La Niña de Nío…

Recuerdos evocan mi memoria de aquella infancia que como muchos, quisiéramos que fuera perenne.

6 años de mi existencia germinaron en ese pequeño ejido agrícola de Sinaloa, México; Nío.

Mi educación primaria fue un ir y venir entre Nío y Cuauhtémoc, Chih., con mis padres y mis dos hermanos menores. Papá se adelantaba cada año, por ahí del mes de Junio, para habilitar el empaque de legumbres donde trabajaba por temporada de cosecha como jefe del mismo; debía prepararlo todo.

Luego, mamá empacaba todo el menaje de casa, o al menos lo que podía, sola y con sus 3 niños a cargo. En ocasiones cargaba hasta con la estufa; trastes, ropa de cama, incluso algunos juguetes. ¡Ahora entiendo porque mamá se acostumbró a hacer de las maletas su eterno guardarropa!, pues al menos 2 veces por año debía empacar todo y seguramente era tan tedioso volver a encontrarle lugar a las cosas fuera de las maletas y volver a llenarlas una y otra vez.

Para mí y mis hermanos nada de eso era relevante, solo sabíamos que ibamos para reencontrarnos con los amigos y vecinos de juegos interminables. ¡Cuánta libertad disfruté en Nío!, esas maravillosas tardes que se hacían noches jugando a la roña, policías y ladrones, la lotería, saltar la cuerda o la liga, las canicas, el yoyo, el balero y no podía faltar la matatena, y hasta beisbol y futbol.

A mí por ser niña, el gusto me duraba solo hasta que mamá me gritaba con energía: – “ven acá machetona, ven a lavar los trastes”… ninguna frase era más terrible de escuchar en ese tiempo; Yo me preguntaba: ¿Por qué solo yo?, ¿por qué no mis hermanos? …su grito lapidario e inoportuno era como cuando estas feliz y alguien llega y te dice: ¡”Un coche atropelló a tu mascota”!…odiaba ese momento, y más porque no me quedaba más remedio que acudir o las cosas se pondrían color de hormiga!

Era común que Santa Claus me trajera juguetes de niña y, aunque me gustaban porque siempre he sido niña, valga la aclaración!, yo gozaba más jugando juegos de niños, pues era lo que abundaba a mi alrededor, en aquel galerón contiguo a mi pequeña y humilde casa de ladrillo.

¡Cómo recuerdo ese galerón! Largo, hecho de lámina de cartón negro, madera, clavos y muchas fichas de refresco aplanadas, para proteger el cartón de los clavos.

Como olvidar a los personajes de aquel galerón!…”La Goya” (Gloria), siempre embarazada y desaliñada, cocinando al aire libre, en aquella estufa de tambo de 200 litros adecuada como fogón y gran comal, de dónde salían deliciosas tortillas de harina, extendidas con una botella de vidrio como palote.

Chenchillo, esposo de Goya; Jojó (Jorge), niño tísico con tremenda barriga que decía mamá que la tenía llena de lombrices pues comía mucha tierra; Carmela, La Güera, Don Sotero (compadre de mis papás), y Doña Luisa, mujer muy gruñona que no le agradaba nada que anduviéramos merodeando cerca de su casa mientras jugábamos, pues éramos ¡muy traviesos!

Nada más emocionante que treparme en los grandísimos árboles, no recuerdo que especie eran, con sus mega troncos casi besando la tierra; ahí me sentí “chita”, subiendo y bajando solo me faltaban las lianas! De fruta, hasta el hartazgo; que cosa pudiéramos desear de comer que no hubiera en abundancia!, de lo mejor.

Aún recuerdo mi preparado con sal de grano y mucha salsa huichol, hacía una macilla y le ponía bastante a las frutas y hortalizas…a mordidas, ¡aún se me hace agua la boca!.

En casa siempre había comida por montones; mamá siempre compartiendo con las vecinas del galerón, lo cual le daba un lugar de estimación extra entre las mismas.

“La búsqueda de tesoros”…No cabe duda, ¡un niño no sabe de peligros! Y no había nada más emocionante que deambular por el pequeño basurero que estaba al fondo de los galerones. Allá donde ya no había casas, donde comenzaba el sembradío de cártamo (2). Recuerdo tanto aquel día, caminando con mis huaraches pata de gallo (casi descalza), con una toalla en la cabeza como sombrilla para cubrirme del sol abrazador. Que me topo con una botella de vidrio quebrada con sus picos hacia arriba, de pronto mi pie se incrusta en ellos ¡y que me perfora la vena del tobillo!, al ver la sangre corrí despavorida con tremendos gritos como si hubiera visto al Nahual (2). Llegué a donde mamá tan asustada!, creí que moriría al ver el chorro de sangre como fuente. Mamá, tratando de reaccionar me ponía todo lo que le sugerían las vecinas: limón, café, tabaco…Hijas de…..!!! Como a ellas no les dolía!; luego mamá atinó a presionarme la herida hasta ponerme el pie morado. Mientras tanto papá llegó desencajado y preocupado porque le habían dicho que su pequeña estaba herida.

8 kms. Era el recorrido a Guasave (la ciudad más cercana), donde por terracería llegaríamos a que atendieran la emergencia, pues en Nío no había auxilio médico de ningún tipo. Pareció un segundo el que transcurrió, papá casi volaba.

De esa aventura, hoy solo me queda una pequeña cicatriz en la parte baja de mí chamorro, silenciosa huella de mis entrañables días de exploradora en el basurero del galerón; y tatuaje imborrable de mis años de infancia en ¡Nío de mis añoranzas!

¡Gracias Nío!

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