Algunas disquisiciones poéticas introductorias:
Pienso que me da asco pensar en mi abuelo, el reflejo infame de los hombres y su civilización condenada a la barbarie, y que condena a su progenie a la locura, al negro sentir sin salida.
POEMA
Desde ese pasillo de la
estrechez humana
Dejaveu
que se resuelve, seguro
en la duda y siempre
de fiel modo
en la persona querida que dice
que no entiende,
y se repite, de nuevo.
Contándome a mí misma
que es un sueño
repetido
que sé cómo termina
y, no lo hablo,
pienso algún día escribir
para mostrarlo
exponiendo el pasillo que me
existe, cuando concluyo
que es
otra vez
lo mismo
como si hubiera una paz
escondida,
que espera ser descrita
y que se asoma
cuando vuelve
a no entenderse
lo que digo.
Mientras canto, tú sueña
que yo escribo,
sobre el sueño que vivo
y ya no encuentro.
Por eso no pronuncio
en el momento,
todo lo que me sé ya deste invierno.
Que el poema no triunfe
es el posible,
problema
final
de mi corriente.
Más si no fuera mediante
el tiempo mediante
hubiera comentado
y no descrito,
el tiempo que no vino,
y que repito.
Porque antes lo soñé y
no pude oírlo
de mis labios salir
para avisarte.
Que se repite el rumor,
y el pasillo,
se ejecuta certero
y no hay sentido
que guíe este vagar
del alma al habla.
Trapecio del seguro pensamiento
arrójame al vacío de las palabras.
Cobarde soy para emprender
con hechos,
las sombras del pasillo
en que concluye,
el sueño repetido
que me muestra
que las palabras
sobran, más que
cuestan.
He tenido que llegar a simbolizarlo para pensarlo sin culpa y sin regodeo.
No pensaba que sería tan efectivo el entierro ni tan urgente y dolorosa la desumanción. Humo en mi cerebro. Fume en el mundo. ¡Lumbre! ¡Alumbra nuevos amores! Nuevos castros a estos cimientos podridos. Y ceniza, una explosión de cenizas. Los recuerdos me asestan golpes, que se vuelven amnesia, y cuando quiero recordar hay sólo humo, y cuando quiero imaginar, recuerdo.
Y no me avanza más este pasillo, pero a poquitos, consigo imaginar que esta condena, la maldición que nos trajo este locura, es reversible, ya no para mi, pero si para todas las que estar por vernir, si empleamos lo recordado a golpes, a lo nuevo.
Para no tener que salir en los libros de historia, ni ser la novela de una familia fundadora que abusa de una gran mentira, prefiero pensar que la palabra y la historia no son útiles sólo en sí mismas, sino multiplicar su impacto como impulso en una nueva sociedad que sustente su cultura en pilares de comuunicación efectiva que nos obligue a explicar lo prohibido.
Vigilad lo prohibido para ver que por dentro le va la profesión. Procesionando va todos los días, pero no la vimos porque nos entretienen aquí, sacándole dobles sentidos a sus palabras. Resolviendo este puzle envenenado. Qué cínicos fueron, y qué soñadorxs somos. Enredándonos para no tener que oír que lo que llaman maldades no son más que el engendro de su mentira, que nos arrolla con sus modales insistiendo en la causa del dolor en los recuerdos. Corrigiendo nuestra imaginación, contaminando palabras y gestos que ya no sabemos cómo interpretar. Salvémonos de esta lumbre de su memoria y que ardan sus redes.
Cuanto más utilizo la escritura, más rabia siento por no poder todavía explicar las cosas que realmente atormentan mi mente y mi cuerpo, y no puedo dejar de resolver mi conciencia en una petición para el futuro: tenemos que aprender a comunicarnos, no curarnos de sus mentiras con el veneno que nos venden para ellas.
Puede que en este escrito no quede bien focalizada la culpa, la responsabilidad de los acontecimientos sigue involuntariamente diluida por mis conductos sanguíneos y apunta en direcciones bastante aletorias, porque más que apuntar explota. Explota cuando se me encoge el útero y me dan espasmos impidiéndome las relaciones sexuales que deseo, explota cuando a veces no soy capaz de cogerle el teléfono a mi madre y a mi abuela, sabiendo que no puedo ni intentar relatarles la verdad de cómo me encuentro. Explota sobre todo, cuando no consigo explicarme ni escribir, cuando no me creo quién soy ni qué es lo que quiero decir, me sumerge en un fango de dudas que se pegan a mi piel, y no exagero cuando digo que me pesan al caminar y se me meten en la garganta cuando voy a decir algo importante. Y cuando consigo desatragantarme y sacar algunas palabras, el pensamiento explota en una suerte de guerra generacional con ciertos matices (insuficientes matices) feministas, porque no sé exactamente en qué consiste el abuso, pero si sé que por mucho que digan los manuales de psicología, la responsabilidad se acaba diluyendo entre el engaño de los hombres adulto a la niña, de la niña por haberlo permitido, de la familia por no haberlo advertido, de la niña, adolescente, joven, adulta, por no haber dicho una palabra durante veintiocho años, imbuída en una guerra paralela contra todo lo que pueda reflejar ese abuso en otras secciones de la realidad sin necesidad de mencionar el todavía indescifrable acontecimiento. Y sobre todo contra esa situación es este escrito, contra la educación, la incomunicación generada a drede a base de mentiras y tabúes, que aún no sé si tiene que ver con la generación pasada o la presente, pero que sí está claro que está creada para el control. Y si soy sincera en el planteamiento, me parece que tanto el control, como el abuso, como la transferencia de la culpa y la responsabilidad son el modus operandi de los hombres y su sistema de opresión patriarcal.
Experiencia personal sobre cómo creo que le afecta la experiencia de abuso a mi vida:
A Corunha, Enero del 2017
Toda la explosión vino esta vez por sorpresa, gracias al estrés acumulado al convivir durante unos días con un hombre al que no podía soportar, y no sabía por qué. Un tipo que iba de simpático, pidiendo besos y abrazos continuamente aún a sabiendas de que tú no quisieras ni tuvieras ganas de dárselos, un tipo que iba de saberlo todo y le importaba bien poco arrasar con la energía de sus compañeras de viaje haciéndolas ir acá y allá, dando vueltas sin ningún tipo de sentido porque él, un hombre maduro y experimentado, conocía bien todo lo que había que hacer. Un tipo que se gastaba impunemente el dinero del fondo común en alcohol pero le parecía ridícula cualquier discusión a cerca de en qué y cómo gastar el pobre pero válido presupuesto con el que contaban él y sus dos compañeras para mantenerse durante esos días. Me hierve literalmente la sangre (tuve fiebre y me salió un herpes en el cara el día que escribí esto) cuando doy con un mosquito muerto, que abusa de lxs demás y ni siquiera se da cuenta, como mi abuelo, mi tío y el marido de mi tía creían estar en su derecho y seguramente no pensaban en estar causando daño alguno (porque no enseñaron a los hombres a asumir sus responsabilidades). Esta experiencia, y la relectura en ese estado ferviente de algunos escritos anteriores, me enlazó de forma involuntaria el pensamiento con mi absurda necesidad de simbolizarlo todo para no decirlo. No quiero simbolizarlo, no quiero hablar de «eso», ni volver a enterrarlo porque cuando no lo espero lo recuerdo y me destroza por sorpresa y cuando quiero recordarlo y lo invoco no estoy segura del barullo de sensaciones, imágenes, inseguridad y culpa que me manda mi cerebro haciéndolo pasar todo por supuestos recuerdos.
Sé que el único modo de seguir adelante es incorporar a mi discurso el acontecimiento, sin simbolismos, sin dudas y sin palabras prestadas. Como me ha gustado y me ha liberado hacerlo con todos sus tabúes, sus mentiras y sus hipocresías. No del todo aún con las mías propias. Creo que la escritura no ha de ser solamente un instrumento para mejorar nuestro estado mental, y nuestra economía personal. La escritura, la palabra, la comunicación es una cosa mucho más importante, la comunicación habría de ser nuestro único estandarte cultural. Ella misma y sus procesos. Creo también que la sinceridad completa es la difícil y única condición de posibilidad de la comunicación, y que sólo una comunicación efectiva es capaz de generar asociaciones, y a mayores, sociedades justas. Y que mi vocación es explicar y aplicar lo mejor posible esta relación para analizarla quisquillosamente, teniendo en cuenta, la importancia de las emociones y su casi inefabilidad, y poder decir que con ello estoy cambiando el mundo. Un mundo justo ¿cómo va a luchar por un mundo justo, entendiendo como eje de lucha la sinceridad alguien que no es capaz de reconocer que su tío, su abuelo y su otro tío le tocaron el coño, en momentos distintos de su vida entre los ocho y los doce años? (Esta parte del discurso está en tercera persona y sin más detalles) Dos veces, una vez, dos veces, alguna negación y una buena ostia como colofón final de las tres o cinco experiencias en una. Es lo único que puedo contar con orgullo de esta historia. Autodefensa, violencia y lucha. Tarde o pronto. ¿Contra qué? ¿Para qué? ¿Cómo? Y lo cierto y más increíble es que tampoco me me pareció que me importara tanto (estoy traduciendo a primera persona al transcribirlo) porque al parecer recuerdo (al parecer) tener (al parecer) problemas más importantes, problemas de niña, y de incomprensión del resto de niñxs hacia casi cualquier cosa que se me ocurría contar o preguntar, una resistencia bastante férrea a la obediencia y mucho gusto por discutir con cualquier autoridad. Muchos problemas con las personas adultas, muchos problemas con los chicos, muchísimos problemas de credibilidad y entendimiento con los hombres adultos. Muchos complejos y bastante tiempo de soledad y de llantos. Problemas de adolescente, algún que otro complejo ya más localizado, y algún que otro vómito, algún que otro ataque de ansiedad y una enfermiza manía a la manía de las personas adultas a no dar explicaciones de sus órdenes y supuestas enseñanzas, alguna que otra mala nota, luego, los primeros fogosos y engañosos amores después, y tresmil revoluciones en cerebro siempre.
O porque nos habían secuestrado las palabras.
El tabú sobre el sexo, lo intocable de la estructura familiar y una perfecta combinación entre ambas convirtieron éstos que para mí eran extraños episodios en un secreto bien guardado que poco a poco va saliendo entre torpezas, convicciones y ataques de histeria.
Nunca tuve tiempo de practicar con la sinceridad originaria porque mi vida está sumergida en esta gran mentira-ocultación. Y no la soporto, y eso me hace observar como feroces lobos las mentiras del resto. Y creo que hay demasiadas, que están por todas partes, que nos hacen daño. Es más, creo que en cada mentira existe un abuso. Que están creadas para sustentarlos, y que mentiras y abusos, hay de demasiados tipos. Pero resulta, que mi problema ahora es este, y no sé si estoy por fin atajando la enfermedad que me causaron tres hombres infames de mi familia o cambiando el mundo.
Creo que la sinceridad es la condición de posibilidad de asociaciones y sociedades más justas.
Compruebo la relación que el no seguimiento de esta premisa tiene con los mounstruos del sistema capitalista, con el sistema familiar, la hipocresía, la jerarquía, la censura, la opresión de los hombres-estándar a las mujeres y a cualquier otro tipo de personas que no sean como ellos. De unas razas, culturas, sociedades y de unas ficciones raciales y sociales hacia otras. Me vuelvo a repetir todas estas cosas cuando tengo cualquier rato de reflexión y no sé si estoy segura de lo que pienso, porque para empezar no soy capaz de comparar la seguridad y la inseguridad. Siempre acaba dependiendo de mi estado de ánimo, y éste de muchos factores materiales y ambientales como que ahora estoy frente al mar, sola, tenía una libreta para apuntar todo esto que vierte mi cerebro febril y de que me han dejado un bolígrafo, porque el que tenía se acaba de gastar. De no ser así, seguiría llorando, y dudando, y preguntándome si no he convertido mi problema en el problema del mundo, y los problemas del mundo en mi problema. Por capricho o por enfermedad. Ya están aquí la inseguridad y la culpa. Ya sé que son síntomas pero no quiero pensarme como una enferma sino como una luchadora. Y veo que este mundo es un psiquiátrico gigante y no quiero sus medicinas ni sus terapias sino quemarlo todo. Empezar sin mentiras, sin abusos y sin censuras. Y estoy en guerra, en guerra contra la familia, contra los psicólogos, contra las cárceles, contra la universidad, contra la educación, contra los anuncios de la tele, el marketing, la estadística, las industria textil y la cosmética, el congreso de los diputados, el parlamento europeo, los horarios, contra hacer la cama, y en contra de cualquier cosa que huela a tradición, a costumbre y a norma, sobre todo si no están escritas sino inscritas en el comportamiento de las sociedades y comunidades donde tiene lugar cada nueva y singular vida que nace ajena a toda esa maraña de mentiras impuestas e incuestionables.
También estoy en guerra contra todos los hombres infames que gestionan este sistema de control y operan impunemente en él, y en contra de los mosquitos muertos que se aprovechan de estos desequilibrios . Me siento en una guerra contra un mundo de mentiras y me siento mal por haberme descubierto mintiendo tantos años OPRIMIDA ENTRE SUS ABUSOS Y SUS TABÚES.
Sé que podéis pensar que soy ni más ni menos que una víctima, habrá para quien signifique conocimiento de causa, y le de un baño de autoridad a las cosas que intento contar, habrá quienes me tomen por enajenada, y signifique la inhabilitación total para esto asuntos de la comunicación entre personas. En este constante juicio no sé qué coño soy, pero por fin estoy siendo sincera a duras penas, y no sé si quiero que después de esto se apaguen todas las luces de este continuo espectáculo de tortura cerebral, porque siento que tengo hoyos en las sienes, y muchísima angustia, y que esto que relato es de las vísceras y no produce más que confusión. Y veo el choque frontal de estos escritos con la claridad que imagino y deseo para las relaciones futuras.
No quiero curarme escribiendo porque no soy una enferma pero llevo ya demasiadas sesiones divagando en una oscuridad que me atormenta y que nada tiene que ver con mis deseos como activista. Sin embargo sigo haciéndolo a sabiendas de que me va a costar mucho saber quién soy ¿la que pregunta, o la que responde? Dialéctica maldita. No sé qué puedo hacer para que dejen de dolerme los recuerdos y escribir con claridad lo que tengo tantas ganas de explicar sin cuestionarme siempre si la culpa es del veneno o el veneno es de la culpa.
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