Cuantas energías lleva ponerse emocionalmente en esa situación que aún no sucedió, que creemos puede ser camino a un nuevo y mejor presente. Esa pasarela en la cual vemos luz a lo fondo, pero que en su recorrido se encuentra muchas veces oscuro y con sombras parecidas a esas que nos acechaban cuando éramos niños.

Porque esos monstruos fantasiosos nos siguen acechando y nos dejan en evidencia que aunque sea muy adentro, seguimos siendo ese niño asustado.

Lo hermoso de todo esto es animarse, por más que temeroso se pinte el recorrido, a dar un paso, luego otro, y así continuar. Darnos esa oportunidad a caernos y también a llegar hacia ese destino tan brillante y prometedor.

En vez de permitir que la energía se disipe con el pensamiento, utilicémosla para generar sinergia entre nuestros deseos y nuestro cuerpo. Pensemos más en el pie que se mueve que en el miedo que aún no se ha materializado, después de todo, quizás nunca lo haga.

Intentémoslo, aunque eso signifique caer, siempre podremos volver a levantarnos, incluso así estaremos más cerca de ese objetivo. Aunque nos lleve una vida de tropezones, avancemos. Merecemos todo eso que nos espera del otro lado del miedo.

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