MONTE DE ¿PIEDAD?
Salí de la estación del metro Zócalo. Eran las 8:35 de la mañana. Hacía un poco de frío y la gente pasaba apresurada a mi lado, o tal vez el apresurado era yo. Me encaminé a mi destino, pasé frente a la Catedral y me persigne, le pedí mucho a Dios que me saliera todo bien y no se me cayeran los planes en el último momento.
Llegué a la esquina de la calle y junto con muchas personas más esperé a que nos diera el siga el semáforo. Crucé la calle Monte de Piedad, que recibe el nombre porque allí se encuentra el edificio de dicha institución, mi objetivo.
De la esquina a la puerta del recinto son unos cincuenta metros y uno se topa con muchos de los llamados “coyotes”, personas que tratan de hacer negocios con las personas que salen y entran del Monte. “Qué vende joven”, “alhajas, relojes, boletas, todo le compramos dama”, son algunas de las frases que utilizan para enganchar a la gente.
Crucé la gran puerta de madera y me dirigí a las cajas de desempeño, por fortuna no había mucha gente casi de inmediato pasé y pagué. Me dieron mi boleta para poder recoger lo que había empeñado, un reloj de mi papá, regalo de mi abuela en uno de sus cumpleaños, creo. Reloj Mido Comander, chapa de oro, con sus iniciales grabadas al reverso. Tantas veces que nos había sacado de apuros, esperaba que esa fuera otra de esas ocasiones.
La sala para esperar las “prendas”, como le dicen en aquel lugar a lo que empeñas, estaba también medio vacía, es como una sala de espera de hospital, muchas sillas y unas pantallas grandes al frente para que uno pueda ver el número de boleto y saber en que ventanilla recoger el objeto que se fue a desempeñar.
Esa es una de las partes más tediosas, pues como le pueden a uno entregar muy rápido como se pueden tardar demasiado, por lo menos ya tengo experiencia en el asunto y me llevé mi libro, “El Silmarillion” de Tolkien y lo comencé a leer. Pasaron veinte minutos y nada, decidí ir al baño, me encaminé y una persona de seguridad me pidió mi boleta para saber que estaba haciendo algún tramite, si no era así para evitar el que pudiera utilizar el servicio de sanitario. Hay mucha gente que por necesidad pasaba sólo a eso y al parecer a la institución no le agradaba mucho, así que pusieron esa medida de seguridad para que nadie, más que sus “clientes” pudieran hacer uso del servicio.
Regresé a mi lugar y todavía nada. Comencé a recordar cuando de pequeño acudía allí con mi mamá, eran épocas difíciles, aun más de las que estaba viviendo en ese momento. Teníamos que levantarnos muy temprano para ser de los primeros, formarnos antes de que abrieran y esperar una eternidad para que nos atendieran, por lo menos ahora los trámites se habían simplificado un poco más.
Por fin, el número de mi boleta apareció y me dirigí a la ventanilla 1, un hombre de mediana edad pero con voz de niño me atendió, me pregunto mi nombre y me dijo que revisara bien mi prenda, lo hice, le di las gracias y le desee buen día, algo que al parecer le sorprendió un poco y me regresó la cortesía.
Salí de esa sala y me dirigía a las ventanillas de avalúos para empeño. Sí, lo iba a empeñas otra vez, necesitaba el dinero. ¿Por qué? Lo desempeñé porque al día siguiente comercializaban el reloj, lo sacaban a la venta y eso no lo podía permitir, pero tampoco me podía permitir el quedarme sin dinero, así que tenía que recuperar un poco de la inversión pues me habían prestado mil pesos por él y yo había tenido que pagar $1200 para recuperarlo así que por lo menos al empeñarlo nuevamente esperaba recuperar la cantidad inicial y perder 200 pesos en ese momento. Ni modo así eran las cosas y así las tenía que hacer.
Son como nueve ventanillas para empeño, los valuadores tienen mucho trabajo pero hay quien tiene más que otros, esto porque la gente sabe quién presta más que otro, por lo regular, y esto es en casi todas las sucursales, las personas de mayor edad que están valuando son las que más gente tienen formada, según porque son los que prestan un poco más de lo normal.
La persona con quien siempre empeñaba el reloj se había retirado dejando delante de mi a unas cinco personas diciendo que hasta después de veinte minutos reanudaría su labor, yo no podía esperar tanto tiempo, tenía otras acosas que hacer. Esas situaciones eran algunas de las que me sacaban de mis casillas cuando iba a ese lugar, parecía que te hacían el gran favor. Mucha gente diría que así es, yo soy de las que digo que no, porque, viéndolo bien ellos están haciendo su trabajo y para eso les pagan, ellos no son los que prestan el dinero y a fin de cuentas uno les deja algo a cambio, algo que vale el doble de lo que ellos prestan, pero ni modo que se le podía hacer, en todos lados la burocracia y la prepotencia existe.
Busque y a mi lado había una fila con sólo dos personas así que me cambié y me formé allí mientras los demás se quedaban a esperar al valuador que se había retirado a la parte de atrás a “echarse” su cafecito con los amigos. Desde el punto en que ahora me encontraba lo podía ver bien.
Delante de mi iba una señora con su bata de trabajo, no aparentaba una edad en específico, no podía definir si era joven, adulta o qué, era una de esas personas que el cansancio que se les refleja en el rostro las hace perder la edad. El cansancio y la desesperación son elementos que lo hacen perder a uno todo muy fácilmente.
En lo que esperaba mi turno comencé a ver a mi alrededor y vi todo tipo de personas, algunas que si uno se las encontraba por la calle diría que no tienen la necesidad de estar allí, pero como diría en esa canción Rubén Blades, la de Pedro Navajas, “sorpresas nos da la vida”. El tipo con traje y portafolios imitación piel, la señora con vestido y tacón alto, peinado de salón y maquillaje hasta en la “lengua”, la niña fresa que trata de esconderse porque cree que todo mundo la ve o alguien la puede reconocer y sería el “oso de su vida” si la vieran sus amigos, también están los que, como yo, ya tienen experiencia en el asunto y ya no les importa nada.
Recordé como una vez cuando tenía unos seis años fui con mi mamá y estábamos formados, como llegábamos muy temprano llevábamos que desayunar pues por obvias razones no podíamos darnos el lujo de gastar en comprar algo por allí. Ya cuando estábamos formados en la ventanilla que mi mamá había elegido para empeñar parte de nuestro patrimonio me pregunto que si quería desayunar y le dije que sí. Destapó un vaso grande de atole de masa que llevaba y un bolillo con mantequilla que había preparado, le di un sorbo al vaso y una gran mordida al pan, ella hizo lo mismo, porque la ración era para los dos. En esos momentos un niño que estaba al lado de nosotros se me quedo viendo y no apartaba su mirada de mi, una mirada burlona, sarcástica, hasta puedo decir que cruel. Me intimidó mucho y ya no quise seguir comiendo, hasta me paré detrás de las piernas de mi madre, ella me vio y preguntó que, qué tenía, yo sólo atiné a voltear la vista al otro niño y ella lo observó y le preguntó:
-¿Qué nunca haz visto a nadie desayunar? No puedo negar que me dio algo de miedo por que al momento la mamá del niño enfrentó a la mía y le dijo que lo dejara en paz, entonces la discusión se hizo mayor y se acaloró el asunto. Total las dos se mandaron al carajo y mi mamá quedó como mi heroína en ese momento y para siempre. Terminé mi desayuno con gran entusiasmo ya sin importarme nada, ni quien me viera, ni el tiempo que tendríamos que esperar ni cuánta gente había. La mujer maravilla estaba a mi lado y eso nadie lo podría cambiar nunca.
Mientras recordaba eso llamaron a la siguiente persona y avancé un lugar más en la fila de dos, una muchacha que se había formado detrás de mi me pidió que le apartara el lugar y accedí con gusto, fue a ver al que parecía su novio quien a todas luces se veía le daba mucha pena estar allí y se escondía tras uno de los pilares que hay en el patio de empeño, después de unos minutos regresó y me dio las gracias, conteste con un “de nada”.
Por fin, mi turno. Llegué con el valuador y le entregué el reloj, lo comenzó a revisar y me dijo que había un problema, antes de que me dijera ya sabía cuál era, el mismo de siempre, el grabado de las iniciales de mi papá al reverso, siempre era ese el problema y así fue. Comenzaba el estira y afloje y la labor de convencimiento para que lo aceptaran. Ahí fue donde recibí la sorpresa de que no se puso tan pesada la cosa y me dijo: -Por el grabado que tiene, sólo te puedo prestar mil 500 pesos por él.
Acepté inmediatamente, eran 500 pesos más de lo que esperaba, por lo menos en ese momento no iba a perder, iba a ganar 300 pesos. Me pidió mi identificación y la secretaria comenzó a tomar los datos que el le daba, tanto del reloj como míos. Me hice a un lado y dejé mi lugar a la siguiente persona, la chica que iba detrás de mi. Ella no corrió con tanta suerte, de todo lo que llevaba sólo una esclava era de oro y fue por lo único que le prestaron 250 pesos, la frustración se marcaba en su rostro, se veía que contaba con más de lo que le estaban prestando.
Recibí mi boleta y la firmé, le di las gracias a la señorita y a Dios, me encaminé a las cajas donde pagaban los préstamos. Otra fila donde había que formarse. Cinco minutos y tenía el dinero en las manos. Me retiré y junto a una de las columnas, donde había un bote de la basura tiré unos papeles, saqué mi cartera y guardé el dinero. Por lo menos esa semana la iba a librar sin problemas, pensé.
Caminé y observé como la gente seguía entrando a todos lados, a empeñar, a desempeñar. Me topé con una señora que me preguntó donde estaban las ventanillas de empeño y le di las indicaciones, me lo agradeció y se fue con paso apresurado, era su primera vez, lo noté en lo nerviosa que estaba, en la pena de la pregunta y en lo rojo de su rostro. Sólo desee que, para ella como para todos los que estábamos en ese momento allí, fuera ala última vez que pisáramos aquel lugar.
Salí del inmueble y otra vez los coyotes a la orden del día abordándome, hasta jalándome y yo, seguí mi camino, perdiéndome entre la multitud que ya en ese momento había en las calles del centro de la ciudad. Cuántos iban al mismo lugar de dónde yo había salido, no lo sabía, cuántos muy pronto lo necesitarían, tampoco lo podría saber, lo único que pensaba era que yo ya tenía dinero pata cubrir los gastos que en ese momento necesitaba cubrir.
Pasé nuevamente frente a la Catedral y me persigne, entré al metro y ahora mi pensamiento era sólo el hacer cuentas para que el dinero alcanzara, para administrarlo bien, para encontrar la forma de regresar a ese lugar por el reloj y nunca más volver. Por lo menos eso pensaba en se momento.
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