El embrujo (por Mauro J. Silvano Guerra).

Parte 1: «Premonición».

Todo comenzó con un sueño, un sueño que parecía real; en este sueño veía solo la imagen borrosa de una mujer de espaldas rubia y con muy buena figura, no tenía ni idea de quien era, un verdadero cliché que se volvió recurrente en mis sueños. A veces estaba solo sentada mirándose al espejo y otras veces sacándose lentamente la ropa de una manera muy sensual. Nunca llegué a ver su rostro y creo que eso es lo que mas me obsesionaba de todo esto, necesitaba saber quien era, necesitaba conocerla. Quise dibujarla pero no soy un dotado para el dibujo, ni tampoco para otra clase de arte; lo mío eran los números. En ese entonces estaban por terminar las vacaciones de verano y seguramente yo debía ser el único que extrañaba la secundaria, estaba por empezar el ultimo año y todavía no me decidía que rama de ingeniería iba a seguir, en la facultad de Pacheco había cuatro opciones: civil, eléctrica, mecánica y licenciatura en organización industrial. Yo me inclinaba por mecánica, me gustan las máquinas y hace tempo que trabajaba en el taller de Pupi, un amigo de mi viejo, porque la guita en casa no alcanzaba y me encanta el fútbol, por eso necesitaba siempre plata para pagar mi parte de la cancha, además odiaba que mi amigo Ángel me pagara con la excusa de que cuando yo fuera ingeniero y estuviese «lleno de guita» lo iba a tener que mantener. Aunque nunca iba a pasar porque cuando yo estaba en segundo año de la carrera a Ángel lo asesinaron a la salida de un boliche de seis puñaladas, tuvieron que ser seis entre tres tpos porque el no se iba a dejar matar así nomás, tenía mucho porque vivir y la verdad es tan injusto y doloroso para mí que prefiero no tocar mas ese tema.

Volviendo al asunto de los sueños con esta chica a la que no recordaba de donde la conocía o donde la había visto, porque para mi mente racional no exista la posibilidad de una premonición, ni magia, ni siquiera creía mucho en el amor, para mi era todo una reacción química; además yo era muy tímido y nunca había tenido novia en diecisiete años de vida, solo había besado por obligación a dos chicas a los trece jugando a la botellita, encima una de ellas era Valeria, la insoportable obsesiva que me perseguía desde primer grado y que después de eso se encargó de divulgar que éramos novios y que nos amábamos profundamente, eso es algo que me persigue hasta el día de hoy.

Terminó el verano y de nuevo a la pecera que mejor conocía, no era el mas popular en la escuela, todos se acordaban de mí en los momentos difíciles, o sea en las pruebas. Llegué al colegio temprano, como de costumbre, y me puse a hacer la recorrida que todos los años hago para «asegurar el perímetro», lo que era en realidad ver si algo había cambiado y saber antes que mis compañeros que aula nos tocaba, lo decía de esa manera porque me gustaba fantasear con que lo que hacía era realmente útil y necesario, ademas una vez descubrí un matafuegos vencido y cuando le avisé al director me felicitó aunque pasó un mes hasta que lo cambió. Volviendo de la última recorrida anual, llegando al pato, en la cartelera de asignación de cursos y mapa de la escuela, obras que se adjudicó el director pero fueron ambas ideas mías, estaba ella.

La vi de espaldas como en los sueños pero cuando me quise acercar sonó la campana y la horda de zombis comenzó a moverse en forma ruidosa y desordenada, entonces me convertí en uno mas de ellos y me metí a mi aula.

El corazón me latía a toda velocidad y la ansiedad carcomía mi cerebro, quería que fuera el recreo para verla bien y tratar de hablarle. Las primeras dos horas fueron de terror, nunca me sentí así; era tan raro, miraba el reloj cada dos minutos y me sudaban las manos terriblemente.

Al fin sonó el timbre del recreo y como nunca salí al patio a buscarla, digo como nunca porque no era mi costumbre salir del aula en el recreo, a pesar de mis esfuerzos no logré verla. Miré por todas partes, busqué un mejor ángulo pero no estaba. Pasé el resto del día distraído, inapetente, ansioso; sufriendo en mi soledad, tal vez esto era el amor, pero ¿Cómo podía yo amar a quien no conocía?

A la salida la volví a ver pero ella tomaba otro colectivo, uno que sigue derecho por ciento noventa y siete y yo uno que dobla en ruta nueve. Al día siguiente llegué esperanzado al colegio queriendo verla, llegué temprano como de costumbre, esperé un rato haciendo tempo mientras repasaba unos apuntes del año anterior (era un verdadero traga), cada tanto pispeaba a la entrada para que esta vez no se me escape, pero si entró… No la vi.

Llegó la hora del recreo y salí ya sin tanta expectativa de verla, pensé que a lo mejor era mi mente jugando bromas. Última oportunidad me dije y salí otra vez solitario al pato, di un par de vueltas hasta que la vi, sentada, majestuosa, como una escultura perfecta que se llevaba toda la atención del paisaje. Me armé de valor y me acerqué, al fn vi su rostro, era la imagen de la perfección, ahora todo tenía sentido, la habré visto antes dando vueltas por Pacheco y me habrá quedado grabada en la mente ¿Cómo podría olvidarme de una mujer tan hermosa?

Sin darme cuenta me había acercado mas de lo que mi timidez me lo permita y entonces ella me vio, me saludó con un simple hola y yo le respondí con otro hola, una buena manera de comenzar una conversación

-¿No me van a decir nada por estar acá sentada, no?- me preguntó ella con su voz angelical y yo que estaba realmente impresionado por su belleza, quedé mas impresionado por mi actitud.

Muy en contra de los pronósticos le respondí haciéndome el langa y realmente cuando caí en la realidad de lo que había dicho, el pánico volvió a mí helando y estremeciendo todo mi cuerpo, músculo por músculo, haciendo que los dos o tres segundos que duró la espera de su respuesta fueran eternos. Le dije: «si estás sola sí, si estás conmigo no pasa nada», frase que para mí era lo mas atrevido que le había dicho en mi vida a una mujer, pero por suerte para ella no; así que primero se rió un poco, pero no burlándose, sino que lo hizo porque «me conocía»; de hecho me lo dijo. Me dijo exactamente: «no hace falta que te hagas el canchero, vos no sos así». Ella sabía leer a las personas una mirada le bastaba para saber si podía confiar en alguien y hasta donde podía confiar, era una especie de pitonisa con un sexto sentido que me hacía repensar todas mis creencias, ella se llama Inés y es la mujer de mis sueños, aquella imposible a la que nunca había visto pero sentía la necesidad de ver, de hablarle y decirle todo lo que sentía sin dudarlo, y con el tempo la fui conociendo mas y me fui enamorando mas.

Nos pasábamos las horas juntos, su familia era genial y mis viejos la adoptaron como a una hija más. Cuando nos recibimos de la escuela yo elegí mecánica y me iba excelente, era el mejor en todas las clases. Tenía su apoyo siempre y cuando había algún tema que me costara mas de alguna manera ella siempre me daba las claves para facilitar todo, era como si para ella el mundo fuese mas simple. Sin ella no hubiese llegado a ser el ingeniero exitoso en el que me convertí, ella es la gran mujer detrás de este gran hombre. Después de unos años de noviazgo le ofrecí matrimonio y ella aceptó sin dudar, estábamos hechos el uno para el otro y nada ni nadie nos iba a separar jamás, o por lo menos eso pensábamos.

A los veinticinco años me recibí de ingeniero mecánico y con uno de los promedios mas altos que se hayan conocido en la historia de la facultad. Las cosas con Inés iban de maravilla a tal punto que a los veintisiete años fui padre de Agustín, el y su madre eran, aunque suene cursi, la razón de mi existir. Éramos tan felices los tres, que sabíamos que muchos nos envidiaban, pero eso no nos importaba, la familia primero y al que no le guste que no nos mire.

Parte 2: “El embrujo”

El tempo pasaba volando y en la empresa donde trabajaba ya había conseguido algunos ascensos, me tenían muy bien visto y el propio dueño de la fabrica me decía que le hubiese gustado tener un hijo como yo. No me sentía mal por mis logros me los había ganado en buena ley, a pesar de que algunos empleados con mas antigüedad me odiaran, yo solo hacía bien mi trabajo; eso llevó a la buena relación y los posteriores ascensos, no al revés como ellos lo insinuaban.

Con el último ascenso Luis, el dueño de la empresa, decidió que necesitaba una secretaria o asistente; a mi no me convencía mucho la idea pero cuando a Luis se le metía algo en la cabeza era imposible convencerlo de lo contrario. Una mañana vino el mismísimo Luis, acompañado de una mujer exageradamente arreglada, con ropa muy cara, pero de muy mal gusto y un perfume tan fuerte que penetró en mi cerebro sin escalas, solo olerlo me produjo una migraña de magnitudes inexplicables, era mi secretaria.

Al principio me pareció conocida pero no le presté demasiada atención, apenas llegó le dije : -tu primer tarea va a ser traerme algo para el dolor de cabeza- y ella sin emitir sonido salió rápido hacia la farmacia en busca de alguna aspirina o algo, yo sabía que en el botiquín había pero la quería lejos, ese perfume me estaba matando.

Al día siguiente llegué a la oficina y estaba ella, había llegado mas temprano que yo, que solía llegar media hora antes de mi horario de entrada. Me estaba esperando con café caliente, tenía un aroma increíble y no pude decir que no, – gracias Virginia- le dije y en ese momento empecé a pensar que no estaba tan mal tener una secretaria, ademas no parecía mala mina así que con el tempo, tal vez le regale un perfume y solucione ese asunto desagradable. Pasaron un par de días mientras me acostumbraba al nuevo cargo en la empresa, que en realidad era hacer el mismo trabajo que antes pero esta vez con la motivación de que se me había reconocido el esfuerzo, lo que me daba la pauta de que si me seguía esforzando lograría cosas grandes en la compañía. Ya hacía algo así como un año y medio que realizaba esas funciones porque José García, el gerente anterior era un señor muy mayor al que ya le pesaban los años y aunque él decía ser incansable, ya no podía seguir el ritmo de la empresa que estaba en crecimiento constante, además luego me enteré de que a José le habían diagnosticado cáncer de pulmón que lo tenía realmente a mal traer, el viejo se quería morir de pie y no tenía a nadie; dos divorcios y ningún hijo que velara por él. En el fondo me daba lástima pero el mismo se hacía odiar y mas con migo que ya sabía que era quien tarde o temprano lo iba a reemplazar.

Yo por mi parte sabía que odiaba su forma de ser, despectiva para con los obreros y me prometí nunca ser así. Creo que él no tenía secretaria por su carácter y su mal humor constante y si había un aroma que desagrade mas que el perfume de mi nueva asistente era el del cigarrillo que José tenía impregnado hasta los huesos. Tal es así que Luis que ya confiaba plenamente en mí, me confesó que en el último tiempo ya ni él lo soportaba al viejo, como le decían absolutamente todos en la fábrica a pesar de que Luis era bastante mayor que él, pero José estaba en el principio y Luis consideraba que se merecía irse cuando el quiera.

Yo tenía suerte de tener a alguien que me asista, porque si bien yo podía solo con el trabajo, eso me daba tiempo extra para disfrutar de la mujer que amaba y del producto de nuestro amor. Ya me llevaba bien con la mayoría de los empleados, les di a entender con gestos que yo no era como José y que cualquier duda o sugerencia era bienvenida, todo sería positivo con migo, ahora era tiempo de enfocarme en la persona que trabajaba mas cerca mío y a quien realmente mas lejos sentía, mi flamante asistente, que desde la humildad de un perfil bajo realmente me facilitaba todo, a veces sentía que la conocía mas de lo que creía y que estábamos en la misma sintonía a pesar de que solo era una relación de «hola y chau».

Ya decidido a actuar le pedí a Inés que eligiera algún buen perfume para hacerle un presente a mi secretaria. Inés no es una mujer celosa, pero igual no pudo guardarse una advertencia, porque por más que confiaba en mi ella creía que una mujer desesperada era capaz de cualquier cosa.

Al día siguiente llegué a la oficina, entré; tomé el delicioso y humeante café con masitas caseras que me esperaba en el escritorio y cuando terminé de » desayunar por segunda vez en el día» presioné el intercomunicador y la llamé.

Virginia ¿Te podrías acercar por favor? , le dije con un tono amable para que no venga asustada, pensando que se había equivocado en algo, siempre mostró alguna inseguridad en ese sentido aunque sin darse cuenta a veces era ella la que sacaba el trabajo adelante. Llegó a la oficina y me preguntó con su voz irritable que era lo que necesitaba y entonces le di el presente, se le llenaron los ojos de lágrimas y me dijo:»gracias ingeniero,¿como se acordó de mi cumpleaños? No me voy a olvidar nunca de este gesto».

La ver dad no tenia ni idea de que era su cumpleaños pero «quedé como un duque» y también me gané un poco mas su confianza creo, ella siempre estaba como sumergida en su trabajo y mostraba una sumisión que denotaban una historia triste que contar, pero obvio que yo no tenía tiempo de escucharla y permitir que su voz chillona me termine de reventar los tímpanos.

Ese día le permití retirarse temprano para que festeje su cumpleaños, aunque llovía muchísimo y en el fondo algo me decía que no tenía a nadie con quien festejar. Una hora mas tarde había terminado mi trabajo y me decidí a retirarme mas temprano para sorprender a mi familia, al fin y al cabo era el jefe y era hora de que me diera un gustito.

Salí del estacionamiento de la fábrica y a dos cuadras por la avenida el inconfundible tapado rojo de mi secretaria que estaba pasada por agua y al borde de la hipotermia, por un momento pensé en mirar para otro lado y no arruinar mi tapizado, pero era su cumpleaños y la verdad ya no me caía tan mal así que frené y le hice señas para que subiera. Subió a mi amado Chevy en proceso de restauración, solo le faltaban algunos detalles, pero amé ese auto desde el día que lo compré casi totalmente destruido y por mas que ahora pudiera comprarme un último modelo ese fue mi sueño desde que tengo conciencia.

La llevé hasta la casa, estaba en una zona de Los Troncos que no conocía, siempre pasé de largo por la ruta y nunca fui tan hasta el fondo. Calles de tierra, casas precarias, la verdad me dio un poco de miedo pero ya estaba en el baile. Llegamos hasta la puerta de su casa y se notó la necesidad y la dejadez. Por la ventana se vio una anciana muy mayor que corrió la cortina, miró por un segundo y cerró la cortina de golpe como enojada. Sin mediar muchas palabras me agradeció y se fue casi corriendo, la noté avergonzada y como si yo no supiera lo que es venir de abajo. Me persigné y me fui tragando saliva lo mas rápido que las calles embarradas me permitieron. Fui a casa, me di una larga ducha y me acosté. No tardé mucho en dormirme, estaba cansado e Inés se había ido a lo de la hermana con Agus. En medio de la noche tuve un sueño extraño, esa anciana a la que había visto en la ventana de Virginia se apareció en mi habitación y me clavaba una moneda en el corazón, “ahora sos de ella y ella es mía”, me dijo con su tenebrosa voz de ultratumba. ¡Y por supuesto que me desperté exaltado y sudoroso! ¡Fue tan real! todavía sentía en el pecho esa moneda quemando y perforando piel, hueso y sentimientos.

Al día siguiente me desperté, me sentía tan distinto, tan desganado, fue la primera vez que me sentía así. La rutina me agobiaba, me sentía ahogado y vacío, Inés se despertó y me saludó con un buen día, pero esta vez lo que antes me parecía lo mas dulce del mundo me fastidiaba, verla así llena de lagaña y su aliento fétido me revolvía el estómago. Después levantarse y escuchar el chillido irritante de Agustín que se la pasaba gritando y cada palabra que decía se convertía en un ruido que me taladraba el cerebro. Me escapé de ese lugar horrible lo mas rápido que pude, llegué a la oficina muerto de hambre porque no quise ni desayunar y ahí estaba mi salvación las masitas caseras y el delicioso café de Virginia. Amé ese café, esa vez estaba mas delicioso que antes ese sabor único me sacó el mal gusto que me había dejado el beso que Inés me obligó a darle.¿Pero donde estaba Virginia? No la vi al entrar, solo quería agradecerle por salvar mi mañana y retribuírselo de alguna manera, estaba ansioso por verla, miraba el reloj a cada momento, estaba desesperado, tan desesperado que la llamé.

El teléfono sonaba y sonaba pero me atendía el buzón de voz, trataba de calmarme pero no podía, la necesitaba cerca, necesitaba verla, hablarle, sentir su aroma. Cuando llegó la miré y le dije simplemente gracias, ella me había salvado el día, entonces me miró y sonriente me dijo: “parte de mi trabajo es hacerlo sentir feliz”, mi corazón comenzó a latir rápido, muy rápido, y en mi cabeza empezó a circular una sola idea, invitarla a cenar.

Pasé el resto de la mañana pensando en una excusa para darle a Inés pero lo que mas nervioso me ponía era la idea de invitar a Virginia, tenía que ser perfecto y parecer algo casual, no quería que se confunda. Esperé un rato y después del almuerzo me acerqué hasta el escritorio de Virginia, le pregunté como había pasado su cumpleaños y con quien la pasó, en el fondo solo quería saber si tenía algún novio o pareja, pero no debía ser muy obvio. Me contó que vivía sola, que sus padres habían fallecido hace algunos años mientras terminaba el polimodal y que su abuela se hizo cargo de ella por un tempo pero falleció apenas cumplió los 18 años, desde entonces está sola y no festeja sus cumpleaños, “no por falta de ganas, sino por falta de gente” me dijo con una sonrisa triste. Ese fue el momento, era mi oportunidad y la aproveché, la invité a cenar esa misma noche a un lugar bastante reservado que me habían recomendado en Tigre. A Inés la llamé y le dije que me tenía que quedar trabajando, no se hizo mucho problema y tampoco me importaba demasiado, me cambié la camisa y salimos, llegamos temprano así que decidimos primero tomar algo y conversar para hacer tempo. Nos fuimos conociendo y divirtiéndonos, no me imaginé que fuera así, al final teníamos mas en común de lo que creía y cada palabra que salía de su boca era mas interesante que la anterior, no se si era efecto del alcohol pero a cada segundo se iba poniendo mas linda y su inteligencia era realmente sorprendente, no se que hacía perdiendo el tempo trabajando para mí. Cuando nos quisimos dar cuenta era muy tarde y ella me dijo que no me quería generar un problema con mi esposa, claro que yo quería seguir, hacía años que no me sentía tan bien. La llevé de nuevo hasta su casa y cuando nos despedimos su beso fue tan cálido y tan cerca de mi boca que me erizó la piel, me fui sonriendo y pensando en ella todo el camino, llegué y en casa todos dormían. Me bañé y me acosté, Inés me abrazó y me puse tenso, pero saber que a la mañana me iba a encontrar con Virginia me reconfortaba.

A la mañana siguiente me levanté renovado, como si una fuerza o energía motivadora actuara sobre mi. Llegué a la oficina y estaba su café, siempre caliente y acompañado de algo dulce e irresistible, pero esta vez junto con el combo de cada mañana había algo mas, algo especial, una nota de agradecimiento por la hermosa velada que la había hecho pasar, esta nota estaba perfumada y escrita en rojo, claramente tenía un mensaje oculto en ella, algo implícito que me llevaba a pensar en una sola cosa… la tenía que invitar de nuevo.

Llegó el viernes y si bien pensé en esperar un tempo para invitarla a salir no me pude aguantar y esta vez sin tanto miedo ni vergüenza la invité a salir de nuevo, ella aceptó sin dar muchas vueltas y volvimos al mismo lugar. Esta vez era distinto, ya habíamos roto el hielo la otra noche, esta vez eramos mas cercanos, había mas confianza y esa complicidad en cada cosa que decíamos; la conexión era cada vez mas grande y yo quería guardar esos momentos para siempre, lástima que era viernes y no solo me mataba el saber que no la iba a ver hasta el martes, porque el lunes era feriado, sino también el hecho de que iba a tener que aguantar a mi familia el fin de semana. Así que bastante envalentonado por el alcohol la invité a pasar el finde largo a la costa, a una casita en Santa Teresita que tenían mis abuelos y yo la heredé, no era la mas glamorosa pero te sacaba de un apuro. Le inventé a Inés un viaje de negocios para conseguir un cliente en Uruguay y ella se quiso enganchar, por supuesto que sospechaba algo, era una bruja que todo el tempo estaba metiendo la nariz donde nadie la llamaba, como no tenía nada que hacer solo se la pasaba mirando tele y viendo que hacía yo, que hacía el vecino, etc. se estaba convirtiendo en la chusma del barrio, cada día me caía peor y me preguntaba que hacía con ella.

El viaje fue la mejor decisión que pude haber tomado, llegamos y no esperamos demasiado para ir a la playa y respirar ese aire de mar, el día estaba ideal así que nos metimos con lo puesto, la playa estaba vacía o nosotros nos sentíamos como si así fuera. La mañana se pasó muy rápido en la playa, así que volvimos para cambiarnos y almorzar, pero los dos sabíamos que lo nuestro iba mas allá de una amistad. Sin mucho preámbulo nos empezamos a besar y sacar la ropa mojada por el agua del mar, era imposible que esto no pasara, era mejor de lo que había planeado, cada beso, cada caricia, cada movimiento era perfecto, en ese momento redescubrí la felicidad.

Después de la escapada que nos dimos con Virginia todo cambió, eramos oficialmente amantes y no teníamos porqué ocultarlo en la empresa, nos escapábamos para la hora del almuerzo (nos tomábamos dos horas) y nos íbamos temprano casi todos los días. Ya ni la familia ni el trabajo eran mi prioridad y ese Chevy que tanto me gustaba me terminó por cansar así que lo cambié por un cero kilómetro que era mas cómodo, mas lujoso y por ende mas acorde a una persona con mi estatus. No me hubiese dado cuenta de eso si no fuese por ella, me ayudó a darme cuenta de todo lo que estaba mal en mi vida, ¿como me pude atar tan joven a una persona? Ese fue mi primer gran error. Por suerte ella me iba a esperar el tiempo que sea necesario, ella me entendía, sabía que no era fácil y que de seguro Inés me iba a querer sacar todo, así que todo lo nuevo que fui comprando lo fui poniendo a su nombre.

Cerca del trabajo había unos edificios hermosos al costado del Acceso Norte, unas torres inmensas y lujosas, con departamentos y pisos a estrenar, con Virginia fuimos a ver un piso, lo merecíamos, sobre todo ella que se esforzaba cada día a la par mía y me daba la mayoría de las alegrías. Un lugar mas digno para una dama de su altura y un refugio donde un alma castigada por sus errores podía descansar de la cruda realidad a la que se había encadenado.

Creo que entre tantos juegos y fantasías el favorito nuestro era el de la pareja de recién casados, una escena que le hacíamos creer a todo el edificio. El úlitmo tiempo la pasaba mas ahí que en casa, a Inés ya no le prestaba atención y a Agustín tenía ganas de internarlo en un colegio pupilo, no había heredado nada de mi, se la pasaba gritando, no le interesaba para nada el fútbol, ni siquiera sobresalía un poco intelectualmente, cada día me sentía mas decepcionado de él.

El tiempo se me escurría de las manos y la única que lo podía frenar un poco era Virginia, un día fue tanto el hartazgo y la bronca que sentía contra Inés por haberme arruinado la vida que decidí irme. No dije demasiado, llegué con el silencio y la mala cara que me caracterizaban cada vez que cruzaba esa puerta de chapa mal pintada y empecé a juntar mis cosas, no tenía mucho algunos libros y algunas pilchas, el resto que se lo queden, solo me traen malos recuerdos.

Inés solo se quedaba ahí sentada lagrimeando, sin decir nada, cuando me acercaba a la puerta me tomó del brazo y me preguntó porqué, yo la miré sin responderle, su escena de mujer desconsolada no me conmovía ni un poco, no me movía un pelo. Agustín estaba en la casa de los primos, se la pasaba ahí todo el día, ya lo había perdido, tanto tempo con esa familia de idiotas y fracasados lo convirtió en uno mas de ellos. La actitud de Inés me indignaba, se humillaba suplicándome que me quedara y me decía que pensara en Agustín, como si me importara. Era ahora o nunca, era la oportunidad de rehacer mi vida y la gota que rebalsó el vaso y me dio mas fuerza para irme fue verla a Inés arrodillada, rendida, como pidiendo una limosna, me tuve que aguantar las ganas de escupirle la cara. Verla así me perturbó, me llenó de vergüenza ajena, sentí asco por ella y por haber estado con ella. Me la saqué de encima como a una mochila que ya no soportaba, cerré la puerta y me fui rápido, para que no pudiera seguirme y avergonzarme también en la calle.

Llegué a casa y estaba ella lista para festejar, si… al fin en casa.

Este nuevo comienzo me llenaba de esperanza, poco a poco los malos recuerdo de mi vida pasada se desvanecían y yo me podía enfocar más en lo que realmente me importaba: el trabajo y mi nueva y maravillosa relación. Todo encaminado de la mejor manera, hasta que recibí un llamado amargo y con aroma a desesperación, era Inés para preguntarme si iba a ver a mi hijo, que él me extrañaba y que no tenía la culpa de todo esto. Yo elegí tomar distancia para que Virginia no se sienta invadida, ya había perdido demasiado el tiempo con ellos como para seguir regalándoselos, le dejé bien en claro que yo solo me iba a hacer cargo de la parte económica y que estaba muy ocupado para verlo, ella obviamente me quiso sacar algo mas con la historia de un embarazo. Yo no me como el cuento, le dije y le corté. Cambié mi número de teléfono y a otra cosa, busqué al mejor abogado que pude y solucioné todo ese asunto sin molestar a mi amor.

El reloj corría, las horas, los días; en la fábrica todo se tornaba aburrido menos ella, las escapadas eran cada vez mas temprano y hasta nos tomábamos los días que queríamos para disfrutarlos juntos. Hablé con Luis para plantearle la necesidad de ponerle una asistente a Virginia y me respondió que era una locura, que lo que necesitábamos era ponernos a trabajar mas y pasear menos. El enojo y la indignación que sentí en ese momento casi sacan lo peor de mí, ¿cómo no se daba cuenta de lo brillante que era ella?, ¿cómo no se daba cuenta de que la empresa funcionaba gracias a nosotros?

Después de eso Virginia tomó un poco de distancia, era cuestión de tiempo para que el viejo este pasara del otro lado y yo quedara a cargo de la empresa, su hijo Claudio era un inútil, bueno para nada que no iba a mover un dedo mas que para cobrar la parte que le toque. Mientras tanto yo me esforzaba para darle a Virginia en casa toda la atención que no podía darle en la fábrica, además de limpiar, cocinarle y darle un montón de otros gustos le daba libertad para que salga a divertirse, después de todo lo que aguantó por mí se merecía toda mi confianza.

Los roses con Luis no terminaron ahí, cada tanto le recordaba lo necesario que era una asistente para Virginia y de que era necesario también ir preparando el terreno para cuando él se “jubile”. Ésta era una charla que a Luis lo irritaba y mucho, en el fondo se lo hacía por gusto, de alguna manera me tenía que vengar del desprecio que le hacía a mi mujer. Pero como dije antes, el tiempo parece volar y era algo que cada vez tenía mas claro, el momento estaba mas cerca y un buitre empezó a aparecer para querer llevarse eso por lo que yo había estado trabajando hace años, su nombre era Claudio, el maldito e inútil de Claudio queriendo hundir sus garras en eso que jamás le importó.

Ya lo veía a ese cobarde nene de papá haciéndose el amigo de los empleados, esos a los que a sus espaldas cataloga de “negritos”, ahora tomando mate con ellos. ¿Esta rata no pisaba la fábrica hace como diez años no? Le pregunté a Juan uno de mis empleados de confianza, después le pedí que me averigüe todo lo que pueda, porque cada vez que Claudio y Luis estaban hablando y yo me acercaba ellos se callaban, seguramente le hablaba mal al viejo de mí, pero mi trayectoria y mi capacidad de mando refutaban cualquier comentario que pueda hacer esta lacra para desprestigiarme.

Las discusiones con Luis y Claudio se ponían cada vez mas intensas, ya no los soportaba mas, un día pegué el faltazo para ver que hacían, el viejo me estuvo llamando todo el día. Recién a las cinco de la tarde le respondí y le pregunté si se había dado cuenta de que la empresa no era lo mismo conmigo que sin mí. El viejo me odió, pero yo tenía razón, era el que mejor conocía todos los movimientos de la fábrica, conocía cada proceso y cada pieza, era irreemplazable. El problema mío fue que de tanto preocuparme por mi lugar en la fábrica estaba prestándole menos atención a Virginia y esto provocó un distanciamiento que no me podía permitir. Virginia me dijo que necesitaba espacio y que iba a empezar a salir mas seguido sola, yo no quería ser el típico marido celoso y se lo permití. Varias veces la esperaba con la cena y ella llegaba de madrugada, cada vez mas seguido llegaba borracha y en un auto distinto cada vez. Yo la esperaba despierto y le ofrecía algún café o masajes, lo que ella necesitara para sentrse mejor.

En un momento estaba cansado así que me decidí a trabajar menos, tenía que recomponer el vínculo que se había roto entre Virginia y yo. No podía permiitr que esto pase a mayores así que hablé con Luis y le dije que me tenía que tomar un tempo, que yo ya había dado mucho por la empresa y que ya era hora de que la empresa me diera algo a mí.

Me empecé a quedar en casa para ocuparme de los quehaceres diarios y sobre todo ocuparme de que Virginia tenga las cosas para salir a la noche. Pasaron unas cinco semanas cuando me enteré de que Luis había muerto, este era mi momento, fui hasta la fábrica a tomar mi lugar en ella, yo debía ser quien la dirija de ahora en mas, pero los de seguridad no me dejaron pasar. A los gritos empecé a llamar a Claudio hasta que se acercó, lo encaré y le grité que era una rata desgraciada y que su padre jamás hubiera sido tan tonto como para despedirme, estaba cavando su propia tumba, la empresa sin mí se iba a venir a pique. Además le aclaré que si no me envió el telegrama no era oficial la desvinculación así que estaba a tempo de disculparse y considerarlo.

Él y todos los que estaban allí presentes se rieron de mi, me aclaró que la decisión de despedirme fue del propio Luis y que el telegrama fue enviado a la dirección que figura en mi legajo hace tres semanas por abandono de trabajo así que ni siquiera me correspondía una indemnización. Claro, yo nunca había cambiado mi dirección cuando me mudé.

Volví a casa con el rabo entre las patas y la cabeza gacha ¿Cómo la iba a mirar a los ojos a Virginia ahora que no le iba a poder dar todo lo que ella se merece? Yo no la merecía, pero aunque suene egoísta no me iba a ir sin que me echara, ya no sabía como vivir sin ella.

Apenas llegó del trabajo solo se desnudó por completo, se bañó y se arregló para salir; me estaba aplicando la “ley del hielo”. Durante unos días no me dirigió la palabra, me ignoraba, actuaba como si yo no existiera. Me sentía la peor basura del mundo, sentía que de alguna manera la estaba estafando.

Por mas que busqué trabajo la mano estaba difícil, y en cierta forma yo solo quería estar con ella, así que a las pocas entrevistas que tuve las arruiné casi a propósito. Me dediqué de lleno a la casa, ella fue mi asistente durante un tempo, así que yo sería de ahora en mas el encargado de darle todo lo necesario para que sea feliz. Lavaba su ropa, planchaba, cocinaba y trataba de esperarla siempre con una sorpresa. Pero esto no era suficiente para ella, necesitaba un hombre al lado, alguien que le diera realmente todos los gustos. Por eso yo le perdonaba todo, ella salía a buscar afuera lo que no encontraba en casa, así que me resigné a ser su “mucamo” con la esperanza de algún día volver a ser suficiente para ella.

Un día acomodando las cosas de Virginia encontré algo que me llamó demasiado la atención, un DNI con el nombre de otra persona pero con la foto de Virginia. Entonces caí, Virginia era Valeria Barrios, la misma Valeria que me había acosado durante casi toda la primaria y secundaria era la mujer a la que amaba, ella ocultó su identidad por miedo a que la rechace, pero yo jamás haría eso, ahora que sabía su verdadero nombre ya no volvería a llamarla Virginia.

Cuando volvió a casa no me aguanté demasiado y le pregunté porque lo había hecho, ella directamente no me respondió, yo la amenacé con irme y ella abrió la puerta para decirme: “está abierta”, yo miré a la puerta y la sola idea de abandonar el hogar me paralizó por completo, me empezó a faltar el aire y a temblar todo el cuerpo. Ella me miró dijo al aire unas palabras que no entendí y cerró la puerta. En ese momento me sentí aliviado, pero una voz en mi interior me comenzó a hablar y a aconsejar sobre lo que debía hacer.

-No seas tonto- me exclamaba.

-Si la dejás a ella lo vas a perder todo- me agregaba después.

Yo no podía creer que ella me haya abierto la puerta, ya no me quería, ya no me amaba. No sabía de que manera pedirle perdón, me arrodillé y le supliqué que me perdonara por revisar sus cosas. Ella me miró y negando con la cabeza me dijo que le daba asco. Yo tragué saliva y me aguanté el insulto porque la necesitaba, no sabía vivir sin ella.

Esa noche Valeria salió y antes de irse me advirtió que no la espere, yo no podía permitirme perderla así que iba a soportar lo que sea para que me perdone. Eran las tres y veinte de la madrugada cuando escuché el ruido de las llaves, yo estaba en la habitación esperándola, pero escuchaba también la voz de un hombre junto con ella, cuando se abrió la puerta de la habitación entraron a los besos, yo me levanté de un salto y encendí la luz, no entendía lo que pasaba y el tipo que entró con ella tampoco. Es mi marido, dijo ella, pero no le importa aclaró después. Yo estaba por salir de la habitación pero ella me frenó, no te dije que te vayas, podes dormir en la alfombra si querés. Esa voz en mi cabeza decía:

-está enojada, se le va a pasar-

Valeria tuvo sexo con ese tipo delante mío y yo solo me quedé ahí porque ella me lo había ordenado de alguna manera, ese habito se convirtió en costumbre y después me hacía limpiar todo. Con el tempo mi dignidad se fue quedando cada vez mas en el olvido, estaba convencido de que era la única manera de volver con ella. No sentía que me engañara, ni me sentía triste; me sentía esperanzado, porque cada vez que ella lo hacía sentía que era una oportunidad para que me perdone. Ella y sus hombres se divertían molestándome y haciéndome comer cosas de la basura, en algún momento perdí la consciencia de lo que ocurría y empecé a aceptarlo como algo normal. Ya no era yo el que estaba dentro de mi cuerpo, era la marioneta de Valeria, hacía lo que me decía y no podía evitar sentir que cualquier cosa que ella me dijera era lo que correcto, me había vuelto incapaz de tomar decisiones y cuando ella se iba la voz en mi cabeza, que no era mas que la voz de esa señora que me aterró en mi sueño quemándome el pecho con su moneda, una voz podrida y de ultratumba; esa voz tomaba el control.

Parte 3: “Redención”

Una madrugada en medio de la oscuridad tuve un momento de lucidez, sonido en mi cabeza , primero un balbuceo intermitente que se convirtió en una voz clara y suave, la voz de un nene. Papá, decía en forma de pregunta, repetidas veces; pero yo no conocía a ningún nene, de hecho solo la conocía a Valeria. Después en el aire, flotando en la oscuridad, esa misma palabra se escribía de manera desprolija como la de un chico que recién empieza a escribir, unas letras mas grandes y otras mas chicas, algunas veces chueco y con tilde; otras tantas sin tilde. Garabatos que brillaban en el aire como luces de neón. Mi piel se puso de gallina, maravillado, atónito y emocionado por lo que veía; hasta que de repente todo se apagó, otra vez en penumbra. A lo lejos se encendió una luz, era un farol, caminé hasta él pero su luz se iba extinguiendo, levanté la vista y mas lejos otro farol resplandecía, para cuando alcancé el primero la luz del segundo farol ya comenzaba a extinguirse, así que empecé a correr, corría y a medida que me acercaba a la luz, esta se extinguía; pero yo necesitaba la luz, ya no quería mas oscuridad, no quería mas penumbras. Cuando por fin alcancé un farol iluminado me caí, el que se estaba extinguiendo era yo, así que cerré los ojos y me fui hacia la nada.

Cuando desperté era de día, el sol me quemaba la frente y me lastimaba los ojos. -¿Era una plaza?- me pregunté, había un banco de madera y unos faroles apagados, no entendí como llegué a ese lugar ni que hacía allí. Se escuchaban pájaros cantando, voces, risas y alegría por todo el lugar, hasta la música de la calesita; pero no se veía a nadie. De repente escuché ese sonido inconfundible que produce el pique de una pelota, ésta vino rodando hacia mí, esa esfera de cuero fue directo a mis pies, cuando la levanté escuché pasos y vi unos piecitos que se acercaban, pero cuando quise levantar la vista… todo se apagó. Era un sueño, hacía tanto que no soñaba que lo confundí con la realidad.

Me desperté con sed, me dolía la lengua y me ardían los ojos. Fui al baño, no quise prender la luz porque con la que entraba de afuera me alcanzaba, me puse a tomar agua del lavamanos y me miré al espejo, uno de mis ojos estaba partido y mi lengua llena de ampollas reventadas; mi piel estaba seca y como gastada, mientras que mi pelo se estaba largo, desprolijo y pajoso; tenía la barba crecida, tal vez de años, no recuerdo bien. No conocía a esa persona, no recordaba su nombre, ni como se convirtió en eso que estaba ahí parado. Me empecé a ahogar y a sentir náuseas, rompí el espejo de un puñetazo y me tiré al piso ya sin fuerzas para vivir, solo quería dejarme morir ahí donde estaba. Me dolía todo el cuerpo y el pellejo me colgaba, era piel y hueso, desde hacía unas cuantas semanas que no comía ni siquiera las sobras que Valeria tiraba a la basura y los ruidos que hacía con sus amantes no me dejaban dormir por días; solo quedaba morir. Solo, como un perro viejo en su última noche, vacío y sin nada que perder, cuando la perdí a ella lo perdí todo.

Mientras me apagaba pensaba en que morir era un alivio, cerré los ojos y esperé, pero esa voz me trajo de vuelta. ¿Papá? ´- preguntó en el silencio, abrí los ojos y ya no quería morir, pero me tenía que ir de ese infierno. Me agarré del inodoro para ayudarme y otra vez las náuseas, arcadas vacías porque no había nada que vomitar, pero del fondo de mis entrañas surgió algo, era una bola de pelos mezclada con sangre en estado de putrefacción, nunca me voy a olvidar de ese olor asqueroso, devolví una segunda vez y una tercera, pero esta última expulsé algo mas, esa vieja moneda dorada estaba allí, la había expulsado de mi cuerpo junto con restos de mi ser y de mi alma en estado de descomposición. Esa moneda que me quemó el pecho aquella noche en mi pesadilla salió de adentro mío. Latía y me llamaba, la miré fijo y la agarré; la acerqué lentamente a mi boca, me la estaba por tragar, pero la pude soltar. Cuando cayó fue como un sismo azotando mi cuerpo, entonces después de eso sentí un alivio que me dio fuerzas para levantarme. La moneda se terminó convirtiendo en un prendedor, el prendedor del saco de Valeria que encontré en mi coche.

Me miré por un segundo en el espejo roto y salí del baño, me acerqué hasta la habitación y estaba Valeria durmiendo con uno de sus amantes, debían estar cansados. Pensé en entrar y matarlos, después solo en agarrar algunas cosas, insultarlos e irme; pero cuando vi la alfombra, esa que fue mi lecho por algún tempo me decidí a irme con lo puesto.

Crucé la puerta y bajé por las escaleras, ¡hacía tanto tempo que estaba encerrado! Cuando terminé de recorrer el edificio llegué al hall y un tipo me miró sorprendido y me preguntó -¿sos vos Santiago?- Y así fue como recordé mi nombre, entonces solo agaché la cabeza y me fui.

Parte 4: “Reencuentro”

Empecé a caminar sin rumbo por la calle, no había un alma; algún que otro auto pasaba cada tanto. Yo no sabía que hora era y mucho menos que día, me guié por instinto todo el tiempo, mi cerebro todavía no razonaba muy bien, así que caminé hacia donde me llevaban mis pies durante horas. Algunos lugares me parecían conocidos, pero era mas bien como una sensación similar al déja vu.

Estaba oscureciendo, yo estaba exhausto y hambriento. En una esquina el aroma de la comida de un restaurante me atrajo hacia él; el aroma de esas pizzas era increíble, pero claro, yo no tenía ni un peso. Cuando el hambre y el coraje le ganaron a la vergüenza, no me quedó otra que entrar y mendigar por las mesas, por supuesto que la reacción de la gente no fue la mejor, me echaron como a un perro.

Salí a la calle y me crucé a la plaza que estaba en diagonal al restaurante, Plaza General Ángel Pacheco decía la placa que estaba en la base de un busto. -Pacheco-, susurre para mi mismo; de ahí era yo, había vuelto a mi lugar, estaba en mi ciudad.

Esperé a que los restaurantes cerraran y junto con otro grupo de desamparados hurgábamos la basura de la calle para buscar los restos de comida, yo ya me había acostumbrado a comer de los restos, esa parte no me costó demasiado, para mi era lo normal.

Uno de los hombres se presentó, se llamaba Lopez, él me explicó un poco como manejarme y me dijo que en el hospital había lugar a donde dormir y que algunas veces unas señoras les llevaban café y torta fritas a los que dormían ahí. Fuimos hasta el hospital que estaba a un par de cuadras nomás, busqué un lugar y me acosté pero costaba dormirse ahí, era incómodo y ruidoso, parecía que el movimiento nunca terminaba; me dio mucha verggenza cuando una señora que esperaba para sacar turno le gritaba al oído, como en secreto, a su vecina que no podía aguantar mi olor a pis.

A las cinco de la mañana nos invitaban a retirarnos y cada uno buscaba algo para hacer, yo por mi parte me iba a la plaza a tirarme bajo un árbol, ese se había vuelto mi territorio y mi rutina diaria; con el tempo aprendí que puertas debía golpear para encontrar gente generosa que te diera algo de comida y un poco de agua fresca.

Algunas veces pasaban personas que te daban alguna moneda y yo la guardaba, otras veces pasaban personas que se asombraban de verme ahí, como si me conocieran, pero ni ellos se animaban a hablarme a mi, ni yo me animaba a hablarle a ellos; ya me había acostumbrado a esa vida, además los bancos de madera y los faroles de la plaza eran idénticos a los de mi sueño entonces pensé que estaba en el lugar donde debía estar, así que me pasaba allí la mayor parte del tempo.

En una iglesia cercana brindaban un servicio de duchas para gente en situación de calle y cada tanto iba un muchacho a cortarnos el pelo, en ese lugar también me regalaron algunas ropas y nos daban toda la ayuda que podían. Una mañana volvió al hospital la señora que se había quejado por mi olor a pis, yo me paseaba frente a ella esperando a que hiciera algún comentario pero me ignoró, como la mayoría ignora a los que menos tienen.

Para las festas de navidad y año nuevo con Lopez pudimos comprar un pan dulce y una sidra para compartir en la cena que organizó la iglesia. De a ratos se me hacía difícil sobrellevar esa situación, no me sentía muy cómodo siempre recibiendo ayuda y pudiendo aportar nada. Me sentía un verdadero inútil, así que a veces cortaba el pasto o podaba algún árbol, siempre trataba de darle una mano a la iglesia como podía.

Habían pasado seis días del año nuevo y la plaza estaba llena de chicos con sus regalos de reyes que corrían y jugaban contentos con sus padres y yo me preguntaba, como ya lo venía haciendo hace un tempo, si tendré familia en algún lado, me preguntaba también como habrá sido mi infancia para llegar al lugar donde estoy ¿me habré criado en la calle? ¿era ésta la única vida que conocía? Realmente no podía recordar nada de mi vida antes de la noche en que llegué a la plaza, era como si mi vida hubiese comenzado esa noche.

Estaba tirado bajo un árbol pensando, tratando de entender que era lo que había hecho tan mal hasta que me interrumpió el ruido de una pelota picando. Me acordé de ese sueño y abrí los ojos de inmediato, la pelota venía rodando hacia mi y me tocó suavemente el pie; por un segundo escuché una voz en mi cabeza que me trajo uno de los recuerdos mas maravillosos, era la voz de Ángel diciéndome “¡buena! ¿viste que la pelota va al jugador?”

Sonreí y me paré de inmediato, agarré esa pelota que estaba nueva muy fuerte con ambas manos y miré para todos lados, hasta que vi esos piecitos acercándose, corriendo con la velocidad del rayo; era un chico de unos cuatro años que vino a buscar lo suyo, su regalo de reyes. Lentamente levanté la mirada y cuando vi sus ojos sentí que lo conocía, entonces un millón de recuerdos atacaron mi mente, mi corazón explotó de sentimientos y no me contuve.

-¿Agustín?- Le pregunté sorprendido y con los ojos llorosos.

-No, me llamo Tobías- Me respondió,

-Agustín es mi hermano- Aclaró después.

Casi instantáneamente apareció su hermano y detrás de él su mamá, lo miré a Agustín y no pude contener el llanto, estaba gigante; había crecido muchísimo y yo no lo pude disfrutar, me lo había perdido todo, mientras que para Tobías era la primera vez que veía a su papá y no lo sabía.

Inés no me reconoció hasta que le hablé y entonces se paralizó, el mundo entero se paralizó y recordé todo.

Tuve padres pero los olvidé, tuve una esposa pero la humillé, también tuve un hijo pero lo abandoné; por último tuve otro hijo pero lo negué.

Claramente merecía todas y cada una de las cosas que me estaban pasando, Inés no me dijo nada, agarró a los chicos y se fue rápido; yo no traté de detenerla. Me acordé de mi vieja, ella me iba a entender, también me acordé de mi viejo, él se murió y me lo comunicaron por mail porque no me podían ubicar. Yo ni siquiera levanté el teléfono para llamar a casa o a mi mamá.

Estaba triste y con el corazón roto por todo lo malo que había hecho, pero no lo pensé mas y corrí, no estaba tan lejos de casa. Cuando llegué mi mamá me estaba esperando, Inés la había llamado para avisarle. Habían pasado casi cinco años desde que me fui, ya no eramos los mismos, el brillo de mis ojos se había apagado y a ella se le notaba el cansancio y la enfermedad que la estaba consumiendo. Apenas me fui le diagnosticaron lupus y yo no estaba ahí para darles una mano y contenerlos. A mi viejo se lo llevaron el cáncer y la tristeza, yo mientras estaba de vacaciones en Brasil.

Lo peor de todo esto es que yo no había vendido mi alma, alguien la vendió por mí y se quedó con todo. Mas de una vez la vi a Valeria paseándose con el auto que yo compré, con la ropa y los perfumes que yo le regalé y hasta me dio unas limosnas y unas bolsas con sobras en mis comienzos en la plaza. Mi mente se había formateado por completo, por eso no pude reconocerla en el momento, ella se despachó contra mí de la peor manera, solo porque fui un amor no correspondido para ella. Destruyó mi vida y la de mis seres queridos para vengarse de algo que yo jamás le había hecho; jamás le hice daño ni le deseé el mal de ninguna manera.

Pero todo ese poder tiene un precio que algún día deberá pagar. La última vez que la vi estaba cenando en el restaurante de la esquina de la plaza con Claudio, seguramente era su nueva víctima.

Cuando por fin entré en la casa de mi mamá me abrazó tan fuerte que valió por los cinco años de ausencia, me mostró fotos de los chicos y me contó algunas cosas de ellos.

Agustín era un poco introvertido pero era el mejor de su clase, había ganado algunos premios en ferias de ciencias y de matemáticas, ademas era un excelente jugador de ajedrez.

Tobías por su parte era mas comprador y travieso, cuentero como el solo y muy inestable; pasaba de la furia descontrolada a la alegría sin escalas y viceversa. Además era un amante del fútbol y los superhéroes, el quería ser como Messi. Ella los siguió viendo todo ese tempo, nunca los abandonó y los cuidaba cuando Inés tenía que trabajar.

Pude arreglar una cita con Inés, me había inventado una historia mas realista para explicar lo ocurrido pero a ella no le interesaba, me dejó bien en claro de entrada que quería tener el menor contacto posible conmigo y que si quería ver a los chicos iba a ser de a poco.

Agustín no me quería y Tobías no me conocía, pero de a poco me fui metiendo en sus vidas y ganándome su confianza.

Me quedé en mi viejo cuarto de la casa de mis padres y conseguí trabajo en el taller de Pupi, que ya se había jubilado, pero ahora lo manejaba Pedro, su hijo, que lo hizo crecer un montón.

Cuando Pedro era chico yo era su ídolo, me seguía a todos lados y me preguntaba de todo, ahora el es mi ídolo porque me dio trabajo y la oportunidad de empezar de nuevo.

Este parece un final casi ideal con una historia de reencuentro, superación y recuperación, pero todo esto trajo secuelas consigo. Esa voz tenebrosa de adentro de mi cabeza me sigue hablando, me dice que me va a llevar con ella, que soy suyo; que no hay donde esconderse y que tarde o temprano me va a venir a buscar y se va a divertir con lo que queda de mi alma sucia. De alguna manera quedé marcado, mi alma está fragmentada y por mas que intente ignorarla está ahí, acechándome.

A veces cuando me siento pleno, en los momentos mas felices, esos momentos que comparto con mis hijos y mi vieja; cuando por un instante logro olvidarme de todo lo que pasé ella se aparece en persona. Se aparece agitando esa moneda de un lado a otro y haciéndome caras y gestos, riéndose con su risa podrida y de ultratumba; haciéndome saber que cuando deje este mundo me va a venir a buscar y la voy a pasar muy mal.

Fin.

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