el peluche más valioso

el peluche más valioso

Ágeda

27/06/2018

Nací y crecí en una familia humilde, trabajadora. Conozco el valor de las cosas desde muy pequeña. Nunca me faltó nada, tuve un techo, una cama, abrigo, un plato de comida caliente, y mucho amor. Recuerdo los viajes con mi padre a la capital por trabajo, para ganar unos pesos más y poder vivir un poquito mejor. Creo que tenía unos 7 y 8 años, y sabía lo que podíamos permitirnos, y lo que no. En cada viaje, entrabamos al shopping de la terminal de ómnibus, siempre me compraba alguna cosita por acompañarlo, pero yo solo lo hacía por el placer de pasar tiempo con él, no me importaban los juguetes, aunque claro, que niña no quiere uno? Me gustaba mucho jugar con casitas de muñecas, y en cada viaje me compraba un pack, que venían por sector, el dormitorio, la cocina, etc. Eran diminutos, la cama cabía en la palma de mi mano de 7 años. Costaban poco dinero y yo los amaba.

En uno de esos viajes, cuando estábamos por volver, mientras mi padre compraba un refresco para el viaje, yo me quedé mirando un osito de peluche en una vidriera. Estaba repleta de osos, de todos tamaños, de todos colores. Cualquier niña hubiera buscado el más grande, y en otro momento yo también, pero no fue el caso. Me atrapó uno de las pequeños, todo blanco, con una moñita rosa y blanca, y dos bolitas negras que hacían de ojos. Yo no se que tenía ese oso, porque de verdad no tenía nada llamativo, era así como lo describo, es el de la foto, pero parecía que me pedía que lo sacara de ahí. Esas bolitas de ojos me miraban y yo no podía quitarle la mirada.

Cuando volví la mirada a mi padre, vi que me observaba, y traté de disimular mi encanto, porque sabía que querría complacerme, pero yo ya tenía mi obsequio, ese día me llevaba el baño para mi casita, que en realidad no existía. La casita eran las baldosas del piso de nuestra casa, y cada baldosa cumplía la función de una habitación.

Cuando mi padre se acercó a mi, y pregunto que estaba mirando, respondí que solo miraba los osos, y al preguntarme cual me gustaba, vi su cara mirando el precio. Mi osito era de los menos costosos, pero en 1992, setenta pesos (por un osito de peluche sin gracia), era demasiado dinero, y yo sabía el sacrificio que ya era para él llevarme a mí a sus viajes, y como si fuera poco, regalarme algo en cada uno.

Pero yo no podía decirle a mi padre, que no lo quería porque era demasiado caro, porque los niños, no suelen preocuparse por el precio de las cosas. Mi padre no podía saber que yo entendía que vivíamos el día a día, mi padre debía seguir pensando que yo era solo una niña, que vivía feliz jugando y que ignoraba el mundo y los problemas de los adultos.

Ese día, volví con mi oso, con un sentimiento de felicidad y tristeza, felicidad, porque lo había rescatado de esa vidriera, donde él era el mas feo de todos, y el más lindo para mí. Pero era inevitable pensar en la cantidad de dinero que había gastado en él, solo por verme feliz. Como si yo ya no lo fuera, como si necesitara más de lo que me daban.

Ese el único juguete que conservo hasta hoy, con 32 años. Cuando crecí, fui regalando de a poco mis juguetes, mis peluches, pero jamás lo regalé a él. Nunca tuvo nombre, ni lo tiene. Representa tantas cosas, que nunca supe que nombre darle.

Hace unos pocos años, entendí que si bien tuve una infancia feliz, era una especie de niña adulta, me preocupaba por mis padres, por los sacrificios que hacían por mí, para que tuviera lo que los demás niños del barrio tenían. Y yo era tan feliz con una hoja y colores para dibujar, que no necesitaba nada más.

Y mi primer bicicleta! Me la dejaron los reyes magos, pero ellos no sabían que yo ya había descubierto que eran ellos. Recuerdo como se me llenaron los ojos de lágrimas cuando un día la miré con atención. Pero esa es otra historia, para otro día.

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