MISIVAS PERDIDAS

VERDE

Qué miserable se ha vuelto el viejo Avelino. Nunca le había apestado tanto la felicidad ajena, nunca de manera tan cínica había sonreído antes incomodas preguntas sobre su pasado.

Jamas había hecho, como ahora, oídos sordos a pensamiento que lo interpelaban. Qué podrido lo han vuelto los años. Que brillo se ha perdido en su rostro, ahora es una zanja llena de orines y desechos.

Postrado en aquella silla, con dirección ninguna, destila veneno a través de la pluma, Torcido, se rasca la joroba con un palo y con el son ni un saludo, ni el verano es ya, motivo suficiente para sentirse bendecido.

Viejo Orco, misógino amateur, onanista a tiempo completo, improductivo pretexto de hombre. Cuantos mares de lamento injustificado se reinventa una y otra vez para no abandonar el letargo asqueroso en el que se ha enclaustrado.

Ahí tienen al miserable viejo rabo verde, haciendo lo que quiere con lo que no es suyo, lo mismo que fiscal, que hombre golpeador, que perro rabioso aferrado a carne inocente.

***
ERIZO

Narciso Estoico Demente Negra, Había despertado temprano ese lunes por la mañana para terminar con unos pendientes, se trataba, de documentos que había que redactar para cumplir con las funciones recientemente asumidas por su persona.

Pero había algo que Narciso se había prometido a si mismo y no estaba cumpliendo, sintió mientras los primeros minutos de las siete de la mañana comenzaban a correr que se ahogaba.

De pronto, un ataque de ansiedad lo obligo a brincar de su asiento y caminar en círculos una y potra vez sobre el piso rojo de su roja habitación.

Había convertido una de las paredes de la habitación en una pizarra y de cuando en vez hacia en ella anotaciones curiosas.

Pero desde hace unos meses un dibujo era constante, uno que era parte de una composición más grande que fue borrando de a pocos, un dibujo que lo representaba, que era su retrato.

Otras manos hicieron ese arte, una serie de garabatos componían ese rostro y el recuerdo anclado con el, de una noche cálida y de un Narciso inmenso, comprensivo y amoroso.

La ansiedad de pronto fue de mal en peor obligandolo a caer de rodillas sujetándose del piso, como si de las corrientes del tiempo intentara evitar ser arrastrado.

En qué se puede convertir una persona con el paso de los años, cómo puede la estabilidad y la ausencia de urgentes necesidades afectar la mente de una persona.

Desprovisto de escusas e intentando aceptar todo lo vivido sin dar pábulo al drama al que era propenso, se levanto, cogió sus vitaminas y las ingirió.

Ya en el ordenador termino de redactar el primer documento cuando de pronto, ciertas ideas picaban su mente y nuevamente el desorden amenazaba con secuestrar su voluntad hasta el medio día.

Entonces busco escribir sobre aquello que lo atormentaba pero no tuvo el valor de confesarse. Por minutos borraba párrafos y párrafos que volvía a redactar, pero toda metáfora era una absoluta mentira¿Cobarde o enfermo? se pregunto.

Narciso Estoico Demente Negra, llevaba unos shorts deportivos, había dejado las cortinas, ventana y puerta abiertas. Era pleno día pero tenia la luz de la habitación prendida y sentía helarse sus rodillas.

Pasaron dos horas, para que DEMENTE NEGRA, entendiera que su auto exilio no significaba la superación de sus problemas, que ahora que se había decidido a enfrentarlos necesitaba rehabilitación y aquello requería de asistencia.

¿Dos horas para una reflexión innecesaria o no lo era? al menos, para quien va aceptando que esta enfermo, ello es un pequeño, pero definitivamente, gran paso. Al menos creer eso lo animaba.

Se sentó frente a la laptop otra vez con la ansiedad mantenida a raya, quizá esta vez, pueda ser capaz de prologar ese esfuerzo durante el resto del día.

Es lunes, las personas se ocupan de lo suyo, trabajan y son productivas. El pueblo y los jóvenes del pueblo parecen ir todos con fuerza a resolver su día y realizar sus sueños.

Narciso siente envidia de los jóvenes del pueblo.

***

SED

Cómo decidir entre la sandía y el jugo de maracuyá
el calor era insoportable, se concentraba en mi cuerpo
y mis latidos eran cada vez más intensos.
Mis músculos deseaban contraerse
a la vez que mis dientes juntarse con rudeza definitiva.

Una elección a volcánica temperatura y
mientras el cuerpo buscaba saciarse
no lograba decidirme por alguna y sin llegar a la respuesta
de pronto, me encontraba sumergido en su roja y húmeda «carne»

Empapado en su jugo, mi boca buscaba apagarse
revolcándose contra su superficie, era cosa secundaría
el sabor de la sandía y mi deseo
no cesaba ni mi sed, hasta llegar a la corteza.

Cogí el cuchillo y corte otro pedazo y el calor me agostaba
en los segundos que tardaba en hacerme con otro corte.
Solo la sandía tenía la temperatura adecuada,
la tomaba con ambas manos y volvía a hundirme loco,
una y otra vez, desesperado en su carne.
Egoísta y salvaje mientras devoraba el último pedazo
entonces volví a pensar en la maracuyá,
quizá más fresca que la sandía, más amarga y
de durísima textura rasposa, incomparable.

A 45 grados entre mis hombros, sus carnes generosas
sus jugos manantes del placer
La sandía y la maracuyá.

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