Capítulo 1

Abro los ojos lentamente y me giro a la derecha para mirar el reloj que hay en mi mesilla. Las cinco y media. Como de costumbre mi reloj biológico no me permite dormir mucho más de cinco horas, seis si tengo suerte. Poco a poco me voy acostumbrando a la tenue luz que entre por el ventanal de mi cuarto, aún no ha amanecido. Las sábanas de la cama están comenzando a producirme claustrofobia por lo que las aparto de una patada y me incorporo. Tomo una bocanada de aire y me bajo de la cama. El suelo frío hace contacto con las desnudas plantas de mis pies y eso ayuda a que me despeje un poco y a que un escalofrío recorra mi columna vertebral. Hoy he tenido suerte de que la razón por la que me he despertado no haya sido una de mis neuróticas pesadillas, y cuando digo neuróticas me refiero a esas que tienen sangre y demás efectos gore. Cruzo la habitación hacia el otro extremo donde una enorme puerta de madera corredera esconde mi armario. Está llena de fotos. Digamos que me puedo denominar fotógrafa esporádica. Me gusta captar momentos y que nadie lo sepa. Observo una foto de mi padre afeitándose, otra de mi hermano riendo a carcajadas y otra de mis dos mejores amigos observando un cuadro en el Seattle Asian art Museum. Momentos robados que no puedo evitar fotografiar. La verdad es que se me daría bastante bien ser detective, o asesina en serie quien sabe. Abro la puerta del armario y el caos se cierne sobre mí. Soy una persona bastante organizada pero no soporto ordenar el armario. Simplemente no puedo. Ordeno la ropa pero a la media hora, menos incluso vuelve a estar como antes así que simplemente lo dejo tal cual. Abro un cajón y saco unos pantalones viejos de chándal junto con una sudadera de Palm Beach. Me lo pongo con bastante parsimonia y salgo de la habitación sin hacer ruido. Mi cuarto está en el ático. Una planta entera enorme para mi sola, supongo que son las ventajas de estar loca. Lo malo es que todos los días tengo que bajar y subir tres tramos de escaleras. Intento no hacer ruido para que Richard no se despierte y me empiece a hacer esas estúpidas preguntas que él hace. Llego sana y salva hasta el salón y lo cruzo sorteando todo aquello que pudiera tirar como si fuera un campo de minas. Soy bastante patosa. Abro la cristalera que da al patio y por fin respiro el aire fresco del 15 de septiembre. En Seattle siempre suele hacer frío y ahora que los meses de “calor” han acabado la brisa mañanera me cala en los huesos. Cruzo el patio entero para llegar a la caseta de madera del final. El estudio de pintura de mi madre, ahora el mío. Desde muy pequeña adoro el arte, ya sea pintura, escultura o cualquier otro tipo de representación. Con cuatro años mi madre me llevaba con ella a su estudio y mientras ella pintaba yo me pasaba las horas mirándola e intentando imitarla, me fascinaba. Cuando ella se fue simplemente hice del estudio mi hogar. Al principio no salía de allí y frustraba todo mi dolor en el arte. Abro la puerta y el fuerte olor del óleo al que ya estoy tan acostumbrada inunda mis fosas nasales. El estudio dispone de una enorme mesa de metal con varios taburetes desperdigados, hay en una esquina un fregadero y un botiquín. La pared oeste está repleta de espejos de todos los tamaños y con toda clase de formas y marcos. Mi madre solía decir que le relajaba verse pintando y que de ese modo se podían admirar las distintas perspectivas de lo que estaba pintando. Al principio yo no le veía ni pies ni cabeza a esa teoría pero en cuanto empecé a pasar las horas en el estudio no podía evitar parar de mirar los espejos. En la pared se encuentran la gran mayoría de las obras apiñadas unas encima de otras además de los caballetes y dos grandes aparadores donde guardo todos mis utensilios de pintura. La mesa, o el “Creador” como a Jace le gusta llamarla está repleta de bocetos por todos los lados, además de botes de óleos, lapiceros, carboncillos y hasta un clínex usado. Recojo el clínex y lo tiro a la papelera antes de sentarme en el taburete que decoré con seis años. Siempre me siento en ese, supongo que ya es una manía aunque el hecho de que ponga mi nombre también ayuda. Observo el boceto que dejé ayer sin terminar. Cojo uno de los pinceles que tengo al lado y me improviso un moño atravesando el pincel para sujetarlo. Cojo otro pincel, bien limpio por supuesto, no como mi armario. Mojo el pincel en agua y después en las acuarelas Van Gogh que me regaló mi hermano hace un par de meses y me pongo a dibujar.

Como siempre cuando dibujo, pierdo la noción del tiempo y cuando me quiero dar cuenta miro el reloj para observar que son casi las siete de la mañana y Sasha pasará sobre y media para recogerme. Mierda. Salgo corriendo del estudio y cuando estoy subiendo las escaleras me choco con mi padre que parece asombrado de verme.

-Buenos días Richard. –digo casi arrollándole por medio de la escalera.

No me giro a escuchar su respuesta y sigo camino arriba. Me voy desvistiendo mientras llego al ático y cuando llego estoy casi desnuda. Me meto al cuarto de baño y pongo el reproductor de música mientras me meto a la ducha. La única y aguda voz de Mika suena por el altavoz y sonrío al pensar que qué mejor canción para empezar un lunes que “Grace Kelly”. No sé por qué adoro esta canción, pero creo que es una canción muy adecuada para subirme el ánimo el primer día de clase. El agua cayendo a presión sobre mis músculos me proporciona una sensación de paz y respiro profundamente. Podría quedarme aquí toda la vida, en serio. Me cho champú en la mano y comienzo a masajearme la cabeza rápidamente. Cinco minutos después estoy secándome el pelo. ¿Debería cortarme el pelo? Abro el terror y me horroriza pensar que tengo que elegir la ropa. Me da mucha mucha mucha pereza. En el terror destaca todo porque está hecho una broza, pero además de eso lo que más destaca es el negro. Amo el negro por encima de todos los colores, creo que pega completamente con mi personalidad. Miro la pila de pantalones negros que hay en el lado izquierdo y escojo unos vaqueros con el bajo un poco deshilachado, pillo una camiseta blanca de pico y mis botines color café. Miro al ventanal para ver el cielo y veo que está un poco gris. Tal vez debería llevar un jersey fino o algo. Cojo el primero que pillo que resulta ser uno que me regaló mi hermano y cojo el bolso que por amor al arte se me ocurrió preparar ayer. Me doy un último vistazo en el espejo y me dirijo a la puerta. Bajo las escaleras de tres en tres y llego a la cocina pensando en el hambre que tengo y en todo lo que voy a desayunar a tiempo de oír como mi mejor amiga se alía con el enemigo:

– ¿Cómo está? Le he hecho alguna que otra pregunta por encima pero no me quiero propasar porque sé que no le gusta nada hablar de esas cosas.

-La doctora Meyer me ha comentado que no hay ningún progreso, Emery no quiere hablar de ello. Si tan solo tú o Jace pudierais convencerla haría las cosas mucho más fáciles. Sin embargo, sé que tampoco es fácil para vosotros. No sé Sasha, ya no sé qué más hacer. – mi padre se pasa la mano por el pelo y después se pellizca el puente de la nariz.

Una pinchada de culpabilidad invade mi pecho y por un momento siento pena por mi padre, porque él no se merece algo así. A pesar de eso la pena me sura poco porque el hecho de que estén hablando a mis espaldas como si fuera una niña de trece años me cabrea muchísimo. Yo soy la que tendría que decidir si quiere o no quiere ir al psicólogo, ¿qué saben ellos? Doy dos golpecitos a la puerta y ambos se giran a mirarme con caras de asombro y horror a la vez. Mi mirada de desdén debe de notarse a cinco kilómetros a la redonda porque tanto mi padre como Sasha agachan la cabeza enseguida.

-Adelante Richard sigue hablando de mi trastorno, sabes que me encanta.

Mi padre evita mi mirada y me da un termo con lo que supongo que es café y un bollo de mantequilla. Mis arterias gruñen por la gran cantidad de calorías pero yo sonrío como un bebé. ¡Qué le den al colesterol! Miro a mi padre le saco la lengua y antes de que pueda decirme nada agarro a Sasha y salgo por la puerta de mi casa. Noto la incomodidad de su mirada en mi nuca y sé que está esperando que la ataque de un momento a otro y es lo que quiero hacer precisamente. Sin embargo, me ciño a tragarme la ira y me giro con una gran sonrisa:

-Tía no tengo nada de ganas de empezar este escalofriante año. ¿Viste la publicación de ayer de Macie Krum? Acaba de romper con ese novio con el que estaba ahora y ponía literalmente que estaba dispuesta a darlo todo este año. Con darlo todo ambas sabemos a qué se refiere ¿verdad? Madre mía creo que este año va a dar que hablar.

Sí, lo sé. Estoy cotilleando y yo nunca cotilleo. La cosa es que sé que Sasha va a sacar el tema en cuanto me calle y la idea de hablar sobre mi querida colega la doctora Meyer no me da ni un poquito de placer, cero. Sasha está a punto de abrir la boca y antes de que lo haga le pongo un dedo en los labios y digo con una enorme sonrisa:

-No Shas, si crees que hablar de eso me ayuda, quiero que sepas que no me lo hace en absoluto. Únicamente me hace recordar que desde que mi madre murió mi vida ha sido una jodida bola de mierda llena de caca, sí Shas, caca y que además de eso estoy como una puta cabra así que empieza a hablarme de la telenovela que ves con tu madre o vas a obligarme a seguir hablando de Macie Krum y créeme cuando te digo que no hay nada que me apetezca menos en este momento que hablar de ello.

Sasha se queda con ganas de decirme algo, pero se traga su orgullo y comienza a contarme como Rosita Montoya ha descubierto que su hermano mellizo no es otro que su amado Roberto Fernando. Cuando llegamos, la parada ya está llena de estudiantes, tanto de primer curso como de último. Y allí veo a mi super hiper mega mejor amigo Jace, y es que es así como a él le gusta que le denomine, pero obviamente no lo hago. Llevamos juntos desde siempre y es mi persona favorita en el mundo. Mi historia con Jace es como cualquier novela de amor adolescente solo que en nuestro caso el amor que sentimos el uno por el otro no tiene nada que ver con amor carnal ni nada así, es algo como amor fraternal pero más intenso. Me gusta decir que es mi persona. Me ha salvado más veces de las que podría contar, y sí, no me he equivocado, me ha salvado. Creo que somos tan sumamente compatibles como el fuego y la lluvia, pero eso hace que nuestra amistad sea tan fuerte. Jace es una de esas personas que destaca sin quererlo, simplemente pasa a tu lado y no puedes evitar mirarlo fijamente y todo puede ser por varias razones, pero la más fácil por así decirlo es porque está buenísimo. Es uno de esos hombres que esperas ver en las puertas de una tienda de Abercrombie & Fitch con un bañador rojo. Hoy lleva unos vaqueros ajustados con unas vans rojas y una sudadera gris que le ciñe los músculos y le queda exageradamente bien. Otra de las cosas por las que le adoro y le admiro es porque no le importa ni un poco gritar a los cuatro vientos que le gustan los chicos. Puede parecer cualquier chorrada que le admire porque ya que estamos en el siglo veintiuno con el progreso la aceptación y bla bla bla la gente no debería de tener problemas en hablar sobre su sexualidad. ¿Sinceramente? Yo no me lo trago. Por mucho que se haya progresado en la aceptación del círculo LGTB sigue habiendo una enorme cantidad de personas que no son capaces de verlo como algo normal y lo censuran, por eso el hecho de que gente como Jace rompa con los estereotipos puede aportar seguridad para otras personas que aún no lo han conseguido. No sé, a mí me parece admirable que personas como él se enfrenten así a la sociedad. Al vernos se acerca a nosotras y se me escapa una risilla al ver como unas cuantas chicas que supongo que son de primero se le quedan mirando embobadas. Seguir soñando pibitas.

-Buenos días preciosas, ¿preparadas para el último y asfixiante año de clase? –su sonrisa invade su cara.

Sasha sonríe ampliamente y se agarra al antebrazo de Jace.

-Yo desde luego, ya me he hecho un planing con las asignaturas y los talleres a los que me apuntaré. Por supuesto también me presentaré a presidenta del consejo así que ya sabéis, votad a Sasha.

Me tapo la cara con las manos, esta chica es demasiado. No he conocido nunca a nadie tan enérgica y dispuesta a todo como Sasha. Da igual lo que sea, le encanta probar cosas nuevas y destacar. En eso Jace y ella son iguales. A veces me pregunto cómo los tres podemos encajar tan bien cuando somos completamente diferentes.

-Vale Shas, ya sabemos todo lo que quieres hacer, ¿y tú Thena? -Jace me mira con cara de curiosidad.

El apodo de Thena viene de hace tiempo, cuando Jace se enteró de cual era mi nombre completo. Al parecer le encantó el hecho de que me llamara Emery Athena Clarke, cosa que, a mí, no me entusiasma demasiado. Mi madre quería llamarme únicamente Athena, ya que decía que su hija iba a ser la persona más sabia e inteligente habida en la tierra. Gracias a dios mi padre logró convencerla de ponérmelo como segundo nombre. Mi madre era una amante de la mitología griega, adoraba leer cualquier cosa sobre las leyendas. Solía decir que era como una telenovela leer los enredos amorosos de los dioses. De esa forma consiguió conquistar mi curiosidad por la mitología griega también, solo que en mi caso más que por la lectura fue por el arte. Podía pasarme horas y horas contemplando cada uno de los detalles de los cuadros y esculturas. El caso es que a Jace le encantó el nombre de Athena e insistió en llamarme así. Cuando le hice un moratón en el brazo después de golpearle cada vez que me lo llamaba decidió llamarme únicamente Thena. No sé por qué lo acepté.

– ¿Yo? Pues veras Jace, este año he preparado un montonazo de cosas mega guais. -lo digo mientras imito el tono de entusiasmo de Shas que al darse cuenta me da un codazo. -Voy a buscar el rincón más oscuro del instituto, pero espera que eso no es lo mejor, lo mejor es que voy a pasar ahí el año entero. ¿A qué suena genial?

Jace suelta una sonora carcajada y Sasha no puede evitar sonreír también. Se ríen, pero ambos saben que voy completamente en serio. Por la esquina aparece el autobús y cuando para subimos. Yo suelo sentarme sola y Jace y Sasha se sientan juntos. Me siento sola porque me gusta escuchar música cuando voy en un autobús y no ponerme a hablar. Se podría decir que soy un poco antisocial. Miro a mis amigos que van entablando una animada conversación a saber de qué mientras yo escucho a Édith Piaf con su hermosa voz cantando La vie en rose. Mi madre solía poner esta canción en el estudio. Me centro en mirar por la ventana y ver pasar a los coches.

No me resulta nada excitante la idea de empezar un nuevo año, haber, sé que no suele apetecerle a nadie, pero a mí menos. Haber, me explico. Soy de esas personas a las que no le llama la atención hacer nada típico de lo que hace la gente de mi edad. No me gusta ir a fiestas, no me gusta el fútbol americano (si hablamos de deportes en equipo prefiero el hockey), tampoco me gustan las típicas actividades de instituto como bailes, lavados de coches en bikini y animadoras, sobre todo animadoras. Todas esas estupideces se las dejo a las pelis estilo High School Musical o Bring it on. No me gustan ese estilo de institutos. Yo no estoy metida en ningún club ni hago nada que resalte, no por nada en especial, sino que no me gusta. El único club en el que pensé entrar fue en el de natación, pero al pensar en participar en competiciones delante de todo el mundo me supuso tanta presión que me eché para atrás. Sin embargo, después de todo este pedazo de discurso sobre las típicas cosas de instituto y lo poco que me gustan viene la LOCURA/MEGAESTUPIDEZ más grande de todas y es que estoy terriblemente enamorada del chico más popular de todo el instituto, Hunter “tío buenorro” McKibenn. Rubio, alto, ojos verdes, cuerpazo, vamos, un pivón de los pies a la cabeza. Lo sé, lo sé ¿menudo cliché no? Que la chica a la que no le gusta destacar le guste el tío más popular y etcétera, pero lo mío no es así. Sí, también sé que todo el mundo suele decir que su amor es diferente al de todos los demás que si es más intenso y todas esas chorradas. En cambio, el mío no es diferente a ese nivel, el mío es diferente porque yo no espero nada de Hunter. No espero que salgamos juntos ni tampoco que nos casemos y tengamos preciosos niños de ojos verdes. Bueno sinceramente cuando tenía quince años sí que fantaseaba un poco con lo de los niños de ojos verdes, y una enorme casa, y un perro. Probablemente sería un Golden retriever blanco como los perros que tienen todas esas familias de cuento. Ahora lo pienso y me río, no me gustan los perros. Nada de nada. Odiadme. Soy amante de los gatos y de los peces. Los gatos porque se limpian solos y los peces porque no hacen ruido. ¿Práctico verdad? Me gusta lo práctico, por eso no me resulta nada de nada rentable querer algo con Hunter. ¿Problemas?

Problema número uno: Nos conocemos prácticamente de toda la vida, pero actúa como si no lo supiera.

Problema número dos: el forma parte de la súper élite del instituto y yo estoy en la casta más baja (ojo que eso no es que me importe, la verdad lo prefiero así).

Y problema número tres: Stacy Parker, su novia desde hace ………… años. Y creerme cuando os digo que es un puto demonio. Ahora saldrán los típicos comentarios de ¡CELOSA! No, celosa no. Bueno a ver, tal vez un poco pero no le llamo demonio por eso. Volvamos al instituto de película, ¿la típica rubia animadora que no hace más que hacer putadas a los demás? Esa es Stacy. Disfruta viendo como los demás tiemblan de miedo al pasar a su lado y como la miran con envidia y admiración. Yo prefiero no mirarla ya que cada vez que lo hago está metiéndole la lengua a Hunter hasta el estómago. Literal. Creo que debe ser una especie de lagarto o algo porque parece que estuviera a punto de absorberle como una aspiradora.

El autobús para, gracias a dios, por última vez y me da por mirar a la puerta. No me jodas. ¿Le he invocado? ¿Qué narices hace Hunter McKibenn en el puto autobús? Tiene coche así que no lo entiendo. No. No. NO. Su mirada va buscando asientos libres hasta que topa con el que hay al lado mío. Mierda. Me está mirando detenidamente.

-¿Puedo sentarme? –me pregunta con sus labios carnosos y terriblemente sexis.

¿Qué coño? ¿Acaba de preguntarme que si se puede sentar? Joder, joder. Por la cara con la que me está mirando yo diría que está esperando a que le responda:

-Eh, claro –contesto algo nerviosa y moviéndome al asiento de dentro para dejarle espacio.

Se sienta en el asiento y deja su mochila bajo los pies. Parece algo nervioso y se frota las manos una y otra vez.

-Hola.

Me acaba de decir hola. Sí señoras y señores. Hunter McKibenn que lleva sin dirigirme la palabra años me acaba de decir hola y ¿qué hago yo? Cagarme viva.

-Hola. -mi voz sale tan pequeñita y baja que me cuesta pensar que me haya oído.

No le miro. No puedo hacer. ¡DIOS MÍO! Estoy comportándome como una maldita colegiala.

– ¿Qué tal te va todo Em?

¿Em? Madre mía mis bragas. ¡Emery concéntrate!

-Bien. -Parezco un robot contestando, pero tampoco se me ocurre otra forma de cómo hacerlo. – ¿A ti?

-Guay.

Esta conversación está siendo rara, tan rara que hasta a mí me resulta incómoda y eso que yo soy la reina de lo raro. Lo primero de todo y más importante, ¿por qué narices se ha sentado a mi lado? Me giro disimuladamente y observo como aún quedaban asientos libres por la parte de atrás. No lo entiendo. ¿Está enfermo? ¿Tal vez drogado? Por el rabillo del ojo veo como Jace y Sasha me miran con cara de asombro e intriga. ¡Si chicos! Yo tampoco tengo ni puta idea de que está pasando aquí y no mola, no mola nada. Me vuelvo a mirar a Hunter y me encuentro con sus ojos verdes mirándome fijamente. Me intimida tanto que no puedo evitar preguntarle:

-¿Pasa algo?- se queda sorprendido creo, no se esperaba que le preguntara eso.

-Eh, no, no.

Y entonces tras lo que me ha parecido una eternidad llegamos a nuestro “adorado” instituto, menos mal. Hunter se levanta rápidamente del asiento (casi parece Sasha cuando hay rebajas) me hace un leve gesto con la cabeza para despedirse de mí y baja del autobús. Miro al frente y después miro al asiento donde hasta hace unos segundos estaba reposado su bonito culo. ¿Qué narices acaba de pasar aquí? Y, además, ¿qué bicho le ha picado a Hunter McKibenn? Mi cabeza le da vueltas una y otra vez hasta que las fuertes manos de Jace me sacuden ligeramente:

-¡Emery!

Le miro pestañeando con incredulidad, creo que aún estoy flipando. Jace me tiende la mano para ayudarme a levantarme mientras Sasha se tapa la boca con la mano para no caerse de la risa aquí mismo. Pero ¿qué me pasa? Cuando por fin conseguimos bajar del autobús Jace me suelta y me mira interrogativamente.

– ¿Qué demonios ha pasado ahí dentro Thena? -dice Jace riéndose.

No tengo ni la menor idea de cómo contestar a eso. ¡Qué demonios! Nadie en su sano juicio sabe cómo contestar a esto que acaba de pasar.

-No lo sé chicos, pero tampoco tengo prisa de saberlo, ha sido demasiado extraño. -un escalofrío recorre mi piel al recordar los ojos verdes de Hunter en mí – Parecía como que quisiera decirme algo, no sé, son paranoias mías ya sabéis.

A la vez que lo digo hago un gesto circular con los dedos a los lados de la cabeza como para indicar que estoy más para allá que para acá. Jace me mira algo confuso, pero sonríe a la vez. Me pasa un brazo por los hombros y me da un beso en el pelo. Sasha está hablando con un par de animadoras que se han acercado a saludarla y a preguntarla por no sé qué rollos de los comités y esas mierdas. ¿Cómo narices puede Sasha aguantar tanta presión? Yo creo que estaría calva del estrés ya o me habría ido a vivir a las montañas, sin animadoras, sin Instagram y sin Hunter, sobre todo sin Hunter. Aún quedan quince minutos hasta que toque el timbre de entrada por lo que Jace y yo nos dirigimos a la gran explanada de césped donde se encuentra el campo de fútbol. Nos sentamos en las gradas bajas y doy un sorbo a mi café. Jace mi mira levantando una ceja.

-¿Te has levantado con prisas?

Evito su mirada pues sé que me ha pillado. Jace odia que no le cuente mis problemas con el sueño, pero sabe que me es imposible dormir más. Me enrosco un mechón de pelo en los dedos y miro a todos los sitios menos a sus ojos. Pregunta incómoda en tres… dos… uno…

-¿A qué hora?

Suspiro y le miro con el ceño fruncido.

-Jace ya sabes que no me gusta… -sus ojos se entrecierran y pongo los ojos en blanco. –Cinco y media y no, no he tenido ninguna pesadilla. Simplemente me he despertado y sabía que no iba a poder dormir más. Así que no montes un drama.

Pego un mordisco al bollo y miro para otro lado mientras observo como los alumnos se van reuniendo en pequeños grupos y hablan animadamente. Yo no suelo hacer eso, no por nada, pero mis únicos amigos de verdad son Sasha y Jace y a ellos no paro de verlos durante todo el verano. He de decir que no lo envidio, mantengo a mí alrededor a las personas que de verdad me importan, no necesito un gran número de amigos vacíos, no sirve de nada. Jace me mira y sé que está preocupado.

-Vamos Jace, quita ese gesto. –frunce el ceño otro poco y sigue mirándome. –Sabes que no puedo remediarlo, y me niego a tomar pastillas otra vez, solo me hacen sentir peor.

Jace asiente, sé que está de acuerdo en que no tome pastillas. Ambos sabemos que la última vez no acabó exactamente bien, y con que no acabó bien me refiero a que tuve una breve visitilla a un hospital para un lavado de estómago, sí, así soy yo. Tampoco es que quisiera matarme, bueno para ser sincera en esa época no me importaba mucho el hecho de morir. Sin embargo, tan solo quería probar mi cuerpo, ver hasta dónde podía llegar. Jace me encontró en mi habitación medio desmayada, solo teníamos quince años. Jamás le había visto tan asustado, cabreado y abrumado a la vez. A cualquiera le sorprendería saber la de palabrotas que se pueden decir a lo largo de un minuto, estoy segura de que si alguien hubiera visto a Jace este habría entrado en libro de los récords Guinness. Después de eso no se separó de mí por dos semanas. Se trajo dos maletas enormes a mi casa, una llena de ropa y otra llena de bolsas de palomitas de mantequilla y películas de comedia adolescente/romántica de esas típicas de instituto. No existen películas que odie más, en serio. Me hizo ver todas y cada una de ellas y había como cincuenta películas ahí. Ese fue su castigo por “hacer el puto gilipollas como si no tuviera nada que perder” o así es como lo decía él cada segundo. En realidad le amo por eso, otra persona se habría asustado, habría salido corriendo al ver a su mejor amiga jugar con su vida de esa forma, pero Jace no. Es un puto ángel. Desvío la mirada hacia las escaleras de las gradas y veo como Sasha se acerca sonriente a nosotros. Se sienta y me arrebata lo que me quedaba de bollo y sin pensarlo se lo come.

-Maldita.

Esta sonríe plácidamente.

– ¿Bueno qué? ¡Moved el culo! Empieza nuestro último año chicos y cada uno de los momentos tiene que ser memorable.

Jace y yo sonreímos a la vez y nos levantamos para seguirla. ¿Memorable? Ya lo creo.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS