El pequeño Mikel: Capítulo 3

Capítulo 3

De pronto, hasta Jaden llegaron unos gritos desgarradores que interrumpieron todos sus pensamientos.

– ¡AYYYY! ¡AYYYYYY!

– ¿Quién estará gritando de esa manera?… Me parece que fue atrás de aquellos matorrales. ¿Tú también lo escuchaste, “Hércules”?

Sin tiempo que perder, Jaden saltó sobre su caballo y salió a galope tendido, azotándolo con su pequeño látigo.

– ¡Vamos, bonito!

Jaden se internó en la espesura, gracias a un estrecho camino.

Blandiendo un terrible látigo, un feo hombre enjuto, mal vestido, barbado, con los cabellos enmarañados y los ojos inyectados por la bebida, le arrancaba gritos de dolor a un infeliz niño de cuerpo escuálido, mirada triste y pies descalzos.

– ¡Por favor ya no me pegues, papá!

– ¡Maldito escuincle, ya me tienes harto con tus estupideces! ¿Por qué no te mueres de una buena vez? ¡Saliste igual que la estúpida de tu madre!

Su nervudo brazo hizo girar el instrumento de castigo, y lo dejó caer con todo el impulso de su cuerpo.

– ¡Ya no, papá! ¡No lo volveré a hacer!

Zumbó el látigo en el aire, y se estrelló en el rostro del chiquillo. Aquel hombre, más que padre, parecía verdugo de regímenes dictatoriales.

– ¡Toma! ¡Toma! ¡Eres un maldito!

Fuera de sí, el hombre con aspecto inequívoco de vicioso, azotaba al pobre niño, que se enconchó ocultando su rostro entre las manos. Aquel miserable sin entrañas solo buscaba una oportunidad para descargar su odio hacia aquel chiquillo.

– ¡No me digas “papá” que yo no soy tu padre, desgraciado!… ¡Métetelo bien esa cabeza tan hueca que tienes!

Nuevamente, el niño sintió en sus mejillas el latigazo cruel y sanguinario. El hombre, con sádica sonrisa, se solazaba en el sufrimiento del niño.

Tomando por el cuello a su hijo, el extraño y siniestro personaje lo levanto en vilo, gritándole en tono enfurecido.

-Eres un perfecto estúpido que no tiene cerebro… Tú no puedes ser hijo de Artemio Bravo.

Después de hablarle, Artemio Bravo azotó al pequeño contra el suelo. Luego se lanzó nuevamente sobre el niño y, tomándolo de los cabellos, lo obligo a ponerse de pie. Él lo miraba con ojos desorbitados, seguro de que su padre lo mataría, pues este parecía preso de una insana y demoniaca locura.

– ¡A veces creo que tu madre me engaño y que eres hijo de un imbécil cualquiera!

Su mano se estampó en el frágil rostro de Alan. Y después, con un salvajismo inaudito, lo tomó nuevamente por los cabellos y lo arrojó con fuerza contra un árbol.

Desesperado, el niño le arañó la cara con las pocas fuerzas que le quedaban.

– ¡Hijo de…!

Artemio Bravo se llevó la mano al rostro al sentir que el arañazo del pequeño le había ocasionado una profunda herida.

El muchachito trató de huir, pero su padre, más fuerte y ágil que él, lo alcanzó y lo detuvo por los cabellos.

– ¿A dónde vas, maldito Alan?

– ¡No!

Ciego de ira, el desalmado hombre obligó caer al chiquillo de un fuerte empellón.

– ¡Mi pierna! ¡Ay, mi pierna… me la lastimaste!

– ¡Llora, marica…! Maldito fardo… No sirves para nada. ¡Ya me cansé de mantenerte!… ¡Y ahora levántate, mequetrefe y vámonos para la casa!

– ¡No te acerques, déjame!

Cruzado el rostro por rojizas rayas y con varios moretones bastante grandes, Alan miró a su verdugo con odio reconcentrado.

– ¿Qué dices, animal?

Artemio Bravo estaba fuera de sí… Tenía las manos crispadas y una mirada asesina.

– ¡Qué no te acerques! ¡Te odio, te odio! Desde que murió mi madre, tú me tratas peor que a un perro, por eso te odio, maldito borracho… ¿Me oyes…? ¡Te odio!… ¡Vete al infierno, Artemio Bravo!… ¡Yo soy el que se avergüenza de ti!

La mano sudorosa de Alan se apoderó de una piedra que estaba a su alcance, y levantándola sobre su cabeza, la arrojó contra su padre. Desgraciadamente para él, erró la puntería.

Y antes de conseguir levantarse, Alan sintió un terrible puntapié en las costillas que lo dejo como un muñeco roto.

Entonces, desde lo más profundo de su alma, el chiquillo dejó escapar unas palabras.

-Mamá, mamacita…-Alan apretó los labios, mientras sus lágrimas mojaban el suelo. Alan lloró como lloran los niños cuando pierden a su madre… Todos sus semejantes le parecían monstruos de maldad.

Mientras tanto, Artemio Bravo soplaba como una bestia que pudo desahogar sus instintos.

-Ahora si te arrepentirás de haber nacido, Alan… Voy hacer que te tragues cada una de las palabras que acabas de escupirme… Espero que te haya quedado claro porque no te lo voy a decir otra vez. Y tu querida mamita no podrá venir a salvarte de lo que te espera… ¿Sabías que a tu querida mamá la saque de una asquerosa cantina donde vendía sus besos y caricias?… Vamos a ver si con esta golpiza que te voy a meter, te sigues sintiendo muy “hombrecito”.

Al oír mencionar a su madre, Alan sintió hervirle la sangre en sus venas.

– ¿Te duele mucho que te diga la verdad? Pues tu madre es una…

– ¡Cállate! -Alan se mordió el labio inferior para no llorar más.

-No niegas tu origen: Hijo de mujer de mala vida.

En una fracción de segundo, el cerebro de Alan pasó el recuerdo de su madre, único ser que podía salvarlo… Pero ya no existía.

El hombre le arrancó la ropa a Alan y sus ojos brillaron ante la perspectiva de deshacerse para siempre de aquel niño. Alan, atónito, comprendió que, si no hacía algo en ese momento, no iba a tener salvación alguna.

– ¡Ayúdame, Dios mío!

-Siempre me odiaste, y yo correspondo a ese odio con más fuerza… ¡Estúpido! ¡Me molestas, y por lo mismo acabaré contigo! ¡Idiota!

– ¡No me digas idiota! ¡No me digas idiota!

Y Artemio Bravo, furioso y vengativo, volvió a apoderarse del chiquillo, mientras sus manos, como dos terribles tenazas de acero, lo tomaron por el cuello.

– ¡Te voy a matar, idiota! -El pequeño sintió que todo daba vueltas en su derredor… Artemio lo miraba con una extraña sonrisa.

Artemio Bravo iba a descargar el golpe definitivo, cuando su rostro se volvió borroso para Alan.

– ¡No lo hagas, papá!

– ¿Ahora si me estás llamando “papá”, cretino infeliz?

Como último gesto de defensa, Alan levantó la rodilla con terrible impulso y golpeó en la entrepierna de Artemio Bravo… El canalla lanzó un grito, abriendo los ojos desmesuradamente. Luego, el miserable se dobló sobre sí mismo, y cayó como roble partido por un rayo.

Alan se alejó a toda prisa y su padre, a pesar de estar aún bajo el efecto del terrible golpe recibido, se incorporó con increíble rapidez y lo persiguió.

Alan y Artemio Bravo cruzaron un sembradío; las ramas azotaban su rostro, pero Alan no sentía dolor alguno. Artemio Bravo corría mascullando su rabia. Y a medida que la ira ofuscaba su cerebro, el hombre iba acelerando cada vez más su marcha. Sus ojos brillaban de extraña manera, y su rostro se encontraba encendido como la púrpura.

Alan continuó hacía el rio; en el cifraba toda su esperanza. Ese día había amanecido crecido y Alan descubrió que le faltaba apoyo.

Jadeando, el niño salió a la otra orilla. A pesar de su edad y de su deplorable condición física, Artemio Bravo conservaba ágiles las piernas y le fue fácil cruzar el rio.

-Se ve agotado.

Una cínica y repugnante sonrisa se dibujó en sus labios.

El chiquillo siguió corriendo durante varios minutos más, al comprender que estaba a merced de un vicioso. Al resolver que él tenía que cuidarse solo, busco dónde esconderse. Pero Artemio Bravo estaba decidido a no dejar escapar a su presa.

– ¡Alaaaaaan! -En sus ojos enrojecidos se leía la decisión de matarlo.

Alan resbaló con un asqueroso líquido que cubría el suelo. Y con un tobillo luxado, el pequeño no pudo ni pararse. Alan miró con verdadero terror a su padre y sintió que el pánico paralizó todo su cuerpo. Alan creyó que todo se le hundía a su alrededor cuando vio que Artemio Bravo se acercaba a él con las más perversas intenciones nunca antes vistas. Su sangre se le congeló en sus venas.

Con los ojos enrojecidos por el alcohol, Artemio Bravo miró a su hijo como una fiera en acecho.

– ¡No tienes escapatoria, te perseguiré hasta el fin del mundo, desgraciado escuincle!

Alan tomó otra piedra que estaba al alcance de su mano y cuando su padre lo iba a azotar, el niño lo golpeó en la frente con aquella piedra. De inmediato le brotó un hilillo de sangre que le impidió ver por un ojo.

– ¡Maldito!

– ¡Ojalá te pudras en el infierno!… ¡Qué muchos gusanos te salgan por los ojos antes de que te mueras!… Y-yo también deseo no ser tu hijo.

Y aquellas palabras enardecieron más al hombre sin corazón que empezó a azotar al chiquillo nuevamente. Ciego de ira, Artemio Bravo continuó golpeándolo con todas sus fuerzas, sin importarle en dónde caían los latigazos.

– ¡Toma, malagradecido! ¡Holgazán!… ¡Tú eres el que se va a pudrir en el infierno por animal!… ¡Tus estúpidas palabras me acaban de confirmar que yo no soy tu padre! ¡No sabes el gusto que me da saber que tú no llevas mi sangre!

El miserable de Artemio Bravo descargó una y otra vez el látigo en el cuerpo de su hijo… Al pobre de Alan le llovieron golpes por todas partes… por la espalda, en el estómago, en la cabeza… Alan gritó hasta la desesperación, se revolcaba como un torbellino, golpeaba con las rodillas, manos y codos. El hombre parecía gozar dándole de latigazos al pobre niño.

-¡Esto te enseñará a ser menos imbécil!

Los aterradores gritos de Alan fueron escuchados por Jaden.

-¡Cristo Santo!

Sin inmutarse, el sujeto le dio un trago a su botella de licor, para adquirir más fuerza.

-Es la mejor forma de hacer entender a las bestias como tú.

Los ojos de Jaden se llenaron de espanto al ver la espantosa escena… La espalda de Alan empezó a sangrar, al igual que sus brazos.

El infame de Artemio Bravo no se detuvo hasta dejarlo sangrante y desfallecido, casi sin aliento.

-¡Ojalá te mueras!

Y de sólo pensar en la muerte de su propio hijo, sus oscuras pupilas se iluminaron en un gesto diabólico y cruel.

El niño, en el suelo, sufrió los golpes que más que lastimar sus carnes, herían profundamente su corazón. En los ojos miel de Jaden brillaba un odio intenso hacia aquella injusticia humana.

Satisfecho de su obra, jadeante y sudoroso, Artemio Bravo se detuvo y sonrió con un placer más satánico.

-¿Con eso tienes o quieres que te meta más azotes?… No eres tan hombre como querías hacérmelo creer, gusano… Resultaste tener los pantalones de adorno… ¡Patético!

Desde muy cerca, sin hacerse presente todavía, Jaden escuchó las últimas palabras de Artemio Bravo mientras apretaba las riendas fuertemente, para contener su impulso de lanzarse sobre aquel miserable. El Príncipe estaba perfectamente enterado de todo lo ocurrido y su pecho se agitaba a medida que la furia lo invadía, mientras sus ojos brillaban con un extraño fulgor. El pequeño apretó los labios en un gesto de rabia incontenible. Inclusive sintió que se le nublaba la vista y que todo su cuerpecito se estremecía por completo. Después, una oleada de sangre subió a su pecoso rostro… Quería hablar y las palabras morían en sus labios. Algo que provoco que sus mandíbulas se trabaran.

-Creo que necesitas más golpes-Una sonrisa de triunfo se dibujó en los toscos labios de Artemio Bravo.

De pronto, el pelirrojo pareció como si fuera poseído por algún ser invisible. Los ojos de Jaden se pusieron rojos como si hubiera recibido una descarga de sangre y lanzó un grito terrible que se convirtió en eco en las altas montañas. Jaden estalló con la furia de un volcán en erupción.

-AEEEEEEE

El rostro de Jaden se congestionó y un torrente de sangre golpeó sus sienes… Jaden ya no pudo soportar aquello.

Y cuando el hombre iba a golpear nuevamente a Alan, Jaden jaló las riendas de su caballo y lo obligó a pararse en dos patas. Después, en uno de sus acostumbrados ímpetus de rebeldía, le arrebató con violencia el látigo y, sin medir las consecuencias, hendió el aire y lo estrelló en el rostro de Artemio Bravo. A Jaden le bastó espolear a su caballo para que, llegando hasta Artemio Bravo, le arrancara la fusta bruscamente.

-¡Ponte con uno de tu tamaño!

El hombre lo miró incrédulo. En ese momento, Artemio Bravo no lo reconoció.

-Pero… ¿Cómo te has atrevido, desgraciado mocoso?

El cabello de Jaden se perfilaba más rojo aún en la palidez de su rostro lleno de pecas.

-¡Yo no soy ningún mocoso!… Para tu información, yo siempre traigo mis narices bien limpias.

Jaden silbó el látigo y de nuevo éste se incrustó en la piel del cuello de Artemio Bravo. Enfurecido, el hijo de la Reina desquitó parte de su odio acumulado.

-¡Esto te costará la… AY!… ¡Hijo de Belcebú!

Al escuchar aquel insulto, Jaden sintió que toda su sangre le hervía en las venas.

-¡Toma, maldito… toma!

El hombre cayó a los pies del Príncipe de Lysburgo… Cuando Artemio Bravo reconoció al hijo de doña Leonor de Santiago, se pintó en su rostro el miedo y el asombro.

-¿¡Tú!?… ¡El Príncipe Jaden de Santiago!

-¿Ya me reconociste, verdad? ¡Sí, soy el Príncipe de Lysburgo! ¡Y ahora mismo, pagarás todo lo que le has hecho a este pobre infeliz! Y créeme que mi castigo no será nada si lo comparo con el que te dará mi madre cuando le diga lo que has hecho, Artemio Bravo… ¡Y no soy hijo de Belcebú, sino de doña Leonor de Santiago!

Una y diez veces, inexorable e imponente, Jaden fustigó el cuerpo del odiado hombre. Con los ojos encendidos, los músculos en tensión y con su cuerpecito elástico impulsando el látigo, el Príncipe Jaden de Lysburgo parecía la encarnación viva del símbolo de la justicia.

El pobre Alan estaba acurrucado como un animalito asustado, viendo la extraña escena con verdadero estupor. Pero en el fondo de su ser experimentaba un gran placer.

-¡Más! ¡Más!

El cuerpo del hombre estaba manchado por la sangre. Se había cubierto el rostro tratando de protegerse. Jaden continuó pegándole a Artemio Bravo… pegándole hasta que las fuerzas empezaron a faltarle.

-¡Ahora ya sabes lo que Alan sufrió bajo el imperio de tu látigo, Artemio Bravo!… ¡Lo has probado!… ¿Te gusta, Artemio Bravo?

Jaden le arrojó el látigo con desprecio. El niño lucía una sonrisa triunfante y cruel.

-¡Maldito mocoso!… ¡Esto te costará la vida!… No me importa que seas el Príncipe de Lysburgo, ¡te voy a cortar en pedazos y me voy a comer tu cerebro!

Desde la cabalgadura, Jaden se lanzó sobre Artemio Bravo, como un pequeño león que trataba de sacarle los ojos con sus diminutas uñas. La amenaza que el sujeto le había escupido, fue la chispa que hizo encender más el carácter de Jaden, quien cayó sobre él obligándolo a perder el equilibrio.

Sus puños de acero se estrellaron con infinita fuerza, una y mil veces sobre el sudoroso rostro de Artemio Bravo que, inútilmente, trataba de defenderse.

El chiquillo parecía echar espuma por la boca… las pupilas las tenía dilatadas y movía los brazos como aspas de molino. Todo se había tornado rojo ante sus ojos.

-¡Te vas a acordar de mí, cara de gorila rabioso!… ¡Cómete mi cerebro si puedes!

Una lluvia de arañazos, patadas, improperios y mordidas le cayeron del enardecido Príncipe a Artemio Bravo… Era increíble que un hombre como Artemio Bravo fuera castigado por un niño de siete años.

Jaden hablaba con voz ronca, tratando de controlar el vómito de bilis que subía a su garganta.

-¿Qué paso, Artemio Bravo? ¿No que me ibas a cortar en muchos pedacitos?

Acto seguido, Jaden le enterró sus uñas en la espalda.

-¡Este no es un niño, sino el meritito demonio!… ¡Peor que una fiera!

Jaden posó fijamente sus pupilas de miel en el hombre. Artemio Bravo palideció e instintivamente retrocedió un paso.

Con sus cortas piernas bien plantadas sobre la arena, Jaden lo miraba retador. El pequeño parecía una estatua de mármol, producto del cincel del artista más consumado como Miguel Ángel.

Jaden se inclinó y tomó un puñado de tierra. Después, lo arrojó a los ojos de Artemio Bravo. Luego le dio un puntapié en el estómago, haciéndolo caer nuevamente.

-¡Desgraciado, animal!… ¡Una chusma como tú no merece ser llamado Príncipe! ¡Tú no eres hijo de la Reina!…Yo creo que ella te debió haber recogido de algún basurero… Un heredero de la corona no se comportaría como el animal que tú eres… ¡Gato salvaje!… ¡Estúpido!

Entonces surgió la indignación del Príncipe de Lysburgo.

-¿Cómo te atreves a hablarme así, tú, un vulgar delincuente?… ¿Cómo es que no mides la distancia que existe entre tú y yo? ¿Acaso somos iguales?… ¿No te das cuenta de la diferencia?… Cuando te dirijas a mí, hazlo con el debido respeto que merezco.

Y no contento con eso, el Príncipe se apoderó de una piedra y con ella lo golpeó detrás de la oreja. Artemio Bravo se revolcó de dolor.

-Esto te enseñara quién es Jaden de Santiago.

-¡Ordinario, salvaje, mal educado! ¡No mereces ser un Príncipe!… ¡No mereces el respeto de nadie!… Eres la vergüenza de Lysburgo.

-¡Ah, no! Mal educado no. Yo soy mil veces más educado que tú, porque no abuso de los débiles ni de los indefensos, Artemio Bravo. No me dejo pisotear por nadie; se sacar las uñas para defenderme de los animales como tú.

Y con un movimiento rápido y brusco, Jaden le hundió la cabeza dentro de un charco de lodo… Sus ojos se tornaron fosforescentes.

-Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa.

Y como quien levanta una almohada de plumas, Jaden lo desprendió del suelo y luego lo estrelló con fuerza contra el mismo piso.

Humillado, con el miedo oprimiéndole el estómago, sintiendo náuseas, Artemio Bravo miro al Príncipe que, poderoso, lo observaba.

-Esto… no puede estar sucediendo… ¿Cómo es posible que un… maldito mocoso como ese, me esté dando una soberana paliza?… ¡No lo puedo concebir!… El daño que me está haciendo es grave… Y es de la edad de Alan… Lo que me da más coraje es que no he podido tocarle ni un solo cabello… ¡No puedo!

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