…y cuando la vida nos muera yo regresaré a tus ojos cansados de esperar. Tendré que recordar el sueño que alguna vez tuve, aquel de abrazar y escribir en las noches, en la playa tibia de la sombra helada del mar.

Pensando en morir por el miedo a la vida, misma que tenemos que abordar con antes estar ahí. Cuando te das cuenta ya eres parte de ello y te sientas a la orilla de tu mirada horrorizado del futuro que tanto anhelas. Al final, lo feo es la incertidumbre: aquella caída del alma que todo se lo lleva y nos arrastra desde las pestañas hasta las ganas de vivir. Es así que termino en el pozo más obscuro de la desolación mientras afuera las mariposas sonríen con sus alas al sol.

Rosario lo caracterizaba desde la muerte que damos a aquello que amamos. Para mí se trata de la ausencia primigenia. El vacío es el mismo, ya sea desde una cama pobre de cuarto viejo, llorando tras el enrejado del jardín de niños o en una noche como esta, tan llena del vacío mortal de vivir.

…y cuando regrese a tu mirada nos llevaremos de la mano por una noche blanca y llena de nosotros. Entonces hablaremos el universo en los gestos que sin los mismos no sabes describir. Como se debe, a pie, regresaremos a la ciudad de la furia bajo el viento de Océano. A lo lejos el canto de Alfonsina, acallada por los pasos alegres de Juana sobre la lluvia, de la mano de su muerto enamorado. Las señoras de Palermo nos verán desde sus antiquísimas ventanas y por fin se marchitará la flor (de La Recoleta) al alba.

Porque no sé pensar sin hablarte. Sin soñar que nuestra vida fue un sueño, de aquellos que se hacen realidad en los sueños, mientras, sabemos que se está soñando y que tenemos que despertar. Pero, quizás conservemos la flor azul al regresar de aquello y podamos abrazarla con el recuerdo tan fuerte que se marchitará en el olvido muy lentamente.

Todavía te recuerdo en los cielos astillados de estrellas de Alejandra. Y se revientan los ojos de tanta alegría, tus manos se pueblan de sonrisas que me acarician los pies serenos sin cesar.

Es el rayo que no cesa sobre nuestras cabezas pobladas de futuro. Mientras cuento tu nombre al alba y ella me pide que no deje de narrar sobre nuestras ciudades hechas de abrazos, al otro lado de los puentes del mirar.

Tendré para ti preparado un pastelito y tomaremos juntos la playa en bicicleta, más allá de la amiga de Silvina momificada por las olas, hasta la música de flauta sobre las canas de Gabriela. Ella nos mostrará la Tierra, misma que aún llora al recibir niños muertos.

Aquel día mi pecho será un ave al canto de tu presencia. Y volará alto y fuerte hasta llevarle el mensaje a Dios de que no está muerto; que no se preocupe por nosotros porque las más veces encontramos la dicha, sólo que aprendimos a olvidar.

…y cuando la vida nos muera quiero verte linda en el borde de mi pensamiento, esperando a dar la vuelta a la noche callada de nuestra mano en la soledad. Yo le cantaré tu nombre a las estrellas somnolientas, y a mi abuelo muerto que te extraña sin cesar. Sólo tienes que esperarme a cuando vuelva.

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