​Hoy Pasé por la Escuela

​Hoy Pasé por la Escuela

Nicolás Santana

16/10/2018

Hoy pasé por la escuela, entré por el portón donde innumerables historias comenzaron. Caminé por el patio aquel que fue testigo de tantos y tantos partidos de fútbol, inolvidables e increíbles, también donde a la hora de la entrada se veía el orden más desordenado del mundo, tan cotidiano como aquel histórico “buenos días Señorita Directora”. Caminé por los pasillos que fueron testigos de innumerables sonrisas, bromas y alegrías, como así también de incontables frustraciones, todo con el simple sonido de una campana.
Me fue inevitable no entrar en los baños y pasar minutos y minutos leyendo aquellos pequeños mensajitos o simples putiadas que le dedicábamos a tal o cual persona, donde escribíamos también todo lo que sentíamos por el nombre de esa persona tan especial que teníamos escrito dentro de un corazón mal dibujado en la primera o en la última hoja de la carpeta.

Entré en las aulas, aquellas que fueron testigos de las interminables horas de clases, miré los bancos y no pude evitar recordar a los inolvidables “grupitos”. Los intelectuales, aquellos cuyas notas no bajaban de 9 o 10, los que siempre tenían las carpetas completas y los que siempre te salvaban a la hora de rendir. Los molestos, aquellos quien odiabas con toda la fuerza con que se podía odiar a una persona. Los bromistas, aquellos quienes no sabían diferenciar entre una broma y un insulto pero que, sin embargo, con su simple presencia, alegraban a todo el grupo. Y por último, pero no menos importantes, los indiferentes, aquellos a los que todo le chupaba un huevo, desde la primera hasta la última hora de clases y que, sin embargo, presentaban el misterio más grande jamas conocido al pasar de curso.
Miré el escritorio y recordé a cada uno de los profesores que entraban en esa aula cada semana. Recordé a la profesora dulce, aquella a quien le podías contar todos tus problemas y siempre te daba una solución. Vi llegar al viejo cara de perro, aquel que te imponía respeto desde que entraba hasta que salía del aula y que te metía la goma sin piedad si no te sabías alguna lección. Me vi escuchando felizmente al Profesor compinche, aquel que te contaba toda su vida en vez de dictarte la clase.
Miré los bancos y veía a cada uno de mis compañeros, los veía desde el primer día hasta el último. Ese primer día en el que todos éramos unos pre-adolescentes con caras de niños que creíamos que nos la sabíamos a todas. Nos veía molestos como los primeros años, donde la guerra de mochilas era inevitable y donde hacer renunciar a un profesor era el mejor premio que podíamos tener. Nos veía en todo, en nuestras quejas, en nuestras risas, en nuestras peleas, en nuestros juegos, en todos cada uno de los momentos que compartimos.
“No veo la hora de que esto termine”, ”ya no aguanto más esto”, “quiero terminar la escuela y empezar a trabajar”, eran palabras que decíamos sin pensar, eran palabras vacías que no tenían ni el más mínimo sentimiento de afecto hacia lo que estábamos viviendo en ese momento.
¿Quién iba a pensar que en el transcurso de esos 6 años las íbamos a decir tantas veces pero que, sin embargo, cuando llegara el comienzo del fin nos iba a apichonar tanto decirlas, nos iba a dar miedo decirlas? ¿Quién iba a pensar que, en un solo año, iba a cambiar tanto nuestro pensamiento, que todo lo malo se transformaría en bueno y lo que odiábamos en lo que más íbamos a extrañar? ¿Quién iba a pensar que extrañaríamos juntarnos en la casa de alguno para realizar ese tan terrible proyecto de fin de curso? ¿Quién iba a pensar que extrañaríamos tanto quedarnos después de horas de clase para hacer talleres? Talleres como aquel de cocina de nuestro último año en donde aprendíamos a hacer de todo, menos lo que teníamos que aprender en verdad, aquel taller en donde los fideos, las salsas y las pizzas con un ligero gusto a levadura se volverían eternas e inmemorables.¿Quién iba a pensar que lloraría tanto en solo una noche de fiesta, y que iba a emocionarme con un discurso de despedida? Tarde nos dimos cuenta de lo inmensamente felices que éramos en esos tiempos a pesar de todo.
Hoy pasé por la escuela y me fue inevitable no llorar, por que ahora soy consciente de que algunos estamos y otros ya no están.

De: Alberto Nicolás Santana.
En memoria de Gastón Pereyra.
Por siempre presente “la Promo 14”.

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