TRES CUENTOS A
Vamos, cuarto vacío
Rumbo al sur
El flautista de Madrid
Anónimo español
Registro Propiedad Intelectual V- 1759- 16
Dedicado al Logos, y a sus hijos,
mi familia
Índice
VAMOS, CUARTO VACÍO……..7
RUMBO AL SUR………………13
EL FLAUTISTA DE MADRID…..19
Depósito legal MA- 2154´2013
A mis padres, y hermanas queridas – las tres en el más allá; a mi hermano que aún recuerdo cabalgando al trote ¡Sonriente! Sacudiéndose la nalga con la derecha, montando una escoba.
En recuerdo del maestro poeta, Don Antonio Machado.
Pegasos, lindos pegasos.
Pegasos lindos pegasos,
Caballitos de madera…
Yo conocí siendo niño,
la alegría de dar vueltas,
sobre un corcel colorado
en una noche de fiesta.
En el aire polvoriento
chispeaban las candelas,
y la noche azul ardía
toda sembrada de estrellas.
¡Alegrías infantiles
Que cuestan una moneda
de cobre, lindos pegasos,
caballitos de madera!
Antonio Machado
Vamos, cuarto vacío
…Volvería a ser niño, jugar sin pensar ni tener miedo, trabas y obstáculos fuera; y a escribir breve y sencillo como entonces: papá, mamá, sol, iceberg…
(Insertar rectángulo, cuatro por cuatro centímetros, para dibujo cajón)
El primer y único caballo que tuve, se llama Vamos, fue uno que hice yo mismo cuando tenía nueve o diez años, con un gran cajón de madera, puesto de pie.
No recuerdo cómo, ni con qué llegó a casa (quizá era de transportar cartones de tabaco), pero un día apareció.
Era un cajón importante, bien construido con tablas pegadas entre sí (como cuatro dedos juntos de anchura y gruesas como un dedo), y cercadas con otras transversales; como un baúl sin puerta; algo más pequeño que una lavadora moderna.
Mi madre lo puso para que jugásemos mi hermano pequeño y yo (él, a veces, en el interior alfombrado de sábana), en una habitación destinada a trastero y cuarto de juguetes, sin muebles, que llamábamos “Cuarto vacío”.
Fuerte y resistente, lo plantaba en el centro de la habitación – me llegaba arriba del vientre -, y apoyando las manos en los vértices laterales como si fuesen las ancas, de un brinco me ponía encima, con las piernas cayendo por los lados, y lo montaba; al desmontar en los muslos me quedaba una marca roja, de las aristas, pero sólo las primeras veces cuando lo monté a pelaje desnudo. Pronto le puse una buena montura, hecha con una manta doblada, que le cubría el lomo y descendía por los costados, y una cuerda que até a su panza para que no cayera cuando corriésemos.
Era un potro salvaje, no se dejó domar fácil, que me convirtió en jinete.
Al principio, cuando empecé, no se dejaba: al pretender manejarlo y guiar él, su rebeldía, le hacía saltar, frenar de golpe o brincar, tratando de derribarme.
Me gustaba que lo hiciese, sentir su genio y carácter, que saltara e intentara engañarme, hacerme perder el equilibrio, y tirarme o caernos.
Una vez, frenó en seco las patas delanteras, elevó las traseras, y salí despedido por encima de su cabeza. Se quedó mirándome con el cuello agachado hasta que me levanté y le acaricié la crin, que suspiró y aplomó.
¡Y ganarle! Conseguí vencerle tirándome hacia atrás o hacia delante conquistando la inercia muchas veces, manteniéndome sin caerme “¡Vamos, te he ganado!”, le decía, y le gustaba, relinchaba.
Esos primeros días, hasta amansarlo (también empecé a montar por el costado), no salíamos de la hierba y tierra que nos proporcionaba una gran alfombra en desuso que extendí en el suelo. Allí, sobre aquel manto vegetal, aunque nos caíamos, no nos hacíamos daño.
Cuando nos hicimos el uno al otro, con la montura bien puesta, subía, le cogía por el cuello (el vértice de la parte abierta), o por las riendas y, a un apretón de piernas empezaba a caminar poco a poco y después a paso ligero, sin alejarnos demasiado. Una tarde, incluso paseamos por la orilla de una cercana playa de arena muy blanca; a veces al trote alegre.
En pocas semanas nos fuimos descubriendo y queriendo, haciéndonos inseparables.
Montaba, y cuando le acariciaba y decía “¡Vamos!”, relinchando levantaba la cara y se quedaba quieto, impulsivo, esperando que le indicase algo.
Hicimos, iba a decir kilómetros…millones de metros cúbicos porque… no cabalgábamos ya por largos bosques frondosos o hermosas praderas, eso lo dejamos pronto. Salíamos a galopar el aire diáfano, sin fronteras, sintiendo los cascos como pasos por una firme nada. Buscando misterios y seres de leyenda o mágicos, y hadas; o soñados y fantásticos y, a veces, cazando ellas y ellos – escuchando en algunos sitios un armonioso unísono cósmico.
Él también miraba y observaba, como yo, se fijaba en todo y atento movía las orejas hacia lo que oíamos: un tintineo, un silbido astral, o melodías viajeras; y se sorprendía no pocas veces, creo.
Vimos pasar carruajes tirados de hermoso Pegaso blanco, y por ponis; trineos llevados por ciervos y renos; un tío vivo volante, y multiformes estelas luminosas. Y Perseguimos algunos sólo por seguirlos – corría como pura sangre –, después, cuando los teníamos cerca, cambiábamos el rumbo, o nos deteníamos un momento para verlos seguir su camino. Alguna vez bailaba, o hacia modales con las patas, rindiendo homenaje.
Ante un Unicornio en más de una ocasión paramos: nos fascinaba verlos pasar. Los admirábamos, él se quedaba aplomado con la cabeza levantada y firme, y yo observaba también expectante.
Muchos días, salíamos por la tarde y regresábamos de noche, era fantástico, con la claridad de la enigmática luna llena iluminándolo todo; no nos importaba viajar por las estrellas con la luz del cuarto apagada, juntos estábamos contentos y nos sentíamos seguros. Le gustaba regalarme aires y alegrías; disfrutábamos saltos y voladas.
Atravesamos tormentas, cabalgamos entre truenos y rayos o relámpagos crepusculares, y destellos galácticos multicolores como un arco iris; vimos pasar también cometas y pequeñas estrellas fugaces; incluso mojándonos bajo la lluvia. Era valiente, no dudaba, siempre adelante cada vez que le indicaba:
– ¡Allí hay uno (o una). Vamos, Vamos! – Le decía, y se lanzaba elástico estirando las patas hacia delante y atrás hasta dejarlas casi en horizontal, para que yo pudiese erguirme, con las manos libres, y echar bien el lazo.
Cuando acertaba levantaba las patas delanteras agitándolas en señal de victoria, relinchando tres veces, y yo me abrazaba a su cuello sujetando en la mano la cuerda.
– ¡Bravo, Vamos! ¡Bravo querido – le animaba-, lo hemos conseguido!
Muchos días volvíamos con un carrusel de sueños, o duendes intangibles hechos nuestros, siguiéndonos, atrapados por invisibles hilos atrayentes. Al regresar al cuarto los soltábamos; él se quedaba a descansar, a veces tendido, y yo salía obedeciendo la llamada de mi madre que pronunciaba mi nombre en voz alta.
Durante varios meses, todos los días que pude fui a verle y cuidarle; solía estar de pie, como en un breve sueño, pero al oírme despertaba el brío y me miraba esperando, dispuesto a que montase y, a veces, cuando no montaba, se tendía para que me echase encima y lo abrazara. Era caballo y amigo perfecto.
(Mi hermanito, con tres o cuatro años, subió alguna vez delante, le pasaba el brazo para sujetarle, pero mi madre se asustaba cuando cogíamos velocidad, y el cajón empezaba a balancearse. Montó poco, e íbamos despacito y cerca).
Un día, mamá me dijo que pronto necesitaríamos el cuarto. Llegaría una hermanita, y pondríamos un armario y una cunita; ya no sería vacío, y había que vaciarlo.
Poco después, se fue. Un día nos despedimos, sin llorar ni relinchar, ni lamentarnos; mirándonos y, acariciándole, me acercó la cara y le besé.
– Vamos – le dije-, Vamos. Ahora te tienes que ir, yo debo quedarme…Volveremos a encontrarnos… – Y se marchó. Despacio, obediente, rumbo al frente, caminando hacia el infinito.
Cuando salía, mi padre lo sacaba, se giró a mirarme alguna vez, yo me quedé en el cuarto con la puerta abierta mirando, hasta que desapareció al doblar el pasillo.
Sigo convencido que intuyendo como yo, con la misma esperanza en la barriga, un día encontrarnos y, llenos de júbilo al volver a montar y decirle “¡Vamos, Vamos, querido…mira…Hay millones de aventuras esperando. Vamos, Vamos!” vuelva a relinchar dos veces como cuando le animaba al galope, y comencemos.
A beneficio de Asociación cultural Vamos, www.asociacionvamos.org
RUMBO AL SUR
En el televisor echaban una película del Far West. El forajido había entrado en el salón donde el sheriff, al final de la barra, tomaba un güisqui. Se dirigió a la derecha hacia una mesa redonda cerca de la ventana en la que cuatro jugaban al póker sobre un tapete verde, y dos miraban sentados alrededor.
-Buenas tardes, caballeros –dijo al llegar – mi nombre es John Welle…Me gustaría entrar en el juego…
– Está bien, adelante, Sr… Dijo uno con sombrero, levantando la mirada.
-Welle. John Welle…
Los que estaban sentados a la mesa se movieron dejando un hueco frente al que invitó, y John tomando una silla se sentó, y levantando la mano pidió a la chica del mostrador “¡Trae güisqui¡” Puso sobre la mesa un fajo de billetes, encendió un purito, y empezó la partida.
Era sábado por la tarde. Lucio estaba en el sofá mirándola con atención, tratando de adivinar quién mata a quién, o cuál saldrá malherido. Mónica, su mujer, sentada junto a él ojeaba una revista de actualidad entreteniéndose en las fotografías, leyendo alguna enjundia de famosos o artistas, y mirando anuncios.
De pronto dejó de leer y se dirigió a su marido:
-Lucio cariño, mira éste anuncio.
-Qué ¿Qué dices?
-Lo podías hacer por mí…
Alzando la revista, con el índice le indicó un recuadro apaisado de la página en color, no más grande que una tarjeta de visita, en la que se veía el perfil de un pene dibujado a mano con una doble línea fina y negra señalando dos tamaños, el de antes y el posible después más largo, sobre la imagen real del resto de la cintura.
-¿Qué quieres? ¿Eso qué es? – dijo levantando los ojos tratando de fijar la vista en la hoja- No llevo las gafas.
-Es para que te añadas un poco…Puedes alargártela hasta cinco centímetros…Eso dice aquí.
-¿De qué hablas? ¡Pero Mónica¡
– Parece que es fácil ¿Quieres que llame y pregunte cómo se hace y cuánto cuesta?
-¿Pero qué dices?
-.En pocas semanas se puede…Sin cirugía.
-¿Estás loca? No voy a ir a una clínica para eso ¿Qué diablos te pasa?
– Que te quiero mucho Lucio, y quizá te quiera más…Anda, hazlo por los dos…Regálamelo para mi cumpleaños…
-Olvida eso Mónica. No quiero, no es normal. Olvídalo.
Terminó tajante y volvió la atención a la película. Ella cerró la revista, la dejó sobre sus piernas, y también en silencio se puso a seguirla.
El sheriff, con la espalda apoyada en la barra y el vaso en la mano, continuaba mirando la mesa. El forastero amontonaba billetes ante sí.
En el lado más iluminado del mostrador la chica sentada en un taburete también miraba: con los cigarros humeantes y los vasos servidos, la partida se había reducido a tres. De pronto el que tenía el sombrero y había invitado a sentarse, se levantó, acercó la mano al cinturón y acusó:
-¡Haces trampa, tienes cartas en la manga¡
Welles levantó la mirada y como si no sucediera nada contestó.
-Me acusas en falso amigo, cuida tus palabras.
-Te he visto sacarla, mal nacido…
El hombre echó mano de su revolver pero antes de que pudiera sacarlo el forastero se levantó y le disparó. El sheriff acercándose por detrás desenfundó y también hizo un disparo certero.
El malherido se levantó con el brazo ensangrentado, cogió su sombrero del suelo y se acercó al agonizante, e inclinándose miró bajo su manga izquierda. Se irguió mostrando entre los dedos un rey de corazones (había sacado el as). El sheriff asintió, se agachó, y con las dos manos dio la vuelta al moribundo; la bala que le entró por la espalda le había atravesado el corazón y allí mismo, sin moverse, en medio de un charco de sangre, al poco murió. “Lástima, forastero” Dijo, y volviéndose mandó llamar al enterrador para que se llevase el cadáver.
La chica de la barra se fue llorando escaleras arriba cuando el sheriff salió al porche. Entonces Salma que pasaba por allí le preguntó:
-¿Qué ha ocurrido, Burd?
-Un forajido ha muerto.
-¿Y ese caballo? Volvió a preguntar señalando al hermoso animal de pelo negro atado junto a la escalera.
-Era suyo. Ya no tiene dueño.
-Yo lo cuidaré Burd. Déjame llevarlo a casa, me vendrá bien tener de qué ocuparme.
La miró, se bajó el ala del sombrero hacia las cejas, y sin decir nada se giró dirigiéndose a su oficina.
La chica lo desató, lo acarició, y cogiéndolo por las riendas se lo llevó caminando hacia la casa en la que desde hacía unos meses vivía. Era dócil. Empezó a llamarle “Bueno”… “Bueno…Tú y yo seremos amigos”.
Después de esa escena Mónica se levantó llevándose consigo la revista, y sin decir nada se fue a la cocina a recoger y preparar café. Lucio se quedó viendo el resto de la película con los pies sobre la mesa.
Pronto la noticia llegó a oídos del hermano del forajido, y la venganza no tardó. El sheriff a las pocas semanas fue abatido cuando salía del salón, a media tarde.
Montado en el caballo, preparado con un rifle, el vengador le esperaba. Cuando dio el primer paso fuera del local, mientras las puertas aún batían, aquél le apuntó y dijo:
-Es lo último que verás. Mataste a mi hermano por la espalda ¡Cobarde¡ Y disparó.
El sheriff cayó doblando las rodillas y, sangrando por el pecho quedó tendido en la tarima entre la puerta y los escasos escalones hasta el suelo. El que disparó se acercó sin desmontar y volvió a decir.
-Hijo de perra ¡Vete al infierno!
Algunos se acercaron a la puerta a mirar qué ocurría.
-Quiero el caballo de mi hermano –les gritó apuntando- Volveré a disparar hasta que lo encuentre…
– Lo tiene Salma…- Contestó pronto uno de los asustados- Ella lo cuida… A la salida del pueblo, en la última casa…Hacia el oeste.
Enfundó el rifle en la montura y salió por la polvorienta calle, rumbo al ocaso.
Al pasar la última esquina, en un pequeño establo abierto por el frente, atado y rumiando estaba “Bueno”. Se acercó a la puerta de la casa con el revolver en la derecha y gritó:
-¿Hay alguien ahí? ¡Vengo por ése caballo!
Con la melena despeinada y la camisa por fuera de los pantalones, sin botas, salió Salma:
-¿Quién eres tú? El caballo es mío.
– Te equivocas. Era de mi hermano, y ahora mío; acabo de matar al Sheriff…Voy a llevármelo.
– El caballo va conmigo. Respondió sin vacilar.
– Monta entonces y vamos.
– ¿Hacia dónde?
– Al Sur.
Salma dudó un instante y contestó:
– Espérame, tengo que recoger mis cosas…
– Tienes cuatro minutos –amenazó sin vacilar mientras mantenía el cuello del animal erguido, estirado por las riendas- Ni uno más…
La película, “Rumbo al sur”, parecía llegar al final.
Lucio olió, le apetecía un café recién hecho, y llamó levantando la voz: “¡Mónica…Cariño¡ ¿Has hecho café? ¡Ven!”
En la pantalla en sendos caballos, negro y marrón castaño, los fugitivos cruzaban un río con dos palmos de agua, ante ellos un bosque frondoso. Se les veía de espaldas mientras salía escrito el reparto.
Lucio insistía: ¡Mónica! Cariño… ¿Qué haces?… ¿Mónica…No me oyes?
EL FLAUTISTA DE MADRID
Todo se mueve y cambia continuamente.
Nada es estable, nada está quieto…En este mundo viajero…
Heráclito de Éfeso
Índice
Capítulo primero. Desde Madrid al norte de Francia.…..……………..23
Capítulo segundo. Cruzando Alemania, pasando por Hannover…….39
Capítulo tercero. Atravesando Polonia, desde Poznan a Bialystok.….49
Capítulo cuarto. Minsk, San Petersburgo, hasta el lago Ladoga……..55
El Flautista de Madrid
Dedicado a ti, lectora, lector
Capítulo I
“Caminar es la mejor medicina del hombre”
Hipócrates
Vivía en la capital del reino de España un joven alto y apuesto, en el orfanato de los Dominicos, huérfano de madre y padre.
Había estudiado música en un convento, en Jaén, pero también en academias de Madrid, y había logrado con su flauta unas notas sencillas y modo de tocarlas, parecía mágica, embrujadoras, que le permitían atraer y dominar al reino animal.
Una tarde, al salir de un recital en que estuvo participando, mientras recorría barrios y barriadas oía quejarse a muchos vecinos de las malsanas ratas (las cuales además de comerse el grano y lo demás, portaban virus y bacterias infecciosas). Y algunos decir “…Debería venir el flautista de Hamelin a llevárselas…”, y otros añadir “Pero no para ahogarlas en el Manzanares y emponzoñar las aguas”, pues miles y miles como entonces había contaminarían las riberas, y muchos acuíferos, generando un problema sanitario.
Empezó a pensar que podría llevárselas si quisiera, pero no era atractivo, además ¿A dónde?
Hasta que un día, volviendo del conservatorio vio una niña quizá de seis o siete años, delgada y frágil, correr llorando y gritando a su madre “ !Mamá una rata me ha mordido…Mamá…!” Y efectivamente desde más arriba del tobillo iba ensangrentada.
– Oh, Dios mío, vamos al médico enseguida, que no se infecte… ¡Malditos bichos! Dijo la madre cogiendo a la niña en brazos. Otra mujer fue a ayudarla y un hombre acompañándola.
Decidió hacer algo, intervenir… y en Vallecas precisamente en una taberna, tratando de relajarse pensando también en su futuro económico y existencial, de pronto llegó la idea a su mente “…Podría llevarlas al Ártico y dejarlas congeladas, o como alimento orgánico en los glaciares. Ni siquiera tendría que matarlas. Nadie se opondrá a perderlas de vista. Y conoceré mundo, nuevas tierras, otros hombres y mujeres…No tengo nada que perder…”
Era una rabiosa impronta, pero siguió pensándolo antes de empezar al día siguiente los preparativos para tan largo viaje. Y empezó también a comentarlo.
Llevaba una capa negra con pequeños cascabeles plateados como botones, la usaba casi siempre igual que un rojo sombrero de copa corta. Además de una camisa negra y un pantalón también rojo que guardaba del tiempo en que tuvo ocasiones de lucirse en círculos de bellas artes, y ropa usada regalada, pues aún delgado era fornido como un pino. Sus pupilas cerezas oscuras.
Cuando empezaron a enterarse algunos que le tachaban de estrafalario, le acusaron además de oportunista pues la ciudad apestaba y las infecciones se propagaban; incluso algunas mujeres habían denunciado que su niña o niño habían sido mordidos en casa, mientras dormían.
Y de espabilado también, porque antes de empezar la odisea fue al consistorio a explicar el asunto de llevárselas hasta los mares del Norte. Aún siendo arriesgado y costoso.
Aceptaron tras breves consultas durante la misma mañana. Y al día siguiente tenían preparado un contrato. En pleno municipal, en presencia del alcalde y con alguaciles representados, acordaron pagar un cofre con monedas de oro, como una caja de zapatos de madera, si las llevaba a Finlandia, y volvía confirmándolo por autoridades Finlandesas.
Pagados mediante un puñado de monedas al comenzar, las que le cupiesen en una mano, y el resto del cofre al regreso, fuesen diez meses o veinticuatro. Si conseguía llevarse todos los roedores, desde el Manzanares hacia el norte.
Acordado y decidido, antes de salir estuvo una tarde y toda la noche recorriendo los arrabales y los alrededores de los barrios, decenas de ellos, tocando su mágica melodía, y atrayendo a todas incluso las de las plazas del centro, pues los animales a dos kilómetros la oían. Era el amanecer cuando se dio cuenta que no quedaba barrio con ratas, y empezó a caminar sin parar hasta alejarse de la ciudad más de diez kilómetros. Descansó esa primera noche después del agotador día, y comenzó a la siguiente su largo viaje hacia el norte del planeta, poniendo rumbo a los Pirineos por un sendero trashumante.
Le gustaba la música sacra, la do decadencia del canto gregoriano. Aunque su melodía hechizante asemejaba en cierto modo a la que hacen los lapones, interrumpida por notas alargadas lo más que podía algunas veces, y átonas repetitivas hasta llevar a un estado semejante a la hipnosis, a quien se dejaba gustar y transportar.
Compró una yegua joven, aunque flaca, color miel, llamada Lucinda, con dos anchas alforjas y un sillar para en su lomo llevar saco o bala, de forraje o paja. Y buena carga de viandas, y sebo para encender; además otra capa de piel peluda con capucha contra la lluvia, dos mantas y un par de botas de repuesto también de grande zancada, así como una pequeña pala. En el cinto se puso un cuchillo enfundado, para defenderse de fieras o cazar.
Había reunido más de dos mil ratas, familias enteras, y siguió el recorrido sabiendo que debía evitar caseríos, ciudades o aldeas. Caminando durante la noche entre vaguadas o barrancos cuanto podía, y aligerando el paso por los caminos o sendas de las rodalías de granjas o sembrados. Los roedores, aunque se distanciaran o parase de tocar, siempre volvían al punto en que lo escucharon por última vez, y parecían desorientados, no poder huir.
Durante el día descansaba en cueva cuando podía, o en refugio o cabaña, pues aquellas se escondían al cesar la música, y no asomaban la cabeza como si temieran ser vistas.
En pocas semanas llegó a la frontera, la cruzó entre Euskadi y Cataluña por el pirineo aragonés, y se internó en al largo macizo montañoso pirenaico. Después de intentar reponer en un pueblo sin conseguirlo. Pues al acercarse un hombre sobre un margen le inquirió:
– Eh tú, el de la capa… ¿Quién eres?, ¿Qué buscas?
– Estoy de paso, voy a Francia, quería comprar comida…
– Eres el flautista de las ratas ¿crees que somos tontos? Mejor será que te marches…No queremos ratas de otros, tenemos de sobra. O empezaré a decirlo, y te daremos una paliza…Dijo un hombre fuerte y grandullón.
– Podría llevármelas también…
– Llévatelas, pero no pagaremos ni un real. Pero hazlo y vete ya.
Se dio la vuelta y decidió pasar hambre antes que hacerles favor.
Dos semanas tardó en cruzarlo, quizá las más duras del viaje pues durante varios días caminaba sin ver pueblo o aldea alguna, subiendo y bajando cumbres de montes y colinas. Alimentándose de frutos silvestres moras y nueces.
El frío era húmedo, comenzaba el otoño, y casi todas las noches el termómetro bajaba los cero grados. De tal modo algunos días, aunque las ratas andaban más lentas, caminaron por la mañana aprovechando el calor del tibio sol, recorriendo los anchos e imponentes Pirineos.
La alegría también algunas veces, durante instantes, era inmensa, pues jamás había imaginado que se atrevería a cruzar la frontera caminando hacia semejante aventura…
Pasó cerca de Beziers, buscando el Ródano, y siguió ascendiendo el curso hacia el norte, pasando por Valence, hasta Lyón. Y desde allí hasta Besazóns, dejando al este las cadenas montañosas y el bosque Buillons.
Un día de esos, cansado de escasez, dejó las ratas en una barrancada y partió con Lucinda hacia un pueblo cercano que había divisado durante el camino, atravesando el parque Souvoins, al otro lado de un río.
Acercándose a los campos que rodeaban el pequeño grupo de casas, algunos con viñedos frondosos, saludó levantando la mano a unos labriegos y aquellos le saludaron sin más. Y entrando al pueblo también saludó sin levantar sospecha, hasta que llegó al almacén tienda de comestibles, en una calle de tierra junto a un campo en que pudo quedarse la yegua descansando y rumiando hierva fresca.
Tras dar y recibir saludó a la dama que atendía, declaró:
– Quiero comprar, pero sólo puedo pagar con monedas de oro, ¿es posible?
– Qui. Tres bien, vous pouvez…
Era una mujer de mediana edad, enigmática y agradable de rostro, con bata blanca. Y ajena al affaire del peculiar cliente se quedó fascinada por su capa, su pantalón y sombrero rojos, y sus limpias botas negras; su mirada inocente la cautivó como su sonrisa y su barba descuidada.
Se puso a servirle cuanto pedía, aconsejándole, mientras también atolondrado de satisfacción nuestro músico escogía lo que antes no pensó que compraría. Café, manteca, galletas, bizcocho…Jabón. Agua de perfume…Además de arroz que solía comer cocido con setas que conocía y hierbas del bosque.
– Habla usted bien francés, ¿Es español. Vive por aquí?
– Estudié música en París, mi abuelo es francés. Estoy de paso, voy hacia Finlandia…
– Oh, muy valiente…¿Viaja sólo?
– Llevo una yegua…
– ¿No le gusta Francia?
– Claro, sí, pero voy buscando un cofre de oro…
– Muy interesante… ¿Y está seguro de encontrarlo?
– Claro, espero que sí, de otro modo no iría…
– ¿En tres meses llegará, en pleno invierno?
– Así lo espero, si no hay imprevistos…
– ¿Muy bien…Busca alojamiento en el pueblo?
– Sí…Pensaba dormir esta noche, sobre colchón…
– Puedo ofrecerle habitación, viven mis hijos y ahora también unos comerciantes…
– Le daré una moneda por la compra y otra por la cama ¿está bien?
– Oh, vous ètre tres gentiles. Qui, tres bien.
La mujer le acompañó, subieron por una escalera que había en una sala anexa hasta la primera planta, y allí un gran distribuidor daba a dos pasillos con tres puertas cada uno. Le asignó habitación y le invitó a bajar después al salón de recreo y comedor.
Por una puerta se pasaba a una gran sala con mesas y mostrador, en el que había varios, algunos con juegos de mesa y otros de cháchara o distraídos, y la hija de la señora atendiendo tras el mostrador. Una adolescente de pelo y ojos negros como su madre, poderosa mirada y serena sonrisa, que no dejó de mirar desde que entró rompiendo la rutinaria mañana. Al quitarse el sombrero, el pelo rubio y largo, sucio y desgreñado, mirándola la saludó sonriente:
– Bon jour madame…
– Je ne sois pa madam, je sois mamuasel, bonjour monsieur…
– Je veux un café avec chet…
– Tres bien, et pour manger?
– Pour manger…Dos croissant… Es que je peu pager avec de la moned dor?
– Quí, ma mer dirá…
Cuando oyó que la llamaban, puso nombre a la alegría “…Juliette…”.
Desayunaba como jamás pensó que lo podría hacer, en el corazón de Europa, una soleada mañana en un cómodo lugar, atendido por princesa. No dejaba de mirarla. Ella apartaba la mirada de aquí y la ponía también el él, o la apartaba de allí, para mirarle de nuevo pues parecía a veces hacer anotaciones en una libreta de cartón…
Repitió comida y bebida, la joven servía contenta y ágil a quienes la requerían “!Juliette, s´l vuple…!” Aunque lo hiciesen con voz rota o endiabladamente aguda él la repetía en su mente con ternura, y oía varios segundos el eco como si fuese una repetitiva fascinadora melodía “…Juliette…” muy flojo con voz sostenida y suave, a veces estirada durante largos segundos.
Cuando al poco entró un hombre, vestía como un pastor, y de inmediato señalándole se puso a decir en voz alta…
– ¿Sabéis quién es ése y lo que hace? – Todos se quedaron perplejos, la chica y el joven igual sorprendido- … Lleva ratas. A miles…Es un traficante… ¿No pensarás dejarlas y marcharte verdad?
– ¿Ratas? Preguntó Juliette, como los demás en voz alta… Y luego dirigiéndose a él… ¿Es verdad que llevas miles de ratas…Dónde están?
Se puso en pie encarado a ella, y como si de pronto estuviese seguro de quién era, contestó:
– Juliette, es así…las he dejado en una barrancada a diez kilómetros. Es una historia larga, te lo puedo explicar…Pero lo que de verdad soy, créeme Juliette… Soy músico, compositor…
– ¡Pendejo! Gritó el pastor ¡Eres un farsante! Desde ayer te he vigilado…Tocas la flauta sí, y las ratas te siguen a millares ¿música para ratas? ¿Acaso las llevas para vender?
Los demás hombres parecían confundidos. Y de pronto otro gritó: “!Que se vaya. Que se vaya y nos deje en paz…! ¡Acabemos con esto!, “!Dejad que se explique!” Dijo una anciana.
– Me voy. Recogeré mis cosas ahora mismo, he venido a comprar…Y pensaba descansar… Pero tengo un destino…- Dijo solemne y tranquilo- Me llevo las ratas al Báltico…
– ¡Gandul ratero, no queremos oírte…! Gritó otro desde un grupo…
– …Dejádme tocar una melodía… Juliette, escucha…
Sacó rápido su flauta del pecho y se puso a tocar, cuando de inmediato aquellos se sumieron en un silencio completo, mientras ella miraba fascinada y él salía por la puerta que entró…Se giró y todos tenían contento en el rostro, levantaban la mano para despedirlo. La joven le miraba como cuando entró, inquieta de ojos con serena sonrisa, sin darse cuenta que se iba y tardaría en volver un admirador, gran artista.
Subió al cuarto sin dejar de tocar a recoger la capa y un bolso, y bajó hacia la salida. Raquel atendía a una mujer, saludó amable y le indicó el saco de la compra. Lo tomó y salió como si todo hubiese sido un sueño, con la realidad de un saco lleno de alimentos.
Con Lucinda, a por las ratas de nuevo…Hacia el Rin, descendiéndolo hacia el norte.
*
“El absoluto no existe en la creación, ni lo cerca o lo lejos, es apariencia. Ni las medidas, ni las horas o los días existen en la naturaleza: son inventos de humano. Existe el tiempo, y las distancias, y existe el ciclo de la vida. El corto y anecdótico círculo vital: nacer, vivir, y terminar. Pero, no es real, lo que vivimos es una simulación de lo que somos, o podemos ser, y seremos en un futuro…En otro plano tal vez.”
Leía en su cuaderno de cartón y dirimía en soliloquios aquellas semanas de caminata, bajo lluvia no pocas veces, y sin luna. Noches y días bajo las nubes grises, alejándose de la campiña; a veces también envidiando a los habitantes de los escasos grupos de casas que encontraba, con humeantes chimeneas, mientras tocaba guiando a miles y miles aligerando el paso. Pues en vez de quedarse algunas muertas, a simple vista se notaba el grupo crecido, pues desde donde llegaba la melodía acudían roedores…
Otras veces mientras avanzaba se alentaba recordándola “Le he gustado, le he gustado, y mi música… ¡Oh, hermosa niña! Juliette, volveré por ti”. Aunque otras intuía que jamás volvería a menos que se deshiciese de aquellas…En Finlandia. Así había quedado escrito… “Los españoles son gente de palabra, pero más de contrato. O Finlandia o nada.” Concluía.
*
Juliette se quedó también con dudas “¿por qué llevaba ratas. Tenía algo que ver con las monedas de oro que le había pagado a su madre…? ¿Quién podría saber algo sobre aquel músico tan extraño y entrañable? Su música es hechizante…Quizá lo perfecto es circular…” Le llevó a concluir.
Y no pasaron muchos días hasta que pudo conocer respuestas y entender algo. Pues pasó por allí uno de tantos emigrantes españoles buscando salario digno, y pudo preguntarle “¿Sabe de un español que lleva ratas con una flauta?”, y aquel contestó: “…Sí, he oído de un chalado sin oficio ni beneficio. Algunos le llaman El flautista de Madrid, otros El chiflado de las ratas… Dijo irse a los glaciales a encontrar fortuna y mujer. Dicen que las ratas le siguen cuando toca… Como si las embrujase. Es medio animal…”.
*
Pocas semanas después, cerca de la frontera con Alemania, tuvo que acudir de nuevo por viandas, y se dio cuenta de un grave error, no calculó, ni contó las monedas, y ahora había diecinueve. Pero en cada compra estaría obligado a dejar como mínimo una… Y se había acostumbrado a tomar café con azúcar, en las paradas nocturnas, y a beber leche en polvo. A comer galletas varias veces al día, variadas. O bizcochos tiernos, como los que tenía la madre de Juliette, o cruasanes. Y además pudo degustar y comprar varios quesos cuando amable le aconsejaba.
Empezó a pensar y elucubrar si haciendo esto o aquello…Y tuvo tentaciones ¿Estaría dispuesto a robar por la noche en un almacén comida?, ¿Y en una granja?, ¿Llevando a Lucinda a la fechoría?
Mientras otros días también le daba vueltas a otras cosas, pensando durante largas horas sobre la misma idea, caminando bajo sol o luna, un día y otro y otro seguidos “¿Qué hago con mi vida?, ¿Me convertiré en flautista profesional de ratas? ¿Con el dinero del cofre tendré para vivir, cuántos años?, ¿Encontraré una buena mujer que no necesite melodía para estar enamorada?, ¿Mato a las ratas. Las ahogo en el río y me quedo? …Ni haciéndolo me querrán…”
“Buscaré un pueblo agradable, y si encuentro alguna… podría quedarme y en primavera volver por el cofre…”, “No, no puedo hasta que no las deje en Finlandia…Vamos.”
Se animaba y trataba de dar sentido a sí mismo y su aventura, mientras no veía más que cumbres nevadas hasta perder la vista y laderas pobladas de vegetación o sembradas de grano, y grandísimas arboledas. Y miles de ratas rodeándole o siguiéndole. De todas clases, grises y negras y marrones y blancas. Unas violentas, otras traidoras pues se tiraban de pronto contra otra que se acercaba apacible. Otras chillonas. Le daban asco no pocas veces. Y a poco que se descuidaba, si paraban unas horas, el olor de los orines se hacia insoportable…
Lucinda es lo único que le aliviaba pues parecía escuchar, aún sin entender del todo, incluso contestar alguna vez como si entendiera, con uno o varios relinchos y movimientos de cabeza, o modales con las patas.
*
Atravesado el hermoso parque natural de Boisennes, al acercarse al pueblo algunos vecinos le vieron y saludaron sin más, y llegó por la calle principal hasta un comercio de comestibles. Era un almacén grande, algunos venían con carros vacíos y los llenaban de sacos, y herramientas, y verduras o animales. Algunos salían con gallinas.
Atendían dos hombres y una mujer, había varios clientes, y mientras esperaba su turno uno le preguntó:
– ¿Portugués?
– No, español…
– ¿Qué haces por aquí?
– Voy hacia Hamelín.
– Vaya…La ciudad de las ratas.
– Está de paso a mi destino…
– Las casualidades no existen. Me gustaría contarte algo… ¿Te espero a la salida…?
– Claro…
Y al momento preguntó el dueño
-¿Señor, qué desea?
– Comida, varias cosas, pero…sólo puedo pagar con monedas de oro…
– Oh, claro, bienvenido, ¿Oro español?
– Claro… De Madrid…De ley…
– Tendremos que comprobarlo…
– Claro, claro…
Pronto un mozo salió con las monedas a la casa del joyero, mientras escogía la compra, y al poco regresó… Es oro de 18 quilates…Monedas reales. Dice el joyero.
– Por estas dos monedas coja lo que quiera de alimentos, lo que pueda llevarse ¿De acuerdo? Preguntó sin devolverlas.
– Sí, dos sacos me llevaré…Y forraje.
Y pronto cargaba y seguía.
Mientras caminaba junto al otro que esperaba, hacia las afueras del pueblo…Aquel empezó:
– Eres el flautista que esperan, ¿verdad? Las ratas acaban volviendo. Dicen que son las más grandes de Europa, pues son tierras fértiles… ¿Piensas también ahogarlas en un río?
– Sí…Pero no, matarlas no, pensaba llevarlas a Finlandia…A congelar…
– No es mala idea… ¿Por qué dices que eres de Madrid…? Conozco parte de la historia…Se repite siglo tras siglo. Pero tú me has sorprendido, eres cándido y delicado… Te esperaba tosco y vestido como pastor… ¿De dónde has salido realmente?
-Soy de Jaén…Pero de niño viví y aprendí música en Honfleur, como después Erik Satie. Y también estuve en París dos años. Finalmente aprendí en Madrid…
– Muy interesante…Por dónde vas, ¿piensas cruzar por Rusia?
– No estaba seguro, si acortar por el Báltico…
– A Noruega también podrías ir, y encontrar la felicidad…Yo estuve allí…Afortunadamente…
– ¿Ah sí, que encontraste allí? Cuéntame…
– ¿No tienes para fumar, y tomar una cerveza?
– No llevo, pero podemos volver a comprarla…
– Anda volvamos por ellas…
– Lo que les ocurre a todos cuando nos dedicamos a los animales, uno acaba mal, en el monte la vida es difícil… y al volver nadie te quiere, hueles a rancio y, ¿qué te voy a contar? Yo llevaba cerdos ¡Desde Salamanca hasta Holanda! Les gustan mucho los cerdos españoles. Ja, eran otros tiempos…Llevaba dos perros, y una cabra y dos gallinas; un buey y carruaje con techo para no morirnos de frío ni de hambre durante meses. Teníamos prohibido la mezcla con cualquier ganado… Y, ya sabes…
– ¿Qué?
– La soledad es mala compañera ¿Acaso a ti te va bien? ¿No quieres estar con una mujer de verdad, haciendo el amor a diario?
– Pues sí, pero…Voy caminando.
– Acabas masturbándote, eso es lo que pasa. Al final no las quieres, sólo para satisfacerte mejor. Y acabas conformándote con la cabra y las gallinas ¿Comprendes? Se convierten en extrañas.
– No es mi idea. Claro que pienso dejar este oficio, ¡Soy músico!
– Acabarás asqueado, o lo dejas aunque ganes oro, o acabarás enfermo y solitario de tanto masturbarte.
– Pero ¿qué dices abuelo? ¿Y…qué hiciste entonces en Noruega…?
– Allí, allí las mujeres tienen magia, son mujeres enteras, hechas para disfrutar y que los hombres disfruten. Son sabias en el amor, tienen técnicas para cualquier problema sexual, ¿Comprendes? Y además, son esposas leales.
Me costó lo que pude sacar vendiendo la casa de mis padres, pero me convertí en un hombre nuevo, fíjate empiezo a creer en Dios y a dar gracias. No tengo prisa por vivir mañana, ni después ¿Comprendes? No ansío…Vivo como los que viven en los pueblos o ciudades y disfrutan sus matrimonios. Como viven muchos…Antes ni sabía que existían… ¿Comprendes?
– Sí, te enamoraste de la Noruega, y se curaron todos tus males ¿vives con ella?
– Exacto, el amor, no hay otra cosa mejor, y el ejercicio entre dos. Claro que vivo con ella…Viajamos mucho…
– Bueno… Yo también pensaba casarme…
– ¿Ah sí? ¿Y Cuando te masturbas en quien piensas, en la yegua?
– No. Hay una chica, muy jovencita, pero muy hermosa…
– Me vuelvo amigo, te felicito, acuérdate si regresas pasar por el pueblo, quizá coincidamos…
– Gracias, me acordaré de ti.
– Y cuida tu oro, también hay ladrones en Alemania…
Ilustración mapa general de Europa, desde Madrid a Finlandia.
Con el personaje caminando, tocando la flauta, y las ratas siguiéndole.
Ilustración, Pirineos y Francia, con bosques y ríos o cadenas montañosas, y ciudades citadas o que pasa cerca.
Ilustración Alemania, mismas características que el anterior.
“Caminante no hay camino. Se hace camino al andar…”
Antonio Machado
Capítulo II
(Cruzando Alemania, desde Frigurbo hacia Hannover, pasando cerca de Hamelin)
Caminaba con paso poderoso, a veces con zancadas prestas, de siete leguas, más cuando ascendía laderas. Cada día recorría treinta, o cuarenta kilómetros, incluso algunos días más (Las ratas se agotaban y cuando paraba sólo querían descansar). Y otros menos, cuando había lluvia intensa y los caminos y senderos se embarraban.
Cruzó la frontera cerca de Friburgo, y descendiendo el Rin hacia el norte pasó por Kassel, hacia Estrasburgo, buscando las vastas llanuras de Europa norte.
Y semanas más tarde, escaso de nuevo con el temor de quedarse sin viandas o sin oro, decidió probar suerte en una de las aldeas que divisó desde una cumbre. También al amanecer, con su pantalón y sombrero rojos, una chaqueta gris que le habían regalado, y la capa cepillada, con Lucinda y las alforjas vacías, se dirigió hacia un pueblecito.
La primera edificación que encontró era un almacén de forrajes y alimentos.
Atendía un hombre con gafas, muy mayor, y otro más joven, a varios que compraba.
– Guten morgen…
– Hola forastero, guten morgen, contestaron uno y otro.
– Bello pueblo, es el primero que piso en Alemania… Dijo.
– ¿De dónde vienes, a dónde vas? Preguntó el anciano.
– Vengo de España, voy a Finlandia.
– ¿Eres trovador, o escritor de aventuras?, ¿O acaso buscas trabajo? Preguntó un cliente.
– …Soy músico compositor, flautista…
– Oh, muy interesante. Por aquí nadie toca la flauta ¿Quieres tocar para nosotros?
Todos se quedaron callados, mirándolo, mientras desenfundaba su flauta de caña tostada, y comenzó a tocar… Durante tres minutos nadie abría la boca o retiraba la mirada sino era para comprobar que los demás hacían igual. Hasta que el anciano interrumpió…
– Por favor, tenemos que trabajar…Podría tocar fuera…
– Oh, claro, perdón…
– “Es melodía enigmática”, “Encantadora”- Dijeron algunos- “Bienvenida la música, siga tocando afuera…”
Salió y junto a su miel siguió tocando. Los que salían de la tienda se quedaban a escucharle, y algunos que llegaban no entraban, se sumaban al grupo. Y al poco acudieron más oyentes, la profesora de la escuela y un séquito de alumnos, desde niños hasta adolescentes.
Al acercarse la joven maestra preguntó dirigiéndose a él, dejó de tocar…
– Hermosa melodía. Un músico nos hacía falta en el pueblo… Todos lo queremos, ¿Verdad chicos?
– Sí, dijeron a tono… “Yo quiero aprender”, dijo una chica y un chico, “Yo también…”
Lucinda relinchó varias veces.
– ¿Podría quedarse? Soy Ángela. Dijo la profesora encantadora.
– Será un honor, yo soy Juan…Pero dos días a lo sumo…Tengo un destino…
– Mejor dos que ninguno, aseveró de inmediato la maestra, “Bien, bien…” dijeron varios, “…Se puede quedar en mi casa”, añadió un mozo.
Y acordaron quedarse tres, pues coincidía luna llena, festejo tradicional al entrar el otoño, la primera luna grande. Y le invitó a comer el dueño del local en una casa cercana en la que una mujer viuda atendía a caminantes. Pensando que teniéndolo cerca vendrían más potenciales clientes, cuando llegasen a la celebración vecinos de otros pueblos y aldeas cercanos.
Pero, después de comer apareció un carruaje, eran gitanos que volvían a Hungría desde Ceuta, y al poco de entrar al local, y otros darse un paseo por los alrededores, a lo cual acudieron varios del pueblo. Uno empezó a decir “… Está aquí, es la yegua del ratero…” Y a preguntar, “¿Dónde está el de las ratas?”.
“…El español de la flauta… ¿Está aquí escondido?”
El revuelo fue inmediato, acudieron la viuda de la posada y la maestra con los alumnos…Hasta que nuestro músico apareció…
– ¿Dónde tienes las monedas de oro? Son del reino de España, tienes que pagarnos algo… Cuchillo en mano, le dijo uno.
– Tranquilidad… Pagaré…
– ¿Qué tienes que pagar?, ¿Qué es eso de las ratas y el oro? Preguntó la maestra.
– Ángela, te lo explicaré después, le contestó, y dirigiéndose a ellos… Esperad, las monedas están escondidas, en la ruta que llevaba…
– Ve por ellas…
– Os las entregaré a las afueras del pueblo, salid vosotros también…
– Paga además dos monedas aquí…Nos llevaremos compra.
– No… Dijo el del almacén… Cuando tengan las monedas se llevan la compra…
– Tengo dos monedas – las sacó de su capa- …Pero necesito también reponer alimento…
– Por dos monedas pueden llevarse tres sacos. Dijo el tendero.
– Me apañaré con uno. Os espero en el cruce, a la salida del pueblo, os diré dónde os las entrego…
– No irás sólo, iremos contigo…
Hizo la compra, el tendero le atendió atento y en silencio en presencia de dos gitanas, y se marchó. “Hasta pronto buen hombre”, dijo. “Suerte amigo”, contestó el dueño.
– A la salida del pueblo os espero… Dijo a los que habían quedado esperando vigilando a Lucinda.
– Si huyes te buscaremos, y te mataremos.
Cuando nuestro músico se alejaba, los allí presentes querían saber y preguntaron, mientras los gitanos compraban sin miramientos, pero apenas añadían calumnias a lo que habían dicho “Se ha llevado oro de España…”, “Ha engañado con su flauta, hace brujería…”, “Hasta las ratas le persiguen, tiene que ir ahuyentándolas, tocando sin parar, pues se lo comerían…”, “Algunos dicen que las va dejando ahogadas en ríos y lagos…Y quieren vengarse”.
*
Las fauces abiertas de algunos lobos a los que tuvo que enfrentarse, ni las noches en que los oía aullar, ni cuando oía silbar las serpientes, o a las lechuzas sin luna, le daban tanto miedo como perder el ánimo. Y el deseo de seguir el rumbo… Sitió asco de sí mismo, de los hombres principalmente, y de las mujeres… La chica que dijo querer aprender a tocar flauta, música y solfeo. Era muy hermosa, ojos verde aceituna, y cabellos dorados como el oro…Como Ángela.
“Yo también soy joven… Joven músico de ratas…”, se decía y volvía a aturdirse, “¿y si hechizo y me llevo a quien quiera. Ángela?” “No, tarde o temprano me cogerán…Y me matarán…Dirán que la tengo embrujada, y quizá sea verdad…”.
“No puedo abandonar las ratas…Son mi garantía… Dios mío, ¿existes?, ¿Qué hago con las ratas?”, “¿Qué hice en Madrid, arruinar mi vida?” “…Sólo me faltaban los gitanos. Malditos…me han arruinado…” “¿Arruinado? ¡Pero si tengo un cofre lleno esperándome!”, “!Vamos a Finlandia.! ¡Después iremos a Noruega, luego a por el cofre!”, “Tengo que conseguir más oro…o dinero…Vamos…”
Dudaba como artista y como persona; y decidía seguir…Trazando un plan para evitar pagar a los gitanos. Y sobre todo alejándolos del pueblo. Pues pensaba volver, quizá la joven le recordara…O Ángela, sin duda. “Volveré por aquí”.
En un cruce que había a dos kilómetros, donde cruzaban los que llevaban dirección norte o sur, y los que lo hacían hacia el este u oeste, esperó. Aquellos iban montados en un carro tirado por dos bueyes, y al llegar bajaron cuchillo en mano.
– No queremos que te largues, irán dos contigo, anda y date prisa.
Fueron con él y cuando estaba cerca de la cueva donde tenía guardado el oro de pronto empezó a tocar, aquellos se quedaron quietos, y se acercó a decirles…Os daré dos monedas ahora, y las otras dos en Hamelyn, cuando llegue me quedaré esperándoos…¿De acuerdo?
– Sí, dijeron aquellos atolondrados.
Y sacó de su capa otras dos monedas para dárselas.
– Id y decid que nos vemos allí…
Y siguió tocando hasta estar tan alejado que aquellos no supieron exactamente de dónde venía el amable silbido.
Recogió la bolsa escondida, dos fardos, y empezó a tocar cambiando la melodía, y las ratas empezaron a acudir, y seguirle a veces rodeándole, caminando sin prisa y sin parar junto a Lucinda.
*
“La noche no es más servicial que el día, al contrario, la noche otorga menos melodías que cuando el sol ilumina. Por eso, nos necesita más…Y la abandonamos, mientras a aquel lo seguimos desde el principio hasta el final. Por esa razón, la noche se volvió melancólica, por celosa, también enigmática y hechicera, más que el día”.
En su libreta de cartón llevaba copiado también ese fragmento de autor español, le gustaba releerlo, y pensar que él era uno de esos pocos hombres que le otorga a la noche sus momentos decisivos, y sus enrevesadas incertidumbres, más que al día. Y no era aspiración. Pero los monjes también le habían explicado que durante la noche Dios manifiesta grandes maravillas… La anunciación de los ángeles a los pastores, despertándolos pues se acostaban pronto. Y el nacimiento de Jesús aquella noche extraordinaria…Además, adulto también se retiraba a rezar muchas noches, lo dicen los evangelios, o curaba después de cenar. Y hasta en el fin de sus días terrenales, después de su última cena con los apóstoles, cuando lo prendieron, fue tras el nocturno beso de Judas…
“La noche es abrupta, tal vez más real y peligrosa que el día…”
“Un hombre nocturno, o una mujer, es como el agua del río buscando la playa, sigue su curso contra impedimentos, mientras puede, mientras a nadie le ocupe romper su destino. Pero el hombre siempre es vulnerable. Y una mujer lo mismo: buscan satisfacer al día”.
Eran otros fragmentos que leía y meditaba.
Tergiversación lúdica y nocturna, se titulaba el librito.
*
Muchas veces caminar bajo la lluvia se convertía en un peligro constante. Atravesaba sendas de dos palmos por empinadas laderas, a veces sin más luz que el brillo inexistente y plateado de la oscuridad. Obligado a caminar despacio…Sin dejar de tocar, al menos de vez en cuando para que se orientasen. Pues las ratas no pocas veces hacían el recorrido por las ramas de los árboles, aún estando nevadas; o por los troncos caídos, algunos secos. Sobre márgenes levantados difícil justificar para qué. O por laderas rocosas más fiables que el suelo.
Con escasa frecuencia, pero a veces se enzarzaban en pelea familias contra familias, y el alboroto y los gritos y chillidos era insoportables. Apenas dejaba de tocar parecían volverse agresivas, e inconfortables. Y otras se escondían en agujeros, o trepaban árboles, o se distanciaban en todas direcciones…
Muchas veces tuvo que desviarse de una ruta. Un hombre en una ocasión le advirtió: “Las ratas destrozan plantaciones de patatas o remolacha, y trigo. Donde lo vean le disparan…”
Noches enteras, días seguidos, trashumando entre animales, y algunas bestias. No pocas veces ahuyentando manadas de lobos, o gatos monteses solitarios atraídos quizá por la música, quizá por el olor de alimento.
En algunos descansos encendía un pequeño fuego y hervía arroz, o patatas o nabos, incluso si tenía una calabaza. Y también algunas veces andaba tramos en silencio, o ascendía peñascos, y desde la cima tocaba y las veía de todas direcciones acudir grupos grandes o pequeños.
A veces sentía nauseas al verlas reagruparse acercándose. Dejaba de tocar, y aquellas de desperdigaban de nuevo, dejaba correr el aire, y respiraba hondo y aliviaba…Y continuaba.
*
En Alemania durante el Otoño luce el sol hermoso, sobre cielo limpio, algunas veces blanquecino. Una de esas tardes bajó por viandas a la orilla de un gran lago rodeado de bosque. Buscaba y con acierto encontró además unos aldeanos que conocían y le indicaron.
“Detrás de aquellas montañas, desde allí verá el río Wesser…”
Tardó varias noches pero llegó a la larga cordillera…Ya nevada en las cumbres.
Desde Hamburgo hasta Hamelin el paisaje eran grandes y largos bosques, e inmensos sembrados en tierras llanas; y multitud de ríos, y algunas cadenas montañosas. Y algunos picos de miles de metros jalonados por colinas y valles o montículos. Muchos días caminaba por el curso del río largos kilómetros sin aldea o granjas. Le gustaba oír los arrullos del agua correr, o saltar, y verla arremolinarse tanto como verla sosegada lentamente corretear aquí y allí, y navegar sobre la tierra. Incluso pensó seguir alguno de ellos para llegar al Mar del Norte, o el Báltico lo mismo, y quizá acortar camino…
Y unos días antes de llegar a Hamelin, al despertarse y mirar la ladera desde la ancha boca de una cueva en al que descansó largo, vio un grupo de jinetes. Eran los gitanos con un puñado de uniformados y aldeanos. Desde la cima de una colina cercana le esperaban, y cuando salió de la gruta el silencio fue escueto…Al instante varios descendían la ladera hacia él. Se puso a tocar y enseguida los caballos y los jinetes a ralentizar la marcha aflojando el paso y el modo, la cabeza de los animales medio agachada y los hombres mirando al horizonte. Cuando un zumbido de disparo previno un golpe seco, y el estallido de una piedra. Cerca de donde estaba. Paró de tocar, los jinetes le miraron de pronto y agitando los caballos empezaron a ganar distancia. Se atrasó y agazapándose tras unos riscos volvió a tocar, y al poco aquellos empezaron a disparar sin parar, más de diez tiros. Dejó de soplar, y al instante oyó una voz gruesa “! Deja la flauta…!”
Y al poco estaban delante.
– Sabemos que llevas ratas infectadas de peste, y mezcladas de Canadá, traídas por Colón… Las sacaste de Madrid por un puñado de oro…Miserable, ¿para dejarlas aquí?
– No… no llevan enfermedades… Son ratas de todas partes…Las llevo a los glaciares…
– ¡Fantoche! Te irás con ellas… Pero aléjate de estas tierras, sal del país- Irás por allí… Dijo indicándole un largo cañón entre montañas.
– …No tengo alimentos…
– Esta vez no nos engañarás… sucio español. Te he traído comida para que no mueras de hambre y te las lleves… ¿No te gusta la carne de rata…? Pero me quedaré el oro, saca la bolsa…Intervino el gitano con autoridad.
– Obedece si quieres seguir con vida, dijo el que mandaba vestido de militar, y lárgate…! ¡Toca para ellas y largaros!
*
“En Madrid nació mi ruina, me la jugaron – se lamentaba hablando consigo en voz alta para que oyese Lucinda. Quizá fue un licenciado en derecho, pero también pudo ser un bedel, o un tabernero, quien dijo “Escribe: A Finlandia”. Pobre de mí, lo dejé firmado… ¿Qué clase de estúpido soy?”.
“Llegaré, llegaré, eso es todo…tengo que continuar…”. “Necesito dinero, sólo es eso… Pero ¿Acaso no podría encontrarlo aquí como músico de espectáculos. No podría obtener un pequeño salario?”, “¿Las abandono. Las ahogo?”.
“¿Voy a Suecia y Noruega?”, “!Dios Santo! ¿Qué hago?”
“Voy a Leningrado, y a Finlandia”, “Voy a Leningrado. Leningrado. Leningrado…”, “!Malditas ratas, os dejaré el aguas congeladas…!”.
“Oh, Juliette…”, “Oh, Ángela…”.
…La naturaleza es inteligente, existe la luz, y llega temprano.
Ilustración mapa Polonia, ídem que los anteriores.
Ilustración mapa Rusia y Finlandia, viéndose Letonia, Estonia, y Lituania.
Y quizá la cueva en la que encuentra el tesoro, de difícil acceso.
Paisajes nevados, llanuras y colinas.
“La vida nos conduce hacia un destino, y podemos escoger ir caminando con dignidad, o ir arrastrados…”
Lucio Anneo Séneca
Capítulo III
(Cruzando Polonia, de oeste a este, desde Poznan a Bialystok)
Unas semanas después de mucho caminar sin atisbo de población cercana, en las extensas llanuras en el norte de Polonia, pasando Poznan, al descender la ladera de una colina se encontró con una pequeña granja. Oteando parecían moverse vacas sin salirse del mismo sitio, y después se perfilaba ropa tendida, y después según se acercaba, gallinas correteando.
Acercándose salió a su encuentro un hombre grande de barba espesa y blanca, de melena blanca también, que levantó las dos manos con las palmas abiertas.
– La paz de Jesucristo sea contigo…
– Hola, haya paz…
– ¿Quién eres, qué quieres? Soy Lexco…
– Yo soy Juan, músico, peregrino, voy a San Petersburgo…Busco alimento y descanso…
– Seas bien recibido…
Al entrar en casa conoció a su mujer, y a sus dos hijas. Una niña quizá de ocho años Clovida como su madre, y una jovencita, quizá diecisiete, Laura.
– Ve y arréglate…un hombre como tú es como un oso, da miedo…- soltó una carcajada. Además, apestas…Ponte ropa limpia, la mía te servirá. Un hombre no es hombre sino es limpio y bien vestido cuando es ocasión. Y ésta los es…
Prepararemos un baño, dijo dirigiéndose a ellas. Y yendo a poner una gran olla al trípode de hierro sobre las llamas.
– Gracias Lexco, llevo mucho tiempo sin poder…
– Después te mostraré algo…Añadió señalando a través de la ventana el establo.
Laura era de tez morena, y pelo ondulado, largo y negro como su madre, los ojos parecía fascinarse pronto, pero sus gestos quietos denotaban firmeza, como si su mente en vez de caminar flotara, pero no su voluntad. El viento por fuerte que fuese no la arrastraba. Tenía los pómulos resaltados, y la barbilla redondeada, los labios carnosos y abultados. Los pechos firmes y grandes, y las manos cortas y delicadas. Piernas resueltas y fuertes. Quiso saber de inmediato, pese a la sorpresa de su padre. Y alrededor de la mesa se atrevió a preguntar:
– ¿De dónde vienes, a dónde vas? ¿Por qué?
– Soy compositor de música, voy a San Petersburgo, podré tocar en una orquesta…
– ¿Y vas andando, tú sólo con la yegua?
– …Necesitaba reflexionar… Componer en lo desconocido…Es difícil explicar.
– ¿Eres mago? Preguntó la niña…
– No, pero puedo hacer magia con la flauta… ¿Quieres verlo? Después de cenar con permiso – miró a los padres-, te lo mostraré.
Aprobado, después de cenar salieron y al empezar a tocar las gallinas, y los cerdos, y unas cabras, le seguían…
– Puedo hacer que me sigan los animales… Dijo contento…
– Es un músico mágico, es un músico mágico papá, mamá… repetía la niña.
Ven, vamos hacia el granero, le indicó Lexco.
Subieron a la buhardilla y en el centro, cuando las viguetas de madera inclinadas llegaban a tocar la cabeza, abrió en el mismo tejado dos puertas correderas, un ventanal al cielo abierto…La noche se veía inmensa en un rectángulo. Cogió un tubo tan largo como un hombre y grueso como un brazo, y con cuidado lo apoyó en el hueco contra el marco, y se puso a mirar por sus adentros.
– Hay una estrella…va hacia el norte, hace semanas que la veo, apareció de pronto por Capricornio…Anuncia algo importante… ¿Sabes algo. No serás tú…?
– No hago nada importante, no lo sé…
– Ven…Mira…Donde quieras…Le invitó Lexco.
El firmamento es más grande de lo que podemos ver, y gracias al invento que después llamaron telescopio la vista alcanza muchísimo más lejos; lo que con los ojos vemos lejano con aquel lo vemos cercano…Pero al mismo tiempo, al estar cerca la mirada, se nota mejor que es inmenso…Cuanto más cerca lo vemos mejor comprendemos que apenas vemos una parte, y que es grandioso, enorme, parece inabarcable.
Se veían nubes de estrellas allí y allá, unas próximas pero otras lejanas, unas con intenso brillo aunque parecían muy, muy lejanas, otras con menos brillo; y mil tonalidades de rojas y azules y anaranjadas o amarillas; o astros iluminados por reflejos, se veía una cara de sombra y otra iluminada. Y la luna grande se veía rugosa, no con cara de niña sonriente.
– Es inmenso…Jamás sospeche que pudiese verse tan cerca y distinguidas las estrellas, y tantísimas…
– Mira… El hombre tomó el tubo y le indicó mirar hacia arriba, casi del todo.
– Ahí está, su luz es anaranjada y lila… ¿La ves?
– Sí, la veo, está ahí arriba…
– Dime, ¿cuándo saliste de España?
– En Agosto…
El hombre tomó un pergamino, hizo unos breves cálculos, y al poco dijo…
– Han pasado tres lunas…Viene de allí…Eres tú… Tendrás algo que decirme ¿No traes un mensaje en tus entrañas?
– Yo… vengo con ratas…Voy a Finlandia a dejarlas congeladas…Lamento decirlo.
– Está bien, explícate, quizá pueda ayudarte…
– Por favor, no se lo digas a ellas…Aunque fue con buen propósito, siento vergüenza…
Le contó cómo en su alma inquieta y solitaria aquella niña mordida le había empujado a tomar tan atrevida decisión…Y ahora sentía el deber de cumplir lo dicho y terminar cumpliendo lo acordado.
– Además…Madrid sólo era un punto de paso en mi camino…Aún no sé cuál es mi sitio… Terminó diciendo.
– Mira: jamás debemos sentir vergüenza por cumplir nuestro destino, más cuando lleva buena intención…Creo que debes continuar. Pero queda tranquilo, no diré nada.
– Gracias Lexco. Si quieres podría llevarme las ratas de los alrededores…
– Aquí no hay ratas, pero hay muchas ardillas, estoy preparando algo…El hombre sacó una caja como un baúl, con varias perforaciones. Una de ellas con manivela de madera, giratoria, que enseguida al ser rodada empezó a emitir un simple sonido ínfimo pero continuo como el oxígeno.
Con esto las ardillas huyen. Moviendo sin parar. Hay tres instalados dos en riachuelos, otro sobre la colina.
¿Ahuyentas a las ardillas?
Sí, desde hace poco…Tengo la cosecha segura…
A las ratas, también las ahuyentaría?
Sin duda…
Quiero presentar el invento al Rey…Eres el primero en conocerlo. Me inspiras confianza. Y eres dispuesto. Celebro que seas sincero…
Al volver las tres estaban sentadas en el porche.
– Nos gustaría que tocases para nosotras, dijo la joven sentada bajo tejado.
Sin dudarlo sacó el instrumento como si fuese de su corazón, y se puso a tocar satisfecho, con paz…
– ¿Te ha gustado?, preguntó sentado en los escalones.
– Sí, tocas bien, la melodía es misteriosa. Me gusta mucho, y ¿Sabes hacer algo más?
– Nada, sólo sé tocar, y caminar… Dijo soltando una carcajada que la chica continuó.
– Por aquí no hay músicos. Me gustaría ir contigo. Dijo de pronto mirando al frente, como si hablase de un sueño imposible ¿No podría?
– ¿A San Petersburgo? A mi también me gustaría poder llevarte…
– ¿No podría ir contigo…? Si mis padres me dejan… Sé por dónde marcha el carruaje…
– Laura – intervino el padre, la madre miraba expectante pero calmada. Es demasiado precipitado, y arriesgado. Pero él podrá volver si quiere, y pasar la primavera con nosotros, y quizá en verano…
– La travesía es muy difícil – añadió Juan…Y arriesgada…Además sólo tengo la yegua. Cuando tenga asegurado el trabajo, sí, volveré. Le dijo dudándolo.
Déjame seguir tocando…
El valle jamás estuvo con semejante melodía volviendo en ecos, unos intensos otros menguados, como si la música fuese en susurros sobrevolando como una voz tercera o cuarta las colinas que rodeaban la finca. Sembrada de patatas y remolacha, maíz y trigo cinco mil anegadas.
En el establo Lucida compartía con dos vacas y un ternero miradas y mullidos, patadas y relinchos.
Al amanecer, así lo acordaron, Lexco le repuso tocino, lentejas, queso y leche, y galletas. Rechazando moneda alguna “Cuídate, y por Jesucristo no te falte de nada…Y vuelve cuando quieras”, lo despidió con un fuerte abrazo.
*
Y unas semanas después de dejar la benéfica casa, aún Laura llenaba su pensamiento, y atravesados los bosques del Rwrer, se acercó de nuevo por alimentos. Era una pequeña aldea, muy pocas casas, y en una de ellas se veían expuestos sacos de legumbres y verduras frescas…Tenían además buenos quesos.
Decir que iba a San Petersburgo pareció reverenciarle, y el hombre y la mujer que atendían se dispusieron amables a servirle, como si de un viajero ilustre se tratara. Al ver la moneda de oro fueron a sacar una que ellos tenían y comprobaron que era parecida, y aceptaron sin queja.
– Buen sitio para un joven apuesto, decía la mujer sonriente. Le daré además un buen plato de sopa, y berenjena rellena…
Al salir, Lucinda llevaba una bala de paja sobre el lomo, después de haber comido y descansado largo, mientras el amo conversaba y tocaba después de comer para ellos.
Y siguió hasta cerca de la frontera con Lituania. Las ratas le seguían…
Una tarde de tormenta y ventisca se refugió en una cueva grande y amplia, cerca de Bialystok, en la que pudo encender un buen fuego con ramas que fácil encontró, y comer guisado y calentarse, incluso alejada tumbarse la fatigada Lucinda. A la mañana siguiente con la luz del día inundando la cueva, por curiosidad se adentró por un estrecho túnel y encontró lo que parecía…un esqueleto.
Estaba en posición sentado, y en los huesos de los dedos de su mano izquierda tenía lo que parecía una diadema, y un collar.
Después de quitarle el polvo pudo pensar que era de oro y quizá piedras preciosas, y después de limpiarlos con agua y después saliva, relucían destellos en mil vértices con la mínima luz. Y se apreciaban piedras rojas y verdes, y azules y amarillas como el ámbar, muy transparentes. Grandes como un grano de arroz o una lenteja. Algunas como una gota de agua, tamaño y forma.
Asustado, y lleno de júbilo al mismo tiempo, lo guardó y siguió el camino, mirando el atardecer de la exuberante Polonia…
“Jesús caminaba recorriendo Galilea, y Judá y Samaria, y todas las regiones hasta Jerusalén, predicando las buenas nuevas…”
Capítulo IV
(Desde la frontera de Polonia, escoltado desde Minsk, por Rusia Blanca hasta San Petersburgo)
Días después, ya en el norte cerca de la frontera con Lituania, al salir de la cabaña en que estaba, donde pudo descansar plácido y largo tras unos días de ventiscas y nevadas, pues se acercaba el invierno. Había dos hombres uniformados, montados a caballo con otros dos libres, uno sólo con montura y otro con fajos a cada costado.
– Traemos orden de acompañarte a San Petersburgo. El Zar quiere verte.
– Oh, no…voy a los glaciares, por el camino más corto, hacia Lituania…
– Vendrás con nosotros, son órdenes…
– Llevo ratas…
– Se huelen a distancia. Las ratas las dejas…
– Tengo que llevarlas a Finlandia…
– Vienes con nosotros, no lo repito, tú sólo.
– La yegua también viene…
– La dejaremos en nuestro cuartel, en Minsk…Monta el caballo y vamos.
Cabalgaron todo el día, apenas desmontaron, y apenas hablaban con él en francés. Pero al llegar la noche, en un refugio que conocían, le preguntaron.
– Habla con nosotros, dinos la verdad ¿Eres un chiflado, o un espía español? Tendrás que decirlo ante el Zar, pero será mejor si nos lo cuentas… ¿Para qué traías ratas apestosas y enfermas?
– No estaban apestadas, y no pensaba abandonarlas…Las llevaba a congelar.
En realidad soy un peregrino, como el peregrino ruso…
Los dos oficiales soltaron unas carcajadas.
– ¿Tú rezas en cada respiración pidiendo piedad. A las ratas? – Dijo el que mandaba y soltó otra carcajada-, ¡serás el peregrino de las ratas…!
– Soy músico…
– Déjame echar un vistazo a tu bolso…Dijo repentino.
Y tal fue el cambio de rostro de nuestro amigo que el oficial enseguida lo vació, entero sobre una mesa gruesa de madera.
– Y esto… ¿De dónde lo has sacado?
– Lo encontré hace unos días, en una cueva, lo tenía un esqueleto…
– Maldito peregrino, te cortaré la cabeza como no sea cierto. Iremos a comprobarlo…
– Es la verdad…
Al día siguiente, al despuntar el día salieron al galope y trotando, de tal modo por la tarde habían llegado. Y pudieron comprobar lo certero del asunto, pues el esqueleto aún tenía señalado en la mano un trazo sin polvo, del mismo ancho que la diadema y la cadena.
– Tendrás suerte forastero, el Zar se alegrará…
Decidieron descansar y pasar allí la noche, ante un fuego bien alimentado, y mientras aquellos dormían se puso a tocar para reunir, las ratas.
Y al amanecer, apenas llegando el alba, salían cabalgando de nuevo por donde vinieron. Hacia el norte, en dirección a su cuartel de Minsk. Mientras una imponente nevada empezaba a caer y quizá a sepultarlas para siempre, pues según se alejaban la nieve parecía caer más gruesa, y en pocas horas había más de dos metros de capa helada.
*
“Sube y baja cordilleras por escarpadas laderas y barrancadas. No hay valles, y mientras unas ratas le persiguen otras le esperan con celo en las cumbres. Enormes, algunas como vacas. Pues se comieron algunos aldeanos y engordaron. Le miraban con intenso odio y ferocidad, querían comérselo a él más que a ninguno; pero no podían, al acercarse o saltar una melodía lejana se oía y parecían quedarse congeladas, transparentes, sin dejar la intención, los ojos chispeantes, desafiantes mostrando los amarillentos y afilados dientes”. Se despertaba sobresaltado.
Las pesadillas aquellos días fueron constantes. Estaba acostumbrado a viajar durante la noche con ellas, y de pronto…
Siendo más grande y pesado que los oficiales que le acompañaban, su caballo iba más lento, y no pocas veces se quedaba rezagado. Sin temor a que escapara aquellos lo permitían. Y una tarde, cerca de Minsk, se levantó una tormenta de viento y rayos y truenos, y pronto comenzó a nevar como si fuesen cerezas blancas lo que caía, y al poco el camino cubría hasta las rodillas de los caballos.
Oyó como le llamaban desde lejos. Pero se quedó quieto, y al poco se habían alejado de nuevo.
*
Hasta que a lo lejos divisó la Capital de la Gran Rusia.
El cielo era oro. El sol resplandecía sobre ella, amarillo intenso y reluciente. Su corazón despertó a una nueva dimensión… “La Ciudad del Zar Petrov II…” Gran impulsor de la ciencia y el comercio, según noticias que llegaban a España.
Entrar en San Petersburgo al galope escoltado por oficiales de Zar, luego al trote, y luego caminando, fue lo más maravilloso que le había pasado jamás, y lo que menos pudo imaginar, antes y durante el viaje.
Entrar en la gran Plaza de Invierno fue descubrir un nuevo universo en un parpadeo. Había centenares de carros o carruajes bordeando los límites ovalados del largo y amplio empedrado; y cientos de toldos y tenderetes y casetas, y decenas de calles, incluso varias plazuelas, asaltadas por miles de ciudadanos recorriéndolas.
A los pies del imperial edificio, el grandioso Palacio de San Petersburgo.
*
El Zar tenía asuntos pendientes. Y sólo atendía un día por semana cuando no estaba ausente. Una mañana cada vez para comerciantes, labriegos o granjeros y artesanos, o cuantos tuviesen excusa o necesidad manifiesta, u orden de asistencia.
Era alto y fuerte, pero con cara redonda de niño, las mejillas rosadas y redondeadas como la barbilla. Tenía la voz limpia e infalible.
Después de ver las joyas y oír la explicación del oficial le miró con brillo en los ojos, y dijo
– …Has recuperado las joyas de mi abuela…La reina Janak, robadas por un traidor hace años… Debes ser recompensado.
Pero tienes que darme explicación, ¿quién te envió con miles de ratas infectadas? ¿Acaso de peste? ¿Ratas almizcles de Colón?
– Señor, el azar o quizá el Todopoderoso, hizo que encontrase las joyas y pudiera ser ventajoso para vos, me siento agraciado…
Las ratas no están apestadas, son las que había en Madrid…Y algunas que durante el viaje se sumaron. Las llevaba a los glaciares, o a dejarlas y quedasen como el hielo…En Finlandia.
– Está bien, te creo. Pero no importa. Tienes pena de muerte… Dijo rotundo.
– Majestad, clemencia, indultadme… Suplicó de súbito viéndose en el patíbulo.
– …Te ofrezco un modo de librarte. Podrás salvar la vida si te llevas las ratas de San Petersburgo, al lago Ladoga, allí podrás dejarlas morir congeladas…A la vuelta recibirás la recompensa.
– Puedo, y lo haré, majestad…Necesitaré un trineo, y alimentos…Quiero continuar…
– Se te dará cuanto necesites…Pareces inteligente, ¿A qué vas a Finlandia…?
– A Helsinki, a tocar en la filarmónica…
– Aquí también podrías tocar cuando regreses.
– Majestad…También quiero casarme…
Soltó una larga carcajada, y volviendo en sí dijo:
– ¡Para un flautista no hay mujer mejor que la de San Petersburgo! … Hay miles de mujeres buenas y hermosas que buscan un marido músico… Volvió a soltar otra carcajada. Además, tú las embrujas, ¿No es verdad?
– Sin pretenderlo, majestad…
– Está bien…Obedece. Terminó indicando con la mano y el dedo extendido para que se marchase, por donde le reclamaban unos oficiales reales.
Y enseguida fue llamado otro de los que esperaban: ¡Mijail Kropotkin!
Se adelantó un hombre alto y de andar elegante, con un frasco de cristal en cada mano, medio lleno de algo espeso. Acompañado de una mujer y una joven a su lado, con sendas cestas de fruta parecía, rojas y rosadas.
– Majestad…Son tomates…Traídos de América por Hernán Cortés, y cultivados en Minsk, con excelente cosecha. Son fruta exótica, sabrosa y alimenticia. Combina añadiendo sabor y placer al paladar, con carnes o pescados o verduras…Probadlos cuando os plazca. Aquí – levantó los brazos- están las semillas…Quiero venderlas…
Mandó llamar al cocinero para que la probase, y al ver su rostro extraordinario él mismo quiso probar. Mordió una muy roja, la masticó. Y al poco dictaminó:
– Pagaré el peso de las semillas en oro…Pero asegurarás que germinen y crezcan hasta dar sus frutos maduros…
– Gracias majestad, vuestra generosidad recorre las fronteras de los países…A quien digáis enseñaré los secretos de su cultivo, desde el principio hasta el final…
Desde entonces se llamaron Tomates de San Petersburgo.
Todos se quedaron maravillados por lo generoso que estuvo el Zar, y admirados de la cortesía que rodeaba a quienes les acompañaban al salir de palacio, junto a unos consejeros reales.
Juan, se quedó prendado de la joven, era voluminosa como su madre, y esbelta, como Lucinda mostrando orgullosa la cara levantando el cuello. La piel era harina, en la cara de maíz. Los ojos canicas celeste intenso sobre almendra de nieve. Y se quedó en las largas y amplias escalinatas hasta la plaza, esperándola.
– Hermosa joven – se atrevió a decir-, soy Juan, me gustaría conoceros…Tocar para vos…
– Toca para nosotros, amable joven, Vika también lo oirá. Dijo la madre con desparpajo. El padre miró amable.
Se puso a tocar y al poco las palomas empezaron a revolotear cerca, y muchas a descender y caminar rodeándolos; los gorriones y jilgueros, golondrinas y multitud de pequeños pájaros. Quedando sorprendidos los que lo veían, y asombrados los que entendieron por qué venían.
Miraban al cielo, el espectáculo incesante de los aleteos y vuelos y recortes, con algunos graznidos y cantos y silbidos, deshacían cualquier posible melodía, mientras se oía una armonía completa, contrastada contra el silencio del cielo azul. Indescriptible…Placer visual y sonoro inaudito, casi increíble. Sobre los cientos de tenderetes y calles y personas llegaban desde todas partes bandadas de coloridas aves de diferentes especies y cualidades. Algunas veloces adelantaban a grupos enteros en un instante, y al llegar frente al palacio descendían en picado. El Zar fue avisado y pudo ver parte del espectáculo…
Hasta que aparecieron halcones, como rayos, y pronto grandes águilas y pequeñas. Atacando a los demás, haciéndoles presa, y llevándoselos entre gritos y graznidos y alboroto, dejando nubes de plumas ensangrentadas, y aves heridas que caían sangrantes aquí y allá. Pronto se oyeron gritos…Y de inmediato dejó de tocar.
Algunos empezaron con amenazas.“!Ese revuelo ¿habéis visto? es del diablo…Terminado con muerte sobre nuestras cabezas…”.
“ !Es un brujo…!”, “!Hay que quemarlo!”
Mientras otros lo defendían, “Es inocente…”, “No atacaron a ninguno de nosotros…”, “Las rapaces no debían estar…Sólo eso…”, “Es un músico, un trovador…Es cristiano…”
Los alguaciles de su majestad pusieron orden y nada peor pudo pasar. La familia, él y dos consejeros, salieron y montaron en un carruaje que les esperaba con cuatro caballos enganchados al tiro, y dos atados atrás con fajos y alforjas. Preparados para ir a la granja del famoso desde entonces Cultivador Polaco.
– Te dejaremos a las afueras, tendrás que reunir las ratas, tienes dos días, después te acompañarán en dirección al lago.
– Quiero volver cuando deje a las ratas. Formar parte de la sinfónica. No tardaré más de una semana…
– Voy contigo, quiero hacer la expedición…Dijo Vika mirándole decidida. Padre, Madre, dejadme hacer la aventura, además ¿Acaso un hombre semejante no merece apoyo y compañía…?
– Juro morir antes que no cuidarte como a mí, o más…Si vienes.
Uno de los consejeros soltó una carcajada, y dijo:
– Los jóvenes deben estar juntos, ¡Más en el Ladoga!
– Es demasiado peligroso, dijo el padre.
– Es más peligroso Polonia – dijo el otro consejero-, los osos y los lobos se comen a cualquiera, en cualquier camino. Por el lago vienen y vuelven muchos lapones, apenas oí accidentes en las épocas de deshielo.
Y dos días después, al norte de la cuidad y a las afueras, estaban preparados cuatro trineos, dos con un guía cada uno y otros dos con carga (tienda y enseres y alimentos), tirados por ocho perros cada uno. En uno de ellos iría detrás Vika, y en el otro Juan.
Viajando lo más rápido posible, distanciados vigilando que las miles de ratas siguiesen tras los primeros, a veces en una espesa y ancha cola de más de un kilómetro. Otras, ya adentradas en el hielo, en una estela semejante a la que deja un gran barco en el mar. Como un inmenso abanico semiabierto.
Al tercer día, sin ver más que hielo y montañas heladas pararon. Juan se quedó sobre sus botas, mientras los demás se alejaban casi un kilómetro hasta un montículo para observar.
Después de unos minutos de tocar sin moverse del sitio las ratas lo rodeaban, podía verse una mancha gris y pardusca y negra, y blanquecina, espesada en el centro, más de medio kilómetro de radio. Y cuando dejó de tocar alejándose, a los pocos minutos, el aire y las montañas, y hasta del mismo hielo, parecía emerger, entrar y salir griterío y chillidos y berridos, ruido de arañazos, golpes y saltos, mientras algunas familias se enzarzaban en una guerra voraz, a mordiscos, y a muerte, saltando unas sobre otras tratando de herir la cerviz, o los ojos. Y otras corrían zigzagueantes en mil direcciones como si sólo en solitario pudiesen salvarse. Perdiendo el sentido grupal. A veces alejándose una paraba, de pronto, daba vuelta y volvía hacia el tumulto, seguidas de otras, que también, desconcertadas, cambiaban a su vez a otro rumbo. Algunas tiraron hacia las lejanas laderas del este, y parecían dar vueltas sin fin. Otras se quedaron parecía mordiendo el suelo helado. Otras, se adormecían, empezaron a quedarse quietas. Otras pretendieron volver por donde habían llegado. Pero el silencio absoluto del aire sobre el hielo las enloquecía, no eran capaces de seguir un rumbo seguido, y terminaban volviendo a donde escucharon por última vez.
La tarde fue cayendo y Juan se volvió con los otros.
Reunidos los cuatro de nuevo, desperdigadas entre la niebla las que no habían quedado tendidas, decidieron acampar en una arboleda, y encender una buena hoguera; montar las tiendas y quedarse por fin a dormir todos juntos y a la vez. Montaron una para ella y los sacos con comida. Y otra para los tres hombres. Pero Vika protestó:
– ¿Acaso no debería dormir con mi prometido, bien acompañada? Y aceptaron, entre divertidas bromas polares. Aquellos dormirían en una tienda, con la mitad de la comida…
Al día siguiente emprendieron con buen ánimo el viaje de regreso a San Petersburgo. Con parte del destino cumplido*, y enamorado…
*El lago Ladoga pertenece a Rusia, pero de no ser por la división política nadie notaría dónde está la frontera, dónde empieza Finlandia. La división no existe en los miles de kilómetros de suelo helado y agua congelada, placas de hielo, montículos y colinas, y montañas nevadas y picos rodeados de vaho, o cubiertos.
Allí, la unicidad es completa.
(…Volvieron a Minsk, para pasar la primavera ayudando a preparar la tierra para el cultivo veraniego de miles de plantas tomateras. Y después de cosechar se casaron. Yendo en viaje de luna de miel a Helsinki, en trineos tirados por Renos).
“Mentir es de humanos, queridos niños, pero hacerlo puede dañar como el veneno: acostumbrarse a mentir, es mentirse…A engañar, es engañarse…
Y Colorín Colorado, este cuento está inacabado. Su música, sigue sonando…”
Fin
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