Las increíbles aventuras de Alpaca Verde

Las increíbles aventuras de Alpaca Verde

Entrevista de trabajo

Es un soleado día y se respira un aire puro en la calle. Alpaca Verde está feliz, hoy tiene una entrevista de trabajo. Pocos días después de tirar el currículo, le han llamado de una empresa de fabricación de muebles de lana y terciopelo para solicitar una entrevista. Alpaca se sorprendió, porque tal y como está la cosa, es una tremenda suerte poder ir a vender su imagen.

Alpaca entra por la puerta de las oficinas y comunica en recepción que viene por una entrevista de trabajo. El hombre de cabello cenizo y piel manchada lanza una mirada insólita y confusa a Alpaca:

-¿Cómo se llama? – le pregunta amablemente el recepcionista.

-Alpaca Verde. Verde con “v”.

-Tiene usted hora dentro de cinco minutos. Por favor, espere en la sala de espera.

-¡Ah, claro! Esperar en la sala de espera, ¡alucinante! – responde atónita nuestra protagonista.

Alpaca se dispone a sentarse en una incómoda silla de madera barnizada, con un extraño diseño de curva en el respaldo, inaguantable. << ¿Es que nunca piensan en las alpacas?>> rumorea Alpaca. Indignado por el diseño de la silla, se levanta y se dirige de nuevo al recepcionista con cara de anuncio de televenda:

-¡Es indignante! ¡Las sillas de la sala de espera son una auténtica mierda!

-¿Qué sucede?

-¿A quién se le ocurre poner un respaldo en curva a una silla? ¿Acaso estamos en Suecia? ¡Me va a salir chepa! ¡Voy a parecer un camello! – refunfuña Alpaca -. Es muy grave, ¡gravísimo!

-Señor, es usted un animal. Y además es un animal poco conocido. Nadie va a pensar en usted. Muérase si quiere.

-¡Y tanto que me voy a morir! ¡Mañana!

Mientras los cinco minutos de espera prometidos se convierten en media hora, Alpaca puede calmarse y meditar bien su entrevista. Al fin, una puerta de madera –todo de madera, en una fábrica de confección textil –se abre y una mujer con pinta de estar mal alimentada llama su nombre. Alpaca la sigue hasta un pequeño despacho en la que hay un hombre abrochándose la corbata y arreglándose el pelo –sospechad si queréis -.

-Buenos días – saluda cordialmente el entrevistador –, veo en su currículo que no tiene usted experiencia laboral. Tampoco tiene estudios, referencias personales ni vehículo propio.

-Bueno… soy una alpaca – contesta Alpaca con la mirada vacía y perdida.

El entrevistador murmura y revisa la página y media del currículo varias veces haciendo parecer que lee:

-¿Tiene usted alguna referencia familiar? ¿Algún conocido, digamos… poderoso?

-Mi tío segundo por parte de madre es adorado por un pequeño sector de la cultura mongólica.

Tras un silencio incómodo, el entrevistador se levanta y se desata el cinturón. Se baja la bragueta y saca su instrumento más preciado. ¡Está meando! ¡Y lo está haciendo encima del currículo de Alpaca! Nuestro amigo no da crédito. <> es lo único que puede pensar. Por si fuera poco, el entrevistador al terminar se frota las manos y se sube la bragueta, se ata el cinturón y coge el húmedo y ahora amarillento papel.

-Abra la boca – le manda a Alpaca. Éste obedece y al hacerlo, el papel –que había adquirido la función de inodoro –se cuela entre sus mandíbulas, empujado violentamente por el brazo del entrevistador -. Esto es lo que opinamos en este país de las alpacas. Nos importas una mierda. Por favor… ¡ni siquiera sabía lo que eras! ¡Pareces una simple llama! Qué vergüenza…

Humillado y derrotado, Alpaca Verde se levanta cabizbajo y escupiendo los restos de papel con sabor a orina de oficina. Le da un fuerte apretón de manos al entrevistador y le grita:

-¡Estas sillas son una auténtica basura!

Este mal trago ha afectado profundamente a nuestro pobre Alpaca Verde, sin duda, pero también le ha servido para reflexionar. Puesto que una alpaca como él lo tiene tan difícil para encontrar trabajo, solamente le quedan dos opciones: prostituirse o ponerse a escribir cuentos cómicos de corta extensión.

Examen de conducir

Alpaca Verde hoy tiene un examen de conducir, razón por la cual no ha pegado ojo en toda la noche. Al contrario, ha estado reflexionando sobre sus últimas prácticas con el simpático profesor. ¡Qué recuerdos! Alpaca jamás podrá olvidar sus siete meses y medio de prácticas antes de decidir presentarse a examen. Cómo olvidar la primera vez que caló el coche. <>, le decía el profesor amablemente la primera vez. Y al repetir el mismo fallo una y otra vez el profesor acabó arrancándose hasta tres dedos con las mandíbulas del coraje que le daba. << ¡Que no sueltes el puto embrague! ¡Mujer tenías que ser, joder!>>, y Alpaca miraba al profesor pensando <> Alpaca recordaba también la vez que se puso nervioso y atropelló a varios peatones porque aprendió la lección anterior: no hay que soltar el embrague, es preferible rematar a dos niños inocentes que justo acababan de sacar su primer sobresaliente en “dibujo para retrasados” que calar el coche y soportar una posible lluvia de insultos verdes del profesor. <>, le dijo el profesor ese día. Alpaca sentía un gran orgullo. Tras arreglar el juicio por la muerte de ambos chavales en el que solo bastó una sincera afirmación del abogado de Alpaca: <>, que provocó el alivio de los allí presentes, había llegado el día tan esperado por Alpaca: el examen.

Con un sueño considerable, un par de sedantes en el cuerpo y una mente muy poco privilegiada, Alpaca Verde observa cómo llega su turno. El profesor le muestra a nuestro amigo la que va a ser su examinadora: una mujer bajita y rechoncha, con un moño que parecía ampliar su edad, con gafas de color rojo intenso y los labios pintados. Su cara expresaba amargura, ganas de desahogo y probablemente varios meses –o años –sin sexo. <>, recuerda Alpaca las palabras de varios heridos de guerra en el examen de conducir. Será por tantos años de represión que ahora, a través de un acto conspiranoico que ha permitido a las mujeres ser examinadoras de conducción mediante un largo proceso de lucha social, nos la quieren devolver. La cuestión es que Alpaca lo tiene difícil, su profesor siempre ha pecado de machismo, homofobia y cierta ideología racista; y junto a ellos, esta vez habrá una mujer con pintas de activista feminista que saltan a la vista. Pobre Alpaca, que sigue sin saber cuál es su sexo, bastante tiene con no causar heridos.

La examinadora anima a Alpaca a empezar el examen. Nuestro peludo amigo mira de reojo al profesor como diciendo <> fruto de los nervios. De momento todo bien, el cinturón es lo primero, el coche en marcha, los retrovisores en su sitio… ¿qué podría ir mal? Alpaca recuerda sus duros encuentros con el maldito embrague y se decide a ganar el combate, ésta vez a la primera. Levanta lentamente la pata izquierda del embrague y suavemente pulsa el acelerador con la otra. Bien… bien… ¡Primer fallo! El coche se ha calado. <>, murmura Alpaca con cara de locura. Mira a su profesor, que se está comiendo las uñas literalmente y tal vez pronto sufra una indigestión. Por el retrovisor ve a la examinadora tomando nota y suelta otro <>, esta vez con más nervio. Pronto se da cuenta del problema: el freno de mano está echado. ¡Qué descuido!

Tras recuperar la confianza y con una risilla nerviosa y estúpida en su cara, Alpaca sigue con el examen. Tras cinco primeros minutos de normalidad, la examinadora decide guiarlo hacia una zona delicada:

-Cuando pueda, gire a la derecha –susurra la mujer.

Y de golpe… ¡boom! El vehículo, que iba por una calle recta con otros automóviles aparcados en paralelo a la calzada, se estrella con fuerza contra un coche negro. <> repite Alpaca perturbada.

-¡Qué demonios hace! –grita histérica la examinadora.

-¡Coño, mujer! Dijo que a la derecha y a la derecha que ha ido. ¡Es de libro! –le replica furioso el profesor.

-¡He dicho “cuando pueda”! ¡¿Es que los hombres no podéis escuchar bien mientras conducís?!

-¡A ver, señora, poder se podía! ¿O no? ¡Lo que pasa es que las mujeres conduciendo os precipitáis! Si es que una mujer con un coche… ¡eso es antinatural!

-¡Menudo cavernícola está usted hecho! ¡Comprobado está que las mujeres tenemos el cerebro mejor preparado que los hombres, también para conducir! ¡Por favor, si vosotros pensáis con el pene!

-¡¿Pero que tendrá que ver el pene ahora?! ¡La cuestión es criticar!

A todos estos insultos, Alpaca se gira para protestar por ser el objetivo de ofensas tanto machistas como feministas, pero es interrumpido por ambos con un contundente <<¡cállate, animal! ¡Tú conduce!>> Alpaca sigue a duras penas con el itinerario marcado, ahora por una estrecha calle con un abundante número de peatones y varios vehículos violentos que se interponen en su trayecto. De repente, un motorista agresivo intenta adelantarle peligrosamente por la derecha. Cualquier movimiento precipitado puede poner su examen en riesgo. Alpaca mira a su derecha y el motorista queda a su misma altura. Será el instinto animal, serán los nervios, pero Alpaca no quiere dejar pasar al motorista y acelera con violencia.

-Seguro que es mujer, atropéllala. Total, un peligro menos –se burla el profesor mirando de reojo a la examinadora.

-Me juego el aprobado de este incompetente a que un motorista que adelanta por la derecha solo puede ser un hombre –se rebota la examinadora. El profesor acepta la apuesta e incitan a Alpaca a atropellar al misterioso motorista. Al principio duda, pero todo sea por el aprobado. Alpaca gira bruscamente hacia la derecha y deja al motorista sin espacio, golpeándolo y desestabilizando el aparato. El motorista cae en la calzada tras impactar violentamente con el suelo. Su casco se ha roto y está inconsciente, boca abajo –relatar este último trozo con voz de narrador de Impacto Total –. Los tres protagonistas bajan del vehículo de prácticas y aprovechan para jugarse además una mariscada antes de dar la vuelta al posible cadáver. Al girarlo se dan cuenta de una terrible verdad: no era ni hombre ni mujer, era chino.

-Be-e-eh –murmura Alpaca.

-¡Vaya! La vida nos ha dado una lección. Es chino. A los ojos de cualquier occidental un chino puede ser tanto hombre como mujer – reflexiona la examinadora.

-No vamos a molestarnos en bajarle los pantalones. Los chinos, además, también conducen como el culo. No hay tanta diferencia entre un chino y una mujer –añade el profesor.

-Asimismo la tienen más pequeña. No se puede considerar realmente que los chinos machos sean hombres –concluye la examinadora.

Y así, los tres sujetos han decidido pagar la mariscada a pachas, sin atender al pobre oriental que podría haber sido salvado con un rápido traslado al hospital. Pero lo que no sabían nuestros protagonistas es que estaban cometiendo un terrible error: aquél sujeto no era chino, era japonés.

Hoy Alpaca ha aprendido unas cuantas cosas: que la inocencia animal lo hace débil ante la estupenda racionalidad humana; que los chinos son raros; y que sacarse el carnet de conducir es cuestión de suerte, tanto para hombres, mujeres y animales.

Pastillas

Es tarde, bastante tarde. Alpaca Verde está tirada en el sofá, con el mando a distancia de la televisión en una mano y la cerveza en la otra. Por alguna razón –tal vez por la alineación de los planetas, por el día del mes o tal vez producto del alcohol en sangre –, nuestro lanudo amigo está triste y reflexivo, está “reflexiste”. Acaba de terminar un reportaje acerca de las cabras que balan de tal manera que reproducen un extraño grito muy poético y esencial en un canal llamado Belleza Animal y siente nostalgia por lo que le solía decir su madre cuando era una pobre cría: <<tú cantas muy bien, Alpaca. Deberías ser cantante, yo te veo>>. <<¿Qué estoy haciendo con mi vida?>> se pregunta Alpaca con resignación. Tras minutos de desconcierto, un impulso de adrenalina e inspiración provoca que Alpaca se levante del sofá y decida comerse el mundo. Tal vez es una locura, pero no se pierde nada por intentarlo.

Una cámara fija de más bien poca calidad y un trípode que tiene que sostenerse con varios trozos de papel en el suelo van a grabar su inmenso talento condensado en una indescriptible melodía con la siguiente letra:

Beh, oh, beh

Be-eh, bee-eh.

Be-eh, bee-eh.

¡Beeeeeeh! ¡Oh!

¡Beeeeeeeh! ¡Oh!

Beee-eeh… beh ¡oh, bee-eh!

Because ¡beh, oh, beh!

Esta letra tan poco creativa como repulsiva se repite en bucle varias veces con un ritmo empalagoso y una sinfonía digna de ser cantada por un sordomudo con bronquitis. Y por si no fuera poco, Alpaca zarandea todo su cuerpo de un lado a otro como con desgana y asco por lo que está produciendo, exponiendo un baile que solo podría imitar el rey Juan Carlos. Al terminar, Alpaca lo reproduce y piensa: <<¿cómo puedo haber creado tanta porquería en tan pocos minutos?>>. Es vergonzoso, pero es un intento, y para reírse en un futuro no tan lejano de su propio error, Alpaca decide conectar la cámara al ordenador para guardar el vídeo en su disco duro, a ser posible bajo contraseña y lector de retina. Pero nuestro exótico colega no sabe manejar este tipo de aparatos a la perfección y sin querer –no me preguntes cómo –ha acabado colgándolo en su canal de YouTube, la página de vídeos. Ni siquiera se ha dado cuenta, pero ahí está, a merced de todo ser humano en todo el mundo, excepto en gran parte de África y Asia, que nunca nadie se acuerda de que allí no están por estas cosas.

Después de una semana y media Alpaca, que está de nuevo en el sofá planteando su posible carrera como actor de Hollywood, recibe una visita que va a ser más que agradable. Dos hombres trajeados y serios –uno bajo y otro más alto –preguntan por Alpaca Verde.

-Soy yo –responde tímidamente Alpaca.

-Podíamos suponerlo –indica irónicamente el bajo.

-Venimos en representación de Producciones Ornitorrinco Litoral y Lavanda Association (POLLA) para informarle de que queremos convertirle en una mediática estrella teniendo en cuenta el millón y medio de visitas que ha recibido su vídeo –responde el alto.

-¿Mi vídeo?

-Sí, el suyo –reitera aticista el bajo.

-A causa del gran revuelo mundial por su producción titulada Beh, oh, beh y las favorables críticas que ha recibido queremos promocionarle, señor Verde.

-Por favor, llámeme Alpaca. ¿De qué criticas están hablando?

-De las que ha recibido su vídeo –insiste el hombre bajo.

El hombre alto le entrega el último número de la revista STV Music y también la de Los 40 malsonantes. Le comenta que su canción ha sido la más votada de la pasada semana y está en el top diez de descargas en la red. Alpaca observa la página dónde está escrita la crítica sobre su hit y lee:

Beh, oh, beh, pieza maestra de la música contemporánea –murmura atónito Alpaca, que sigue leyendo-, su poética letra está bien estructurada y mantiene una rima perfecta durante toda la composición. El ritmo es pegadizo y trabajado, la melodía rompedora y la coreografía es salvaje, innovadora y potente. Alpaca Verde nos demuestra su independiente estilo que marcará tendencia en los próximos meses. Su atractivo baile es lo que algunos expertos llaman ya “inmovilismo”.

Alpaca se frota los ojos y suelta una leve carcajada. <<Pero si es la mierda más grande que he oído en toda mi vida. ¿Esto es lo que triunfa ahora?>>. Aunque Alpaca muestra claros síntomas de confusión, se deja llevar por el momento y acepta explicaciones de aquellos dos hombres:

-Es usted famoso y rico, y lo va a ser aún más si firma el contrato con la POLLA para que patrocine su próxima gira por México.

-La POLLA le garantiza la producción y gestión de sus trabajos para que el beneficio sea máximo. Nosotros nos encargamos de mover a sus fans –precisa el hombre alto.

-¿Mis fans?

-¿Qué nos dices, Alpaca? ¿Quieres ser la próxima estrella mundial del pop? ¿Quieres tener a las chicas, o en tu caso a las alpacas más guapas del planeta pendientes de tu próxima revisión de escroto? ¿Quieres poseer mansiones, deportivos y estatuas fálicas en grandes cantidades? ¿Quieres ganar extremas sumas de dinero solo por desmentir que unos bebés son tuyos?

-Bueno… dicho así… Sí, firmo. ¡Firmo!

-La única condición que ponemos es que en las entrevistas que solicites digas que tú éxito se basa en un duro trabajo y sacrificio diarios. Lo obliga la ley.

-¡Acepto!

Y así, tras varios meses de promoción –vasos, camisetas, calzoncillos, papel de liar, material escolar o incluso la nueva sopa marca ALPACA VERDE –y duras entrevistas con la prensa sensacionalista sobre el posible embarazo inminente a tres mil menores de golpe,llegó la gira promocionada por la productora POLLA y la discográfica Hipsters are cool, en México. Alpaca Verde y su exitosa canción habían logrado estar en lo más alto en descargas, varias nominaciones a los premios “WC” y la consideración de “mejor canción pop de la década” por la Asociación de Mendigos de Francia. Ahora tocaba cumplir ante un público de metro y medio de promedio de altura, con bigote y sombrero mariachi –también las mujeres –. La productora prometió al exigente público la aparición de las estrellas más mediáticas de la música y los mejores cantantes del mundo, concentrados en la misma gira por tal de recaudar fondos para la pobreza en los altos barrios de Miami, Los Ángeles y también para combatir la ludopatía en Las Vegas. Siguiendo el guión, Alpaca Verde y el gran rapero guatemalteco Yonky Fumao –tipo humilde dónde los haya –deberían presentar su remix al afamado público. También iban a actuar grandes genios como Justino Vibrador, Miley En’Cinta o el compositor de Me equivoqué de agujero, Chihuahua. Pero todos ellos ensombrecidos por la gran estrella que iba a ser nuestro verdoso amigo, Alpaca.

<<¡Qué nervios!>> piensa Alpaca antes de salir al escenario.

-Cálmate, broder, namá que tieneh que salí ahí a fuera y gritah “yeah”, ya tú sabeh –le comenta con extraño acento cubano el bueno de Yonky para tranquilizarle –. Si fuerah una pavah te diría “arriba esah sandíah”, pero como ereh un ehtraño ser de otro planeta, ¿por qué no teh poneh a volá o alguna cosa de esah cósmicah? Ya tú sabeh.

Alpaca siente vergüenza ajena por su buen amigo Fumao, pero los nervios le producen unas náuseas y mareos inaguantables. No entiende cómo su colega guatemalteco con acento cubano está tan tranquilo, preguntándose por qué el pelo en el sobaco solo crece hasta cierto punto. Entonces Fumao le ofrece una extraña pastillita en la que pone: “consumir sólo en caso de falta de personalidad, complejo de inferioridad o estupidez extrema”. Sí, todo eso en una pastilla. Y como Alpaca sufre de todos esos síntomas, mejor prevenir que curar. En solo varios minutos el animal estaba dispuesto incluso a tirar de un camión.

Vamoh, cabra. Esta noche lo gosamoh y lo domamoh sin temó.

Y se abre el telón. En medio de una tormenta de flashes y gritos en la oscuridad, aparecen en el escenario y rodeados por la luz de un foco Alpaca y Yonky. Uno estaba en estado de locura, cual animal en celo; Alpaca en cambio estaba sudando y parpadeando a velocidad alarmante. El corazón le iba a mil y las manos le iban mucho más rápido que el cerebro. Después de la presentación del locutor borracho, Alpaca y Yonky comienzan a cantar el éxito del año:

Beh, oh, beh

Be-eh, bee-eh. (Ya tu sabeh)

Be-eh, bee-eh. (Lo parteh)

¡Beeeeeeh! ¡Oh! (No comprendoh, este sentimientoh)

¡Beeeeeeeh! (Mamasitah) ¡Oh!

Beee-eeh… (Pah la rubiah) beh ¡oh, bee-eh! (Pah la morenah)

Because ¡beh, oh, beh! (¡¡¡¡¡¡¡Singuin tunai, for olde faquin pipol!!!!!!!)

Un espectáculo verdaderamente lamentable, penoso, condenable a varios años de prisión. Esta vez las ingeniosas letras de Yonky Fumao le dan salsa a la melodía, el ritmo es aún más insufrible y todo mezclado parece un asno con reuma sollozando. Aún y así, la gente lo aplaude, lo pide, lo disfruta. Increíble pero cierto: la gente quiere más. La subida de decibelios ha afectado a Alpaca, que ya estaba perjudicada de mucho antes. Su mente se quiere marchar a un lugar seguro, pero su cuerpo no puede moverse. De repente, su conciencia se apaga y cae al suelo con violencia. Con la lengua pegada al suelo y los ojos desalineados, Alpaca está escupiendo saliva espumosa y sufriendo espasmos. Por desgracia, el concierto no termina. ¿Para qué? Solo es una alpaca muriéndose en un concierto de pop, rap, hip hop, top, splash y rumble, en medio de un desierto de México. Dicho así, ¿a quién le importa?

Por suerte, días más tarde Alpaca recobra la conciencia en un lúgubre hospital. Inmóvil en una camilla, un cirujano venezolano le cuenta que ha sufrido tres infartos, un ataque de epilepsia y un dilema moral al mismo tiempo. <<Bee-eeh>> piensa Alpaca, que sabe muy bien que no debió tomar esa pastilla que le ofreció Yonky Fumao.

-Confieso, doctor –lamenta Alpaca –, tomé una pastilla. Se me subió el éxito a la cabeza y no podía faltar a esos pobres mexicanos con sus sombreros y sus mostachos y sus “ai, ai, ai”. He fallado, y lo siento.

-¡Pero qué dice!, –replica el cirujano riéndose a carcajadas –La pastilla es lo que le ha salvado la vida. Los tres infartos fueron a causa del ruido que estaba provocando su “canción”, y el ataque de epilepsia sucedió por los flashes de las cámaras de fotos y las luces del escenario. La pastilla de LSD mantuvo su corazón latiendo, si no ahora sería rica comida mexicana.

De este modo, Alpaca ha aprendido una lección: es muy duro ser estrella, sea de pop, rock o incluso de danza hawaiana urbana. La presión mediática destruye mentes. Pero si una cosa tiene clara Alpaca es que antes volvería a drogarse que a escuchar la música que triunfa hoy en día.

Libertad de expresión

En el pueblo de Alpaca Verde se celebrará hoy una manifestación multitudinaria en protesta por la mala gestión del alcalde. Nuestro amigo se quiere sumar a este acto promovido por los vecinos del pueblo ya que por culpa de los altos precios de los productos y el desempleo adherido a los bajos sueldos y los recortes en educación y sanidad, existe un grave problema en el equilibrio y la convivencia entre personas. Pero Alpaca es un animal que no entiende los problemas de los humanos y cuando tiene un arduo dilema lo consulta con su buena amiga La Almohada.

La Almohada es una especie de culebra de colores chillones que se le aparece en el inodoro cuando expulsa heces con más remordimientos de lo normal. Es a lo que se le llama “diarrea pensativa”, común en los días de resaca o durante esas largas tardes de lluvia en la que uno se puede pasar horas en el lavabo, el sitio dónde se toman las decisiones más importantes de tu vida como “voy a casarme” o “he decidido estudiar economía empresarial”. Bien, La Almohada se le apareció ayer a Alpaca mientras meditaba las razones de la manifestación. Tras un agradable saludo, Alpaca le preguntó:

-La Almohada, ¿por qué los humanos se empeñan en intentar convivir en equilibrio creando aún más desequilibrio?

-Porque son estúpidos.

-Si son estúpidos, ¿cómo explicas los grandes avances tecnológicos de la historia?

-Porque son estúpidos con ganas de evolucionar, en vez de dejar que la evolución natural siga su curso.

-Pero los humanos pueden curar enfermedades en ellos mismos e incluso en animales.

-Pero aún y así se matan por territorio y dejan que un tercio de su especie muera de hambre para que los niños gordos y ricos paguen investigaciones acerca de la obesidad.

-Sí, pero ¿qué me dices del cáncer? Ahora lo pueden curar.

-¡Fascinante! Pueden curar una enfermedad que abunda gracias a ellos.

-¿Y los grandes pensadores y filósofos?

-Que yo sepa, en las clases de filosofía todo el mundo duerme o “hace campana”. Los poetas y escritores son ignorados en gran parte y la música cada vez más incita únicamente al sexo desenfrenado y la propagación de enfermedades de transmisión sexual

-Son capaces de volar y navegar grandes distancias. Han conseguido romper la barrera del sonido y crear una gran red virtual para ayudarse y comunicarse a la velocidad de la luz.

-Y aún así creen en fantasmas pero intentan convencerse a ellos mismos de que no existen. Los humanos crean la religión, luego la dividen y más tarde se matan entre ellos por estar divididos. Y para colmo, ahora intentan creer que la religión es algo inútil. ¿Qué otro animal hace eso?

-Los humanos han sobrevivido a miles de dificultades y catástrofes.

-Pero se caen de un quinto piso y se mueren.

-Bueno, cada generación vive más años gracias al bienestar y la mejora de calidad de vida.

-Sí, no obstante crean leyes que impiden la violencia y la muerte, pero a la vez deciden crear armas capaces de matar a millones de humanos a la vez. Ridículo.

-La diversidad de culturas es fascinante.

-Lo que es fascinante es la violencia que emplean unas culturas contra otras y luego se crean asociaciones en contra de dicha violencia.

-El humano es capaz de dialogar, razonar, opinar, criticar, analizar el entorno y crear medidas para su beneficio.

-Y gracias a estas capacidades volvemos al primer punto: el desequilibrio. Porque ninguna especie animal está tan desequilibrada como la humana. La racionalidad humana es antinatural.

-¿Y qué puedo hacer yo para ayudarles, La Almohada?

-Puedes hacer dos cosas: actuar cómo todos los animales y mantener tu postura de indiferencia hasta que la naturaleza siga su curso y desaparezcan; o convencerles para que dejen de demoler terrenos llenos de vida con el fin de crear pobreza y desigualdad, repartir alimento gratuitamente de forma equilibrada para todos y cada uno de los de su especie, acabar con un sistema desigual y aprovechar las grandes ideas de sus exponentes más avanzados de forma positiva y colectiva, destruir todo tipo de armas y dejar de impulsar guerras por beneficio propio, acabar con los términos “riqueza” y “pobreza” y poder proclamar la palabra “libertad” sin que te tachen de activista o hippie, eliminar estereotipos, diferencias, castas, estamentos y cualquier tipo de prejuicio, etcétera, etcétera y más etcétera. ¿Serías capaz de convencer a toda una especie de eso?

-¡Claro que sí! ¡Soy una alpaca, no un humano! ¡Podré hacerlo!

-Suerte pues –le murmuró La Almohada antes de desaparecer. Gracias a su inspiradora visión, Alpaca estaba convencida de que podría empezar por llegar a los habitantes de su pueblo con ese discurso y la cosa podría globalizarse mundialmente poco a poco mediante twitter, facebook o YouTube. ¡Seguro que sí! ¿Para qué escribir un libro? ¿O componer una canción? ¡Eso no cuela, al menos ahora ya no!

Explicado este flashback, Alpaca sale a la calle junto con varias decenas de protestantes que se reúnen ante el ayuntamiento con pancartas y carteles y varios portavoces que se suben en atriles para reclamar con un micrófono. Allí tiene que dirigirse Alpaca, a los atriles. Vestida con un traje negro y corbata roja, Alpaca espera su momento. Al terminar el contundente discurso de un viejo calvo con cara de insatisfacción sexual, Alpaca corre hacia el atril sollozando <<be-eh>>. Ante una treintena de personas fascinadas por ver a una alpaca con traje subida a un atril, Alpaca saca su discurso en papel y lo pronuncia claro, pero no más alto porque no se puede ya que el altavoz tiene un limitador. Siguiendo los consejos de La Almohada, Alpaca se dispone a leer:

-Caballeros, señoras, gente en general; hoy tengo una pregunta: ¿por qué? ¿Por qué protestar siendo mayoría? ¿Por qué no cambiar las cosas? Vosotros os quejáis, pero el mundo en general lleva bastantes milenios de luto por culpa de vuestra existencia. Aquellos que crean que el hombre fue creado por Dios, por Alá, por los extraterrestres o por los Beatles, tápense los oídos: el hombre es un animal, un animal que destruye su hábitat natural para construir un mundo lleno de desgracias y disconformidades. Estáis aquí para protestar lo que vuestros antepasados y los antepasados de los suyos han creado pero, ¿por qué no hacerle caso a esta humilde alpaca? ¡Cambiemos la dinámica, señores! Volvamos a los campos, quitémonos la ropa y basemos nuestra existencia a cinco cosas esenciales: cazar, comer, fornicar, defecar y dormir. ¿No irían mejor las cosas si el ser humano fuera una especie colectiva y solidaria? Fíjense en nosotras, las alpacas. Algunos de vosotros os estaréis preguntando “¿qué demonios es una alpaca?” o “¿de qué habla ese camello deforme?”, pero las alpacas somos una especie alejada de la civilización, sin problemas por convivir, pues de hierba nos alimentamos y de hierba no estamos faltos. Los perros os siguen las gracias por el simple hecho de comer, ley básica de la vida; un perro hambriento no tiene dueño. Los gatos hacen lo mismo pero ya con desprecio. ¿Por qué os empeñáis en ser más que ellos? ¿Creéis que no pensamos? ¿Creéis que no somos capaces de tatarear una canción? ¿Qué demonios os están demostrando los pájaros cada día? En fin, a lo que quiero llegar es que dejéis vuestro complejo de superioridad y os unáis a nuestra comunidad animal. Los animales no protestamos, no necesitamos reclamar algo. Si lo queremos, luchamos por ello y si no, pues nos morimos. Si eso pasara con los humanos no estaríais superpoblados, la mitad habría muerto, sí, pero ¿a que no parecería tan grave tener un bulto en los testículos o engordar unos quilos? Si hacéis lo que digo, nunca más tendréis que preocuparos de que se vaya la luz, del recibo del teléfono, de cuando va a llegar la hora del bocadillo… ¡la hora del bocadillo es cuando tú quieras! La disfunción eréctil no sería un problema, sería una bendición: los hombre sabríais que tenéis cerebro y las mujeres podríais dormir boca abajo tranquilamente. La vida animal es la mejor, ya nos lo decía Disney: los animales que hablan molan, o sea vosotros moláis. Hacedme caso, humanos, olvidaos del trabajo y la familia, los animales ni siquiera recuerdan su nombre. ¡¿Quién está conmigo?!

Al acabar el discurso, Alpaca siente nervios. Ni un cumplido en los primeros cinco segundos, pero un tímido sonido de aplausos inicia en cadena un fuerte chillido de la multitud. Alpaca se siente feliz y contento. Ha cumplido y desea contárselo a La Almohada, así que se dirige a su casa, se quita el traje y espera a su próxima relajación de esfínter. Mientras tanto, se sienta en el sofá y enciende el televisor.

Horas después de su discurso, el boletín informativo de mediodía saca la exclusiva: ¡Alpaca Verde sale en todos los informativos! Su discurso ha tenido éxito, mucho éxito, pero no el que se esperaba. Al parecer uno de los manifestantes ha grabado en vídeo las declaraciones de Alpaca y las ha subido a YouTube bajo el título de “Graciosa alpaca con traje haciendo un discurso”. Las redes se han llenado de parodias e irritantes imitaciones en sólo varias horas, algo que ha molestado muchísimo a Alpaca. Mientras los informativos comentan que la antigua estrella del pop está dispuesta a hacer cualquier cosa para que se hable de ella, Alpaca se lamenta: <<malditos humanos, ¡que les den por el culo!>>

Alpaca Verde ha aprendido hoy que los humanos son así, nunca cambiaran y si lo hacen va a ser a peor. Cuándo tienen una solución delante de sus narices, prefieren agachar la cabeza y gozar de un vídeo estúpido sobre un animal gracioso. <<Tarde o temprano nos vengaremos>>, piensa Alpaca.

Ciclistas

La historia de hoy trascurre en una oscura habitación alumbrada simplemente por una lámpara colgando del techo cuyos rayos de luz no impiden que la vista ignore el tamaño de la sala. Bajo el foco de albor hay un hombre atado a una silla y con un pañuelo atado alrededor de su cabeza que le tapa la boca. Con la cabeza agachada y el pelo mojado, todo indica a que se trata de un secuestro o de una noche demasiado loca. Entre el inquietante e insoportable silencio se oye el chirrío de una puerta abriéndose y después cerrándose. Una negra y extraña sombra se aproxima al hombre, que levanta la cabeza con los ojos medio cerrados por el alumbrado. La misteriosa persona le quita el pañuelo de la boca y le deja respirar:

-¿Qué vas a hacer conmigo? –pregunta desesperado el hombre atado de pies y manos a una silla de plástico barato y diseño cutre. El presunto secuestrador no dice nada, tan solo le expone un portátil encendido. En la pantalla se muestra una página web de autoescuela de ciclomotores y un botón que reza <<haz click aquí para registrarte>>. Bajo una maquiavélica sonrisa procedente del rostro del misterioso secuestrador, el hombre amarrado grita desesperanzado:

-¡Nooooooooooo!

“Dos horas antes”

Nuestro buen amigo Alpaca Verde aprovecha su recién estrenado coche para ir a dar un paseo por el pueblo. Disfrutando de unas alegres y pacificas vistas, decide ir por una carretera extremadamente estrecha, extremadamente peligrosa, con curvas extremadamente cerradas y cambios de rasante extremadamente delicados; para llegar al pueblo de al lado dónde venden excelentes hierbas medicinales. Sabiendo que esta carretera supone un peligro mortal, cualquier conductor de automóvil pondría sus cinco sentidos y más para evitar un accidente. Me gustaría remarcar lo complicado que es para los conductores mantenerse siempre lo suficientemente a la derecha por si pasa otro vehículo en sentido contrario en una carretera de metro y medio de anchura y sin línea discontinua en el medio. Después de reiterar el acoso que sufren los conductores de la muerte a cada segundo que pasan en el coche, volveré con la historia de Alpaca. Sabiendo todo esto, Alpaca no iba a ser más imprudente que un humano corriente y se promete a si misma esforzarse al máximo para superar aquella carretera con éxito.

Alpaca llega al cruce en el que, yendo hacia la izquierda, se entra en una carretera con el nombre de “carretera de Nicolas Cage”. Viendo que el nombre no inspira mucha confianza de entrada, Alpaca traga saliva y coge aire. <<Vamos allá>>, se dice por dentro y comienza la que iba a ser su peor travesía. Al principio, Alpaca se topa con un par de vacas, un ciervo, un reno, un estegosaurio, Hulk y Chuck Norris. <<Superable>> piensa. Alpaca modera el ritmo y espera a que los ocupantes de la calzada se retiren poco a poco. No hay por qué precipitarse. Nuestro animal favorito sigue adelante tranquilamente y piensa que no puede pasar nada peor. Pero después de dos curvas, Alpaca ve que en pocos segundos tendrá que reaccionar para no comerse a un tráiler que era tan grande que llevaba consigo encima otro tráiler. Frenazo y volantazo, fácil para una alpaca. En cinco escasos minutos Alpaca se ha jugado la vida ya varias veces. ¡A ver qué le espera ahora! Ni veinte curvas seguidas con un gigantesco cartel de la duquesa de Alba anunciando tampones, ni siquiera la sesión de dos horas de “One Direction” que emitían en la radio iban a ser tan indignantes como el último obstáculo: un par de ciclistas. Ciclistas que en algunos tramos pueden optar por bajarse de la bicicleta y trasladarse a la cuneta amablemente, e incluso dejar de ir en paralelo el uno con el otro y ponerse en fila en una carretera más estrecha que la mente de Jon Cobra… pero prefieren pedalear a sus anchas como si la carretera fuera solo suya y dejar el riesgo a Alpaca, teniendo que desplazarse hacia el lado del acantilado de trescientos metros de altitud, con afiladas piedras en su fondo y hambrientos dragones sobrevolando el terreno peligrosamente si quiere adelantarlos. Pero, de forma frustrante no puede adelantarlos. Cada vez que se dispone a pasarlos se cruza un coche en dirección opuesta en su camino. Al contrario que las aguas con Moisés, los ciclistas cierran siempre el paso a Alpaca como si de un juego de consola se tratase. Furioso y desesperado, Alpaca pulsa el claxon para advertir de la molestia que suponen esos simpáticos deportistas, pero la indiferencia que muestran desata la locura de Alpaca, locura que la lleva a arrollar violentamente a uno de ellos y lanzarlo al asfalto. Después de este acto homicida, el otro ciclista se para con intención de quejarse y reclamar, pero la furiosa mirada de Alpaca y su agresivo <<¡bee-eeeh!>> hacen que huya despavorido como un pokémon herido o una mujer bajo el acoso de un baboso pulpo de discoteca. Ante la descontrolada situación, Alpaca se deja llevar por la ira y le aplaca un golpe en la cabeza que lo deja inconsciente para después atarlo. Lo secuestra y se lo lleva en el maletero del coche discretamente al sótano de su casa. Una vez se ha asegurado que nadie le ha visto, llegamos al inicio del cuento, donde el ciclista atado permanece secuestrado:

-¡Vas a sacarte el carné de conducir de ciclomotores por las buenas o por las malas! –replica Alpaca, el secuestrador misterioso desvelado.

-¡Nunca! –contesta agresivamente el ciclista.

-¿Es que no entiendes la molestia que suponéis los ciclistas en la carretera? Puedo soportar una picadura de mosquito en la planta del pie; puedo soportar un grano de pus en el perineo; puedo soportar las faltas de ortografía en las redes sociales; incluso puedo soportar las canciones de Shakira. ¡Pero los ciclistas en la carretera no se aguantan! ¡Debemos exterminaros haciéndoos sacar el permiso de conducir!

-¡Yo ya tengo carné!

-¡Peor me lo pones! ¡Promete que vas utilizar el coche y vas a contaminar como la gente normal! ¡Hippy! –le grita Alpaca, amenazándole con una llave inglesa. Pero cuando el hombre estaba a punto de ceder, una decena de antidisturbios de la policía nacional irrumpen en el sótano para detener a Alpaca.

-¡Alpaca Verde!, –grita uno de ellos mientras le pone las esposas –¡Queda usted detenido por agredir a un ciclista, un ser en peligro de extinción y protegido por la seguridad estatal! ¡Ha cometido un delito nacional penado con la cadena perpetua!

-¡Qué! ¿¡Quién se ha chivado?!

-Los videoaficionados espontáneos son criaturas que abundan cerca de las carreteras peligrosas. Uno de ellos lo cazó mientras cometía la infracción. Además llegó una denuncia de otro ciclista que dice ser el hermano de la víctima. ¡Hay que ser imbécil para dejar escapar a un testigo! ¡Y se lo dice un policía, que yo de esto sé mucho!

Y así, tal vez merecidamente, Alpaca Verde ha acabado en la cárcel dónde seguramente rebajará la perpetua a dos o tres horas de prisión preventiva por buena conducta. Pero allí Alpaca tiene tiempo suficiente para reflexionar sobre sus actos: entre un conductor y un ciclista, el conductor tiene las de perder, pero el ciclista se puede llevar una buena hostia. Así que conductores, no os hagáis las víctimas y respetad las normas. Y ciclistas, ¡no cuesta nada echarse a un lado, que son ganas de provocar!

Auriculares

Nuestra querida alpaca se encuentra sentada en la estación ferroviaria de Campicha esperando un tren. Se ha vestido de chándal, con una gorra absurda que le queda grande, una cadena de oro falso de los chinos alrededor de su peludo y alargado cuello y unas gafas grandes sin cristal. Sumándole a esta indumentaria su cara de estupidez ilimitada y su mirada vacía, Alpaca se ha convertido sin darse cuenta en el objetivo de todas las miradas. ¿Por qué iría vestida así de repente una alpaca que acostumbra a pasearse desnuda y sin complejos por el pueblo? La causa tiene un nombre: Chuliko Repeinao. Chuliko, Chuli, o “el Repe”, es un joven portugués que últimamente se está acercando mucho a nuestra verdosa amiga, cuya ingenuidad no tiene límites, y está repercutiendo en su modo de pensar. Curiosamente desde que empezó su amistad con Chuliko, Chuli, o “el Repe”, Alpaca prefiere vestir con un chándal y atuendos que hacen parecer a uno imbécil. Chuli también ha influido notablemente en los gustos musicales de Alpaca, quién ha sustituido su habitual apego a la melodía ambiental de naturaleza campestre compuesta en do menor e interpretada por una flauta de pan y un arpa por la curiosidad acerca de las modernas sinfonías que se componen básicamente de una melodía de motor de tractor y de obra producida por un grupo de albañiles con problemas auditivos –también conocidas en el mundo urbano súper molón como hardcore–. El problema es que el amigo Chuli, que sufre de problemas económicos a causa de su adicción a la tinta de impresora –que va muy cara–, no puede comprarse unos auriculares, así que ha acostumbrado a la pobre e inocente Alpaca a escuchar su “música” en un altavoz portátil cien veces más caro que unos auriculares.

Por esta razón Alpaca, además del disfraz de inepto, trae consigo una mochila con un altavoz portátil de cuatrocientos y pico de euros que no deja de reproducir constantemente, sesión tras sesión, porquería ambiental que produce cáncer auditivo y muerte intelectual. Con este panorama sube por fin al tren concurrido de gente con preocupaciones y agobios típicos del día a día laboral. Como la capacidad empática e interpretativa de la embobada Alpaca es más bien nula, no se percata siquiera de que hay gente leyendo libros enriquecedores de cultura y criterio o jóvenes estudiando apuntes para los exámenes finales que decidirán un sitio destacado en su futuro; futuro que alguien como Alpaca no ve y no puede ver venir. Trascurridos diez minutos de viaje eternos a causa del horrible sonido que salía de los agujerillos de la tela de la mochila de Alpaca, la educación y el señorío de la gente sigue predominando en sus personalidades y les impide levantarse a propinarle un buen guantazo a nuestra amiga, que sigue sin percatarse de su molesta existencia. Pero al fin aparece el revisor, muy indignado por la situación, y decide realizar su trabajo:

-¡Largo de aquí, animal! –grita el revisor dirigiéndose a un pobre inmigrante nigeriano que parecía sufrir problemas de dinero pero a la vez también parecía honrado. –No tiene usted dinero para pagar el billete, ¿verdad?–.

-Pues… n… no señor… –susurra el negro intentando dar explicaciones a la vez que la gente clava su mirada en él y lanza un poderoso abucheo al más puro estilo Cristiano Ronaldo: <<¡Buuuuuh!>>

-¡Jah! A mí no me engañas, moreno. Soy conocido en todo el país como El Führer de Móstoles. No hay inmigrante ilegal sin papeles y sin blanca –curiosa la paradoja literaria que aquí se halla, un negro sin blanca– que se me resista. Nunca podrás llegar a tu destino bajo mi jurisdicción. A ver, ¿hacia dónde te diriges?

-Hacia Vertedero del Prat, donde viven mis quince hermanos. Uno de ellos estrella mundial de baloncesto; otro es actor secundario en una serie de Hollywood; otro es rapero; luego hay uno que está en el porno…

-¡No me importa! ¡Vas a acabar debajo de un puente en esta misma parada! –grita el revisor echándole a patadas del tren mientras es aplaudido y coreado por los pasajeros del tren, que repetían en sintonía bélica la frase <<viva nuestro revisor>> con el brazo derecho rígido alzado al aire y la mano bien inclinada, como aquél que saluda a alguien a lo lejos mientras sufre un apretón intestinal producido por gases. <<Bee-eeh>> piensa Alpaca, con su imagen decadente y su sonrisa siniestra, pues por fin la gente se ha calmado y ha dejado de mostrar hostilidad hacia sus alrededores. Pero todo cambia en cuestión de segundos. Mientras la multitud todavía festejaba la victoria del hombre blanco frente a la invasión africana, una melodía pausada y relajante empieza a sonar en su mochila. ¡Oh, no! Una canción del grupo U2 se cuela entre la basura registrada en el aparato sonoro, probablemente debido a ser una de esas canciones de serie que permanecen en estos artilugios desde que uno los compra hasta que son borradas, y estalla el caos. El revisor se acerca a Alpaca y le reprocha:

-¿Eso es U2?

-¡Beeeh!

-¿Acaso sabes que supone U2 para mí, El Führer de Móstoles?

-¿Beeh?

-¡Son todos amigos de los negros invasores! ¡Su cantante, Bono, es el defensor de la paz entre blancos y negros y chinos y moros! ¡Estás expulsado! ¡Vas a quedarte en esta parada y jamás volverás a subir a mi tren, monstruo!

Entre la sonora bronca que les está echando el revisor a la pobre Alpaca se oyen reproches en voz baja de la gente incrédula: <<¿Cómo puede haber tan mala gente en el mundo…?>>. <<¡Qué vergüenza! ¡Qué asco!>>. Pero Alpaca no tiene ninguna credibilidad y es expulsada del tren mientras solloza y llora asqueada. ¡Qué mal trago! Por suerte, le queda todavía el consuelo del pobre negro que también había sido discriminado y echado a patadas, así que Alpaca le ofrece cobijo en su casa por una noche como señal de comprensión y compasión. Pero ante está oferta, el negro se burla y le escupe en la cara:

-¿Estás loca? ¡Eres un animal! Los animales se crían, se emparejan, se adiestran a base de hostias con un palo de roble seco, se engordan y se matan para comer. Yo no voy a ser amigo de un animal.

¡Menudo animalista! Así se pudriese en la calle y muriese de frío.

-Además… Lo de ser un animal podría pasar por sólo una noche, pero… U2 apesta. ¡Das asco!

Y Alpaca, con la cara salpicada en lágrimas de rabia y dolor intensos, se marcha a casa con una lección muy bien aprendida: la música de muestra de los aparatos electrónicos es una mierda.

Dinero fácil

Tras haber derrochado los ahorros de toda una vida en una inyección de colágeno en los labios, nuestro buen amigo Alpaca Verde se encuentra en una delicada situación económica. Apodado ya como Carmen de Mairena II, Alpaca está desesperado por conseguir un buen trabajo. Por suerte, vivir en un país con tantas oportunidades tiene sus ventajas, y Alpaca baraja en su haber unas cuantas opciones de trabajo:

-La primera, como basurero –o trabajador para el medio ambiente si nos ponemos compasivos–. Pero Alpaca detesta el trabajo duro, las noches en vela y el mal olor. <<Ser basurero es bajo, es pobre, es para inmigrantes>>, piensa. Conducir el camión aún, pero ese puesto está ocupado, siempre lo está, pues el único trabajador blanco, residente y con contrato fijo es el que conduce el camión y no pega un palo al agua. Además está muy mal pagado, y con el sueldo de basurero Alpaca no podría pagar un posible aumento de pechos y un chalé en Marbella que piensa solventar –o defraudar– en un futuro.

-La segunda, corresponsal de guerra. Pero esta opción ni se la mira. Mal sueldo, peor condición laboral… Las alpacas son animales nobles, con clase; jamás podría permitir que su honor decayera filmando a un grupo de terroristas islámicos decapitando japoneses, bombardeando franceses o follándose gallinas. Lo único que le convence un poco de este trabajo son las vacaciones pagadas, por lo que tal vez se decante por este.

-Una tercera opción sería de masajista de actrices porno. Parece duro, las actrices porno deben necesitar masajes cada media hora más o menos. El sueldo sigue siendo escaso para alguien que pretende abrir una cuenta en suiza.

Pero por último, la opción que Alpaca escoge casi sin pensarlo es la de tertuliano de programas del corazón. Dinero fácil. Y tiene un poco de lo anterior: trabajar con basura y excrementos humanos pero que huelen bien; periodismo de primera, peligroso y muy meritorio por su aproximación al terrorismo; y contacto directo con el entorno de la pornografía, aunque a ésta no se le llame pornografía. Alpaca irá esta misma tarde a firmar el contrato con Telechusta y por el cual le pagarán una buena suma de dinero: doce mil euros por cada insulto a un famoso, veinte mil si insulta a alguien que no es famoso y un plus de tres mil euros por defender a los homosexuales, a los enfermos, por decir que el cáncer es terrible, por alabar el amor de una madre y por denunciar el racismo y el maltrato animal –pero le dan un matamoscas de regalo–.

Durante una entrevista de trabajo que más bien parecía la previa para romper el hielo antes de meterse en un cuarto oscuro, a Alpaca se le pide que parezca padecer retraso mental –cosa que no presenta muchos problemas– y que al llegar a los veinte programas salga del armario para volver a meterse a los cincuenta. Alpaca deberá posar desnudo después de financiar su deseada operación de pechos en una revista de periodismo profesional y tendrá que destrozarse la cara a base de operaciones. También tendrá que procrear un hijo y educarlo, como buen cristiano, en el entorno de la drogadicción, el sexo compulsivo y las ganas de contarlo todo sobre sus genitales. Ante todas estas normas humanitarias, Alpaca asiente ignorantemente y firma en medio de una rotunda aclaración del gay con gafas de la derecha: <<nada de política, solo champús y mascarillas anti-edad>>. ¡Eso está hecho! La gente se queja mucho de las salidas laborales de este país y de la inutilidad de los estudios universitarios de cara al futuro, pero es así de fácil.

Lo primero que hace Alpaca para ganarse el sueldo es pagar a una pobre prostituta para que se case con él y tener un hijo que se va a llamar Kike. Después le pone los cuernos con una adolescente con muchas ganas de estudiar y se monta una orgía interracial con varios famosos. Todo en el mismo día. Alpaca se hace DJ y actúa con un tal Yonky Fumao, acostándose esa misma noche con varias monjas a la vez. Por la noche, durante su primer programa, Alpaca se somete a un polígrafo financiado a pachas por el FBI y Playschool para verificar el nacimiento de su hijo gitano y la postura sexual practicada con Augusta y Virginia, las monjas. Durante los siguientes meses, Alpaca se acuesta con cientos de personalidades famosas, toreros y algún que otro futbolista. También llega a tener una aventura con una de las infantas de la monarquía, la cual le convence para montar una empresa de botones y así abrir la deseada cuenta financiera en suiza. Riqueza, fama, honor y poder, Alpaca es ahora “el príncipe del pueblo”, “el defensor de los caídos”, “el generalísimo de Chueca”. Su ego se alimenta diariamente de las audiencias de tercera edad, fotos comprometidas y alguna que otra ralla de cocaína.

Llega la rehabilitación de Alpaca, retransmitida en más de cien países por los medios más prestigiosos del planeta, minuto a minuto. Después, los problemas con hacienda que se resuelven rápidamente con un astuto soborno y un poco de dinero extra y son eclipsados ante la masa social por el escándalo de su hijo gitano Kike con una ganadora del premio Nobel de la literatura. La presión mediática se abalanza sobre Alpaca, que finalmente se da cuenta de que elegir ese trabajo fue una mala elección. Solo había una manera de echarse atrás: emborracharse, coger el coche y atropellar a un policía, de esta forma iría a la cárcel una temporada y podría replantearse su vida desde cero. Y así lo hace.

Alpaca ingresa en prisión considerado como un auténtico hijo de satanás tras decepcionar a la ciudadanía, como si se tratara de un presidente de gobierno robando a su propio país o algo por el estilo… En la cárcel, Alpaca conoce a varios individuos interesantes, entre ellos una antigua cantante y exmujer de un estafador que ha intentado abusar sexualmente de él, ya que tiene dinero. También conoce a un pobre subsahariano que le cuenta su desagradable historia:

-Yo era trabajador por el medio ambiente en este país, después de haberme graduado en ingeniería aeroespacial aritmética y obtener un máster en física cuántica aplicada a la ortografía, pero de pronto mi vida se vino abajo porque confundí basura orgánica con basura inorgánica, además de no separar el plástico del carbono polifacético. Fui condenado a cadena perpetua por un crimen contra la polución mundial y soy enemigo público en seis estados. Cuando eres trabajador por el medio ambiente –basurero– reciclar es muy importante. Es muy duro.

Entonces Alpaca, contento por no haber elegido ese trabajo tan peligroso, se relaja y pregunta a una mujer con cara de perro y balones de playa sobre el ombligo:

-Yo estoy aquí porque me acusaron de quemar vivo a mi masajista, quién me roció en aceite todo el cuerpo y se dispuso a deleitarme mientras me fumaba un cigarrillo que trágicamente se me escapó de los dedos sobre su torso empapado de aquél inflamable líquido… y se incendió. Al ser mujer, no he podido defenderme y mañana me ponen la inyección letal. Por cierto, soy actriz porno.

Alpaca se aplica a si misma una risilla irónica y finalmente habla con un hombre que ha perdido todas sus extremidades, parte de la cara y los testículos:

-Yo era corresponsal de guerra. Era muy feliz, pues he hecho grandes amigos como Mahuad, Zafar, Vladimir, Barack… Nos lo pasábamos de miedo; ellos torturaban mientras yo los filmaba, y luego por la noche nos echábamos unas risas mientras nos fumábamos un buen canuto de hachís sirio y nos mirábamos los videos.

-¿Y qué te pasó?

-Durante unas vacaciones pagadas en Indonesia, vino un tsunami que mató a toda mi familia y me dejó así. Estoy aquí por no poder pagar mis operaciones.

Días después Alpaca sale de la cárcel como un inútil y asqueroso anónimo más; una mosca en un jardín. Por arte de magia, sus fortunas y sus desventuras han desaparecido del plano social. La vuelta a casa es triste pero melancólica. Alpaca reflexiona: tanto tiempo en televisión y en los medios sensacionalistas… y jamás oyó hablar del tsunami que mató a miles de personas en Indonesia, a quienes muchos llaman indios.

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