Abandonada, desolada, y rescatada

Abandonada, desolada, y rescatada

MaJo Romero

06/12/2018

Todo comenzó con unas cuantas lágrimas derramadas en el suelo caliente de mi cuarto de mi casa en Tabasco. No logro recordar muy bien cuantos años tenía, ¿unos ocho quizá? Solo sé que ese día algo en mí se rompió, para siempre.

Muchas personas con las que me topé después no lograban entender del todo el significado completo de «roto».

-Que silenciosa es esa niña, ¿respira? Qué aburrida es. Vámonos.

Nadie sabía decir otra cosa, nadie me hablaba, y yo por supuesto no les hablaba en lo absoluto. A veces me tiraban papelitos, algún lápiz de vez en cuando, pero seguía rehusándome a conversar con aquéllos maleantes. Porque eso es la gente de Tabasco, gente desalmada y sin corazón que solo busca devorar chismes y hacer mierda la vida de las demás personas solo por gusto o entretenimiento. Sinceramente ansío con ganas el día que ese estado quede sumergido en el mar, con todo y la gente corriente que vive ahí.

Supongo que suena a que no soy mejor persona que ellos, y la verdad, tal vez sea así, después de todo viví seis agonizantes años en ese maldito lugar. Pero piensen una cosa, y no lo digo como una excusa, ¿qué demonios podía hacer una niña inocente contra un gentío endiabladamente loco? Bueno, yo tengo una respuesta para eso: volverse loca.

Supongo que locura no es el término más adecuado, pero se le acerca bastante a la realidad que fue esa vida.

Que yo sepa no hay una fecha exacta que recuerde de cómo comenzó la gran tortura de mi vida. Lo que sí recuerdo es un día, un día equis, triste y solitario como yo, había cumplido doce años y estaba pasando por un gran drama. Debo decir que fue un drama bastante digno de recordar. Todo empezó al entrar a secundaria, con arduo trabajo había conseguido tener un mejor amigo, y como no, me había enamorado de él. Después de poco tiempo de aceptar este enigmático hecho, unas cuantas cucarachas se enteraron de mis sensibles sentimientos y les fue tan fácil clavar el cuchillo.

Le contaron todo a él, dejándome como a la pobre Fantine de Les Misérables, en la ruina total, porque obviamente el desgraciado me abandonó. Cuán raros son los hombres a esa edad, es algo que no logro entender.

En fin, cada día en la escuela era una pesadilla, rogaba por no dar de frente con el innombrable ese, y solo lloraba y lloraba. Y así, llegó ese día equis que se convirtió en un día bastante memorable para mí.

La temperatura solo parecía estar subiendo, todo el enojo, la tristeza, la humillación, todo lo podía sentir desbordando por mis poros. Las lágrimas ardían sobre mis mejillas, no estaba segura de qué era lo que lloraba, si sangre o fuego.

De un salto acabé del otro lado de la habitación, justo frente a mi escritorio. Nunca fui muy ordenada, pero del desorden había un objeto en particular que resaltaba a gritos: las tijeras.

Esa primera vez cortándome no fue nada grave, con trabajo y podía ver la pequeña marca en mi pálido brazo. Pero marcó el inicio de un terrible vicio que corrompería mi vida hasta el día de hoy.

Me volví toda una víctima de la ansiedad, no podía parar de tragar comida. Todo lo que mi mamá compraba desaparecía en cuestión de días, si eran cosas dulces, horas. No tenía control.

Los números en la báscula comenzaron a subir, igual que la talla de mi ropa. Las burlas en la escuela también se volvieron más duras y más directas.

-Que piernas tan gordas tiene, mira sus brazos de tamalera. Parece una vaca.

Estaba que me moría, tenía que hacer algo, no podía quedarme sufriendo de indigestión en las noches y ciertamente no iba a soportar más burlas. Se había acabado, yo sabía por dentro que era capaz de lograr la meta que me pusiera, así que empecé por cambiar mis hábitos alimenticios a algo más sano. Tomaba agua como si la estuviera respirando. Mis porciones de comida disminuyeron. Fue un cambio bastante increíble: bajé aproximadamente diez kilos en un verano, pasé de ser una chica regordeta a ser un palito. Me quitaron los brackets y me puse lentes de contacto. Era otra.

Cuando volví a entrar a segundo de secundaria todo mi esfuerzo se vio recompensado: atraía miradas por donde pasara, a veces hasta era un poco incómodo porque me veían como si fuera comida.

El problema fue que no me supe detener, no estaba satisfecha con pesar cincuenta kilos, yo quería menos, quería cinco, o incluso otros diez kilos menos. Así que ahora no solo me cortaba, también era anoréxica.

Oh, y eso no fue lo peor, lo peor fue cuando decidí decirle a mi pretendiente que quería ser su novia. ¿Cómo describirlo? Salvaje, un animal por dentro y por fuera porque lindo no era, estaba gordo y era simplemente asqueroso, nunca entendí por qué acepté. Supongo que sentirme deseada se me había subido mucho a la cabeza.

Mi relación con él fue totalmente lo que se llama una relación tóxica, incluso lo que le sigue. Al principio se mostraba retraído y tímido, pero cuando finalmente agarramos confianza todo dio un terrible giro inesperado.

Cuando se empieza con temas sexuales supongo que debe tomarse como una situación delicada, pero no fue así para mí, por la culpa de él. Empezar con los manoseos y esas cosas realmente fue un error muy grande, él decía que nunca había hecho cosas así y efectivamente se le notaba pero lo que yo no sabía era lo perturbado mentalmente que estaba por esos temas.

Me refiero a que estaba obsesionado, veía porno todo el tiempo y de todo tipo, y ¿quién era su conejillo de indias? Yo, la idiota.

No sé cómo describir mis experiencias con él, al principio era emocionante y un poco terrorífico de que nos cacharan en la escuela pero al parecer él no tenía problema con eso. Sin embargo nunca lo hizo con cariño, o eso pienso yo, porque era tosco, descuidado y terriblemente imprudente.

Con decir esto tengo, se la pasaba metiéndome mano en el salón en plena clase. Era horrible. Le decía que no hiciera eso pero le valía, incluso llegó a cortarme el bolsillo si saben a qué me refiero. Espantoso.

Y no se detuvo allí, necesitaba hacerme sufrir, si no veía sangre no paraba. Y si lo paraba me rasguñaba, me jalaba del pelo, me mordía, me pegaba. Si me hubieran preguntado cómo imaginaba el infierno en ese momento habría tenido una respuesta muy descriptiva.

Y aún así no lo dejaba. ¿Cómo podía? Estaba aterrorizada de que me matara o me violara, no podía ir con mis amigos o amigas porque se ponía celoso y me castigaba. Estaba inmersa en la más terrible soledad, invadida por él.

Cada día se podría decir que moría un poco más: adelgazaba, lloraba, me cortaba, me desvelaba, no comía. Era obvio que pasaba algo malo conmigo, y no tardaron mucho en darse cuenta, pero sí era demasiado tarde.

La escuela habló con mis papás por las escenas que habían presenciado a través de las cámaras o incluso por sus propios ojos. Después mis papás se pasaron toda una noche viendo mis mensajes en mi celular. Si este tipo no me había violado en ese momento me sentí violada. Sé que lo hicieron por mi bien, pero lo que había allí era demasiado personal, no podía mirarlos a los ojos.

Afortunadamente había empezado a ver una psicóloga unos meses antes y ella ayudó un poco a que no me mandaran a un convento. Además pensaron que había tenido hasta un aborto por una descripción media rara de mi período, pero yo ni siquiera tuve sexo con ese tipo, gracias al cielo.

La razón por la que empecé a ir con la psicóloga fue porque iba a mudarme de nuevo a Querétaro, mi lugar de origen. Entonces mis papás querían que me ayudara a sobrellevarlo, pensaban que por eso estaba triste pero la verdad fue otra muy diferente.

Al final me expulsaron de la escuela porque la mamá de mi ex se indignó porque solo habían expulsado a su bebé y como era la mejor escuela del estado obviamente no querían armar un escándalo. Mis papás morían por demandarlo y a la escuela también, pero por protegerme decidieron no hacerlo. Si hubiera sido mi decisión hubiera ido con todo y pistola a matarlos a todos, pero mi situación no era esa.

Yo en ese momento estaba extremadamente deprimida, todo se había ido al carajo, estaba completamente sola y a la intemperie acechada por lobos, hasta que acabé convirtiéndome en uno de ellos, un lobo hambriento de sangre.

Hubo una semana muy fea donde pude haber muerto. Dejé de comer, llegué a mi peso mínimo que he tenido, cuarenta y cinco kilos. Nunca había estado tan esquelética. Y ni siquiera estaba bien para alegrarme, recuerdo haberme subido a la cama para verme en todo el espejo en ropa interior. Solo había huesos y algo de pellejo, esa vez realmente me espanté. Después me metí a bañarme, el único lugar donde podía tener un poco de privacidad. ¿Y qué hice? Mi primer intento de suicidio, siempre repito las mismas palabras cuando lo describo: podía sentir el agua quemándome por dentro la garganta hasta llegar a mis pulmones, tuve una convulsión y el miedo hizo que sacara la cabeza del agua, un miedo mortífero que me heló el alma. Lo intenté dos veces más y paré porque quedaba claro que no iba a hacerlo, al menos no ese día con el pánico que tenía.

Pasaron los días, y me fui, a dónde empezaría mi vida desde cero, lista para ser perfecta y llena de alegría y paz. Vaya decepción.

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