—¿Qué hora es, Lorena? ya deben ser las siete.

—Son ya las nueve y media; de hecho.

—Carajo, ¡voy tarde!

Sabía que no debía haberme quedado con ella, normalmente la cosa siempre era de unas dos copas, un par de canciones en la vieja rockola de monedas, mientras compartíamos risas, pero entre risa y risa, lo segundo que se asoma es una mirada coqueta, naturalmente el alcohol de aquellos Long Island realmente habían hecho el efecto que prometía la presentación.

—¿Qué pretendés hacer ahora? total ya vas tarde, quedáte más bien pues.— siempre me pareció divino ese acento paisa de aquella muchacha.

—No puedo, ojalá, pero tendrá que ser en otra ocasión.

—Eh avemaría ome con vos, ¡que rogadera tan berraca!—Dijo mientras cruzaba los brazos llenos de tatuajes a colores, realmente tenía de toda clase de cultura tatuada en gran parte de la extensión de su blanca piel; normalmente no se le nota debido a que viste de chaqueta regularmente, y no deja piel al descubierto.

—Yo te lo sé compensar Lorealina— Dije en alusión a Galina Ulánova, una bailarina que le fascina —, ¿alguna vez te he decepcionado?.

—Pues no— Dijo esbozando una sonrisa.

—Entonces me das la razón—Dije mientras me preparaba para entrarme a bañar.

Contrariamente a lo que se pensaría, yo no tenía planeado quedarme con ella en su apartamento, ni mucho menos que resultáramos juntos en la cama y pero por supuesto que lo último que cruzó por mi cabeza fué que aquella invitación de Lorena a beber unos cócteles después de clases, sería pues en realidad un plan elaborado por ella para declarar sus sentimientos hacia mi. ¿Hacia mi? Considero inútil recalcar que a pesar de no esperar nada de lo anterior, no hubo media milésima de segundo en la que dudara en saltar a la acción; solamente que me quedaba con la duda.

—Pásame una toalla—Grité desde el baño.

—Mirá nene—Entró y me pellizcó una nalga mientras me alcanzaba una toalla verde que tenía una marca en los bordes que decía «Ejército nacional de Colombia».

En mi vida no he sido muy «de novias» porque en las dos ocasiones que le di una oportunidad a una relación seria, terminaría yo sufriendo una profunda decepción, sin embargo Lorena convencía con su mirada, y su cara y su figura disipaban muchas de mis dudas, he de admitir, eso sin contar con el detalle de que era la primera mujer que se declaraba hacia mi, y no para menos, era la mas bella que había conocido hasta ese entonces también.

—Deja me arreglo en bombas, me hago un peinado talcoTalco-mo quedó—y arranco de una para la universidad, ¡tengo que presentar ese parcial si o si! Tengo un promedio terrible, y si saco menos de 4.4 en éste examen, repruebo la materia y no pienso permitir eso.

—Dale pues, apuráte más bien y buena suerte. ¡Un beso!

Mientras bajaba las ajustadas escaleras que conducían al primer piso (porque el edificio tenia dañado el ascensor y había que bajar del sexto al primer piso por la caracola de escalas), fui revisando que no olvidara nada; para ello hacía mi ya conocida «inspección bolsillo a bolsillo» no obstante ya sabiendo que no había olvidado nada, sin embargo hombre precavido vale por dos, y no fue sorpresa descubrir que portaba todas mis pertenencias aún conmigo. Me tomó cerca de dos minutos llegar al primer piso del edificio, donde se encontraban una anciana, el guarda de seguridad del edificio, la recepcionista y un muchacho entrando con una muchacha con un cabello liso y largo, al nivel de la cintura, con pecas, ojos verdes con café, linda figura, linda vestimenta, una falda corta negra y una chaqueta de cuero con el logotipo de Harley-Davidson ; pero por andar caminando sin mirar, pues la vista la tenía sobre aquella pelirroja, estuve pronto a arrollar a aquella pobre anciana.

—¡Cuidado mijo!—fue la reacción que me alertó.

—Que pena, que pena mi señora, no vi por donde iba, es que voy de afán— Dije mientras caminaba de espaldas a la puerta.

Una vez estando afuera del edificio debía llegar a mi universidad, si bien no estaba lejos, ya eran las diez y quince, lo que significaba que tenía quince minutos para llegar a la universidad, al edificio, al salón, al parcial.

—¡Taxi!— Grité en busca de algún canario que pudiese auxiliarme; a lo largo de mi espera, el reloj pujaba agónicamente en mi estomago en actual estado de ayuno, en forma de retorcijones.

En vista de que ya habían pasado cerca de cinco minutos y ningún cab fue capaz de parar a recogerme, me vi en la necesidad de agarrar un bus que me podía dejar cerca de mi campus, pero un poco más alejado del edificio en el que tenía clase; por suerte había cantidad de aquellos colectivos gorditos y pequeños que parecen bólidos por la ciudad.

—Buenos días—dije sin recibir respuesta.—mire— informé mientras le estiraba la mano con el dinero del pasaje al chófer.

El conductor recibió el dinero sin mirar, con sus dedos movía las monedas, pero mantenía su vista al frente; mágicamente supo que estaba completo y acomodó las monedas en su organizador de monedas (personalmente siempre he querido uno de esos, para acomodar mis monedas en casa), yo seguí y busqué un asiento, solamente dos ventanas estaban disponibles, una que tenía en el asiento del pasillo a un ebrio desmayado debido a las cantidades de alcohol que debió haber ingerido la noche anterior y la otra tenía en el asiento del pasillo a un señor, de unos 38 años, de mirada seria, con las manos en los bolsillos de su gabán, y estaba en los primeros puestos, hacia éste me dirigí.

—Disculpe— dije para poder pasar, pero como si fuese mudo e invisible, ni se inmutó ante mis palabras— Permiso— enuncié con mayor volumen; el sujeto levantó la mirada, fría, hacia mi.

—¿Qué?— dijo a secas.

— Que si me deja pasar, por favor.

Dejó su mirada clavada en la mía por un par de segundos, sin hacer expresión facial alguna.

—Si claro, pase.— y movió sus piernas.

—Gracias—, dije y pasé.

Tenía solamente cinco minutos para llegar, y ya estaba llegando a mi destino el bus, cuando de la nada el sujeto que se encontraba sentado junto a mi se puso en pie, sacó un revólver 38 largo smith&wesson de su bolsillo del gabán y gritó:

—¡Ésto es un asalto!— y todos nos pusimos los pelos de puntas—¡No se mueva! —le gritó a un hombre que intentó ponerse en pie, luego gritó de nuevo, y el conductor del bus, en un acto heroico, que merece el reconocimiento, de si no una película, al menos el relato en mis humildes palabras; frenó de manera abrupta el bus, haciendo que el ladrón (al ser el único en pie) cayera de culo y se diera un buen golpe en la cabeza, acto seguido abrió las puertas del bus, y todos (yo en cabeza de los demás) salimos disparados del bus, mientras otros le dieron seguramente su golpiza, no lo sé, no me quedé a ver, voy sobre el tiempo.

Miré el reloj y ya faltaba solamente un minuto para que empezara mi clase. Por suerte, lo más seguro es que al ser la primera clase del día, el profesor León se retrase un poco, mientras se toma su café en la sala de maestros y mientras alista el material necesario para el parcial del día de hoy, mientras peina su ridículo bigote rojo de escoba y mientras se acomoda su corbatín negro, le tomará unos cinco minutos, tiempo suficiente para que yo llegue al salón de clases.

—Hola— le dije al hombre de seguridad en la entrada de mi universidad.

—Buenos días— contestó (como las personas decentes).

Entré rápidamente por el pasillo y corrí hasta llegar al edificio en el que tenía mi parcial; el piso estaba resbaloso y en una curva pisé mal y me caí estrepitosamente contra una pared, afortunadamente nadie me vió, adolorido, me incorporé y seguí mi camino; con un tobillo lastimado y sabiendo que seguramente ya estaría el señor León entregando las hojas del parcial, corrí sin pensar en el dolor, sabiendo que en el fondo necesitaba ese parcial, y no podía detenerme.

Abrí la puerta del salón, despacio, pues todo estaba en silencio desde afuera, y las puertas no tienen ventana, por lo que no se puede ver hacia adentro, supuse que ya estaban en pleno examen y llegaba preciso a interrumpir.

—Buenos días profesor León, disculpe el retraso, ni se imagina, casi roban el bus en el que venía…— empecé a hablar mientras entraba asumiendo que el profesor atendía mis palabras.

Cuando entré, vi a mis compañeros mirarme entre risas, puesto que ellos creían que yo era el profesor León que había por fin llegado, eran las diez y cuarenta y cinco y el profesor no aparecía, de repente, de la nada entró el profesor corriendo, despeinado, colorado y sudando.

—Buenos días muchachos, disculpen mi retraso— dijo, y se limpió la nariz disimuladamente —he tenido una calamidad y estoy muy preocupado en realidad, verán, mi hija Sofía— pasó saliva—pues hace dos días no sé de ella, estoy muy asustado, porque ella no es así— y rompió en llanto.

En mi mente pensaba que si yo fuese papá, me sentiría sumamente impotente en una situación así. Y ver, al profesor León, que si bien es un gran maestro, es también uno de los más duros, fríos y exigentes profesores de la facultad, en esa condición, me daba un poco de pena.

— ¿Cuándo fue la ultima vez que hablaron por teléfono?—dijo Claudia.

— ¿Sabe si ella tenía algún enemigo? —insinuó en tono de burla José. A lo que la mayoría le respondimos con una mirada de impacto.

Finalmente le pregunté yo:—¿Sabe cómo luce? es decir, ¿cómo iba vestida?—Y me contestó sollozando:

—Si, hace dos días salió de casa furiosa, luego de una discusión conmigo, iba con su cabello rojo liso, una falda negra que le critiqué bastante, una blusa blanca escotada que no me gustó para nada y una chaqueta que le regalé de navidad cuando estuvimos en Estados Unidos, contramarcada con el logotipo de Harley-Davidson.

Abrí la boca casi que de manera automática por la impresión, pues yo sabía donde estaba aquella muchacha, porque la había visto ¡la chica pelirroja en la recepción del edificio de Lorena! ¡era la hija del profesor León!

—Señor León cálmese por favor— le dije—venga para acá—y lo alejé del grupo de estudiantes para que no escucharan.—Creo que yo sé donde está su hija.

—¿¡ENSERIO!?—gritó, haciendo que casi todos voltearan a ver que información conseguían.

—Si, pero tranquilícese.

—Si, si; prosiga.

—Yo vi a una muchacha con esa exacta descripción, de cabello rojo, con ojos verdes con café y pecas en la nariz…

—¡SI! si, es ella— me interrumpió alegre—, deme la dirección yo voy de una y la busco.

—Claro, es por acá bajando la Séptima, en el edificio frente al banco Porbancos, es un edificio azul, con ventanales claros, se llama Astor.

—¿Sabe qué? usted es el mejor, Torres; me salvó la vida, tienen la clase libre.

Yo en medio de mi alegría por mi buena acción, no noté que no habría parcial, por ende, no podría subir mi promedio, y seguramente reprobaría, una buena acción no cambiaría el hecho de que no hice varios trabajos y que en particular no fue mi mejor materia, además del hecho de que toda mi travesía habría sido en vano, exceptuando la ayuda que le brindé al señor León, así que recordando las palabras de mi abuela al decir que «Todos debemos hacer cosas por los demás, incluso cuando el primer beneficio no sea para nosotros mismos» simplemente acepté las cosas, sonreí y le dí las gracias.

El señor León volvió a agarrar todos los papeles que traía consigo, para llevárselos de vuelta a la sala de maestros e ir al edificio Astor a buscar a su hija, convencerla de volver con él ya sería trabajo suyo, yo cumplí con mi parte.

Yo en ese entonces me puse a pensar en Lorena, qué bonita casualidad, de no haber sido por ella, de no haber sido por su aparentemente inocente invitación a tomar un par de cócteles, de no haber sido porque nos gustamos, de no haber sido por esa mirada coqueta, de no haber sido por el volumen de alcohol en la bebida, de no haber sido por el libido insaciable que se apoderaba de nuestros cuerpos, de no haber sido porque acepté ir a su apartamento, todo ésto no hubiese sido posible, aún por encima de los imprevistos, yo gané, porque yo la gané a ella, y con ella está la suerte; por lo menos para mi.

Cuando el profesor León ya estaba corriendo fuera del salón de clases, se frenó en la puerta, se giró y dijo:

—Casi lo olvido, deberían agradecerle a Torres, gracias a él todos tienen un cinco en el parcial que íbamos a hacer hoy.

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