Me duelen en la geografía de mi cuerpo esos lugares que ya no ocupo, donde no quepo ni encorvándome de nostalgia, a donde no pertenezco ni disfrazada de silencio.

Me duelen las pupilas deshojadas, esa mirada de otoño vestida siempre de verde, disimulando todo lo que se me marchita en los ojos.

Me duelen los segundos que no comparto contigo, todo eso que vamos olvidando y se convierte sin más en un nudo en el pecho que nos ahorca fuerte el corazón sin llegar a matarlo.

Me duelen en las manos las cicatrices del tiempo, las pieles que ya no acaricio y el peso de las cosas que siempre llevo conmigo, la soledad de mis dedos que no esconden los anillos ni el contacto de los tuyos.

Me duelen en la memoria los rostros que me amaron casi tanto como el que estoy amando, la culpa de sonreír aquí mientras la vida llueve en otra parte, mientras mi tristeza va vagando por ahí buscando a quién aferrarse.

Me duelen los pies de no ir a ninguna parte, de no huir de mí ni de nadie, de ser feliz aquí y ahora, de no escuchar la canción de mis pasos sobre el asfalto, de no bailarla nunca más, de no recordarla por miedo a tropezar.

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