Últimamente a todo le pongo medida, pero no una medida cualquiera, de manera inconsciente mido las distancias por palmos. Es una longitud muy corta, sin embargo, es la que puedo manejar sólo con mis manos.

Me pongo nerviosa cuando siento tu cuerpo a un palmo de distancia, cierro los ojos esperando que el recorrido hasta mi boca no se haga eterno. Me entra un cosquilleo cuando rozas tu nariz con la mía y abro los labios lentamente para recibir tu beso. Es un placer cuando rompes esa línea imaginaria que pintan mis dedos. Cuando estás a menos de un palmo de mis ojos, trago saliva y vuelo.

Un palmo de mi mano es lo único que necesito para que nadie invada mi espacio. Si alguien, que no eres tú, se atreve a cruzar esa barrera, todos mis mecanismos de defensa se ponen alerta. Cuando viajo en el metro es difícil mantener esa distancia y a pesar de que sé que es un imposible en hora punta, me sujeto a la barra y despego ligeramente mi cuerpo, intentando respetar el palmo de rigor. Entran y salen viajeros y rozan mi espalda y mi mochila, se enganchan a veces con mi pelo y otras veces me pisan sin darse cuenta. Y yo, permanezco callada, ansiosa de que el espacio que me rodea se haga más amplio y pueda estirar mi cuerpo al menos un par de palmos.

A veces, en la fila del supermercado arrastro mi carro y calculo la frenada a un palmo de la persona que tengo delante. Esto me recuerda la distancia de seguridad de los coches y pienso que todo es proporcional a la velocidad, si voy lenta necesito un palmo y si voy corriendo multiplico por cinco los tramos.

Cuando me presentan a alguien y me extiende la mano, sonrío, porque seguro que es otro raro que mide las cosas por uno o dos palmos.

Las faldas me gustan un palmo por encima de la rodilla, los tacones de medio palmo. Me encanta recorrer palmo a palmo tu cuerpo, es el trayecto más excitante que mido, sin dejar de pensar que de un momento a otro si sigo jugando… palmo.

Ahora busca tu medida e intenta que nunca supere la que no seas capaz de alcanzar con tus manos. Puede que un palmo no sea demasiado grande y como decía François Rabelais, “Una pulgada de alegría es mayor que un palmo de sufrimientos, porque reír es propio del ser humano”.

AB©

(Fotografía cogida de internet)

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