La niña de las pecas

La niña de las pecas

La niña de las pecas caminaba distraída por la vereda de ladrillos complexa. Se miraba los zapatos de cuero marrón pelados en las puntas por el roce y la falta de lustre.

Contaba ladrillos y trataba de no pisar las líneas divisorias.
Se imponía esos pequeños desafíos y luego se liberaba y salticaba, gorrión alborotando las copas de las moreras.
Debió haber sido algún octubre, el de sus siete años, alguno más o alguno menos, porque los árboles estaban atiborrados de moras negras. Se agachó y se puso a juntar algunas, estaban dulces.
Recordó que iba a la carnicería y se concentró en lo que debía pedir, cuando sorpresivamente sus ojos quedaron justo a la altura del ojo de la cerradura de una altísima y descolorida puerta de madera.
Era la casa abandonada y sintió curiosidad una vez más.
Se acercó y miró hacia adentro. Una montaña de papeles y cartones le impedía ver más allá. Detrás de un caño de polipropileno vio algo que se movía: era un ratón muy pequeño. Tomó la manija de la puerta que inesperadamente se abrió. Entró, cerró y se quedó de pie ante un panorama asombroso.
Sillas, mesas, colchones y otros muebles poblaban un pasillo interminable. Comenzó a caminarlo cautelosamente tratando de no tropezar. Muy al fondo una luz blanca se desplazaba creando arabescos y burbujas de brillo que flotaban y parecían indicarle un camino, una salida.
La rata seguida de sus innumerables hijuelos comenzó a caminar detrás de ella y en un momento le habló:
Sigue, sigue, no te detengas que vas muy bien. Tomaste el túnel correcto.
Te estábamos esperando.
La niña volteó perpleja, pero el animal se le adelantó, se abrió una compuerta metálica y casi sin darse cuenta niña y ratones estaban flotando en el espacio dentro de una nave luminosa.
Hubo búsquedas desesperadas y cientos de personas intrigadas. Pasaron años y décadas. La niña de las pecas dejó de ser la noticia del día para convertirse poco a poco en una incógnita instalada, y luego en una simple historia del pasado adornada aquí y allá con detalles mitad recuerdo y mitad olvido.
Muchos años después, una siesta remota de octubre, un niño se asoma curioso al ojo de la cerradura del viejo portal y, atónito, descubre entre montañas de cartones y muebles desvencijados a una mujer anciana. Luce cabellos de plata, pecas en su rostro cascado y mejillas manchadas de moras.
Acuna en sus brazos un pequeño ratón gris mientras levita entre burbujas y bolutas de luz, entre el piso y el techo, deslizándose en un interminable pasillo de tinieblas.

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