CAPÍTULO 7
No sé si Sandra tenía razón en sus teorías o no, pero parece ser que me las creí a pies juntillas, y aquella semana me sorprendí a mí misma pensando en Hugo más veces de la cuenta. Hacía muchos años que no nos habíamos ni cruzado por la calle, pero yo me lo imaginaba, con sus gafitas de metal, su cazadora vaquera, el pelo castaño más largo de lo que debería, y esos ojitos verdes que tenían la risa siempre asomando. ¿Pero qué coño me pasaba? Estaba en la ducha pensando en mi primer amor, en lugar de llorar por el último. Eso debía ser contraproducente.
_ Estoy para que me encierren…_ me dije hablando en voz alta mientras salía de la ducha, me untaba la crema hidratante y me ponía la ropa interior.
Entré en mi nuevo vestidor para escoger mi indumentaria, y me reprendí al darme cuenta de que estaba dudando de que ropa ponerme porque quería estar guapa. Había quedado en recoger a Sandra en su oficina, y en lo único que podía pensar, era en si me cruzaría con determinado vecino. Me obligué a ponerme unos vaqueros y una camiseta y punto. Eso sí, elegí mis mejores vaqueros, con un jersey de punto a rayitas marineras que caía levemente por uno de mis hombros como si nada, y elegí unos botines azules con flecos de tacón medio. Unos aros dorados muy grandes y una coleta alta completaron el conjunto. Cogí mi maxi bolso azul marino con apliques dorados y salí de casa dando un portazo, levemente cabreada conmigo misma.
Yo tenía que estar preocupada porque sólo me quedaban tres días, ¡tres!, para llamar a Ramón, y no pensando en las musarañas. Y con musarañas me refiero a cierto chico, que ahora era todo un hombre, que igual estaba casado y con hijos, y que yo no veía desde que llevaba bragas con dibujitos que me compraba mi madre.
Llegué al edificio en el que Sandra trabajaba cinco o diez minutos antes de la hora, así que me senté en la terraza de enfrente, la del Casino Antiguo, a tomar un café con hielo y limón. Mientras esperaba removiendo los cubitos de hielo en mi café con la cucharilla, observaba la fachada pintada de amarillo del viejo edificio donde trabajaba Sandra. Era un antiguo edificio modernista, estrecho, de tres plantas y, enmarcando un gran ventanal bajo la balaustrada del ático, había dos hendiduras en la pared, donde había plantados dos grandes cactus. Vi salir del portal a Sandra muy bien acompañada y me quise morir. Le reconocí al instante mientras hablaban y tuve la tentación de esconderme bajo la mesa, mientras rezaba para que no echaran un vistazo al otro lado de la calle, donde estaba yo. Se despidieron y se fueron cada uno por su lado. Observé que Sandra buscaba su móvil para llamarme, y le mandé un mensaje escueto y claro: “Cabrona, estoy enfrente”. Se echó a reír y, buscándome con la mirada, cruzó la calle.
_ ¿Pero qué haces aquí?_ dijo acomodándose en el sillón de cuero blanco._ Yo entreteniendo a tu pichón a ver si aparecías, y tu aquí atrincherada. Lo has hecho a propósito, ¿eh?
_ Ni lo había pensado… la verdad.
_ Sí, claro…_ Sandra se rió, y yo no pude hacer otra cosa que seguirla.
_ A ver cupido, ¿qué te crees? ¿Qué nos encontraremos y nos daremos un beso de tornillo y a comer perdices para siempre? Pero si estará casado, o con pareja…, o igual tiene hasta hijos.
_ Ni una cosa ni la otra. Vive solo, está soltero y sin compromiso,… puede que recientemente separado…, lo sé de buena tinta. Y chica, no digo que te lances a sus brazos, pero teniendo en cuenta que ya sabes que la parte de la atracción entre vosotros estará solucionada… pues una copita y una canita al aire, no te irían mal. Y con la excusa del encuentro casual a la puerta de su casa…
_ ¡¿Has quedado conmigo aquí apropósito?! Sandraaaaaa, que eso es más propio de Susana que de ti, parece mentira… No necesito ayuda para ligar, porque no quiero ligar.
_ ¡Eh! Yo soy la primera que te dice que lo que más te conviene es estar sola y libre como el viento. Pero libre para acostarte con quien quieras también. Y tú eso no lo has hecho nunca, chata. Ya te lo dije: todos los tíos con los que has pasado amayores, eran tus parejas o querías que lo fueran. Y, como ahora tener pareja no entra en tus planes, pues bueno…, creí que podrías necesitar un empujoncito.
La verdad es que si tenía que echar una cana al aire, Hugo era un buen candidato… ¿o no? Porque si lo pensaba bien, no sabía si sería capaz de entrarle a un tío cualquiera en un bar, sin conocerlo de nada, y ponerme en plan en tu casa o en la mía. En realidad, hasta que no había aparecido Hugo en la ecuación, ni siquiera había pensado que me hiciera falta darle una alegría al cuerpo.
_ Además…_ añadió mientras se miraba las uñas, como quitándole importancia a sus palabras _ no me ha parecido que se haya disgustado lo más mínimo cuando le he comentado que había quedado contigo… y que volvías a vivir aquí. Creo más bien, que le ha gustado la idea.
Mis ojos como platos y otra vez las dichosas mariposas en la boca del estómago. Me mordí el labio como para frenar las preguntas que, furiosas y ávidas de información, pugnaban por salir de mi boca, y dejé pasar unos segundos para calmarme antes de instar a mi amiga a darme detalles de su conversación con Hugo. No quería parecer interesada. No quería estar interesada. Pero en el fondo me moría de ganas de que él si lo estuviera. Hugo siempre fue una historia inconclusa para mí. Lo que fue y lo que pudo haber sido, se colaron en mi cerebro desde el momento del último roce de sus labios, y sin fecha prevista para el desalojo. Lo tuve en mi cabeza, como un inquilino pesado, a lo largo de unas cuantas relaciones sin importancia, durante mi época universitaria. Y, en eso Sandra acertó de lleno. Si las relaciones no fueron a más, un Hugo muy cómodamente instalado en mi azotea, tuvo mucho que ver. No es que no fueran chicos majos, que me atrajeran físicamente, y de hecho, guardo buen recuerdo de esos años; aprendí mucho de las relaciones, del amor y del sexo. Pero, sencillamente, no les dejé entrar. No pasaron ni del recibidor. A mi parecer, siempre inventé excusas, defectos y problemas, aun cuando no los había. Porque a todos los candidatos les faltaba algo. O mejor dicho, con todos me faltaba algo. ¿Quizá las mariposas?
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