Córdoba 966
El hayib pasea por los jardines de Medina Azahara, dominados por los aromas que desprendían las rosas de los arriates, los jazmines que cubrían los rincones, los naranjos que delimitaban los senderos, las hierbas aromáticas que aquí y allá formaban matorrales.
Almanzor, recién llegado de Silves, le está narrando la derrota de los daneses por la flota enviada desde Sevilla cuando Gundurendo pretendía conquistar Lisboa. Aprovechando esta circunstancia, propone construir en Almería una flota al estilo nórdico, para impedir que el enemigo llegue a la costa y entablar batalla en alta mar.
Desde una galería les observa el califa, Alhaken II. Almanzor, que desde hace algún tiempo pulula alrededor de la corte, le atrae; su aspecto varonil, su juventud, su coraje. Tan alejado de sí mismo, enfermizo, débil de carácter, de aspecto físico poco agraciado.
Terminada la conversación, el hayib se retira a sus alojamientos de palacio, atravesando estancias lujosamente decoradas, con grandes tapices, luminosas lámparas, magníficos muebles.
Alhaken sigue mirando el jardín. Medina Azahara es una de sus obras más preciadas. Si bien lo comenzó a construir su padre, sin duda, él lo ha embellecido. Ha convertido Córdoba en la ciudad más importante de Europa. Aquí se celebran recepciones todo el año y recibe altos delegados de todos los países. Está ampliando la mezquita, Constantino le envió maestros bizantinos para su decoración. El Califato se preciaba de su estado de bienestar, sin conflictos internos y sin grandes problemas externos.
Mientras Almanzor se va retirando, se encuentra con Subh, la esclava vasconavarra favorita del califa, madre de su hijo, rubia y hermosa, vestida de efebo siguiendo la moda de Bagdad. Según circula por la corte, el califa no tiene relación con las mujeres de su harén. Sólo con Subh, que le dio un heredero y a la que permite circular a su antojo e incluso dar su opinión en asuntos de Estado. Culta e inteligente, se viste de efebo para seducir a Alhaken. Sin duda tiene gran ascendencia sobre él.
Subh y Almanzor ya se conocían, pero su encuentro a solas en el jardín les resulta embarazoso. Su cruce de miradas, su lenguaje corporal, va más allá de un simple encuentro casual. El rubor en las mejillas de ella se corresponde con la torpeza del saludo de él.
Todo esto lo observa Alhaken desde su galería. Recuerda la petición que le hizo Subh recientemente, de la conveniencia de nombrar un administrador de sus bienes y los de sus hijos, en prevención de se repitiera el ataque de hemiplejia sufrido. Y el nombre de Almanzor como Administrador había sido barajado.
Alhaken siente una punzada en su interior. ¿Celos de ella? ¿Celos de él?. Debe tomar una determinación antes de que sea demasiado tarde ¿Alejar de la corte a Almanzor? ¿Desterrarlo? Se quedaría sin su más prometedor aliado. Dejaría a su heredero en manos de unos visires ansiosos por conquistar el poder. ¿Alejarla a ella? Era la madre de sus hijos, su apoyo y su escudo contra los rumores que corrían sobre su tendencia sexual.
Alhaken, abrumado por las dudas, se retira a su biblioteca.
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