capítulo 5: La república independiente de mi casa

capítulo 5: La república independiente de mi casa

Beita Literauta

18/08/2018

CAPÍTULO 5

Durante las siguientes dos semanas, a parte de una visita para comer con Susana y Paco en su casa, disfrutar un poco del mar y dar un achuchón a mis gemelos favoritos, me dediqué a mí misma, a mi casa y a darle vueltas a la cabeza. Creo que estuve un poco meditabunda en aquella comida y debí dejar preocupada a Susi, porque aunque inventé mil excusas para no salir con ellas los días siguientes, no sirvió de nada. Es que tengo la regla y un dolor de ovarios que lo flipas, es que estoy sin depilar y parezco Macario, es que he dormido mal y me duele la cabeza… y un montón de esques más, que ni de lejos convencieron a mis dos amigas para que me dejaran en paz con mi soledad, sino todo lo contrario: se plantaron en la puerta de mi casa para auto invitarse a unas copas. Y como sólo tenía un limón mustio, una bolsita de ensalada y dos yogures pasados en la nevera, bajaron al súper de la esquina a por Martini, aceitunas, y dos bolsas de papas, e hicimos una sentada en el sofá.

_ Sé que he estado un poco autista estos días…

_ ¿Un poco? Pero si has estado recluida en casa revolcándote en tu dolor. Si hasta Paco me ha dicho preocupado que viniéramos a sacarte de casa. Para que él me anime a dejarle solo en casa con mis dos soletes… ya te digo…

_ Bueno… reconozco que tenía ganas de estar sola, y que me he auto compadecido de mí misma unas cuantas veces, pero sí que he salido de casa… ¡y tengo una testigo! He ido un par de días al café Alejandría, y Lola, la dueña, puede dar fe de ello. Y me he pasado toda la semana guardando cosas y cambiando muebles de sitio…Y mirando revistas de decoración. No sé chicas, me siento rara, como fuera de lugar. Volver a casa ha sido triste después de tanto tiempo. Todavía me parecía sentir a mi madre en cada habitación…

_ La vida sigue Alicia, ahora más que nunca. Es bueno que te mantengas ocupada, que salgas y hagas cosas. Aquí encerrada con ese moño en la cabeza y con un pijama de cuando hacías la EGB, no solucionas nada._ me soltó Sandra mirándome de arriba abajo.

Y sí, tengo que reconocer que llevaba unas pintas…, el pelo sin hacer, las uñas por pintar… Ni las legañas creo que me había quitado y eran las seis de la tarde… Llevaba una camiseta blanca de algodón que me hizo gracia encontrar en un cajón que llevaba dibujada la cara de una india con pluma en la cabeza y todo y flecos en los bajos y en las mangas, unos pantaloncitos de pijama cortos de florecitas y las piernas sin depilar. El anti glamour total.

_ Reconozco que voy hecha unos zorros, pero no esperaba a nadie.

_ ¡Uff! ¡Qué de cajas tienes todavía por aquí!_ dijo Susana asomando la cabeza por el pasillo.

_Ya, es que no sé dónde meter los zapatos…

_ ¿Todas esas cajas están llenas de zapatos?_ preguntó Sandra_ Joder Ali, como te las gastas. Tú y tu obsesión con el calzado. Ya me dejas algún par si eso ¿no?

_ Si te van a ir grandes…, lo sabes de sobra, como no te pongas algodón en la punta…

_ A ti te van grandes, y a mi pequeños. Así que nada, todos para ti, avariciosa… _ dijo Susana_ Bueno, Ali, al menos, dime que has estado ocupada ordenando y no tirada en el sofá.

_ Sí, esta mudanza está siendo casi catártica. No tengo tiempo para lamentarme ni de arrepentirme de las decisiones ya tomadas, si tengo las manos ocupadas.

_ Lo hecho, hecho está, y seguro que es para bien. Ahora lo que te hace falta es un buen día de chicas, o sea que nos vamos de compras.

_ Pero Susi… si ya estás viendo que no me cabe la ropa ni los zapatos en el armario… hasta he ocupado también mi antigua habitación. No me hace falta nada y no quiero malgastar hasta que encuentre trabajo. Tengo un buen colchón pero me da miedo gastar dinero.

_ ¿Quién habla de ropa? Esta casa hay que modernizarla. Necesitas convertirla en tuya y quitarle años de encima. Nos vamos al Ikea. Le puedo pedir la furgoneta del taller a Paco y nos vamos el sábado las tres. ¿Qué te parece? Es una idea buenísima. ¿A que sí?

_ Bueno sí, pensaba comprar algunos cojines y eso, pero ¿es necesaria la furgoneta?, mira que yo no paro hasta que la lleno ¿eh?

Y vaya si la llenamos. Porque al final mi antigua habitación se convirtió en un vestidor y renové la decoración de toda la casa.

Las quise mucho a las dos aquella tarde. Por escucharme, aconsejarme y compartir aceitunas y martinis destensando el ambiente, hablando de bolsos, de la nueva colección de otoño de Tintoretto y de zapatos. Las adoré cuando entre carcajadas, recorrimos la casa palmo a palmo, con Sandra dando ideas cual decoradora profesional y Susana apuntando en una libreta cuál secretaria eficiente. Supe que las tenía para hablar, pero también para callar. Que no importaba el tiempo que tardara en encontrarme y en encontrar mi camino, ellas siempre serían mis compañeras de viaje. Y yo estaba encantada. Encantada de no pensar en nada más que en cojines, ropa de cama y papel pintado. Después destripamos la web de Ikea y terminamos imprimiendo una ristra de hojas, que solo de verla ya me daba miedo.

_ Me están entrando sudores fríos _ dije mientras escuchaba el característico ruido de la impresora_ ¡No puedo comprar tantas cosas!

_ ¡Pero si tienes la cuenta llena!_ me recriminó Sandra_ No seas llorona. Y además, esto es como un tratamiento psicológico, e ir al loquero no es tan divertido. Renovar la decoración no soluciona tus problemas amorosos pero te puedo asegurar que llamar al Doctor Amor te saldría mucho más caro. Aunque claro podrías disfrutar del fabuloso culo de Will Smith. Pensándolo mejor… podríamos llamarlo.

_ No creo que Will Smith sea como su personaje en Hitch, y se dedique a buscarme pareja entre peli y peli, pero bueno… corramos un tupido velo… No intentes distraerme con el cuerpazo de Will, y vamos a repasar esa lista, que no quiero comprar por comprar.

De nada me sirvieron las protestas. De la lista no se tocó ni una coma. Hasta insistieron en regalarme algo cada una. No salió en ningún momento el tema del trabajo, ni se nombró a Ramón para nada. Yo sabía que al final debía hacer frente a la situación y tomar una decisión, pero ellas me respetaron y supieron que para mí no era el momento de hablar de cosas serias. Era el momento de cambiar. Es como cuando te haces un corte de pelo radical para cambiar lo de fuera antes de cambiar lo de dentro. Yo necesitaba cambiar mi casa para empezar una nueva vida. El sábado siguiente emprendimos nuestra excursión y después de un día intenso de compras, renové mi casa de arriba a abajo.

El salón era espacioso y tenía mucha luz. Los muebles eran rústicos en madera de nogal y, a pesar de los años, estaban bien conservados, y el sofá negro de piel tendría que bastar porque no podía permitirme comprar otro. Para darle un toque moderno a la estancia, compramos unos cojines en fucsia con pájaros pintados y otros con estampados geométricos en blanco y negro. Una mantita fucsia de lana trenzada para cuando aprieta el frío, un par de vinilos para las paredes, cortinas nuevas… y voilà, salón nuevo.

La cocina era pequeña pero suficiente con mi eterno repelús a cocinar. Los muebles lacados en blanco, con una limpieza a fondo tenían suficiente, aunque compré unos tiradores nuevos de porcelana verde lima para las puertas de los armarios y dos taburetes altos para la barra de la cocina, porque los que había estaban muy estropeados. Me arriesgué escogiendo los taburetes de madera de color amarillo chillón, a juego con la cafetera de Dolce Gusto que Ramón insistió en que me llevara conmigo porque me la había regalado las últimas navidades.

Recuerdo ese día de Reyes, cuanto me sorprendió el color de la cafetera cuando rasgué el envoltorio, sentada en el suelo, enfrente de nuestro árbol de navidad sacado de revista de decoración. No sabía porque razón la había comprado de ese color tan estridente, porque en su cocina todo era blanco y negro, muy de diseño. Aquella cafetera estaba fuera de lugar. Parecía que sólo estaba de paso en aquella cocina. Y aunque insistí en cambiarla de color, para que no desentonara sobre la encimera de silestone gris, Ramón se negó en redondo, y me dijo que la cafetera era para mí y no para la cocina, y que seguro que yo no me hubiera comprado nunca una cafetera negra. Y tenía razón. Puede que él, en su fuero interno supiera más cosas que yo misma en aquel momento. Puede que supiera que estaba viviendo de prestado y que estaba más de paso que la cafetera. Así que elegí los taburetes a juego con la cafetera, unos trapos de cocina, un delantal y unos cuantos botes, todo en amarillo limón y verde lima, para darle un aire fresco y alegre a la estancia de la casa que menos usaba, a ver si así me entraban ganas de cocinar. No me lo creía ni yo.

El único baño de la casa tenía el suelo de ajedrez, en blanco y negro y las paredes alicatadas en blanco. Una bañera enorme y una ducha con mampara de cristal completaban el conjunto. Era un buen baño solo que anticuado. Compré un armario en color rojo donde colocar todos mis potingues, maquillajes y cremas, una alfombra también roja y toallas en los tres colores: blanco, rojo y negro. Unas cuantas cestitas en rojo y negro para colocar junto al lavabo y el aspecto del baño mejoró mucho.

El que fuera dormitorio de mis padres, se convirtió en el mío propio. La cama y las mesillas de noche eran de forja negra y decidí que más adelante igual los pintaba blancos. Solo compré unas lamparillas, unos cuantos cojines, ropa de cama con un estampado de florecitas muy romántico y una mosquitera enorme para colgar del techo, que le daba un aire precioso a la habitación. Sustituí los cuadros por un millón de marcos de fotos de diferentes tamaños en gris, blanco, rosa palo y negro, para llenar una de las paredes con un collage de fotos, que seguro me harían compañía en esas noches que se avecinaban solitarias. Era una habitación muy luminosa, con un gran ventanal. El único inconveniente era el minúsculo y ridículo armario empotrado. Lo había llenado sólo con mirarlo. Decidí aprovechar mi antigua habitación, contigua a la principal, para hacer un vestidor en el que colocar las toneladas de ropa y zapatos que había acumulado esos últimos años. No estaba por la labor de ponerme a hacer obras, pero dejé libre la pared colindante con mi dormitorio por si algún día me daba por echarla abajo. El resto de paredes acabarían ocupadas por un conjunto de rieles metálicos donde acoplar estanterías, barras para colgar, módulos de cajones y por supuesto zapateros, para crear un vestidor abierto. Y claro, tuve que comprar cientos de cajas de almacenaje y cinco mil perchas. Vale, estoy exagerando, pero igualmente dije: adiós presupuesto, adiós. Aunque me auto convencí a mi misma diciéndome que era necesario, porque no iba a tener todas mis cosas metidas en cajas de cartón de por vida.

Salimos de Ikea con los bajos de la furgoneta casi arrastrando por el suelo, y yo con una sensación de euforia y pavor a partes iguales inundando mi pecho. Era como si, pensando en cambiar mi casa y en hacerla mía, estuviera también poniendo orden en mi vida. A juzgar por los acontecimientos posteriores…nada más lejos de la realidad, pero no voy a juzgar a la Alicia de entonces. Y aquella Alicia sólo quería pintar y decorar como si le fuera la vida en ello.

Y fue lo que hice. Durante las siguientes semanas, colgué cortinas,puse papel pintado, repinté algunas paredes que estaban más deterioradas, me pegué con unos cuantos libros de instrucciones y maldije a los suecos que los habían confeccionado unas cuantas veces. Al final, con mucha paciencia y el taladro eléctrico de Paco, pude solventar el asunto. Y puedo decir con orgullo que lo hice todo con mis manitas, y un poquito de colaboración de las de mis dos amigas del alma. Ahora sí que podía decir que mi casa era mía.

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