Piélago de tu mar egeo.
Ahí estaba él, a la orilla de un mar, en un piélago de esos grandes, que demuestra la grandeza de los mares, que son impasibles, de aquellos donde se juntan los recuerdos como las olas con la arena; y se apoderan de uno y nos devoran.
Lo que él pensaba en aquella ocasión, sólo era en la profundidad que se podía ver de aquél piélago desde donde estaba parado, admirando el medio del océano, que logra subordinar nuestras esperanzas en angustia de la memoria.
Estando a la orilla de la playa, podíamos descifrar los tonos del mar egeo: azul, azul pardo, azul fuerte, azul pálido, turquesa, marino y el azul del cielo se juntaba con el mar, haciendo una escala cromática natural de los tonos azules. Eso era una danza sin referente en aquella orilla. Al retroceder y avanzar uno podía ver cada matiz de ese piélago. Al sonar de las olas y mirando ese amanecer, estaba él en solitario, escuchando suite berganasque de Claude Debussy, ahí pensando en una posibilidad.
La única razón de retornar allí todo de blanco, vestido de traje de lino con el saco en un hombro, estar descalzo hechizado en aquél mar, era sólo de volverla a ver.
Y ¿Quién era ella? Pues ella era la mujer de los ojos de color azul egeo, por ello tornaba su venir en aquella playa. Y si me preguntan sí es esta una historia de amor, déjenme decirles que no. Pudo serlo, pero se quedó en un tal vez o en jamás, pero ellos nunca lo sabrán porque sólo el que está contando este cuento lo sabe, sólo yo sé el final de los dos.
Lo que te puedo decir, es que él creía que tenía los ojos más hermosos que pudo haber visto en toda su vida, contaba en su recuerdo ojos verdes, color sol, negros, azabache, grises, azules pero nunca un azul egeo. La gramática de aquellos ojos, se medía en la precisión de sus ojos ni tan redondos, ni tan amplios, ni tan chicos ni tan largos… sólo eran unos ojos destinados a la belleza, que en su mirada guardaban la intriga y el celo de su pasión.
El siempre que la veía se inmovilizaba, no sabía sí por la duda o lo profundo de su atisbo, pero el mar, ese siempre le permitía penetrar en los motivos de porqué estaba tan enamorado de sus ojos. Si comparamos aquél mar con los ojos azul egeo, lo único que se podría pronunciar era inocencia. No era unos ojos seductores, ni mucho menos eróticos simplemente su mirada traía paz a todo su ser.
Pero la inocencia no era una premisa de su conducta -que por cierto el nombre de ella es Mariana-, debido que no existía castidad o delicadeza en ella, lo que si había mucho era voluntad: de esas fuerzas que son voraces, que transforma lo imposible en posible.
Y ¿Qué decir de aquél hombre en medio de la playa que reía y seguía riendo en aquél océano? El se reía de su desgracia y de la ironía de vivir. Fue en ese instante que recordó la primera vez que la conoció, fue un hombre alto, rubio y delgado quien se la presento:
-Estimado, Ella es Mariana- Exclamo aquel hombre en tono afable.
-Mucho Gusto-. Dijo él sin más como un autómata, pero no pudo decir más ante ese enigma que representaba aquellos ojos azul egeo.
Entendió que algo extraño pasó, algo que no embonaba ¿qué era esa sensación de extrañamiento y confusión, de rareza… era un energía que nos empuja, pero a la vez nos empapa? El se decía: ¿cómo es posible que tanto no saber el tono de esos ojos nos causara tanto conflicto? ¿a qué azul me enfrento? No era un azul como el de cualquier rubia, no era el azul claro de una francesa… No entendiendo, no entiendo nada absolutamente.
Él sólo estaba atónito ante esos ojos, ante ese mar que era su mirada. Su risa creció porque no entendía como un miramiento inmovilizaba a un hombre que se había vencido a sí mismo, cómo era posible que aquél que lo había conquistado todo y en el amor no le contaban más, sucumbiera derrotado ante ella, sometido a la caricia de un parpado y doblegado como la humanidad lo hace ante el arte, ante una pintura o la música misma.
Entre el oleaje, nuevamente, estaba la pieza de Debussy sonando; y aquél hombre parado viendo el mar, pensando que esto sería como de esas historia de amor donde logran besarte, donde se cogen de las manos y viven un drama intenso que los hace reflexionar sobre su romance, pero no… esto sólo es un relato de cómo un hombre no sabe qué hacer en medio de ese mar egeo.
Los piélagos son lugares tranquilos y salvajes, donde la mar calma su furia y matiza su naturaleza al chocar con la arena y las rocas. Permite ver la cadencia y ritmo de las olas, nos demuestra lo abominable, el caudal y la cadencia al hacer flotar la espuma producto de su andar.
Y esa fue la razón por la cual él necesita estar ahí, para entender la furia que había dentro de él, para sentirla en los pies y que esa mirada le atravesara todo el cuerpo, como aquél azul de tu mar egeo se apoderara como aquel hombre, que el mar le impactará como lo fue aquella primera mirada.
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