Dedico este relato a la memoria de Roald Amundsen y a Albert Bosch y a su amigo Carles, exploradores protagonistas de esta historia.

Rumbo a la Antártida

Roald Amundsen (1872-1928) fue el explorador noruego que lideró una expedición que conquistó el Polo sur el día 14-12-1911 a las 15 horas. Además, en 1926 dirigió una expedición aérea al Polo Norte, por lo que se convirtió en la primera persona en llegar a ambos polos. El 18-06-1928 participó en una misión de rescate en el Ártico junto a un piloto francés, otro noruego y tres franceses. Trataban de localizar a miembros de la tripulación del Nobile, cuya aeronave, “Italia” se había estrellado al regresar del Polo Norte. Pero Amundsen y sus compañeros no corrieron mejor suerte. Desaparecieron sin dejar rastro.

En el año 2011 un buen amigo mío alpinista y yo nos propusimos emular la gesta de Amundsen para conmemorar su aniversario. Sabíamos que nos perderíamos las fiestas navideñas, pero no desistimos por ello. Nos sometimos a un entrenamiento intensivo.

El día 18-10-2011 llegamos a Punta Arenas, capital de la ciudad de Chile. En 1848 Punta Arenas se estableció como colonia penal. Desde la década de 1880 y principios de 1900 la región recibió avalanchas de inmigrantes europeos, sobre todo, procedentes de Rusia y Croacia, atraídos por los yacimientos de oro y la cría de ovejas. Su importancia a nivel geológico y político es decisiva por su posición geográfica y su función logística para acceder a la Península Antártica.

Una vez que alcanzamos la plataforma de hielo sabíamos que dependíamos de nosotros mismos. El 31-10-2011 iniciamos la marcha. Dos personas partíamos desde el mar con la intención de alcanzar el Polo Sur a base de caminatas y sin ningún tipo de asistencia. Desde el primer momento, fuimos conscientes de la dureza extrema a la que nos enfrentábamos. Iniciamos el trayecto con un temporal espantoso. Ráfagas de vientos huracanados nos azotaban los rostros con una intensidad despiadada. Además, la visibilidad era nula. La combinación de ambos factores, el viento y la visibilidad, hacían inviable la posibilidad de un rescate de emergencia.

Provistos de esquíes para avanzar en las excursiones diarias arrastrábamos también los trineos con la tienda de campaña y todas las provisiones necesarias para nuestro sustento durante un tiempo estimado superior a los dos meses. Con la tormenta de nieve los esquíes se hundían. Y con el viento en contra el avance era muy penoso. La nada se abría ante nosotros entre susurros sibilantes provocados por la ventisca. Tan solo podíamos ver nuestros esquíes.

En esas condiciones tan extremas no solo luchábamos contra la furia de los elementos sino también contra el mareo que nos provocaba la niebla. Sabíamos que la tempestad nos fustigaría sin tregua durante los primeros 400 kilómetros. Al quinto día nos quedamos bloqueados durante varias jornadas en la tienda de campaña, pues no queríamos arriesgarnos a sufrir congelaciones en los miembros. Fueron diez días de inclemencias meteorológicas y de inseguridad. Acostumbrados a enfrentarnos a retos la incertidumbre era ya nuestra aliada. Nos veíamos obligados a excavar la nieve acumulada en la entrada de la tienda para no correr el riesgo de quedarnos sepultados por el hielo.

Al día 18 el tiempo mejoró y pudimos continuar nuestro trayecto. Pero otro problema nos esperaba. Mi amigo sufría intensas molestias en un talón que impedían su marcha con una mínima normalidad. Como causa probable se desprendía el sedentarismo forzado durante nuestro resguardo en la tienda. Así que tuvimos que activar un rescate de emergencia. Al día siguiente, el avión le recogió.

Y me quedé solo. Un ordenador y unos cascos de radiofrecuencia constituían toda mi conexión con el mundo. A veces, escuchaba música para amenizar la velada. Para mí, los días de Navidad fueron especialmente duros porque echaba de menos a mi familia. No pude contener la emoción que me embargó. La soledad era mi compañera perpetua en aquellas latitudes. Pero lo tengo asumido, consciente de que es el precio que tengo que pagar por conocer regiones apenas exploradas. Al fin y al cabo, la persistencia en el empeño por llegar a la meta y una actitud positiva son las claves del éxito en toda misión.

No obstante, me nutría de los recuerdos tan entrañables que mi mente evocaba de los encuentros familiares y de los juegos con mis pequeños. El día 31 de diciembre no disponía de las uvas de la suerte pero decidí seguir la tradición y despedí el año con avellanas. Sustituí las campanadas por golpes que daba en mi cazuela. Grabé la escena con la esperanza de encarrilar mi felicitación de Año Nuevo al mundo entero.

Aprovecho la coyuntura para agradecer a mi esposa la confianza que deposita en mí y los ánimos que me infunde para enfrentarme a retos tan ambiciosos. Se muestra muy tolerante conmigo y comprende el espíritu aventurero que me domina y mi afán por explorar territorios ignotos. Ella se sacrifica por mí y me alienta a seguir adelante porque sabe que la Naturaleza virgen me inspira y me revitaliza.

Por otro lado, durante la expedición yo también empecé a padecer achaques en los talones. Me puse unos vendajes y experimenté cierto alivio. A esas alturas de la travesía ambicionaba llegar. Valoraba los avances diarios como proezas conseguidas. Al día 67 culminé mi hazaña al llegar al Polo Sur, donde mi equipo me esperaba para darme la bienvenida. Había recorrido una media de 34’5 kilómetros diarios. Llegué con la barba congelada pero feliz de alcanzar mi meta.

A la llegada a mi tierra, Cataluña, concedía algunas entrevistas a los medios e impartí varias conferencias. También edité los vídeos y fotografías que había realizado. Me considero afortunado al haber recorrido un territorio virgen en conexión con la Naturaleza y descubrir sus secretos más recónditos.

The end

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