—¡Papá! ¡Ya pará! ¡Basta por favor!—susurro casi sin aliento desde el suelo mientras siento como caen gotas de sangre desde mi nariz hasta mis labios.
Me pregunto nuevamente… ¿Qué hice para merecer esto?
—¡Eres un maldito monstruo! ¡No me llames papá! ¡Me avergüenzas!—y me dá otro golpe—No se a quien saliste, pero mi hijo no eres—y otro—Eres una mierda ¿Me oyes? Eres un estorbo para todos—grita y esta vez patadas llegan a mi estómago. Está muy ebrio, sus ojos muestran furia y a su vez tristeza.
Cuando deja de golpearme salgo de la sala como puedo, y básicamente me arrastro hasta mi habitación para poder curar mis heridas. Creo que tengo el brazo desligado, o tal vez solo duele mucho.
Saco unas pequeñas vendas junto con un poco de alcohol de aquel botiquín que me ví obligado a robar de la enfermería. Mi espalda está llena de moretones, tengo una pierna más corta que la otra y sumándole a eso todo el dolor que traigo encima no puedo pararme.
Ser cojo es otra de las razones por las cuales soy la burla de todos. Mi infierno personal, el lugar donde todos te hacen daño y tú no puedes escapar.
Luego de terminar de curar mis heridas me detuve a observar el lugar. Mi cuarto tiene rajones en las paredes, las cuales están todas despintadas. Donde vivo simpre llueve, por lo tanto mayormente hace frío. Mi cama se encuentra mojada ya que las gotas de la intensa lluvia gotean sobre ella, solo poseía una sabana desteñida y un pequeño cobertor. Moví la cama y me tumbé en ella, no me puse pijamas ya que no tengo y me dormí con lo que traía puesto, enconjiendome de frío.
Soñé con lo diferente que sería mi vida si mi mamá estuviera conmigo, si no me hubiese abandonado cuando nací.
×××
Despierto asustado, lo único bueno era que papá no estaba ya que salía muy temprano a trabajar. Me siento sobre la cama y observo mi pequeño ropero, donde sólo tenía dos pantalones viejos y desgastados, también tenía una polera negra y unos zapatos que están rotos pero al menos no andaba descalzo.
Me visto con lo poco que tengo y me pongo una chaqueta marrón que encontré en la cancha del colegio, era lo unico que tenía para protegerme del frío. Tomo la vieja mochila que los vecinos votarón a la basura y ya listo salgo camino a mi peor pesadilla.
Salí rapidamente de mi pequeña y vieja casa, la cual parecía que con el viento caería en pedazos cuando menos lo imaginemos. Supuse que era tarde y corrí, me sentía mejor que la noche anterior. Cuando llegué por suerte faltaban 20 minutos, fuí hacia mi casillero, saqué los pesados libros de química y lo cerré. Un momento antes de voltearme, sentí unas fuertes manos empujarme hacia delante, provocando que mi frente choque contra la puerta de casillero.
—¡Auch!—gemí.
—¿A quién tenemos aquí?—pregunta Oscar, en tono burlón—Pero si es nuestro mounstrito.—y solo me escupe y patea. Todos los presentes sólo ríen y se burlan. Me paro como puedo y tomo mis cosas del suelo.
Salgo lo mas rápido que puedo de ese pasillo y camino a paso apresurado hacia el salón de química, cuando llego entro y como siempre, el profesor me saluda. Camino hacia el final de la clase y me siento en en último y más lejano banco, después de todo, era un buen lugar ya que nadie se sentaba junto a mi.
La clase pasó muy rápido y nuevamente debía salir al receso. Siempre era lo mismo, me ocultaba detrás de un árbol ya que temía recibir más golpes o burlas. Siento unos pasos acercándose al árbol donde estoy sentando, asustado, ladeo un poco la cabeza y puedo ver la sombra de una chica sentarse mientras come una manzana. Inconcientemente, mi estómago gruñe, ayer no comí nada en todo el día y hoy siquiera desayuné.
—Dejá de mirarme, me pones nerviosa…—susurró.
No me animo a decir nada y oculto mi cabeza entre mis piernas, temo que de pronto me golpee o me haga algo aún peor.
—Oye, ¿Estás bien? Tu brazo está lastimado…
—Por favor, solo… no me lastimes.—digo.
—¿Qué? ¿De qué hablas?—preguntó, confusa—Le dije a mi madre que no quería este instituto, la gente está loca.—reprochó en voz baja. Vuelve su mirada a mi y suspira.
—Tu… ¿Eres nueva?—pregunto dudoso, no creo haberla visto antes. Veo como rodea el árbol para sentarse junto a mi, permitiéndo que pueda observarla mejor.
Tenía unos preciosos ojos verdes, una larga cabellera negra y la piel morena.
—Sí, soy nueva. Me llamo Tabata.—responde extendiendome la mano y regalándome una enorme sonrisa, dejándome ver una hilera de blancos y perfectos dientes.
—Yo…yo soy Mendel.—respondo.
—Me gusta tu nombre, es original, nunca lo había oído. Dime… ¿Por qué te escondes? ¿Sucede algo?
Es la primera vez que alguién se preocupa por mi y pregunta si algo me sucede. No sé si hice bien, pero me abrí ante ella y le conté todo, desde el trato que recibo en mi casa hasta el del instituto. Fue la primera vez que confié en alguien.
El timbre de la campana sonó, indicando que ya era hora de las siguientes clases, Tabata se levanto y cuando yo ya estuve de pie, me miró de pies a cabeza. En pánico entró en mi al saber que ella era perfecta y yo todo lo contrario. Incluso parecía un vagabundo, o al menos eso decían todos. Pero algo me sorprendió, Tabata no me dió una cara de desagrado ni nada ppr el estilo, sino que me sonrió amablemente.
—Hablamos sólo de mi… ¿Por qué estás aquí?—pregunté.
—Mi hermano viene a este insti, así que mis padres me metieron aquí para que él me vigile, ya sabes… Soy un poco impulsiva.—rió y observó el reloj que llevaba en su muñeca izquierda—Tengo que irme, llego tarde a álgebra—dice y sale corriendo pero cuando está a algunos metros, se detiene para voltear y gritar—¡Mendel! ¡Nos vemos luego!—y sigue corriendo.
Eso espero Tabata…
Sigo parado en el mismo lugar, viendo como ella se aleja y se pierde al entrar por la puerta. Giro sobre mis talones para encontrarme a Oscar, al parecer, bastante enojado. No sé en que momento terminé en el suelo, lo único que sí sé es que me está golpeando y duele, mucho.
—¿Es en serio? ¿Qué carajos hacías con mi hermana? No me digas que ella te gusta, déjame decirte que es imposible, ella es mucho para tí.—ríe.
Entonces era su hermana… Oscar es alto y fuerte ya que es jugador de fútbol, todos lo veían como el rey del instituto por su personalidad tan simpática. De lo que nadie se daba cuenta era que el es malo, abusivo y egocéntrico. Ellos creían que está bien que él pueda golpearme.
—Lo si-siento, no lo sabía.—dije, pero siguió golpeándome—Por favor, deja de golpearme, me lastimas.
—¡Miren a la niñita! ¡Está llorando! Pero si resultó que además de ser un vagabundo apestoso también es un maricón—escucho risas que provienen de mi alrededor. Aturdido, antes de desmayarme puedo ver a Tabata corriendo hacia aquí pero cierro los ojos y la oscuridad termina apoderándose de mi.
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