Fue tu voz la que tachó mi nombre,
mientras yo aún gritaba el tuyo.
Fue el hueco de mi sábana la que tembló con el límite de tu ausencia,
cuando yo aún dormía abrazado al calor de tu cuerpo.
Fue el precipicio de tu estómago el que clausuró sus entradas,
cuando yo aún no había soltado las mariposas.
¡Fuiste tú!
Quién buscando la salida a su propia angustia,
alumbró mi rostro con la sombra curva de su espalda.
¡Fui yo!
Quién se quedó en ese rincón,
recostado sobre tu recuerdo y ahogándome en la saliva de tu lengua.
Y sin advertir nada,
contradiciendo la afirmación de tus palabras,
dejaste caer besos descosidos de tu garganta,
esperando que yo los siguiese
para reencontrarnos a la luz del alba.
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