una lección de vida

una lección de vida

Luisa Loida

23/08/2018

“En boca cerrada no entran moscas, machete estate en tu vaina”.

siempre que la abuela Benita García, regañaba a la pequeña y rebelde Luisa, por alguna impertinencia que esta cometía, le dejaba ir uno de esos atinados refranes, para que la pequeña inquieta y soñadora le quedara claro el consejo.

Luisa era una niña pequeña, que había llegado de la capital con su madre y sus hermanas a vivir con sus abuelos maternos, a la finca que estos tenían en las afueras de Armenia, departamento de Sonsonate.

Poco a poco se fue adaptando al nuevo ambiente, y aunque reía y jugaba alegremente, sus ojos grandes y expresivos revelaban lo que en su alma escondía, un inmenso dolor provocado por el abandono del padre.

Luisa aprendió a vivir con el dolor y el miedo, siempre corría de un lado a otro, subía árboles, asustaba los pollos de la abuela, le encantaba escuchar las historias de aparecidos, de burletas y leyendas que su abuelo Aureliano, le narraba.

En la noche venían a su mente los cuentos de su abuelo, y temblaba de miedo, se envolvía de pies a cabeza con su colcha, y se quedaba petrificada, hasta que lograba conciliar el sueño.

Otras veces era tanto su temor que se pasaba a la cama de la abuela, quien siempre le hacía espacio junto a ella.

En una ocasión que la niña estaba al lado de la abuela, esta le dijo:

¿sabes por qué no te puedes dormir puñetera?

Tu conciencia no te deja en paz, muy traviesa eres, y lo peor es que te corres cuando te quiero enderezar. Mira no lo hagas porque árbol que va torcido es necesario enderezarle su tronco.

Te contaré una historia y espero que no se te olvide.

Un hijo llegó, cierto día, a visitar a su madre, ya anciana, enferma, y golpeada por la vida. Este siempre andaba huyendo de la justicia, ¿sabes por qué? Era un bandolero que asaltaba en los caminos a la gente honrada, asesinaba y burlaba a la autoridad. Donde él pasaba solo había desgracias.

Y ese día que llegó a la casa de su anciana madre, llevaba mala intención. Dijo a la señora que quería que le acompañara, que deseaba que dieran un paseo por el campo. La madre accedió. Caminaron en línea recta hacia unos frondosos árboles, y en medio de los grandes, había uno peculiar, que apenas alcanzaba a llegar a la mitad de los demás, era un árbol con tronco torcido.

El hijo se detuvo frente al árbol y le dijo a la madre que, por favor, lo enderezara.

La madre sorprendida, le dijo que era imposible enderezarle el tronco. ¿por qué? Preguntó el delincuente. Porque ya está grande, dijo la madre, para que creciera derecho, desde pequeño tenían que corregirle el defecto. Ahora ya era tarde.

Madre dijo, el hijo, ese árbol soy yo, cuando era pequeño usted nunca me corrigió, dejó que yo hiciera lo que me venía en gana, y siempre decía, es un niño, pobrecito, no sabe lo que hace. Y no enderezó mi vida. Así que o endereza el árbol o la mato.

La niña que había escuchado cada palabra con atención interrumpe a la abuela y le pregunta ¿y mató a la mamá, abuelita?

Ya lo sabrás, dijo la abuela, aprende la lección de vida, y si te portas bien, te cuento el final mañana.

La niña quedó pensativa por un rato, se imaginó de muchas formas el final de la historia, de pronto se quedó dormida profundamente.

Loida Torres Quintanilla

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