La niña de las pecas

La niña de las pecas

nancy mansur

05/11/2018

La niña de las pecas caminaba distraída por la vereda de ladrillos complexa. Se miraba los zapatos de cuero marrón pelados en las puntas por el roce y la falta de lustre.

Contaba ladrillos y trataba de no pisar las líneas divisorias.
Se imponía esos pequeños desafíos y luego se liberaba y salticaba, gorrión alborotando las copas de las moreras.
Debió haber sido algún octubre, el de sus siete años, alguno más o alguno menos, porque los árboles estaban atiborrados de moras negras. Se agachó y se puso a juntar algunas, estaban dulces.
Recordó que iba a la carnicería y se concentró en lo que debía pedir, cuando sorpresivamente sus ojos quedaron justo a la altura del ojo de la cerradura de una altísima y descolorida puerta de madera.
Era la casa abandonada y sintió curiosidad una vez más.
Se acercó y miró hacia adentro. Una montaña de papeles y cartones le impedía ver más allá. Detrás de un caño de polipropileno vio algo que se movía: era un ratón muy pequeño. Tomó la manija de la puerta que inesperadamente se abrió. Entró, cerró y se quedó de pie ante un panorama asombroso.
Sillas, mesas, colchones y otros muebles poblaban un pasillo interminable. Comenzó a caminarlo cautelosamente tratando de no tropezar. Muy al fondo una luz blanca se desplazaba creando arabescos y burbujas de brillo que flotaban y parecían indicarle un camino, una salida.
La rata seguida de sus innumerables hijuelos comenzó a caminar detrás de ella y en un momento le habló:
Sigue, sigue, no te detengas que vas muy bien. Tomaste el túnel correcto.
Te estábamos esperando.
La niña volteó perpleja, pero el animal se le adelantó, se abrió una compuerta metálica y casi sin darse cuenta niña y ratones estaban flotando en el espacio dentro de una nave luminosa.
Hubo búsquedas desesperadas y cientos de personas intrigadas. Pasaron años y décadas. La niña de las pecas dejó de ser la noticia del día para convertirse poco a poco en una incógnita instalada, y luego en una simple historia del pasado adornada aquí y allá con detalles mitad recuerdo y mitad olvido.
Muchos años después, una siesta remota de octubre, un niño se asoma curioso al ojo de la cerradura del viejo portal y, atónito, descubre entre montañas de cartones y muebles desvencijados a una mujer anciana. Luce cabellos de plata, pecas en su rostro cascado y mejillas manchadas de moras.
Acuna en sus brazos un pequeño ratón gris mientras levita entre burbujas y bolutas de luz, entre el piso y el techo, deslizándose en un interminable pasillo de tinieblas.

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