Duraznos con sal.
Recostada sobre la corola carmesí que ha llorado el otoñal,
te muestras dormida, iluminada por los rayos escarlata,
me acerco, te beso, saboreando de tus labios néctar,
una utopía a mí paladar, de duraznos con sal.
Musa del corazón herido, soy tu sirviente,
deja ya de ahogarte en el océano de su partida,
abandona la mirada de pérdida que te dejó,
y desata la cadenas que te someten a tu amante.
Te imploro el deseo de ser tu sanador,
Afrodita destrozada,
sana en el cobijo de las brasas de mi amor,
y entre tus murmullos nombrarme tu salvador.
Entre cenizas.
Cicatriz de tinta,
herida del alma,
que hace de finta,
la libertad que clama.
Golondrina soñada,
de obscuras alas,
te mantienes atrapada,
en lágrimas claras.
Herida que sana,
en piel plasmada,
un dolor emana,
cicatriz tatuada.
En líneas portas,
vida apagada,
del ser que amas,
ave desdichada.
Caléndulas.
Peonias blancas,
bajo el cobijo del alba,
adornan dos almas.
Pétalos carmín desojas,
luz de vida tenue,
que del vientre desbordas.
Las caléndulas en Octubre,
tu camino alumbran,
apagando la vida de una madre.
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