Todo comenzó con un susurro de CHinaski: No lo intentes, se escuchó en la penumbra.
Ve, entra a tu cuarto –Me dijo–, deja la ventana abierta para que el azufre que emana de tu alma acabe con esos que dicen odiarte.
Amarra en tus muñecas un sinnúmero de hilos, hasta que ellos se encarnen en ti y rompan tus venas. Bebe tu sangre y si no puedes soportarlo escúpela en el suelo.
Desnúdate, ponte de pie ante el espejo, observa como tus pupilas se dilatan. Toma esas viejas tijeras y acaba con tus rizos.
Observa la vieja viga que espera deslices sobre ella la soga que te dará muerte. Fuma tu ultimo cigarrillo, deja que se extinga junto contigo.
Escribe tus últimos versos en la pared usando tus uñas, hasta que ellas se desprendan de tus dedos. Ahora coloca en tu lánguido cuello el lazo, repite aquel primer susurro: No lo intentes.
Lo siento, es demasiado tarde
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