Capitulo 1
Pasaba de la media noche. Hacía un frío insoportable… Es el año de 1982.
Cuando el taxi se detuvo frente al sombrío orfanato, el director del lugar miro desde la ventana de su oficina del primer piso, y de inmediato se dio cuenta que la mujer que descendía del vehículo era Romina Hudson, quien portaba una gabardina negra y un sombrero del mismo color; Romina parecía un espectro.
– ¡Ya llego!… Los deseos del Príncipe se han cumplido.
Era satisfactorio que Romina se ajustara en cada detalle a lo previsto. Obviamente, la elección había sido acertada.
Acomodándose su saco, el director del instituto se puso de pie y se preparó para recibir a Romina, quien cruzaba los largos pasillos inmaculadamente limpios. La enorme figura del hombre empequeñecía al escritorio de madera que tenía en frente de él. Después, sin expresión alguna, salió de la oficina y caminó silenciosamente. Ya se escuchaban los apresurados pasos de Romina, que iba en la parte de abajo del orfanato, resonando vigorosamente a través del desnudo suelo del mosaico.
De pronto, Romina se detuvo al ver que la puerta de un cuarto se estaba abriendo lentamente. Y con asombro, descubrió a un niño de aspecto elegante que vestía un hermoso traje blanco. El pequeño desconocido de larga cabellera roja, se alejó y la mujer se encogió de hombros, sin darle más importancia a aquel suceso.
-Debe ser algún niño del orfanato-pensó. –
– ¿Señora Hudson?
Abajo, en cuanto la llamaron, Romina elevó sus escrutadores ojos hacia la oscuridad.
– ¿Sí?
El director fue iluminado por un haz de luz y empezó a descender por la escalera, enigmático y extraño. Había algo anormal en sus movimientos y en el silencio que lo rodeaba, que, al notarlo, Romina se puso muy inquieta. En ese momento, el cielo se rompía ante la luz rojiza de un poderoso relámpago.
El director era un hombre de anchas espaldas y sienes plateadas por la nieve del tiempo. Tenía un vigoroso y grueso cuerpo, con los hombros de un luchador griego de la época clásica. Los cabellos canosos, la barba blanca y los ojos de mirada extraviada le conferían el aspecto de un profeta del Antiguo Testamento.
– ¿Cómo está, señora Hudson? Le envíe…
-Sí. Recibí su mensaje. Partí tan pronto como pude, señor Contreras. Le ruego que disculpe mi tardanza.
-No se preocupe, señora.
El director tamborileaba los dedos sobre una mesa que se encontraba a su lado y adornaba su rostro con una sonrisa mefistofélica. Romina aparentaba tranquilidad a pesar de la tensión a la que estaba sujeta.
– ¿Ya… me tiene al niño que le pedí, señor Contreras? -preguntó Romina con gran esfuerzo. Parecía que aquella pregunta amenazaba con romperle el pecho y el corazón.
-Sí-contestó, regodeándose en su respuesta. Los enormes ojos de Julián brillaban de un modo extraño y comunicaban una sensación de abismo, de profundidad, de algo que no pertenecía a este mundo.
De pronto, a lo lejos del lugar, otro relámpago rasgó la oscuridad de la noche. Después, se produjo un pesado silencio que pareció llenar los vacíos corredores de mosaico. Romina quedó completamente paralizada, como si la hubieran golpeado en la cabeza. Los nervios y la desesperación comenzaban a debilitarla… También los ojos saltones, los labios hinchados y la falta de oxígeno la hicieron sentirse mal.
– ¿Me escuchó, señora Romina?… ¿Se siente usted bien? -preguntó incómodo.
-Perdón… Yo… no lo esperaba tan pronto… Por fin voy a tener al niño que siempre soñé… ¡Gracias, Dios mío!… ¡Bendito sea Dios!… ¡Esto es maravilloso!
El señor Contreras observó inmóvil a la mujer que estaba ante él, la cual, caminó rígidamente hacía un banco y fue sentándose poco a poco. Enseguida, inclinó la cabeza y lloró estrepitosamente. El estrés a la que estuvo sujeta había mermado sus facultades físicas y mentales.
El sonido de su llanto resonó por los corredores del orfanato. El señor Contreras la esperó antes de hablar. Mientras, observo disimuladamente como Romina era una mujer muy bella… Vio que ella estaba en la plenitud de una armoniosa anatomía. Sus ojos eran risueños y su boca incitante, la cual, mantenía generalmente entreabierta.
-Perdóneme, señor Julián, pero… cuando usted me habló, pensé mil cosas terribles; le juro que ya estaba desesperada… Pero ahora, me siento muy feliz…
– ¿Está consciente de que la decisión que tomó, le va a provocar muchos problemas con su esposo?… Me permito recordarle que él no quiere tener en su casa a un niño adoptado… ¿No quiere pensarlo otra vez? Su matrimonio podría verse afectado, y no me gustaría que le ocurriera eso.
– ¡No me importa lo que diga mi esposo! Por fin voy a ser madre… ¿Se da usted cuenta de lo que eso significa para mí, señor Julián? ¡El sueño de toda mi vida!… El niño que me va a entregar hoy, no habrá nacido de mis entrañas, pero sí de mi corazón; y le juro por lo más sagrado que lo voy a amar con toda mi alma… No se preocupe por mi esposo, señor Julián; yo me encargare de él. Y le aseguro que no voy a rechazar esta gran bendición que Dios me está otorgando… Como ve, ¡ya no tengo nada que pensar, señor Julián! Mi decisión está tomada… Aunque… seré como una madre soltera.
Con el raro silencio que aún tenía el director del orfanato, este se adelantó unos pasos hacía Romina. Los rasgos del señor Julián eran toscos pero serenos, y sus profundos ojos estaban llenos de compasión. Solo una leve transpiración en las axilas delataba la tensión que tenía oculta.
-Le creo, señora Romina. De seguro, usted cumplirá su palabra…
-Gracias, señor Julián.
Nerviosa, estrujándose las manos continuamente, la mujer le confeso.
-Sé que a lo mejor no estoy actuando correctamente, pero… en los otros orfanatos que visite, en vez de ayudarme con lograr una adopción, me complicaban demasiado las cosas con tantos procesos y requisitos que no valían la pena. No le miento: Moví cielo, mar y tierra para hacer las cosas como deben de ser, y solo me encontré con un muro de total indiferencia y silencio… Además, yo sola he tenido que luchar para hacer realidad mi sueño, porque con mi esposo no conté para nada.
El señor Julián escucho atento aquellas amargas palabras.
-Usted sabe que yo no tengo ninguna mala intención y que la desesperación me obligo a hacer todo esto… ¡Lo siento, pero no tenía otro remedio!… He deseado tanto un hijo que no pensé en las consecuencias. ¡Pongo a Dios como testigo!
-No se atormente, señora Romina; solo Dios puede juzgarla. Yo no soy nadie para hacerlo. Mejor preocúpese por usted y por el niño que tendrá a su lado; aquí, mis sentimientos no importan, señora, me interesan los suyos-el hombre tomo las temblorosas manos de Romina, infundiéndole ánimo. -Sin duda, va a ser una gran madre, señora Romina. Me da mucho gusto darme cuenta que con usted no me equivoque, y estoy muy tranquilo por saber que a la criatura no le faltará nada en su hogar. Creo que no será necesario pedirle que lo cuide mucho, porque sé que lo hará… Al niño le espera mucha felicidad.
Trémula, Romina asintió con la cabeza, incapaz de hablar por la emoción.
-Dios actúa de las maneras más misteriosas, señora Romina-dijo el señor Julián Contreras, tendiéndole una mano para ayudarla a levantarse.
Con la ayuda del señor Contreras, Romina se incorporó y en ese momento, desde las sombras de un oscuro corredor apareció un niño que, con mucho cuidado, cargaba a un bebé recién nacido que traspasó el alma de Romina. Un bebé de perfección angelical que se robó en aquel instante el corazón de Romina, cuando ella lo vio. Con su espeso pelo café, el bebé miraba hacia arriba, encontrando instintivamente los ojos de Romina, su madre, cuyo corazón latía apresuradamente, mientras un escalofrió recorría todo su cuerpo. El niño semejaba un ángel.
Julián volvió a darle su mano a Romina, quien estaba temerosa de haberse dejado llevar por las alas de su imaginación.
-Gracias, Alan… Señora Romina, esta noche, Dios le ha dado un hijo. Aquí lo tiene.
-Es todo suyo-le dijo el pequeño Alan, quien parpadeó con coquetería, luego de mirarla directamente a los ojos de forma muy rara.
Romina quedó paralizada… Un estremecimiento la recorrió de arriba abajo, y no pudo pronunciar palabra.
Romina se inclinó sobre las mantas. Entre ellas se veía al niño pequeño, completamente despierto, con su mata de pelo café. Después, la mujer se llevó la mano a la frente mientras sufría un fuerte mareo.
En el cielo, la gran estrella luminosa alcanzó su cima.
-Todo aquel nacido de Dios vence al mundo.
Cuando le pusieron al niño en los brazos, nuevamente, Romina dejó que las lágrimas fluyeran libremente. Más ahora su llanto era de felicidad, de una dicha infinita que colmó de paz su cuerpo y su alma. Y a la vez que miraba a su hijo con los ojos nublados por las lágrimas, Romina le dio gracias a Dios por haberle hecho realidad el máximo sueño de su vida: Ser madre.
– ¡Oh, es hermoso!… ¡Es un bebé precioso!… Es justo como yo lo soñé.
Tratando de ocultar su euforia a los ojos de Romina, el señor Julián encendió un puro, haciendo que la flama del encendedor iluminara los ojos del pequeño Alan. La bondad que tenía Julián, contrastaba con su robusta y enérgica figura.
Romina Hudson estrechó a la criatura contra su pecho… en el alma entera… Fue como una caricia jamás gozada hasta ese entonces.
– ¡Hola, bebé!… Yo soy Romina, tu mamá… ¿Cómo estás, chimbilaí precioso?
El bebé sonrió.
Julián y Alan no pudieron ocultar más su emoción. Ambos, muy juntos y sujetos fuertemente de la mano, irradiaban felicidad en una amplia sonrisa.
Desde ese instante, Romina comenzó a amarlo tanto, que ya se sentía identificada con el pequeño ser desvalido y lleno de candor.
-A mi lado serás feliz, ya lo verás pequeño.
Romina no se dio cuenta de que el pequeño cuerpo del niño brillo con enormes destellos azules.
Julián y Alan intercambiaron una extraña mirada de inteligencia que ocultaba algo indescifrable.
-Déjeme decirle que el bebé se parece mucho a usted…
– ¿Qué dice?
-Fíjese bien, señora.
Romina volvió a mirar al niño, comprendiendo que era verdad lo que le dijo Julián. El color de la piel era el mismo que tenía ella y los rasgos del bebé también se parecían a los suyos. Romina no pudo evitar una exclamación de asombro.
-Si… sus rasgos más característicos me pertenecen… El mismo mentón y la misma nariz… ¡Hasta el cabello!… Este niño va a ser demasiado greñudo como yo-Romina lo besó repetidas veces.
– ¿Es… un niño sano? -preguntó Romina con voz temblorosa, a la vez que su frente se perlaba de sudor.
-Perfecto en todos los sentidos.
– ¿Hay parientes?
-Ninguno, puede estar tranquila, mi querida amiga.
En torno a ellos, los corredores desolados mantenían una calma tan densa que inquietaba a cualquiera.
-Yo soy la autoridad aquí-dijo el señor Julián Contreras-No habrá registros. Nadie lo sabrá.
-Y el señor Julián nunca miente-le afirmo Alan.
Romina miró los ojos de Alan. En el brillo de sus pupilas le pareció adivinar un misterio insondable. Y la invadió una mezcla de temor y de infinita simpatía.
De manera inesperada, el bebé levantó ambos brazos hacia Romina, como en un gesto de deseo, lo cual, hizo que las inquietudes de la mujer desaparecieran completamente.
– ¿Ya ve? El bebé está contento con usted… Él la escogió para ser su mamá.
– Mi niño-dijo con una voz temblorosa por la felicidad. –Ya tengo un hijo, gracias a Dios… ¡Tengo tantas ganas de gritar a los cuatro vientos que ya soy mamá, pero mejor me calmo, porque la gente va a pensar que ya se me zafo un tornillo!… ¿Qué nombre te pondré, chimbilaí?… Tiene que ser un nombre especial para un niño muy especial como tú, hermoso… ¡Ya lo tengo!… Te llamarás Mikel… Mikel Tyrone…
– ¿Tyrone? -preguntó Alan muy sorprendido, mientras Romina seguía cubriendo de besos a su bebé, sin disimular su gran amor.
-Sí, hijo, así se llamaba mi padre, que en paz descanse…-Romina volvió a contemplar al bebé después de hacerle a Alan un cariño en la cabeza. –Y yo sé que, desde el cielo, estará muy feliz al ver que por fin ya tiene al nieto que siempre soñó, ¿verdad, Mikel?… Si tu abuelito viviera, ¡qué feliz estaría en este momento!
El pequeño pareció comprender lo que Romina le estaba diciendo y sonrió torciendo su boquita sin dientes. Luego, sin ninguna explicación, su cabello se alboroto repentinamente, pero Romina no le dio ninguna importancia. Durante un largo minuto, Romina, Julián y Alan contemplaron al bebé. Los hombros de Alan se estremecieron.
-A propósito, señor Julián, ¿quién era el niño de blanco que vi por el pasillo antes de que usted llegará?… Era pelirrojo y tenía una melena.
– ¿Vestido de blanco?… Perdóneme, señora Romina, pero… en este momento, todos los niños, con excepción de Alan, se encuentran dormidos; y ninguno se ha salido de sus habitaciones. Si así hubiera sido, ya se me habría informado. Recuerde que tengo prefectos.
-Además, nosotros no usamos uniforme blanco. Tampoco tengo ningún compañero que sea pelirrojo.
-Qué raro… quizás me lo figure…
-No se preocupe, señora. Entiendo… Seguramente son sus nervios y el cansancio que sufre por todo el estrés que vivió.
– Si… ¡Gracias por todo, señor Julián! ¡Qué Dios lo bendiga por siempre!
-Igualmente, señora Romina. Fue un placer haberla conocido. Y antes de que se marche, quiero que sepa que, si usted y el niño llegaran a necesitar algo más, no deje de avisarme, por favor, que sigo estando a su entera disposición.
-Se lo agradezco mucho. Le prometo que así será, señor.
-Lleva a un niño muy especial.
Romina le dio un ligero apretón en la mano al señor Julián.
-Le pido una disculpa por haberle hablado a esta hora, señora Romina. ¡Qué pena con usted!
-No, tranquilo. Valió la pena.
-Aquí le dejó anotada la alimentación que debe de darle.
-Gracias, señor.
-Que le vaya bien, señora Romina-dijo el pequeño Alan, ofreciéndole la mano para que se la estrechara-yo también estoy a sus órdenes.
-Gracias, corazón-, eres muy amable-contestó Romina con una gran sonrisa, dándole la mano. – ¡Vaya, menudo apretón! -Expreso sorprendida Romina al descubrir que Alan tenía la mano muy caliente.
-El chico da unos apretones de manos tremendos-concluyó el señor Julián, y todos se echaron a reír.
– ¿Puedo… puedo despedirme del bebé, señora? -preguntó Alan.
-Claro que sí, chiquitín.
Y como despedida, con el permiso de Romina, Alan inclinó su cabeza sobre Mikel y rozó con sus labios la mejilla del bebé.; entonces, súbitamente, Alan dejó escapar un aullido, como si fuera un perro herido. El señor Julián permaneció en silencio, lleno de emoción.
-Te quiero mucho… hermanito… Eres una de las maravillas de la creación de Dios.
De pronto, el señor Julián se sirvió una copa de champaña y luego se volvió hacia Mikel.
– ¡Por Mikel!… El niño extraordinario-el hombre levantó su copa y bebió sin quitarle la vista al bebé.
Romina se extrañó y a la vez se divirtió con aquella inesperada reacción del señor Julián.
Al tocar nuevamente el cabello de Alan, Romina experimentó una rara sensación de ausencia y frialdad con aquella caricia.
-Deben de ser mis nervios-pensó-.
– ¡Dios salve a nuestro Príncipe Supremo! -pensó el señor Julián con un nudo en la garganta cuando Romina se marchó con el bebé. La mujer dio media vuelta y desapareció por la puerta del orfanato.
Julián levantó los ojos al cielo con expresión alegre y conmovida.
-La misión se está cumpliendo… ¡Gracias, Señor! -Julián lanzó un profundo suspiro- ¡Parece que fue ayer!
De pronto, gruesas gotas empezaron a caer y el cielo se rompía ante el poder de un relámpago. Los rayos caían desgajando los árboles de aquella ciudad estadounidense. Las calles mojadas que reflejaban las luces de colores de los anuncios, semejaban a un payaso pintado.
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