Y entró en su casa con el nerviosismo todavía acelerándole el pulso. Lo saben… Estoy jodido. No podía ni ordenar sus ideas ni parar a pensar durante un segundo. Escuchaba ruidos por dentro de la casa, pero era aquél viejo tejado de chapa, que resonaba por motivo de la lluvia. Se juntaba todo; la noche cerrada, la lluvia, la traición. La paranoia se alimentaba por sí sola. Con el tiempo que había estado infiltrado con esa gente le bastaba para saber de lo que eran capaces. Se dispuso a ir a su habitación, tenía que hacerse una maleta con algo de ropa, coger dinero, y desaparecer… Sabían donde vivía, y su propia casa ya no era segura. Subió a la habitación de arriba, de aquella vieja casa que compró con sus ahorros cuando era joven. Las escaleras, de madera anticuada, chirriaban a su paso. Los truenos y la continua lluvia rociando la chapa del tejado, le ponían cada vez más nervioso. Joder, es la maldita lluvia, haz las putas maletas y vete. Se decía a si mismo. Ningún ruido de coches, o de gente era normal, ya que la casa estaba ligeramente alejada de la aglomeración social, y salvo otro par de casas iguales, que apenas tenían movimiento durante el día, poco más podía asustarle, pero aquella tormenta, y esa noche cerrada, actuaban como enemigas de sus propios nervios. Entonces, mientras cogía sus cosas más necesarias, pudo escuchar como la lluvia caía contra el suelo, como si dentro de la casa también lloviera. A ver, la puerta del patio de atrás siempre está abierta para el gato, tranquilízate. Dudó un instante si bajar a cerrarla, o seguir con la maleta… A fin de cuentas, su estancia en la casa, duraría apenas unos minutos más. Sin embargo, el propio nerviosismo le invitó a bajar de nuevo. Escaleras chirriando, y de nuevo la mismas escenas se sucedían solo que de manera inversa. Se aproximó a la cocina, para cerrar la puerta trasera que daba al patio; se encaró a ella, y cuidadosamente la cerró. En ese momento, dio de nuevo media vuelta para dirigirse a su habitación a continuar con el equipaje pero una silueta oscura, plantada justo delante de él, hizo que se le parase hasta la respiración.— Tu juego acaba ahora.— dijo la voz del hombre, que apuntándole con un arma, apretó el gatillo… y le condenó eternamente.

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