El amor en el infierno.

El amor en el infierno.

Mauricio Loera

27/09/2018

Está sentada en la cama con las rodillas pegadas al pecho, sus brazos las envuelven. No sé lo que piensa pero su mirada se pierde a través del tiempo y el espacio.

Espera sus besos violentos e insensibles, las caricias sucias y belicosas que avanzan implacables a través de su cuerpo, la crueldad de sus dedos, de sus deseos; que estrujan la carne y los sentimientos. Entonces se siente humedad, el roció de su ser nunca tarda en escurrirse, de impregnarse. Se derrite por dentro. Pocas veces a él le interesa su sentir, solo sabe de hambre y necesidad, desea saciarse. Ella espera que tenga apetito, que pueda comer hambriento, siente placer que se alimente de su cuerpo, de su carne, de su alma. La sinfonía del deseo violento de ser devorada.

El cómo animal brutal se sacia y llena el vacío de sus entrañas y cuando termina el acto recupera por unos instantes la humanidad que la vida le arrebato. No es una creación de la voluntad de dios; solo el hombre o animal que la sociedad le permite ser, un capricho de las masas, con eterna moral para desafiarla en la oscuridad. Monstruo que solo ella conoce porque la ha devorado y al hacerlo la ha contagiado de su mortalidad, del dolor de vivir y no poder encajar en la serenidad de lo establecido. Pero no es víctima, es el yugo y el verdugo por la mujer devorada entre sus fauces siniestras, el cobrador en la miseria del placer.

Se levanta, la mira y le sonríe, ella observa y piensa como dos formas de existencia pueden habitar en un hombre; la dualidad del ser amado y el de la bestia dañina condenada a devorarla hasta los huesos. Ella le sonríe se siente satisfecha, aquel ser le gusta, tal vez hasta le ama aunque estos pensamientos sean un perjurio para su propia existencia, pero no importa ha aprendido que la vida es finita y que hay cosas peores en el curso del tiempo incorruptible.

No sabe porque y en que instante acepto que su cuerpo ya no le perteneciera, por algún motivo este pensamiento le da tristeza porque en su interior quisiera que todo a él le perteneciera, pero sabe que eso no es posible y nunca lo será porque al final solo nos pertenecemos en nuestra profundidad íntima y emocional a nosotros mismos.

Yace sentado en la cama, pensativo y cabizbajo; como dándose cuenta de su propio destino funesto. Es la acción de pensar en lo que está bien o está mal, las cenizas y brazas que quedan después de poseer; queman y mancillan como heridas abiertas cubiertas de sal. El dolor lo hace reflexionar en su propio renacimiento, trasmutación y deceso: muere el ser despreciado después de haberse alimentado y nace aunque solo viviendo por unos instantes el ser amado y saciado. Pero el tiempo pasa de una manera distinta cuando no deseamos que algo suceda. El tiempo se comparta en su contra, el apetito lo embarga y lo transmuta, termina una vez más siendo el que la deja sola, ansiosa, languideciendo de sentimientos reales y teniendo solo deseos instintivos, no racionales ni emocionales, sentimientos al final destructivos.

Se escucha el correr del agua, le parece tan distante el sonido del chapoteo, se dirige desnuda e hipnotizada por el sonido, lo encuentra con la cabeza baja sabe que la ternura lo empieza abandonar solo es necesario que los recuerdos empiecen a trabajar, las ideas erróneas las equivocaciones del pasado y el futuro y la confrontación con el presente; las ideas son como las gotas que recorren su piel, solo lo tocan por instantes para después desaparecer, ella se siente como esas gotas, porque ella al e igual que estas, solo por unos instantes están sujetos al hombre, luego siguen su destino hacia abismos, hacia el mar del olvido, nunca después de estar con él es la misma mujer. El agua sigue corriendo y ella se posa detrás, lo envuelve entre sus deseos y determinación pero ya siente la repelencia, el malestar que brota. Se lava, se seca, sale del baño, se empieza a cambiar, la mujer se queda en la regadera y tardara un rato, luego saldrá, lo vera cambiándose, acomodándose las prendas para luego despedirse y escapar; le sonríe triste en el momento en que atraviesa la puerta de la voluntad, en unos días ha de estar de vuelta, aunque no se miente a si misma porque sabe que tarde o temprano el alimento ofrecido en aquel rincón no será suficiente. Comerá de otra carne y poco a poco la dejara atrás.

~ M. Loera ~

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