Empezar de nuevo

Siempre pensé que lo único que me haría llorar sería una pena de amor o una pérdida muy grande. Comprobé que no es así.

En mi último trabajo lloré más que cuando estuve en proceso de divorcio. Lloré de frustración, de cansancio, de desesperación, de rabia y finalmente, cuando renuncié, lloré de pena.

Sentí pena porque no fue lo que yo buscaba y se me hizo el corazón pedazos tener que decir adiós a esta etapa, a los amigos que conocí, a mi familia laboral, gente que veía todos los días y con quienes compartí tantas cosas.

El primer día después de renunciar sentí paz y libertad, pero también me sentí preocupada, triste, asustada, preguntándome si esta había sido la mejor decisión.

Y así me di cuenta que el llanto es parte del cambio, parte de salir de tu zona de confort. Lloramos cuando nacemos, porque dejamos el vientre de mamá y ese es un cambio radical. Así lloré cada vez que cerré un capítulo en mi vida, cada vez que decidí voltear la página, que decidí arriesgarme, cada vez que me caí, que me levanté, y cada vez que siento que vuelvo a nacer.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS