No son las mismas estrellas, pecan de vulgares, de inertes, sus cambios no son los mismos y sus latitudes son distintas, tintinean haciendo cambio de luz fuera de ritmo completamente, sin suerte y no se sienten. Esas estrellas no son las mismas que cobijan esta noche mi cara.

Me miró y se sorprendió del fuego de mi boca de cómo lloraba sin siquiera dejar caer una gota, de cómo sufría por mi derrota entregada en los campos junto con mis botas.

De cómo poco a poco la ira se iba llenando de metáforas y recelos convirtiéndose en eso y un poco de aquello, sintió posar su mano en mi pelo, lo poco que queda de ello. Miró como mirando al pasado y descubrió algo bello, mi impotencia.

Bebe de mi como si fuera un cántaro de agua, bebe sal y tierra, bebe angustia y deshonra. bebe tragedia y sonríe, sonríe por la desgracia de mi importunó destino, sonríe porque me dirá te lo dije, sonríe como bruta y mis puños se cierran como balas de metralla.

Imagino los músicos, me levanto, sacudo mis zapatos, pienso en ella.

Suena la trompeta en el pasillo, suena mis pasos por la casa.

Retumba el bombo y el platillo hace fantasmas elípticos que manejan el aire.

Solo puedo alcanzar la escalera y los aires cambian.

Ella camina de la sala a la cocina yo la escucho y voy tras de ella.

Se asoma al pórtico buscándome.

Me encuentro a medio paso y sonamos igual.

Trompeta y clarinete

Ella toma a la derecha yo la escolto y persigo mi mano hacia ella.

Final del Jazz

La música no a parado en mi cabeza, tal vez solo tal vez se desvaneció en la sala y yo sin ser adivino, puedo predecir lo que va a ocurrir, vorágine de pensamientos atraviesan el arco que da a la cocina, ya no soy el que domina mi mente, ni el que se debe al plan original.

Una luz atraviesa el pedacito mal cubierto por la cortina y da en sus pechos, mientras ella prepara el agua dentro del recipiente que soportara todo ese calor solo para que el agua hierva y pueda mezclarse con los granos de café ya secos y triturados por una máquina bien conveniente que sabe exactamente como triturar el café ya seco.

La luz no solo tocaba sus pechos, tal vez también un poco de su rostro, ese rostro; Dalí te lo podría definir mejor, usando un par de sillones y almohadones rubies, una puerta colocada en el preciso lugar que asemeje su cabellera y un sin fin de tiritas que ilustren sus largas cejas; yo la definiré como al cielo y el infierno al mismo tiempo, no hay intermedio con ella como en las obras de teatro, solo fuego y una paz en esa mirada y en esos dientes que te muerden, porque si que te muerden.

Muerden igual que mi ego, al cual tengo por colega ante todo, soy él, él es yo, y yo lo comprendo, lo acepto y me define, pero soy más y él me hace más.

Las estrellas ya no son lo mismo pensó en voz alta…

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