«El 502».🕶🚬
( Está me la platicó un amigo)
Se escuchó un quejido, más bien parecía que berreaba. Su color de piel había cambiado, era rojo y sudaba. Balbuceaba palabras al azar y en dos idiomas. Le salpique ojos y boca, de hecho tragó un poco…Me subí el pantalón mientras sentía como el bóxer se llenaba de leche y me batía todo. Salí por la puerta y abordé el ascensor.
“Me he puesto nervioso, no estaba seguro si serias tú el de la foto”. – recordaba esas palabras mientras veía la hora en el reloj de mi celular , marcaba las 21:44 hrs y aun no veía el momento de llegar a casa, fumar y relajarme. No acostumbro fumar en la calle. Me parece algo riesgoso y más si se trata de algo distinto al tabaco. Aun sabiendo eso, estaba dispuesto a darle un toque y olvidar ese lapso de 2 horas que mas se traducían como un pequeño trauma a tu psique .
Caminé por el pasillo hacia la salida, por un momento parecía ser más un sendero atravesando una mazmorra. El tiempo se había detenido, tal vez perdido…no lo sé, la música hacia lo suyo al calmarme y callar aquellas voces parecidas a murmullos decadentes y sin sentido atrapadas en los muros de aquel hotel. Mi ya habitual paranoia estaba más que justificada. Mi vista solo enfocaba la salida y de paso, con el rabillo del ojo, a la recepcionista que ensimismada en sus asuntos no podría ni imaginarse lo ocurrido en el cuarto 502.
-Tendrás que disculparme por la demora, el tráfico…tú sabes. – mi lengua era inútil en esos instantes, mi necesidad por darme a entender era opacada por mi creciente ansiedad.
-Descuida, entiendo lo agitada que puede ser la ciudad. – No dijo más.
Me dispuse entrar al baño y cagar. Hice una pausa. Me fije en el espejo que había dentro. “La privacidad es algo que se pierde con el tiempo”. – contemplé. Tan solo cuatro paredes me separaban de aquel sujeto y de un destino poco certero. Entré a la regadera y el agua caliente comenzó a deslizarse sobre mi cuerpo, haciendo una capa espesa de vapor que poco a poco iba quitándome mi identidad.
-Luis ponte cómodo, en un momento estaré listo. En la mesa hay un par de cervezas, toma una. No tardaré. – replicó.
Salí del baño. Me acerqué a la pequeña mesa que yacía en una de las esquinas de la habitación y destapé una cerveza. Le di un trago. Amarga y amarilla, nada especial. A ese lugar le hacía falta algo de personalidad.
Un bolso de mujer anticuado se hizo presente frente a mis ojos. Ahí adentro había juguetes con los que un niño no podría jugar. No había carros, no había muñecos, no había cuerdas para saltar. Todo en color negro y plateado. Era más de lo que podía imaginar. La habitación ya comenzaba a tomar sentido.
El tipo era blanco, alto y con cabello tan güero que parecía ser transparente. Su cuerpo era delgado, algo descuidado pero tenía buena pinta. Por los menos limpio. Sus parpados inundados en sombras hacían contraste con el color claro de sus ojos. Yo no hablaba, solo esbozaba una sonrisa de vez en cuando mientras sentía recorrer aquel liquido frio dentro de mi garganta.
-¿ Que quieres que haga mi maestro ?. – una corriente paso de la punta de mi cabeza hasta los pies. El me provocaba. Primero lo obligué a colocarse en cuatro sobre la cama. Saqué el látigo y comencé a azotarlo tan fuerte como él pudo resistir. Sus manos apretaban fuertemente el colchón de la cama. Gemía, gruñía, suplicaba, poseído tal vez por el cloruro, por el polvo o simplemente por el momento. Todo marchaba cual maquina con engranes.
No sé si era Farinelli pero la música se tornó eclesiástica, las agujas hicieron entrada triunfal.
“Probablemente la banda sonora de un acto homicida”.- pensé por un instante mientras me colocaba los guantes de látex. Lentamente y al unísono de tan bello canto iba insertando una aguja en cada una de sus bolas. Nuevamente hice una pausa. ¿Es que acaso el ser humano estaba tan automatizado que había de perder aquella humanidad yacida dentro de el? Su boca temblaba como aquel que está a punto de perecer a falta de agua. El tórax serpenteaba como intentando aludir en vano el canto de aquel soprano. Los dedos tanto de las manos como de los pies engarruñados como queriendo retener cada estimulo que recorria su impávido cuerpo.
Eran ya las 21: 46 hrs. Habían pasado tan solo pocos minutos desde la última vez que revisé el reloj. Salí por aquella puerta que me había visto entrar. La brizna de la lluvia golpeaba levemente mi rostro. Enfoqué lo mejor que pude.
Dios perdóname. Si tan solo hubieses podido estar presenté en aquel momento y sé que lo hiciste. ¿Qué Habrías hecho de mí? ¿Quisieras que fuera otro más de tus corderos? La próxima quiero seas explícito. La lluvia para mí fue tu respuesta mas cercana.
P.C.
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