Invisible para ti

Invisible para ti

Serafín Cruz

11/10/2018


Sólo estando a tu lado sé cuánto sufres, cuántas lágrimas te está costando esta incomprensible situación que tanto te atormenta y cómo se está deteriorando tu mente y tu cuerpo. Veo tu sufrimiento a cada segundo que pasa, lo veo en la tristeza de tus húmedos ojos, en tu serio semblante, en la negativa actitud que has adoptado —ojalá que no te dure, aunque para ello debas olvidarte de mí—, en el constante hastío en el que vives; soy capaz de verlo en tu desidia, en esa dejadez y en ese abandono que te hace restarle importancia a todo, a infravalorar cuanto te rodea, ya sea persona, animal o cosa; todo te da igual aunque tú no quieres aceptarlo, por eso veo en ti esa pena que te está destrozando lentamente y que, como el asesino que mata envenenando, está absorviendo cada célula de tu cuerpo, sin que te defiendas siquiera, y está insuflando congoja y depresión en tu desprotegido cerebro, que parece haberse entregado a su voluntad y se precipita a un vacuo destino.

Verte así me puede, hace que me sienta impotente, inútil e incapaz; es un tormento agotador que lastra más de lo soportable, es una sobrecarga que desgasta, que debilita, que dejaría exhausto a cualquiera, es una lastimera situación que incita al desánimo… a la rendición.

Me pregunto qué podría hacer yo para evitar todo eso, para alejar toda la innecesaria penuria que te rodea y poderte hacer sentir el chiquillo del que me enamoré hace más de sesenta años, aquel jovenzuelo enjuto y dicharachero que sonreía cada vez que me veía jugando con mis amigas en el recreo, aquél que me acompañaba hasta el mismo umbral de mi casa y esperaba hasta perderme de vista cuando yo cerraba la puerta de mi casa, el mentiroso que engañaba a su madre diciéndole que iba a repasar los deberes con sus amigos y se pasaba la tarde entera conmigo, a pesar de las broncas de mi madre. No sé, no se me ocurre nada, al menos nada útil. Nada que pueda borrar las malas auras que te rodean para que te ignoren y te dejen en paz. Nada que me dé una ínfima esperanza de poder vencer a los demonios que te están absorbiendo el alma. Nada que me aliente, aunque sea un microsegundo, para que pueda darte un soplo de vida y reaparezca una tenue luz en tus ojos, esos claros ojos que están perdiendo todo su brillo. Nada, mi amor, nada, no se me ocurre nada. Por eso me consumo como tú, aunque tú no lo sabes, tanto es tu dolor, tanto es tu vacío, tanta es tu irreversible agonía.

Ya tus brazos no son los de aquel afanoso bracero obsesionado con el jornal de su casa, ni tus claros ojos ven con la nitidez y la claridad que veían, ya no está tersa tu piel, se ha resecado y pronunciadas arrugas marcan tu cara y te dan un aspecto envejecido. Pero nada de eso me importa, es la naturaleza que se cobra los servicios prestados y pone a todo lo existente fecha de caducidad. Lo que realmente me importa eres tú, y veo que cada vez va quedando menos de ti porque te has negado a la vida, has sucumbido al abandono y estás permitiendo que tu rival gane la partida, que se lleve fácilmente el gato al agua ante tu falta de resistencia, tu falta de lucha. Y, ¿cómo te lo hago saber? ¿Cómo te aliento para que despiertes del soporífero letargo que obnubila tu mente? Si no estuvieras sumido en esa envolvente ausencia te diría «óyeme, amor, mío, nada debe preocuparte y, mucho menos, martirizarte, estoy contigo, junto a ti, sufriendo porque no sabes que no me he ido, que nunca me iré, que aguardo pacientemente tu llegada para que nunca más volvamos a sufrir el uno por el otro». Pero estás sin estar, sufres porque desconoces la realidad, esa realidad que yo veo y que tú no puedes percibir, ni estando a centímetros de mí.

Me resigno con el único alivio que da saber que alguna vez llegará el día en que vuelvas a estar en mi onda, y que todas esas tristezas y penas que te tienen ahora como hipnotizado desaparecerán para siempre, y que se volatilizará tu miedo a la soledad porque estarás a mi lado sin que el tiempo cuente para nada. Es cuanto me queda por hacer, pues serán baldíos todos y cada uno de los esfuerzos que haga por intentar demostrarte que no estás solo, que no me he ido, que sigo a tu lado a pesar de todo. Tú no estás aún preparado para recibir la lección que yo pueda darte, pues es verdad que el maestro aparece precisamente en ese momento en que el alumno está preparado. Dan un resultado infructuoso las lecciones explicadas antes de ese instante. Y hasta llegado ese —ansiado para mí—


momento, seguiré siendo esa sombra que no ves, ese apoyo que no percibes, esa mano que acaricia tu cabeza sin que haya reacción alguna por tu parte, daré rienda suelta a mi paciencia para que me ayude a hacer llevadera la espera, lloraré contigo aunque tú no te enteres, observaré tu abandono tragándome el dolor de saber que podría evitarse, pero que no es fácil hacertelo entender, y le daré tiempo al tiempo, algo que he dejado de valorar porque he aprendido que, como tantas cosas cotidianas, es efímero.

No sé cuántos días ni cuántas noches habré de esperar para tenerte de nuevo, amor mío, pero soportaré con estoicismo la espera, viendo cómo te derrumbas, sí, pero estando segura de que así debe ser, por costumbre, por educación, por enseñanza religiosa o por natura. No puedo hacer más que esperar… y esperaré… te esperaré. Qué otra cosa puedo hacer si soy invisible para ti, siendo algo etéreo sin forma física. Qué otra cosa puede hacer un fantasma… un fantasma como yo.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS