Si suicidarse fuera tan fácil

Si suicidarse fuera tan fácil

Carla anónimo

26/09/2018

1

Una vez una niña dijo que estaba harta. Se cortó las venas y esperaba mirando como el agua de la bañera se coloreaba.

  • Cuánto tarda… – pensó y entonces se cansó, se levantó y del mareo se pegó un porrazo que despertó a toda su urbanización.
  • Y tú? Qué vas a hacer? Qué vas a estudiar? – dijo la niña observándole
  • Ah yo no, no voy a estudiar, no tengo tiempo –contestó
  • Tiempo? Que dices?
  • Yo no voy a vivir por mucho tiempo, yo me moriré a los veinte y algo, es un presentimiento, ya verás

Cuando se despertó estaba en su cama y sus muñecas estaban con costra. Miraba toda mojada un punto en la pared donde estaba su reloj. La gente dice que la vida es corta pero es lo más largo que presenciaremos. La vida no es corta, la vida es muy larga.

Siempre se había preguntado porque la gente tenía esa manía de aferrarse a la vida. Para ella una enfermedad terminal hubiera sido la mejor excusa. Encima no hubiera quedado mal con familiares y amigos. Era perfecto. Pero por más que lo intentaba estaba sana como un roble. Por eso cuando escuchaba que alguien había tenido un accidente, pensaba por dentro, – que suerte!

Un día escuchó que su abuelo de 80 años tenía cáncer y se le despertó una sensación en el estómago de ilusión. De este tipo de ilusión de cuando te alegras de una victoria de un amigo. De ese tipo del que si fuera un mal amigo sentiría envidia en su lugar.

2

No siempre fue así. Cuando era más pequeña, no es que no se quisiera morir, es que tenía miedo a vivir. A vivir mucho exactamente, siempre había sabido que su esperanza de vida no iba a ser demasiado jocosa. Claro, esto una niña de 6 años si lo cuenta la tacharían de bicho raro (ya lo hacían).

Un día, dentro de un grupo de años que los guardaba en una mesita de noche en la parte de atrás de cerebro, estaba hablando con un chico. Ese chico, era amigo de un ingenuo, se podría decir que él también lo era, pero la verdad que le hizo replantearse toda su vida en medio minuto. Y una persona que habla con tanta fuerza, no puede ser un ingenuo completamente.

Para que se entienda la fuerza de las palabras primero tendría que pararme a describir al chico. Era joven, divertido, aventurero, le iban las locuras, pasaba mucho tiempo con sus amigos, daba todo su ser en cada amigo, en cada chica. Sus ojos brillaban por diferentes lados, y su sonrisa era de esas que pueden pasar muchos eclipses que siguen guardados en ti.

No os confundáis, a esta niña no le gustaba este muchacho, esta descripción es completamente objetiva, todo esto eran detalles perceptibles a cualquier auditor. Hablaban del futuro, ella le contaba sus planes, ambiciones, los lugares a los que querría viajar (lo típico) y él se limitaba a escuchar con una sonrisa.

Entonces por primera vez, alguien le contó algo del futuro que por primera vez le hacía cosquillas en el estómago de la emoción. Estaba permitido irse antes de ser viejo, y no se lo había nunca planteado, es algo que no se habla, no se planea. Bueno si se puede planear pero no tiene el mismo efecto en las personas circundantes.

No la malinterpretéis, no es que se quiera ir para que se pongan triste. Pero tenía el miedo de que sí encima lograba reunir el suficiente valor como para irse por su propia elección la iban a tachar de egoísta, niñata, cobarde, poco empática e inmadura. Claro que pensaba en sus padres, y tú mismo puedes pensar que sí, era egoísta, pero que es más egoísta que hacer que una persona que no quiere estar en un lugar se quede porque tú la has traído sin ella tener opción a elegir si quiere estar o no. A mí eso me parece bastante egoísta.

Por eso cuando escuchó esas palabras no sólo fue inspiración, sino permiso. Entonces en cuanto llegó a casa se puso manos a la obra a investigar cual sería la forma de irse más fácil.

3

Parece fácil. Pero no lo es, sobre todo cuando tienes a dos águilas dando vueltas a tu cabeza todo el día.

Primero estaba el lazo. Parecía simple y el nudo le salía bien. Eso sí, tenía que comprar una cuerda resistente (y ver como la cajera la juzgaba silenciosamente), además de encontrar un sitio donde atarlo, y todas sus habitaciones parecían elegidas a propósito para fastidiarle la idea. En el caso de que lo hiciera, seguía estando el miedo de que no fuera rápido, había leído que podía estar hasta 16 minutos para irse. Desechó esta opción.

Luego estaban las pastillas. Estuvo leyendo dosis necesarias y leyendo relatos de personas reales, donde se les hicieron lavados gástricos o se despertaron 3 días después, o tuvieron que hacerle un trasplante de riñón… Reunir esa cantidad de pastillas no sólo iba a tomar mucho tiempo, sino que además había leído que nuestro cuerpo aguantaba tanto en el estómago y que después como mecanismo de defensa lo echabas todo. Quería la solución, tenía que ser un método infalible, de esos que lees en los periódicos y te asombras de la audacia del ejecutor.

También estaba el monóxido de carbono pero, quien tenía un coche antiguo a su alcance. Lo desechó con cierta tristeza, le gustaba esta opción, irse durmiendo es el sueño de todos.

En cuarto lugar estaban las alturas. Había leído que si se saltaba de menos de un sexto, había más probabilidad de que se acabara tonta o parapléjica ( y si no se podía mover como pondría en marcha sus planes b c d e y f). Estuvo meditando un día si saltar pero sólo estaba en un cuarto, es más difícil de lo que se piensa conseguir un edificio alto. Un día encontró uno perfecto, era un octavo y se sentó en el ventanal. Miro abajo, y pensó que le daba más miedo estar más tiempo aquí que lo que la altura es en sí, que ya de por sí la aterraba. No saltó porque estaba acompañada, egoísta sí que es por ejemplo, dejar traumado a alguien de por vida, repitiéndose esa imagen en su cabeza en pesadillas. No podía hacer eso.

La clásica era la navaja, pero era muy peliculera y además analizándola, poco efectiva. Decidió perfeccionarla. Primero analizó la cantidad de tiempo que necesitaba cada vena para irse. La más rápida era la pierna, luego el cuello y luego el brazo. El cuello es difícil de pillar es incomoda la posición y la descartó. El brazo era la más fácil. Intentó un par de veces la pierna pero estaba muy escondida, se sintió muy inútil al no encontrarla. Fue más allá de los cortes longitudinales y prefirió algo más poético (ya sabréis porque lo es más adelante), las vías intravenosas. Esas de los hospitales que se conectan a los goteros. No solo eran muchísimo menos por no decir apenas indoloras, sino que saldría más caudal y de forma más uniforme. Luego pensó que si se sumergía al mismo tiempo en agua caliente, el flujo sería más abundante y aceleraría el proceso. Para terminar con un par de ibuprofenos no se le taponaría ni haría costra. Tras idear el plan sintió además de orgullo, ilusión, ganas, felicidad. Decidió ponerla en marcha cuanto antes. Iba a esperar a la mañana del día siguiente cuando un águila iba a estar dormida y la otra cazando pero se olvidó de una cosa muy importante. Quién necesita el estómago lleno para prepararse para irse a un sitio donde no hace falta comer nunca más? Pues una vez allí sin duda no hace falta pero para ir sí. No encontraba las venas, no había bebido ni comido desde hacía mucho y donde la noche anterior se asomaban como montañas grandes venas moradas en todos los pliegues de su cuerpo, esa mañana todo era una llanura nevada. Cada fallo generaba más impotencia, más impaciencia, más ruido, y despertó al águila que la pillo en medio de la faena, y no solo quedo como egoísta, niñata, inmadura sino también como tonta, incapaz, inútil.

4

Quizás era una señal? Quizás no era su momento? Son preguntas que mucha gente se puede hacer y que son totalmente desacertadas. No existe el momento para nada y todo se puede asimilar como una señal para hacer o no hacer algo. Nosotros somos los únicos que decidimos nuestro destino.

Se sentía completamente inepta, enfadada con ella misma, sentía impotencia por no saber más. Entonces, aunque no fue automáticamente después, descubrió como iba a hacerlo. Y fue gracias a su perra.

Era un día gris y todo el mundo en la casa podía reflejarlo. A todos les pesaban los pies 5 kg más de lo habitual y no se escuchaba ni el aleteo de un pájaro a 12 millas a la redonda. Había crecido con esa perra, había sido su única compañera, amiga y consuelo durante muchos años y ahora se iba a ir. No solo eso que la ayudo a tener la mejor idea del mundo. Al menos eso le pareció a ella. Los perros tienen la suerte de que tienen una inyección que sin sufrimiento ni mucho tiempo, se van y eso era algo que le parecía injusto.

Disfrazado de poco ético o inmoral a ella le parecía una barbarie que ese privilegio solo lo tuvieran los animales y decidió investigar y encontró que en algunos países de Europa sí que daban otra inyección parecida a gente rica que tenía la suerte de poder pagarla cuando se estaban yendo por alguna enfermedad. En el caso de que le tocara la lotería (poco probable por que no jugaba) le faltaba aun la parte de la enfermedad terminal. Y entonces pensó, que esa inyección se haría seguro con un conjunto de ingredientes más o menos común pero que solo es especial por su dosis y cantidad, y tomó la decisión de hacerse anestesista.

5

Como siempre, muy propio de su carácter exacto y dubitativo empezó a mirar universidades y a contemplar opciones. Para ser anestesista tendría que estudiar 6 años medicina, que no sólo es entrar en la carrera, sino un esfuerzo máximo constante y luego 4 años de mir y especialización en el caso de que tuviera nota suficiente para entrar en la especialización de anestesia. Lo vio muy complicado, se puso a mirar coches antiguos y tubos de plástico en segunda mano.es

No tenía 3000 euros para gastar en un coche entonces volvió a la página de las posibles carreras donde leyó enfermería. 4 años, relativamente fácil, y con un master de 6 meses podría tener a su alcance lo mismo que el médico pero en menos de la mitad de tiempo.

Elección hecha.

6

Esta niña siempre había sido diferente a las demás. No se podía ver a simple vista pero si mirabas con un poco más de detenimiento podía ver en su mirada como el pozo negro te ahogaba hasta a ti.

Siempre diferente, siempre más sola, no es que no la comprendieran, es que no le apetecía explicarse. Sumida en su mundo, le encantaba planear hasta el mínimo detalle. Era de esas que en clase de matemáticas te la encontrabas mirando por la ventana con la diferencia de que ella estaría eligiendo que tono de servilletas compraría cuando se fuera a vivir de recién casados con su marido. Hacia cuentas del presupuesto de la boda y miraba guarderías bilingües cuando aún no le había bajado el periodo.

No tenía preocupaciones normales, a lo mejor la veías agobiada un día y era porque no había tomado aún la decisión de cual raza de perro comprar cuando se jubilara para que no la arrastrara.

Y podrás preguntarte, como una niña tan sumida en hacer planes y pensar tanto en el futuro termino queriendo se irse con tanta fuerza que estaba dispuesta a dedicarse durante años a algo para seguir con su plan.

Y ahí es donde entra el ingenuo.

Parte II

(…)

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