Ficción 1: Facundo
Últimamente estuve pensando en irme del país, todo carísimo y el sueldo es el mismo, la gente está siempre exasperada, susceptible, ni manejar se puede, siempre ando con miedo, no por mí, creo manejar bastante bien es por los locos y locas que hay al volante, las madres siempre apuradas para ir a buscar a los hijos al colegio, con esas cuatro por cuatro gigantes doble cabina, un peligro. Los taxistas y colectiveros, te tiran el carromato encima. Lo peor es que normalmente manejo una moto, el otro día se me cruzo uno de esos locos y termine en el pavimento, no me paso demasiado, apenas un hombro magullado y alguna costilla rota, cosa de todos los días, en cambio a la moto se le venció el soldado del manubrio. Lo peor fue que deje ir al inconsciente ese, sin pedirle los papeles del seguro ni el teléfono. En un principio pensé que no había pasado nada, pero al siguiente día noté lo del manubrio y tuve que mandarla al mecánico. En fin, como iba diciendo manejar hoy en Buenos Aires y en moto esta imposible, me estresa y eso que tardó quince minutos de mi casa al trabajo.
Salte del colectivo en movimiento y me escabullí entre la gente, crucé corriendo la avenida Centenario y me zambullí en pleno Belgrano, (siempre atestada de gente), crucé la barrera baja del Mitre sin mirar a los costados. Acaricié la idea de comerme un pancho, el olor paseaba frente a mi nariz y los mismos frente a mis ojos, pero desistí en seguida, llevaba prisa. No podía volver a llegar tarde… gire hacia la derecha y tome Cosme Beccar, los autos como siempre no respetaban la senda peatonal, tuve que hacer valer mi derecho y me impuse frente a un Focus (encima te miran con mala cara, pensé, yo lo miré peor). Esto no pasa en el “Primer Mundo” solía decir mi abuela, nunca antes le había dado demasiada importancia a esa frase, siempre pensé que era de cascarrabias nomás. Nunca entendí a los mayores, siempre me impacientaron, cuanto más grande más manías y encima que es peor más caprichos.
Seguí derecho por Martín y Omar corriendo y relojeando la hora, ya llegaba tarde, me apuré más, sin mirar el adoquinado y solo con la vista al frente, birlando autos y peatones. ¡A una cuadra de llegada una señora con un cochecito me obstruyo el paso, con una habilidad desconocida la drible y Pum!, oscureció…
Ficción 2: Ana Julia
Mi día normal, si hay normalidad en mi “vocación” y digo vocación por que enfermera se nace y no se hace, dio un giro de ciento ochenta grados en un instante, entro un paciente con un golpe en la cabeza, desmayado y con un esguince de tobillo, nada fuera de lo normal o eso imagine.
El paciente: Facundo Ramos de veintiséis años de edad se encontraba inconsciente, aparentemente por un golpe en la cabeza. Fue encontrado así a un par de cuadras de la clínica, prepare al paciente, limpie su herida en la cabeza, el doctor o general como le apodábamos las enfermeras, (era muy frio, distante, pareciera que no le gustaran las personas y sin embargo era un excelente profesional, pero le faltaba tacto con el paciente) comenzó a vendar su tobillo.
El paciente empezó a temblar y le dieron convulsiones, el doctor Ramasotti miro hacia su cabeza y vio que le salía sangre por los ojos, boca y orejas.
Enseguida llamo a las demás enfermeras y le provoco un coma inducido, (pensó que tenía un derrame cerebral a causa del golpe) pero las radiografías no mostraron ningún síntoma, epilepsia tampoco era y eso no demostraría por qué sangraba por dentro. Evidentemente era una enfermedad cerebral y terminal. Su corazón dejo de latir unos segundos y tuve que revivirlo con el desfibrilador, quedó en coma y con respirador artificial.
Tengo diecinueve años y soy soltera (siempre soñé con ser doctora y salvarle la vida al hombre de mi vida). Sigo estudiando todavía para serlo, no me queda mucho para recibirme. Me quede toda la noche en el hospital pensando en Facundo, su familia había dado el “OK” para hacerle unos estudios y averiguar cuál era la causa del fallo cardiovascular y el sangrado interno. Como podía ser que un accidente tan tonto acabara con la vida de este hombre, Facundo era un hombre de un metro ochenta y dos, rubio y de ojos azules, barbilla angulosa, dientes perfectos y una nariz respingada, estilo corte inglés y un excelente cuerpo (lástima que era casado). Parecía sano, como podía ser que haya quedado en coma de esa manera y como no podía dormir me levante y empecé a investigar, había leído su historia clínica, me encontré con que era un reconocido Antropólogo y tuve que volver a verlo. Me apresuré y fui a cuidados intensivos, donde se encontraba una amiga mía, la doctora Cecilia Gómez y me dejo pasar después de rogarle de rodillas (ya que hace rato había terminado mi turno). Lo mire directo a los ojos, pareció mirarme y hasta soslayarme una leve sonrisa.
Le pedí a mi amiga que le sacara sangre de la cabeza y me dejara analizarla, me miró con terror y me dijo que no podía, que la iban a despedir, la miré más fuerte y tuve que gritarle (siempre fui mandona y ella que es un pan de Dios me hizo caso) le sacó sangre me dirigí al laboratorio y la analicé yo misma, parecía ácido como corroían las moléculas, era una especie de virus, le mostré las pruebas de laboratorio a Cecilia y entonces abrió su pecho y comenzó a investigar, todos sus órganos se encontraban en perfecto estado (lo coció y lo vendo). Descubrimos que su sangre estaba contaminada con un virus desconocido, que le había empezado a quemar sus venas y hubiese destruido todos sus órganos sino se hubiese caído, eso hizo que toda la sangre contaminada fuese hacia la cabeza y quedara inconsciente. Estando en coma, evidentemente el virus no actuaba, pero si queríamos despertarlo, había que curarlo.
—No hay caso, es un caso imposible— lamento Cecilia.
—No —grite yo—. Ponle mi sangre y retírale la sangre contaminada de su cabeza hasta que vuelva a tener sangre normal.
—Pero es posible que mueras vos y que te contamines con el virus —exclamo ella.
—Tenemos el mismo tipo de sangre y estoy enamorada de él, créeme es el hombre de mi vida, no me importaría sacrificar mi vida, si con eso le salvo la suya —repuse yo.
Ficción 3: Cecilia.
Ana Julia se recostó en una camilla y comencé con la transfusión sanguínea, mientras tanto “el muerto” seguía con el respirador artificial. Su rostro de tez oscura, de grandes pómulos y hermosos labios empezaron a blanquearse, se negaba rotundamente a dormirse y permanecía despierta pese a haber perdido mucha sangre, la sangre de Ana parecía ganarle el paso a la sangre contaminada. Rigor mortis, Facundo movió su brazo derecho, salté del susto y grité desaforadamente, Ana giró su mirada casi sin fuerzas y balbuceo:
—Ahora, Cecilia, despertalo con la inyección de…—. No pudo terminar la frase y se quedó dormida.
Lo di la inyección al paciente para despertarlo del coma inducido, pero el corazón de Ana había dejado de latir y yo dubitativa, no supe que hacer, dudé tan solo unos segundos y tomé el desfibrilador, una, dos, tres, cuatro y hasta veinte veces y no despertaba. Me puse a llorar, claro no le había dicho a Ana que Facundo era mi ex marido y que todavía lo amaba, desperté de mi propia amargura y le tome el pulso, su corazón no latía. De vuelta el electro shock, una, dos, tres, cuatro y hasta cinco veces, estaba muerta y Facundo no despertaba.
No pude con mi desesperación y pensé que iba a quedar presa, por mala praxis y asesinato. Salí corriendo, tomé las llaves de mi auto y me fui.
Ficción 1
Desperté de una sombra umbría a una luz cegadora, me cubrí los ojos y me levanté, golpeé mi cabeza con una lámpara, caí mareado y sin fuerzas de boca en la boca de una mujer.
Ficción 2
Recobré el sentido y vi a Facundo en el piso, volvió a desmayarse, esta vez no cayó en coma solo estaba sin fuerzas, lo acomodé otra vez en la camilla, me costó demasiado levantarlo ya que era un hombre grande y musculoso. Fue un beso, aunque sea uno solo, pero fue hermoso y fue el primero, sé que es difícil de creer, siendo una mujer tan atractiva e inteligente pero siempre lo estuve esperando a él, lo soñé y lo traje magnéticamente hacia mí. Acostada a su lado ya no podía dejar de mirarlo y al fin por el agotamiento me venció el sueño.
Ficción 1
Abrí mis ojos y todo lo que ellos veían eran a ella, una mujer hermosa de tez negra y de un metro sesenta y cinco de altura, un rostro anguloso y un mentón muy pequeño, de grandes ojos café y unos labios como dos almohadas rosadas sombreadas desde sus comisuras y alrededores. La besé, había escuchado todo lo que había sucedido mientras estaba en coma, estaba dormida pero no pude resistirme. Llamé al doctor.
Ficción 3
Di marcha atrás el auto arrepentida y volví a la clínica. Me encontré con un montón de gente en la puerta, policías y periodistas. Me abrí paso mostrando mi credencial hasta la habitación de Facundo y ahí estaba él, con sus ojos abiertos: mirando a Ana con ojos de ternura, (me dio envidia, nunca antes me había visto así). Ana dormía y estaba conectada a una sonda, pero aún vivía, el doctor Ramasotti me preguntó que había sucedido y le conté todo lo que sabía, aunque no entendía nada. Enseguida me di cuenta que ella era para él, la besé en la frente y me fui, cuando me iba me di vuelta y miré a Facundo, me arrojó el anillo (que nunca se había quitado a pesar de que estábamos separados hace tres años) y me guiño el ojo.
Ficción 1
Me casé con Ana Julia y le conté todo lo sucedido a mi abuela y ella me contesto:
—Estas cosas no pasan en el “Primer Mundo”.
Fin.
Pablo Correa Urquiza.
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