Hermanos al rescate
Eran las tres de la madrugada, el cielo estaba cubierto y sin estrellas, afortunadamente la luna también estaba ausente, lo cual era muy conveniente para sus planes. El grupo de siete hombres se reunió en el punto acordado, aunque un poco más tarde de lo previsto, al Choty y a Manolito les había costado llegar a la hora debido a los eternos problemas del transporte público, todos habían venido por separado para no levantar sospechas cargando poco equipaje, hubiera sido demasiado llamativo trasladar una mayor cantidad de bultos, llevaban pinta de pescadores eventuales de fin de semana, con algunos enseres de pesca, ropa para la ocasión y sombreros de yarey, para protegerse del inclemente sol del Caribe.
El agua, las medicinas, la comida y otras cosas necesarias estaban cerca del lugar, bien escondidas entre los mangles más tupidos del lado del estero, desde hacía un par de días y Julito había estado vigilando para evitar a los intrusos. La balsa estaba en otro lugar o debería estarlo, eso lo iban a comprobar muy pronto, la gente a la que se la compraron había acordado dejarla esa noche muy cerca de la orilla de la playa, escondida en un gran agujero del diente de perro de los acantilados que bordeaban la caleta y tapada con ramas verdes de arbustos de piñipiñi. Habían pagado buena plata en dólares por ella y se suponía que tendrían una balsa de salvamento profesional para diez personas, autoinflable, perfecta para la supervivencia en alta mar y relativamente maniobrable, habían desechado de plano fabricar una, por lo precarias que resultaban ser y por la tremenda carencia de materiales, así que cuando al Tito le propusieron el negocio no lo pensaron mucho y todos dieron su aprobación.
Habían estado de acuerdo con que el Billy fuera algo así como el jefe del grupo, lo cual llevaba razón porque era el único médico y contaba además con conocimientos básicos de navegación y de supervivencia, de cuando había servido en la marina, él con su hermano Tito se encargarían de fijar la ruta aproximada, usando la brújula soviética que Julito el profe de educación física había sustraído de la facultad y que se usaba para las carreras de orientación, también superivisarían las raciones de agua y comida o la dosificación de medicamentos si fuera necesario. Remarían por turnos, era una pena que Robert no hubiera aceptado la oferta, como antiguo remero de kayak su aporte hubiera sido muy bienvenido, lo echarían de menos, ojalá lograra irse en avión como quería, si le aprobaban aquel proyecto con una universidad española, pero eso era una quimera hasta que pasara, siempre había muchas aves de rapiña rondando los viajes oficiales, pero ellos se habían preparado físicamente por medio año, habían entrenado con pesas en el gimnasio improvisado en el patio de la abuela del Choty, natación en la bahía, nadando grandes distancias, remaban cuando podían y corrían al menos diez kilómetros diariamente, al ritmo que imponía elChoty que recitaba de memoria, calles nunca vistas de Miami.
– ¡Vamos por Flagler street! – decía.
– ¡Entrando a la calle ocho caballeros, un cafecito en el Versailles!-exclamaba.
– ¡Seguimos a Ocean Drive a ver a las nenas!-agregaba después, lo que les resultaba tan alentador en ese entonces que ya se imaginaban corriendo por Miami Beach.
Se repartieron el trabajo cuando por fin estuvieron todos reunidos esa noche, mientras Julito vigilaba, ya que era el único que conocía bien la zona y los accesos, Saúl y el Rafa comenzaron a acarrear el agua, la comida y las medicinas, Billy, Tito, el Choty y Manolito, se encargaron de cargar la balsa con su empaque y resultó que pesaba más de lo esperado, por lo que Saúl que era más corpulento les echó una mano. Les habían cumplido, bajo los arbustos encontraron cuatro remos, lo cual pensaban eran más que suficientes, la playa estaba desierta a las 3:30 de la madrugada, se habían tardado demasiado, llevaban media hora de retraso pero afortunadamente estaba tan oscuro, que el mar extrañamente calmo en ese momento, parecía una enorme taza de petróleo opaco, que reflejaba poco la luz, trabajaron en silencio, pero con celeridad y empujaron el contenedor de la balsa hasta el agua, entonces le quitaron los seguros.
La balsa se abrió con un sonido extraño y fuera de lugar, en esa playa desierta a esa hora en el norte de la isla, acompañado del sonido, la embarcación perfectamente inflada se mostró en plenitud, entonces supieron que estaban en problemas, ¡era mucho más grande de lo esperado!, calcularon que tal vez para veinte personas, el doble de la capacidad prevista y ellos eran solo siete. Ya no había tiempo para nada más, no obstante se quedaron perplejos mirando su tamaño, hasta que Billy con firmeza dijo por fin, -¡ahora es cuando!, ¡a cargar carajo!, entonces metieron todo aprisa, se abalanzaron dentro y empezaron a remar en el agua calma de la pequeña ensenada, más allá estaba la salida a mar abierto y a la libertad.
A pesar de todo estaban optimistas, calculaban que como mucho en un par de días serían vistos y rescatados mar fuera, lejos de las aguas cubanas, llevaban una buena embarcación, no como otros que viajaron en esas balsas hechizas, de lona y cámaras viejas de camión. Remaron sin parar y cuando rayó el alba, se dieron cuenta con horror, que todavía estaban perfectamente a la vista de la costa, habían avanzado muy poco, la balsa era muy grande y poco maniobrable, entonces comenzó a gestarse la angustia, desde la profundidad del miedo.
El miedo, no era por supuesto nuevo para nadie de los que iban en la balsa, el miedo en la isla era parte de la vida, se vivía con miedo a muchas cosas, había que cuidarse constantemente de los chivatos, de los segurosos, de los compañeros de trabajo y seleccionar con cuidado los amigos. Para cuando Billy habló con cada uno del plan de escape, lo hizo en la calle, en el parque, en cualquier lugar sin techo, sin posibilidades de poner escuchas y nunca por teléfono, el último con quien habló fue con Robert, lo llamó a la casa y le dijo que se vieran en la plaza, Robert entendió clarito, cogió su bicicleta asmática y pedaleó bajo el tórrido sol de la tarde, se juntaron a conversar bajo un flamboyán, como un par de amigos, con una botella de ron conseguida en el mercado negro, ahí entre trago y trago, Billy le contó todo el plan y Robert le pidió pensarlo, pero no había mucho tiempo, así que Billy le dijo que solo tenía 48 horas y que por su madre mantuviera la boca cerrada. La respuesta llegó a las 24 horas, su amigo se negó, les deseó mucha suerte, pero él estaba decidido a irse volando en el tubo de aluminio, ¡ojalá lo lograra! -pensó el Billy – pero estaba seguro que ellos llegarían primero a la libertad, entonces le enviaría unas fotos a Robert para que se muriera de envidia.
Ahora el miedo era un alimento que había que utilizar, había que usarlo para sacar fuerzas y alejarse de la isla caimán. A las 10 de la mañana parecía que seguían en el mismo sitio, lo mismo pasó a las 12 y a la una, cuando el sol picaba ya tremendamente, ahora para colmo se había sumado la arribazón del medio día y el aire levantaba las olas, que golpeaban con fuerza los costados de la balsa, empujándola a la orilla. Llevaban diez horas remando y todavía veían la costa en el horizonte, el Choty frustrado y temeroso, ya hablaba que era mejor regresarse, tenía la cara demudada por el esfuerzo y el miedo, tenía mucha sed y pedía agua a cada rato, para colmo estaba mareado y con nauseas, enseguida Julito y el Rafa se sumaron a los reclamos y al pesimismo, era tan contagioso como una epidemia, ¡había que cortarlo de raíz!-pensó Billy.
El Billy apretó los dientes, los miró despacio, con dureza, no pensaba amilanarse, él no regresaría a la costa de ninguna manera, se iría aunque fuera a nado, se ahogaría o sería pasto de los tiburones, pero no regresaría a esa mierda de isla prisión, todo era preferible a volver atrás, sabía lo que tenía que hacer, tomó un cuchillo dentado de buzo y se fue al otro extremo de la balsa, la mano le temblaba, el Choty discutía con Saúl y señalaba la línea costera en el horizonte, Julito y el Rafa asentían cabizbajos, nadie hacía nada. Entonces alzó la voz desde el extremo de la balsa, empuñando resueltamente el cuchillo.
– ¡Si intentan regresar, le meto el cuchillo a la balsa cabrones y nos hundimos!-gritó.
– ¡Yo ni muerto regreso a esa mierda, así que remen y no sean tan pendejos! -agregó.
Se sorprendió del énfasis que le había impuesto a sus palabras, todos los miraron, algunas miradas eran blandas, expresaban miedo, otras resignación e incertidumbre, él mantuvo la suya, posándola en cada uno y se esforzó por mantenerla firme, autoritaria, de acuerdo a su tácita posición de jefe, aunque por dentro estaba cagado de miedo, solo la expresión de Saúl era apropiada para el momento y Tito su hermano, sabía que no lo defraudaría, que podía contar con él. Mantuvo el cuchillo en el aire por un instante más, hasta que sintió que había sido todo lo enfático posible y que lo seguirían.
-¡Saúl, Tito, Julito y Manolo, a los remos!-exclamó.
-¡Rafa y el Choty sentados al fondo de la balsa!-ordenó.
Esta vez todos obedecieron, los remeros volvieron a bogar, mientras él intentaba fijar el curso con la brújula. Se sentía observado, sin embargo, nadie chistaba, ni siquiera el Choty se quejaba de nuevo, a pesar de que tenía la cara pálida y larga, remaban con fuerza sin importarles las dolorosas ampollas, que ya empezaban a asomar, a pesar del calor, de la sed, del cansancio. Billy se percató entonces que le dolía la mano, la miró, todavía llevaba el cuchillo tan fuertemente asido que tenía los dedos blancos, así que lo guardó despacio en su funda y se concentró en el rumbo. Ahora que todo estaba controlado, se dispuso a pensar en cada detalle , tratando de no pasar nada por alto, era posible que estuvieran más de dos días en el mar, por lo que tendría que racionar desde ya el agua, que era lo más preciado, tenía que insistir en que se cubrieran con las camisas de manga larga y los sombreros, para evitar la insolación, debía fijar raciones más pequeñas de comida para que durara y tendría que poner mucha atención al Choty, que se había mostrado más frágil que los demás, por último tendría que hacer respetar los turnos de remo, aunque estos debían ser más cortos para dar tiempo a la recuperación.
Por fin ya no se divisaba la costa y eso los tranquilizó a todos, la tarde de ese primer día ya estaba muy avanzada, pero no habían divisado ninguna embarcación en los alrededores, habían corrido con suerte ya que nadie los había visto, sobre todo las famosas torpederas de la marina, estaba bien informado el amigo de Saúl, el guajiro que hacía el servicio en la base naval de Cienfuegos, que le había contado que casi no patrullaban por la falta de combustible, ¡así que bendito el período especial!-pensó Billy. Creía que se habían adentrado varios kilómetros mar adentro, pero estaba seguro que no había seguido un curso fijo, la corriente los estaba arrastrando y no podían con ella, su hermano Tito se había percatado pero mantuvo la boca cerrada, ahora el Choty estaba tumbado en el fondo de la balsa, con el sombrero tapándole la cara, ya había vomitado varias veces y estaba inutilizado, los demás excepto Billy y su hermano, también estaban relativamente mal a pesar del gravinol, aunque Saúl estaba dando la pelea como un campeón.
Se habían formado unos nubarrones oscuros que avanzaban rápidamente, cuando se levantó un poco más de viento que presagiaba lluvia, olía a la lluvia que avanzaba hacia la balsa, así que Billy se preocupó porque ya se habían levantado olas más fuertes, ¡ojalá no fuera una tormenta!-pensó, pero estaba seguro de no haber escuchado ningún mal pronóstico del tiempo en el noticiero, a pesar de que no se había perdido a Rubiera en todas las emisiones de la última semana y además se las había arreglado para escuchar los reportes de Radio Martí, la emisora de Miami que se oía clandestinamente en la isla. La lluvia comenzó a caer con la fuerza típica de un aguacero tropical, un poco de lado por los efectos del viento, pero bastante copiosa, la balsa se llenaba de agua con rapidez, así que comenzaron a achicarla dejando de remar por un rato, lo que les dio un respiro. Billy alzó la mirada y dejó que los goterones le pegaran de plano en la cara, sintió que se relajaban sus músculos faciales y abrió la boca reseca, paladeando con deleite el agua fresca, entonces sintió hambre y se obligó a desechar la oleada de pensamientos en forma de imágenes de un gran plato de arroz congrí, yuca con mojo, tachinos de plátano burro y puerco asado, regados con una cerveza bien fría, como la última y lejana cena del fin de año pasado, hecha a expensas de los dólares ganados con el culo de Cuchi, la hermana jinetera de su amigo Roly y se juró que en cuanto llegara a Miami, comería todo lo que quisiera hasta reventar, sin restricciones.
Su hermano Tito lo tocó en el hombro y lo sacó de su ensimismamiento, le dijo bajando la voz.
-El Choty no se recupera, no podemos contar con él, hay que darle algo para la deshidratación, no para de vomitar.
-¿Los demás cómo están? -preguntó Billy – y sin esperar respuesta agregó.
-Hay que reestructurar los turnos de remo, le daré un poco más de gravinol a ese cabrón y otra medida de agua, es una lástima no tener sales de rehidratación, no las pude conseguir en el hospital.
-Los demás están bastante bien, Saúl es un cojonudo-respondió tardíamente Tito.
-Me ocuparé del Choty, si sigue así le tendré que poner un suero -dijo Billy – y se fue tambaleando hasta el fondo de la balsa.
Billy se inclinó sobre el Choty y éste abrió los ojos lentamente, todo le daba vueltas, se sentía morir, era un inútil y lo sabía, balbuceó una disculpa y cerró los ojos de nuevo, derrotado, otra arcada lo recorrió y lo hizo vomitar un poco de bilis, así que Billy lo puso de lado y a pesar de la protesta lo obligó a tragar otro gravinol con un par jeringas de agua, sabía que necesitaba más pero no podía arriesgarse a perder más agua, quizás la vomitara también, le palmeó la espalda y le dijo.
-¡Aguanta carajo, no te rajes!
-Queda poco -agregó en un tono que no dejara traslucir la mentira piadosa.
Ahora la noche había caído y las olas eran más grandes, -quizás de metro y medio o más, -pensó Billy, tomó un remo y le fue a hacer compañía a Saúl, que era el único que tenía la voluntad y la fuerza para remar, hundió la paleta de su remo en una ola que se le antojó una montaña de agua, tensó sus músculos, tiró con fuerza y se sorprendió con la fosforescencia, de lo que parecían miles de lucecitas en el mar, escuchó vomitar a alguien sobre la borda, después sintió el primer golpe que cimbró el costado, por donde había metido el remo al mar, pero no pudo ver nada, los demás no lo habían sentido, Saúl estaba ocupado del otro lado tratando de bogar y los demás estaban bastante mal, recostados en el fondo de la balsa, solo su hermano se le acercó, no le dijo nada, pero incluso en la oscuridad pudo ver su cara de acontecimiento, la misma que ponía cuando su mamá los regañaba.
-Tiburones -le susurró Tito al oído.
-Tranquilo hermano -respondió Billy también por lo bajo.
-No le digas a nadie -agregó -dile a ese comemierda de Julito que no vomite por la borda -le dijo tomándolo del brazo.
La noche pasó demasiado despacio, dejaron de remar después del cabezazo del escualo, no tenía mucho sentido pues no podían controlar la balsa. Cuando comenzó a clarear en el comienzo de su segundo día en el mar, el espectáculo era dantesco, cuatro estaban fuera de combate, revolcados en su propio vómito, el peor de todos era el Choty, que estaba bastante deshidratado y no podían hacer mucho más por él, al final Billy le había puesto una unidad de cloruro de sodio. Ahora el mar estaba más tranquilo, Saúl y Tito remaban, intentando hacer avanzar la embarcación que se movía perezosamente, Billy volvió a prestar atención a la brújula, estaban muy desviados del curso hacia el este.
– Esto es del carajo -pensó con preocupación, entonces divisó una aleta dorsal acercándose a gran velocidad, tomó un remo y se inclinó por la borda.
El tiburón lanzado hacia adelante se preparó para embestir, Billy dirigió la paleta de madera directamente al oscuro morro y le asestó un certero golpe, mientras el pez de más de dos metros de largo, intentaba darse vuelta enseñando los filosos dientes.
– ¡Toma hijo de puta!-exclamó Billy -en el momento de utilizar el remo como un ariete.
El escualo se alejó con un coletazo, por el momento estaba vencido pero volvería, todos se quedaron en suspenso por un instante y luego Manolito comenzó a gritar de miedo, lo siguieron Rafa y Julio, mientras Saúl y Tito se enfrascaban en una estéril discusión, acerca de la mejor manera de ahuyentar los tiburones, el Choty estaba tan mal que solo se apoyó en un codo y los miró con cara de terror, para dejarse caer de nuevo, Billy se mantenía en silencio con el remo en la mano.
– Van a hundir la balsa, cojones -gritaba histérico Manolo.
– Nos van a comer, no quiero morir así -continuaba gritando Manolo.
-¿Qué vamos a hacer? -dijo Tito mientras miraba a su hermano.
Esta vez fue Saúl el que alzó su voz por encima de todas y dijo con firmeza.
-¡Cálmense carajo!, parecen un montón de putas quejándose.
Billy se recobró y dio las instrucciones, intentarían mantener a raya a los tiburones con los remos, y se prohibía orinar, defecar o vomitar por encima de la borda, para no provocarlos, total la balsa ya estaba hecha un asco. En cuanto a tratar de seguir un rumbo fijo era casi imposible, así que debían protegerse del sol e intentar ahorrar fuerzas para cuando vieran tierra o alguna embarcación, estaba bastante seguro de que ya no los atraparían los barcos de la marina de guerra cubana, por lo tanto había que hacerles señas a todo lo que vieran.
El resto de ese segundo día, la noche, otra vez el día, el tercero y también la noche ,la pasaron como pudieron, intentando alejar a los tiburones, los cuales afortunadamente eran menores en número y la mayor parte del tiempo tirados en el fondo de la balsa, sin moverse. Habían divisado varias embarcaciones de todos los calados y sacando fuerzas de la desesperación, se desgañitaron gritando a todo pulmón, agitaron camisas y sombreros, pero nadie pareció verlos, echaron de menos unas bengalas pero la balsa no traía, debieron haberlas sustraído antes de entregarla, en eso los habían jodido, el Choty estaba cada vez peor, Billy le tomó el pulso varias veces y en cada oportunidad lo encontraba más débil y temía que en cualquier momento entrara en estado de shock.
Transcurrió un día más, excepto Billy y Saúl, ya ni siquiera los demás se asomaban para ver si veían otro barco. Billy estaba acostado boca arriba en el fondo de la balsa, con los ojos cerrados y el sombrero sobre la cara, sentía los labios y la lengua resecos, estaba realmente débil y pensaba en qué pasaría cuando los encontraran a todos muertos, si es que lo hacían, recordó de golpe a su madre y la tristeza lo invadió, ¡perdería a dos hijos de un paraguazo! -se dijo – y una lágrima rodó por su mejilla, se asombró que todavía tuviera aquella última lágrima y se la dedicó a su viejita, que los hacía en viaje de pesca para la corrida del pargo, claro que si no sabía de ellos en dos días más, se preocuparía tanto que capaz que le diera un infarto a la pobre de la emoción -pensó – y la angustia lo recorrió de pies a cabeza, si eso pasaba tendrían que leer la carta y si lo hacían, era que ellos no lo habían logrado.
No era de los que se rendía tan fácil, recordar a su madre le dio nueva vitalidad, así que se incorporó y miró por encima de la borda, tapando con la mano el resplandor del sol en el mar que lo cegaba, entonces divisó al carguero, inmenso y cercano, lleno de contenedores y brazos de grúas y comenzó a hacer señas con su sombrero, frenéticamente, como un poseso, Saúl y Tito se le unieron también sacando fuerzas de flaqueza, hasta Manolito, Rafa y Julito levantaron los brazos, el Choty no se movió, parecía muerto.
El buque detuvo su marcha y emitió un sonoro bramido, ¡los habían visto!, ¡estaban salvados!, una lancha fue bajada al lado del casco y se acercaba a la balsa con rapidez, los náufragos la veían venir con sus desencajadas caras jubilosas y sus cuerpos flacos y sedientos, temblando de emoción. Cuando estuvieron alineados, uno de los marineros, un rubio alto y nervudo, lanzó el cabo que atrapó Saúl y fijó a la balsa, otro de los ocupantes de la lancha preguntó en un perfecto inglés británico.
– ¿Who are you?, ¿are you shipwrecked?
– We are Cubans, we are rafters -respondió de memoria Billy, con un inglés cargado de fuerte acento.
– We need a water please -agregó con desesperación.
– We want to go to USA…to Miami -casi gritó -señalando hacia donde creía estaba el norte.
– Ah, you are a refugees -dijo el tripulante, mientras lanzaba varias botellas de agua y paquetes de comida a la balsa.
En ese momento Billy se dispuso a organizar a los demás para subir a la lancha y no comprendió cuando uno de los marineros le impidió el paso, hablándole en un idioma que no supo identificar, pero que se parecía al de las primeras películas de Ingrid Bergman, estaba tan cansado que no podía seguir haciendo el agotador ejercicio de hablar en inglés, así que frustrado miró con furia al marino y le gritó en español.
– ¿Por qué no nos dejan subir cabrones?
La respuesta dicha en una suerte de espanglish fue lapidaria.
– You no poder subir, barco is swedish.
Billy le prestó entonces atención a la bandera que ondeaba en la popa del buque y reconoció la cruz amarilla en fondo azul de Suecia, recordó de golpe que alguna vez escuchó que algunas naciones o navieras tenían problemas con el rescate de las personas en el mar y que subirlos a bordo no era tan fácil como se creía, los demás lo miraban con caras interrogadoras, no entendían nada, estaban demasiado débiles para replicar, solo Tito estaba furioso y gritaba puros improperios, a los mismos que le estaban salvando la vida, pero él todavía no lo sabía.
El mismo tripulante le gritaba a Billy en su espanglish.
– La ayuda is coming, hermanos to rescue.
Al fin Billy comprendió cuando escuchó el ruido inconfundible de un motor aéreo y vio una cessna que llegaba banqueando bajito sobre ellos y saludaba moviendo las alas, incluso pudo ver al piloto con sus grandes audífonos, que sonreía y agitaba la mano. Estaban salvados, supo entonces que Hermanos al Rescate los llevaría a tierra, a la libertad, que su madrecita no tendía que enterrar un par de ataúdes vacíos, que su mujer no tendría que explicar a su pequeña hija, la tragedia que le había pasado a su papá.
Tito se le acercó lleno de emoción, olía a vómito, a mierda y a sudor, pero lo abrazó como si no lo hubiera visto en años, lo apretó hacia sí, mientras los demás iban comprendiendo y reían con expresión de alegría infinita y se unían al abrazo. Saúl, el más fuerte, el más cojonudo, lloraba como un niño y se vertía una botella de agua en la cara insolada, roja como un tomate, el Choty dio señales de vida, como si participara en la celebración, era un escenario patético, pero era un escenario de libertad, ciertamente tragicómico pero optimista, ¡lo habían logrado!
Billy, el jefe por consenso, el médico del grupo, el organizador, miró al cielo azul, esta vez con pocas nubes, en un día diáfano, con un mar calmo y dio las gracias a Dios, aunque nunca había sido un religioso convencido, pero agradeció estar vivo, estar con su hermano, con sus amigos y haberlo logrado, ahora como era su costumbre comenzó a pensar en qué haría mañana, cuando estuvieran en Miami y no pudo ocultar una sonrisa, cuando recordó el tremendo plato de arroz congrí, yuca con mojo, puerco asado y plátanos tachinos, que se zamparía con una cerveza helada para celebrar, pero sobre todo para matar el hambre, que le estaba royendo las tripas desde hacía años.
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