma tu pez- Me dieron unas desmedidas ganas de tenerle delante y hacerle tragar el móvil. Matías me lo quitó de las manos y lo apagó.

-Cielo ya sé que te dije que me mantendría al margen de todo esto pero… ¿No crees que ya va siendo hora de que tenga una charla con él?- y ahora es su expresión la que ha cambiado.

-Cariño ¿No ves que eso es precisamente lo que está buscando? ¿Desde el principio? Si te enfrentas a él lo usará a su favor para que la niña te odie y quizás los niños también, ¿quién sabe lo que pasa por su cabeza?-

-Pero cada día se pasa más y mi paciencia se está agotando. Al principio podía llegar a entender su despecho y hasta le tenía lastima. Esto ya dura demasiado tiempo y en vez de ir a menos, va a más-

-Matías. Lo que a Jesús le da más rabia, es que no le hagamos caso a sus provocaciones, como solía decir mi madre. La mejor palabra es la que no se dice- me da la razón, pero no le veo demasiado convencido.

Lo pasamos muy bien. Fue una pequeña luna de miel en la cual cada día a las nueve en punto, nos despertaba de nuestro sueño de amor un mensaje de

Jesús diciendo alguna estupidez, como por ejemplo, que mi hija iba a saber quién era su madre entre comillas.

Tuve que esperar una semana para recoger a María. Estaba en la semana de Jesús y lo único que pude hacer fue llamarla por teléfono, pero inconcebiblemente su teléfono siempre me daba apagado o fuera de cobertura. Cuando por fin llegó el lunes y fui al colegio a recogerla, en el mismo momento en que ella me vio desde arriba de la escalera, su carita se tornó de una sonrisa inmensa de alegría al verme, a un labio inferior torcido y tembloroso para comenzar a llorar. Ocultó sus lágrimas en mi pecho, pues no quería que sus amigas de clase la vieran llorar y así, apretada la una contra la otra, salimos a la calle. Me senté con ella en el primer escalón de la primera casa que vi y le pregunté porque lloraba.

-Te has ido muchos días sin mí y te he echado de menos- me dijo con palabras entre cortadas por los gimoteos y continuó diciendo.

-¿Por qué no me has llevado contigo de vacaciones? ¿Es que ya no me quieres?-

-¿Cómo que no te quiero? Te quiero más que a mi propia vida. ¿Por qué piensas eso?- le dije extrañada y mohína a la vez.

-Es que papá me dijo que te habías ido de vacaciones y no querías llevarme y como aquel día yo te dije eso tan feo y tú me pegaste muy fuerte, y me hiciste sangre, pensé que no me querías ya- Le cogí la cara entre mis manos, la besé y la abracé muy fuerte, todo lo fuerte que ella podía soportar. Quería que se sintiera segura entre mis brazos, que mi abrazo le transmitiera todo el amor que siento por ella y que ni el tiempo ni la distancia podrían romper nunca. Después no sé si actué correctamente, pero me defendí sin atacar. Mostrándole a mi hija la verdad, mi verdad. Le enseñé los mensajes de móvil donde le comunicaba a su padre nuestro viaje, mis intenciones de llevármela y sus respuestas. Una vez lo hubo leído todo, empezaron a brotarle lágrimas de dolor y rabia por la actitud de su padre. Me sentí dolida por ella y me arrepentí al momento de lo que había hecho. Ella me miró con el móvil en la mano y exclamó totalmente enfadada.

-¡Cuando vea a papá se va a enterar! ¡Le voy a pegar un tortazo muy fuerte porque es tonto!- me devolvió el teléfono con brío y siguió diciendo.

-¡Es un mentiroso! Él me dijo que no me quieres-

-Pues claro que te quiero mi vida y te prometo que la próxima vez que me vaya de vacaciones, tu vendrás conmigo quiera o no quiera papá- y la abracé otra vez con la misma intensidad.

Más tarde pensé en mi modo de actuar enseñándole aquellos mensajes a mi hija y aunque no era la manera más correcta de decirle verdades, si creí que era la más correcta de defenderme del gusano instalado por Jesús en la cabeza de María.

Sigo luchando con ella, por ella, porque es mi niña y la amo. Cada día con ella es una batalla y poco a poco le gano terreno en esta lucha; pero la guerra me temo que continuará mucho tiempo. No es una tormenta de verano.

Jesús sigue ahí tirando de la cuerda para él, sin darse apenas cuenta que los dos tenemos que cogerla por el mismo cabo. Quizás lo hace porque la quiere tanto que no quiere perderla como perdió a sus otros hijos, pero la comunicación entre nosotros, desde que Matías entró en mi vida ya no existe.

-O estás conmigo, o estás contra mí y te haré la vida imposible- fueron las últimas palabras sin insultos añadidos que se dignó a dirigirme, desde entonces solo nos hemos visto en varias ocasiones en juzgados, por varias razones, y en ninguna ha tenido nada que ver la custodia de nuestra hija.

Mientras tanto sé que la niña sigue haciendo con su padre lo que quiere, sé que le sigue montando circos y él los frena premiándola, sé que la lleva a psicólogos y me culpa a mí del comportamiento agresivo que María tiene con él.

Me ha catalogado de mala madre por haberle pegado y durante mucho tiempo le creí, pero conmigo desde aquel fatídico día, las cosas cambiaron. Ella sabe perfectamente donde puede estirar la cuerda, y al menos conmigo, se esfuerza en seguir unas normas de comportamiento. Aunque de vez en cuando siga poniéndome a prueba, yo no he vuelto a levantar mi mano, pero tampoco a echo falta. Ella ya sabe hasta dónde puede llegar conmigo.

Durante un tiempo me odió.

Durante un tiempo pensó que no la quería.

Durante un tiempo me tuvo miedo.

Aún hoy años después, si nos enfadamos me lo recuerda. Y aún hoy años después, me sigue doliendo; pero sigo diciéndole que no le voy a permitir por mucho que la quiera, y Dios sabe que la quiero más que a mi propia vida, que me falte al respeto.

Ahora también se lo mucho que ella me quiere a mí porque me pongo en su piel, y tiene que ser muy difícil y muy duro que desde muy pequeña, viva dos vidas totalmente diferentes de semana en semana. Decidí que tenía que pelear por ella, decidí sacarla de su cautiverio de tiranía de niña malcriada con mis propias manos, aunque eso me costara lágrimas de sangre a mí y a ella.

Sin armas.

Defendiéndome.

¿Y el resultado? ¿Mi meta? Era la cordura y el bienestar de mi hija y con ella el de toda mi familia.

Desde que se inventó la custodia compartida en los divorcios y separaciones, dicen que es lo mejor para los padres ¿Pero alguien les preguntó a los hijos?

Gran parte de la bondad consiste en querer ser bueno. (Séneca)


Hace una mañana gélida, con un sol cegador,

el frío se siente, se palpa, se puede tocar;

pero ese sol grande, poderoso, acompañado de una atmósfera inmensamente azul,

limpia, provocadora, increíblemente quieta,

mitiga el frío que corre inexorable por mi sangre,

calma el apetito devorador que cada minuto de mi pobre y sola existencia, pide comer calor.

Ese calor que me alimenta, llenando de agónica plenitud mis entrañas.

Pienso en el ser que soy.

Recuerdo la sombra que fui.

Anhelo la persona que seré.

Me abrazo a mí misma, con las manos llenas de agosto,

y acalorada vivo cada día,

sin pensar en diciembre,

un eterno diez de septiembre.


Autor: Maribel Puente Fernández.

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