Miré el reloj mientras una gota de sudor caía por mi frente. Deseé detener el tiempo con la mirada, pero ya no había marcha atrás, allí estaba mi pequeña, tendida sobre el frío mármol, sin vida. Parecía un ángel, pero yo sabía que no lo era. Ojalá pudiera volver atrás en el tiempo, cuando la acunaba entre mis brazos y ella me sonreía y me acariciaba la cara con sus manitas pequeñas. En qué maldita hora habíamos ido a vivir a aquella casa, engendro del mal. Me maldigo por eso, por no haberme dado cuenta de que todo estaba predestinado, y me maldigo por…
—Oh dios mío, mi pequeña… Perdóname..Ya son las doce…
Acarició su cabello rubio, mientras le cantaba una nana. Cogió el cuchillo con las dos manos y levantó los brazos dispuesta a partirle en dos su pequeño corazón, si es que aún lo tenía. El brillo de la hoja afilada se quedó en suspenso en el aire, sobre su cabeza. La niña abrió los ojos y la miró, y con una vocecita ahogada, la llamó.
—Mamá, por favor, no lo hagas—intentó desatarse las muñecas, pero la cuerda estaba muy apretada—.Por favor, mamá…
Amanda dudó, ¿estaría haciendo lo correcto? Ahora, allí mirándola parecía tan normal.
— Oh, mi niña, te quiero tanto—las fuerzas le flaquearon y poco a poco y con lágrimas en los ojos, bajó el cuchillo. Por un momento quiso creer que había recuperado a la niña de sus ojos. Desató las cuerdas, y la abrazó con fuerza. Un aliento gélido la susurró al oído
—Maaaamiiiii…
La miró a los ojos, esos ojos que helarían a cualquiera la vida. Y gritó con fuerza, cogió el cuchillo y lo hundió en su pecho.
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