Me cortafuegas el alma
Tú.
Fuiste anteayer
a plantarme un cortafuegos en toda la escapada.
En TODA la escapada un cortafuegos.
En toda ella.
Torpe antimetábola.
Torpe y harinosa.
Tú.
Terso me tienes el torso.
Amarrado a este cerillo de cerezo
que no me ha de boyar, no,
en la llama carmesí de tu ira.
Tú.
Mala ley pura
que me cuestiona las soldaduras,
que me salta los cureñajes.
Es que es
verte comer mis emociones,
así sin pan,
y que me nazcan varados todos los embelesos.
Yo.
Cargado de anadiplosis explosivas venía,
quise minarte desde mi letra el alma.
ALMA
Alma rota y desmantecada,
eso es
lo que hallo yo en mi pecho.
Cercenada
de un balaustrazo,
de un balaustrazo certero
de tu cortafuegos.
Dos o más rombos
Que las nubes que nos brillan
desencarcelen nuestras caras.
Y dejémonos de protagonizar
estas fantasías toleradas
a bordo de vidas portátiles
con aventura empotrada.
Reminisciencias naturales
Cuatro patas
tenía la canción
de la que me caiste.
Yo era el gobernador de Messina,
tú, dos preludios y un obstinato
con glissando en staccato.
Durante largos instantes fuimos eternos.
Pero uncíamos almas de barro,
y una lluvia de ipsofactos
diluyó los pies de nuestros horizontes.
Tú me rebobinabas
con tu fular de sueños
mientras te fastforwardeabas
a guaquear imbunches.
¿Y en mi cabeza?
Cucharones de gachamigas,
manos en la carchofera
y el estómago nigromándome los sótanos
por un alquiler de suspiros.
Tú y yo, yo y tú.
Dos estrellas enlatadas.
¡Ay! Cómo inundábamos
de lágrimas nuestras encoladuras.
Hasta que al final,
coacreedores de nuestro desaliento,
explotamos de par en par,
como dos universos embotellados,
y nos dejamos los chakras
todo pegados al cristal.
Marketinglado
Que el mercado todo lo puede.
Que los niños todo lo quieren.
Que la cana no vende.
Y que si quieres una cuchara,
te tienes que comprar una caja de veinte.
Una cara que de brillo resonaba
Una cara
que de brillo resonaba
toca mis teclas,
manipula mis llaves,
deja su marca en mis lugares.
Una cara
de campanas y chumberas,
de ríos secos y espumantes
me los llena, mis lugares.
Una cara
que lava en frío
mis inconsistencias
y a cerebro abierto los dogmas de mi pecho.
Una cara
que me hizo creer que creía,
cuando quise creer en lo que no creo.
Una cara
en la que vi mi reflejo,
aturdido por el tiempo,
ajado, pero aún despierto.
Una cara
que de brillo resonaba.
Amantis peligrosa
Apriétame la pechuga.
Sobreadjetívame estas ganas.
Inúndame de adverbios,
¡acábame en mente!
Hazme sentir
ese tipo de emoción
que se queda para siempre.
La línea de puntos
Cuando se instalaron en el monte capitolino,
dejaron de ser lápices los bolis
y tragándose su mala tinta,
tiñeron las nubes de colores inevitables.
El Gran Bolígrafo no tiene tonos medios,
y teje sus planes con arcoíris cegadores,
que se extienden, capa a capa,
creando una ilusión de transparencia,
al tiempo que, entre bambalinas,
se van ejecutando sus planes.
Se han olvidado las variedades cromáticas,
se han desdibujado los sentidos.
Mientras tanto,
afuera se secan los días,
catorce hay ya panza arriba,
por quitarse la tapa y protestar.
Tres de cada cuatro no estamos hechos de la fibra adecuada
para deshacer ni un milímetro de gris.
El color cero punto seis es la nueva razón de estado,
y ninguno nos atrevemos ya a cruzar la línea de puntos.
No volverá la falda pantalón
¿Dónde se fue la falda pantalón?
¿Quién la ideó?
¿De qué murió?
No debería haber venido.
No volverá Naranjito a tu balcón.
Lo que pasó, pasó.
La gallina se murió.
Y hasta Franco fue vencido.
Que vuela Cronos con alas de prestado.
Que todo se va como vino.
Que el tiempo nos lo bebemos.
Y es como si nunca lo hubiéramos vivido.
Bajamares de amores
Y que tu cara,
sobre mi hombro,
dore otra vez el pan nuestro de cada día
con su sonrisa.
Y que hoy, como ayer,
nos luzcan mis remiendos
por aquella bocacalle de la izquierda
que bordamos en rojo ayer.
Y que, en este invierno de morriñas,
me abraces un Nescafé
y me descuelgues de los esqueletos de estos árboles
que compraron mi salud a miradas.
Y te lo digo, vomitando tierra desde dentro de mis besos.
Que cuando descubras mi corazón
encallado en esta marea de esparto,
un Prometeo dadivoso
te modele, a imagen mía,
un testaferro de hierba tronchada
para aventar mi ropero.
Acética velada
Y se murió otra tarde,
así de repente.
Se terminó el baile,
y las colillas empapadas de cebada
se ligaron al linóleo.
Los vasos se quedaron sentados,
los relojes por barrer.
¿Y la noche?
Toda entera se deslavó el volumen.
Y las nubes de batallas por librar
regurgitaron su bonhomía
sobre un rocío de mosquitos
amortajados en espermaceti.
Y quiso el ventilador teñir las paredes
de postulantes
y tapizarles de crucecitas
los condones.
El cráter de Bilby
Si nazco
es para satisfacer al fuego,
avivar la llama del sufrimiento,
renovar con plástico
los ánimos de la hoguera,
y reabsorberme con lo puesto.
Soy el hueco del cráter de Bilby,
el lápiz de labios de tus besos,
un Martinez-Bordiú sin suegro.
Me asusta mi alteridad,
ya no soy ni tú ni yo,
soy ellos, los otros, los demás…
Aquellos millones de desconocidos
a los que podía pasarles todo
sin que a mí me tocara.
Ya no sufro más por mí,
porque tú eres yo,
yo soy tú,
los dos somos todos los demás,
y saberlo,
saberlo me ha hecho dos tontos.
Probé a ser cristiano.
Porque sí,
por definición,
por defecto,
para sufrir el mundo en mí mismo.
Pero no fui capaz
de salir de mis zapatos.
Y aquí, al borde de cincuenta nadas,
el sabor del formol
me sabe esta vez un poquito a fresa.
Gratón
¿Un ratón en un zapato,
o una caca de gato?
Rasca, rompe, raja.
Roe, repta, infecta.
Elija usted su ruina caballero.
¿Un rato de gato en el frutero,
o cien ratones por el suelo?
Quemarropa de barbechos
La lluvia clava su sequía a silencios,
hechos todos a base de por estos y de por aquellos.
Pero si un a lo mejor a destiempo,
empapase el papel rayado de tus besos
que se despipen todos los cuadros de Van Gogh
y que venga a nosotros tu reino.
¿Puede nadie redimir cada minuto?
Pregunto.
Diez llevamos gastados ya sin querernos.
Enlazados como gusanos en nudos mudos,
absorbiendo oxígeno,
comiéndonos nuestras heridas.
Cada día muere un tiempo
justo en el sitio en el que nace
un pero o un sin embargo.
Yo os maldigo,
como Charlton Heston,
anticlimáticos peros y condenados sin embargos,
lerdos obstáculos a la alegría,
que aniquiláis,
por decreto,
toda posible fantasía
de conjunción copulativa.
¡Oh! San Jacobos ignífugos
de ignición precoz
y eyaculación retardada.
Extended sobre estos campos estelados
vuestra simiente con sabor a manzana.
Que esos falsos futuros orfanados,
regalen a la hojarasca
el rocío que los quehaceres
del cielo le hurtaron.
Bello puerto de bonanza
Restriégame por tu retina.
Atraviésame esta dermis con tus pestañas.
Que la permeabilidad de mi envoltura
no entienda de vistas cansadas,
de pezones de Aquiles,
o de repiques de campanas.
Disuelve mi contenido en tu continente.
Fíltrame todo a través de tu sistema de inmunidades.
Hazme cabello de tu Troya,
dame a ver que no hay límites temporales.
Méteme en tu bolsillo, amada,
y deja que odisee
en ese Amazonas de voluptuosidad
que rebosa tu bocana.
Primaberry
Me ha explotado en la cara una flor reventona
y su onda expansiva de aroma
se difunde por el aire.
Y una nube insaciable de coleópteros la surfea
entre motitas de polen y pedazos de hierbajos.
Despuntan los bulbos raquídeos
al tiempo que los narcisos,
y un árbol deshojado pide agua
y araña desesperado
a los nimbos en la barriga.
Las nubes implosionan
y se tragan los vientos y los grises.
Las tardes se visten de sandía
y asaltan a los cirros voraces.
Soplan rayos de luz nueva
rebosantes de arcoíris por las costuras.
Incongruencias luminosas entre las baldosas
gritan de color por su parto.
Viva la vida que resurge hasta en las piedras,
hasta ellas se ponen guapas en primavera.
Pistolera del amor
A indiferencias me matas sin verme.
Cuando en tu reentrada, se viste de dorado
el azulejo deflector de mis atmósferas.
Cuando asaltan tus cartucheras
las codicias matemáticas de mis venablos.
Aliméntame tu desidia, regurgítamela.
Dame, dame, que de cuanto menos me des
yo más te sueñe.
Porque es en sí mi sino vaciarme sin nombrarte
y engullir tus desplantes como ansíos.
Una noche que me bebí tu peso, tu aire
y tus pasos,
cebé hasta la detonación tu desdén,
con las palabras que le hablé callando,
y acribillaste a lentejuelas
el montepío de mis células.
No tenemos fecha, ni lugar, ni golondrinas
que nos atolondren.
Alumbramos, sin cortarnos, el firme en paralelo.
Nuestra hora,
bien llegada si lo fuese,
nunca pudo salir de puerto.
No existiremos en lapso compartido,
ni mundos tendremos en los que gastarnos.
Déjame que continué siendo solo ese figmento,
que lo soy, que lo siento.
Déjame que siga siendo el garañón que ondea
bajo tu zapato al viento.
Todo es blanco
Entra la luz por tu ventana,
clara, hermosa,
para darle a todo,
por fin, un sentido.
Qué pena, sin embargo,
que el hoyo en tu corazón,
solo pueda llenarse abriendo uno en el nuestro.
Esta noche tendrás ocasión
de obrar llamas,
y de observar,
por tus cristalinos rotos,
cómo a través del epitelio
nos entra tu inquina toda.
Mis pensamientos para ti,
y para tu pobre mente,
así, perdido como estás.
Anhelando esparcirte
por las paredes
de nuestras calles.
Deseoso de encender la mecha
que nos muestre,
de qué materia
está tu convicción hecha.
Mis principios
Como cada viernes,
organizo la revisión,
reparación,
reformulación
y reciclaje
de mis principios fundamentales.
Diez tengo.
Como diez soles.
¿O son once?
Quizá veinte,
o treinta y cuatro.
¿Qué más da, si a mí me cuaja?
El que es de principios, es de principios.
Son universales,
eternos,
verdaderos
e inmutables.
Por más que susceptibles
de cambio sin previo aviso.
Principios como los de Moisés,
pero mejores.
Más ligeros,
más modernos,
e higiénicos.
Más versátiles.
Principios que ni por sobados se desmigajan,
ni por fragmentados dejan de ser uno y trino.
Principios que igual te cautivan y desarman un ejército rojo,
que te montan un mueble de Ikea
sin quitarse el sombrero.
Pues, eso.
Acunados en la cuneta
Ni al púlpito me arrimo ya.
No, ¿para qué?
Tropezando con esta madeja de libertad
que me laberinta las alpargatas voy.
Con mi chévere, pichévere hasta el final.
Miradnos de frente, cuando derraméis el morado
de nuestra bandera.
Que nadie más nos verá
hasta que se levanten nuestras muelas.
Achantado, bajo mi sombrero de paja,
y estos cielos plomizos de julio,
caigo sorteando ráfagas de sinalefas,
perdido entre una ensaladilla de paisanos rotos
y versos disonantes.
Oíd nuestros ruegos silenciados,
arqueólogos de subvención.
Abrid nuestros
miles de ojos
mal esquelados.
Desempolvad borbotones de besos apenas esbozados
en labios nacidos con la mancha de la muerte.
Memorias desmemoriadas somos,
amasijo de honomásticas
fragmentadas en láminas de delgado olvido
a las que un día,
al amor del arcén,
en lugar de margaritas,
nos han venido a crecer forenses.
Mi dispositivo Marcelino
¿Cuántos cuartos cobraba el Cid?
¿Iba a comisión?
¿Percibía por moro?
¿Tenía contrato?
Porque si unas monjas lunáticas
le hubiesen envenenado a los sarracenos
con yemas de arsénico,
otro limón nos mordiera.
Mientras tanto,
mi dispositivo Marcelino me dijo
que el chino extraño que me devuelve mal el cambio,
se había amalgamado con la televisión portátil.
A varias temperaturas lejanas de cero se puso
imaginando un día de asueto.
Pero su condición
no daba para ciencias ficciones.
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