LA FURIA DE CARLITOS

Carlitos levantó su Arco y lanzó a su tropa un grito lleno de coraje para resaltar su posición de líder, y dar la orden que definía una batalla que apenas iba a empezar: “¡Al ataque!”. Extendió sus alas y sobrevoló el campo, y arremetió con flechas desde el aire a los enormes enemigos que, uno a uno, fueron cayendo al suelo. Lo atacaron, pero ninguna lanza penetró su armadura y entonces los hostiles se empezaron a acobardar tan solo con la rigidez de su mirada. Se situó al frente de la horda y, en un instante, acabó con cien gigantes, y a éstos le siguieron cincuenta monstruos que terminaron arrodillándose ante la magnitud de su poder. Luego subió al barco con su tropa porque se acercaban las perversas ballenas que envió el Emperador de la Maldad. Se paró en la punta delantera del navío y ordenó a sus soldados que alistaran los cañones; y las bestias, al llegar, saltaron al aire formando una sombra sobre ellos que se veían diminutos ante el gran tamaño de sus enemigas, pero todas cayeron porque la furia de Carlitos no tenía límites.

La policía estaba en la entrada del apartamento de donde provenían los estruendos. Avisados por una vecina, tenían sospechas de que algo horrible estaba sucediendo allí dentro. El comandante dio la orden de abrir la puerta y todos entraron con mucha cautela; uno tras otro, haciéndose señales para avanzar, y con un temor tan notable que se percibía en su respiración. Encendieron la bombilla y todos tragaron saliva imaginando que sucedería lo peor. Las cortinas estaban rasgadas, los jarrones rotos en el piso, el sofá de terciopelo destrozado y hecho una fiesta; la mesa del comedor con los soportes partidos, la tina de baño en la mitad de la sala, y un niño, en medio de ella, levantando una cuchara con su mano y gritando estrepitosamente como si estuviera dirigiendo una batalla naval.

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