El susurro de las montañas

El susurro de las montañas

Dimas Gallardo

23/07/2018

Entra una luz por la rendija de mi consciencia que me invita a mirar a través de ella, finísima y delicada, bella toda entera, acaricia mis sentidos y los adormece en su regazo, me dice “ahora olvida, no pienses si quiera, no existe el mundo que te rodea, no existe daño ni secuela”.

La luz se agrandaba en forma de montaña inmensa, a sus pies un lago de aguas turquesas, bosque en sus límites, resguardando a la niebla que se precipita tranquila, sin prisas, sobre mis pies desnudos en la hierba.
La montaña habló, emitió un sonido cavernoso, casi inaudible pero profundo, un sonido que los animales reconocieron al instante, porque la montaña habla de vez en cuando, no articula palabra conocida ni sonido de animal, pero se reconoce un susurro de placer allá en la lejanía, proveniente del valle donde todo es armonía.
Esa era su forma de expresar el profundo sentimiento de paz y tranquilidad, de reposado amor por el mundo vivo, animado e inanimado.

Esa es la voz de mi consciencia, de tu consciencia, una voz que nos acompaña siempre a lo largo de nuestra vida, que reconocemos allá en la distancia, fuera de la ciudad, entre Pinos, Tabaibas y Aloe Veras. Un llamado de la naturaleza que anida desde siempre en el alma de la gente.

No te preocupes, no tenemos culpa, la locura es parte de nuestra vida entre edificios, carreteras y mentiras. Entre conversaciones estúpidas, trabajo innecesario y pensamientos suicidas. Entiendo la frustración con que me miras, tu mirada perdida en la lejanía del horizonte, la ansiedad con que caminas, el hambre voraz con que buscas el amor, la explosión de rabia cuando te enfadas, el terrible enfado por nada, el daño y el rencor.

Somos. Tenemos alma. Quien lo niegue está muerto, quien se atreva a cuestionarlo aún no se ha descubierto. Mírate a los ojos en el espejo recién despierto, vuelve a hacerlo por la noche después de haberte quemado a fuego lento, tras horas y horas en el teatro, abierto veinticuatro siete, siempre abierto, siempre atento.
Mírate y acéptalo, perdona y olvida. Recoge la luz que entra por la cortina que difumina la vida y sonríe, me dijo el maestro que habla por mí.

No soy el mejor ejemplo, nunca lo fui. Solo soy un pobre funambulista paseando por la línea de la cordura, por la línea de la felicidad y la oscura caída al vacío del olvido y la soledad. Soy la resistencia, la rebelión, el partisano que lucha en una guerra indefinida, que no sabe si tiene final, que ya no se acuerda del principio, por que se confunde en mi memoria con la vida misma, con la injusticia y la locura que me vio nacer hace tantos años en su regazo.

La luz ahora se torna luz de luna, dualidad, cambio, misticismo. Mitología, chamanes, sueños y hechizos. Una suerte de reflexión, una conexión con el brillo estelar. Un recordatorio de la naturaleza viva más allá del límite de lo cotidiano, donde se pierden en el infinito el tiempo y el espacio para fundirse en el ánima de cada cosa, de cada ser. La sublime invitación del universo a la gratitud y al festejo de la creación.

El deseo asoma por la ventana del amor, el fuego del licor calienta mis instintos, me dejo llevar por la música y sigo girando sin preocupaciones en espiral hasta la luna llena.

No me preocupa el día que despunta, me preocupa que el mundo no se haya dado cuenta, que vuelva a las andadas por el camino de las penas, donde los autómatas salen de la colmena para vivir un día cualquiera como si nada de lo que he contado aquí hubiera ocurrido nunca.

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