KIOSKO-BAZAR SALVAJE de la comunicación. Para ser más exacta.

Así soñábamos, cuando entramos en aquel bazar salvaje. No sé si nunca se llegaría a cumplir pero lo vi desde el cruce. Subíamos la cuesta discutiendo, como siempre, de lo mismo. El caso es que ya iban varias mañanas que me había parecido leer kiosko, desde el cruce, pero me costaba acercarme, como si eso que viera, no tuviera importancia. No fuera verdad. No sé ni de dónde he sacado las varias mañanas, que más de tres eran para mi un exceso. Como para acercarme a mirar, pero ahora, desde el cruce y en la cuesta, leíamos BAZAR palpitado en un neón, justo como lo había imaginado, justo debajo de KIOSKO. Kiosko – Bazar. ¡Entremos! Y entramos. En la mancha siempre los confundíamos, aquellos verbos.

Entramos es en pasado, pero un pasado muy cercano. si fuera muy lejano, aprendí ahora en Galicia que se dijera, como en si en el futuro entráramos, nos parecía bien, por qué no iba a estarlo si las viejas lo decían y las madres lo entendían. Pero luego llegó la tía Teo, que era profesora, a poner orden, pues era su deber como docente, además de su vocación – que no siempre coinciden – iluminar como el letrero del bazar-kiosko – que no corregir, nuestras inocentes pero oscuras sendas como listilllos rurales.

Ya éramos listillos, pero todavía decíamo entremos en pasado para decir que hace muy poco que acabábamos de entrar en cualquier sitio, real o imaginado, como este bazar salvaje de la comunicación que alumbra por la noche el kiosko que no quisimos ver por la mañana.

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