Un día más de trabajo

Un día más de trabajo, en este aserradero de huesos, en este panteón de carne, donde los aullidos, gemidos y llantos no cesan ni un segundo, me preparo desde que me levanto de la cama, casi sin hambre almuerzo y bebo café, los gritos de mi memoria se hacen presentes al instante, después de bañarme y lavarme los dientes me dirijo a mi trabajo, no sé cómo terminé aquí, pero sin embargo aquí estoy, peleando a la contra, a la contra de mí mismo y de mis juramentos, de mi fe perdida, solo mis cuatro cervezas diarias me hacen escapar. Entro a aduana sanitaria, me pongo una especie de bolsa en los zapatos, me esterilizo las manos y me pongo cofia y cubre bocas, es el ritual de inicio de las horas laborales, entro al pasillo y las luces cercanas me deslumbran incluso aunque no las vea directamente, a pesar de los gritos y suplicios encarnados, escucho mis propios pasos y el sonido que hace el tacón de mi zapato al impactar contra el suelo, es como ese despertador que ha caído una y otra vez sobre mi cabeza durante más de 4 décadas, me preparo, pues mi anterior ritual solo sirve para protegerme de una cantidad limitada de bacterias y de gérmenes, pero el más agresivo, la bacteria más voraz, la más dañina, es la humanidad, y estoy peleando con la poca que queda en mí.

Aquí adentro no queda ni pizca del mundo exterior, todos somos objetos sin forma y sin cara, sin cuerpo y sin mente, y aún más grave, sin corazón. Pasan y pasan montones de carne en putrefacción, el olor es fétido, pero de esto vivo, esto le da de comer a este hombre, esto mantiene mi fatídico estilo de vida, podría estar mejor en algún otro lugar, pero así somos los que estamos aquí, estamos casi solos, incluso los que tienen familia, se sienten así. Somos la caballería, los jinetes del apocalipsis, la cortina de gas mostaza, los liquidadores, los cirujanos demoniacos que extirpan el último hálito de la vida que se apaga.

La noche llega pronto, y solo logro distinguirla por el reloj que cuelga en la pared y que produce ese horrible tick-tak que me eriza la piel, a veces sueño con salir corriendo de aquí, romper el reloj y la cara del jefe y perderme lejos, pero la coherencia prevalece, el reloj puede ser la cosa que me está volviendo loco o incluso la que ha evitado que enloquezca por completo. Tomo mis herramientas, acaricio con afilado tiento y rebano la carne, veo la sangre brotar y escaparse, ver los cuerpos amarillos, la muerte siempre se pasea por los pasillos, lleva un horrible vestido azul y pasa llorando y gritando, contagiando a todos de una amarga soledad.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS